“Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo” (Juan 17:18).
“Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21).
¿Cómo fue, Jesús, enviado al mundo? ¿Cómo un pobre pecador, siempre enfermo, fracasado, sin poder y autoridad? ¡No! El vino al mundo para deshacer las obras del diablo. El sanó a los enfermos, echó fuera a los demonios, suplió las necesidades de la gente, dominó la naturaleza y resistió las tentaciones del diablo. ¡Y El dice que nos ha mandado de la misma manera!
Para hacer todo esto uno necesita reconocer la autoridad de Cristo en su vida. Necesita ser justo ante los ojos de Dios, porque solamente la justicia puede atar al diablo, y deshacer sus obras. Gracias al Señor, nos ha hecho justos, nos ha mandado con su mismo mandato, y nos ha dado su autoridad, su Nombre, el Espíritu Santo, los dones del Espíritu, las promesas del Nuevo Pacto, la armadura de Dios y las llaves del Reino, para cumplir con sus propósitos. ¿Quién puede pensar en sí mismo como una víctima, cuando toda la abundancia de Dios le respalda?
La vida cristiana no debe ser una vida llena de fracaso, enfermedades y escasez. De hecho, el Señor nos ha mandado para librar al mundo de tales cosas. El evangelio, es el poder de Dios que puede librar a los esclavos. Pero, si los mismos cristianos siguen viviendo vidas fracasadas, ¿cómo podemos predicar al mundo? No, hermanos, la vida fracasada no es para nosotros. Hemos recibido autoridad y debemos administrarla.
“He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará” (Lucas 10:19).
Si tú eres cristiano, has recibido autoridad. Autoridad para sanar enfermos, echar fuera demonios, librar a los cautivos y ser una bendición en el mundo. Sólo puedes ser vencido por la ignorancia o pasividad. Tú eres justo ante los ojos de Dios. El te regaló su propia justicia por el gran amor que El tiene para con nosotros. El ha puesto al diablo bajo tus pies. Las enfermedades tienen que rendirse por la imposición de manos y la declaración de fe.
El temor no tiene lugar en nosotros, porque no hemos recibido un espíritu de temor sino de poder, de amor y de dominio propio (2 Timoteo 1:7). La Palabra de Dios en nuestro corazón y en nuestra boca es la espada del Espíritu, y no existe nada de las tinieblas que pueda resistir a la Palabra de Dios. La vida abundante es nuestra herencia y hacer discípulos en cada nación es nuestro propósito.
Bendiciones!
“Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21).
¿Cómo fue, Jesús, enviado al mundo? ¿Cómo un pobre pecador, siempre enfermo, fracasado, sin poder y autoridad? ¡No! El vino al mundo para deshacer las obras del diablo. El sanó a los enfermos, echó fuera a los demonios, suplió las necesidades de la gente, dominó la naturaleza y resistió las tentaciones del diablo. ¡Y El dice que nos ha mandado de la misma manera!
Para hacer todo esto uno necesita reconocer la autoridad de Cristo en su vida. Necesita ser justo ante los ojos de Dios, porque solamente la justicia puede atar al diablo, y deshacer sus obras. Gracias al Señor, nos ha hecho justos, nos ha mandado con su mismo mandato, y nos ha dado su autoridad, su Nombre, el Espíritu Santo, los dones del Espíritu, las promesas del Nuevo Pacto, la armadura de Dios y las llaves del Reino, para cumplir con sus propósitos. ¿Quién puede pensar en sí mismo como una víctima, cuando toda la abundancia de Dios le respalda?
La vida cristiana no debe ser una vida llena de fracaso, enfermedades y escasez. De hecho, el Señor nos ha mandado para librar al mundo de tales cosas. El evangelio, es el poder de Dios que puede librar a los esclavos. Pero, si los mismos cristianos siguen viviendo vidas fracasadas, ¿cómo podemos predicar al mundo? No, hermanos, la vida fracasada no es para nosotros. Hemos recibido autoridad y debemos administrarla.
“He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará” (Lucas 10:19).
Si tú eres cristiano, has recibido autoridad. Autoridad para sanar enfermos, echar fuera demonios, librar a los cautivos y ser una bendición en el mundo. Sólo puedes ser vencido por la ignorancia o pasividad. Tú eres justo ante los ojos de Dios. El te regaló su propia justicia por el gran amor que El tiene para con nosotros. El ha puesto al diablo bajo tus pies. Las enfermedades tienen que rendirse por la imposición de manos y la declaración de fe.
El temor no tiene lugar en nosotros, porque no hemos recibido un espíritu de temor sino de poder, de amor y de dominio propio (2 Timoteo 1:7). La Palabra de Dios en nuestro corazón y en nuestra boca es la espada del Espíritu, y no existe nada de las tinieblas que pueda resistir a la Palabra de Dios. La vida abundante es nuestra herencia y hacer discípulos en cada nación es nuestro propósito.
Bendiciones!