He de reconocer que la invitación me produjo en principio una gran impresión. Cuando solo faltaban algunas horas para celebrar la cena de nochebuena, mi buen amigo el Dr. Enrique Lafuente me solicitó le acompañara para celebrar la Navidad junto a los internos del centro penitenciario donde realiza su labor profesional.
El edificio donde conviven diferentes etnias y religiones está constituido por módulos de preventivos y de primer y segundo grado, donde están instaladas las celdas, el comedor, una sala recreativa y un patio.
Mi grata sorpresa al llegar a este lugar fué la bonita decoración con motivos navideños que habían realizado los mismos internos, así como nacimientos y arbolitos totalmente artesanales.
En el ambiente se percibía junto a la alegría de las fiestas que se avecinaban, la tristeza por encontrarse lejos de sus familias y no poder celebrarla con ellos.
Participamos en la misa de Navidad en la tarde del dia 24 presidida por el capellán de la institución. Fue una celebración festiva y emotiva a la que asistieron además de algunas religiosas que ejercen su labor en la prisión, voluntarias de pastoral penitencial, funcionarios del centro y un gran número de internos. La celebración eclesiástica a la que acudieron católicos, evangélicos y ortodoxos fue seguida con un gran respeto y recogimiento.
Al finalizar el acto religioso, se sirvió una cena especial a la que no faltaron algunos dulces para compensar, si esto fuera posible, la amargura de estas personas que por diversos motivos están lejos de los suyos.
Mi experiencia, tengo que confesar, fue además de gratificante muy enriquecedora. Instantes después de la cena tuvimos oportunidad de charlar y compartir, aunque brevemente, algunas palabras con aquellas personas en cuyos ojos brillaba una luz profunda que todavía recuerdo en mi mente como expresión de sinceridad y de reparación de un daño que han podido producir a la sociedad en unos momentos de debilidad que solo Dios conoce.
No olvidaré aquella pregunta de alguien que despidiéndome con un abrazo me comentaba si habría un cielo para ellos y como se ganaba ese cielo que a veces lo veía tan distantes y otros tan cercano. Le angustiaba pensar si solo lo ganaban las gentes que rezaban o todas aquellas que como él habían pasado gran parte de su vida sufriendo.
No obstante para él que penaba durante bastantes años y que aceptaba la justicia de Dios, el cielo estaba aquí en el mundo de la libertad. En la vida terrena para muchos tan formidable y tan hermosa con sus claros rios y sus bellos jardines y sobre todo en la compañía de una familia que por circunstancias la veía como algo lejano.
He de confesar que no pude decir nada ante el sufrimiento de quien se sinceraba conmigo entendiendo que a veces dentro de la forma de vivir doliente que sufre la humanidad, las respuestas que a veces damos son casi siempre teóricas con la única intención de tranquilizar nuestra conciencia.
Lo cierto es que sin saber por que y sin pronunciar palabra alguna, los dos abrazándonos nos pusimos a llorar.
El edificio donde conviven diferentes etnias y religiones está constituido por módulos de preventivos y de primer y segundo grado, donde están instaladas las celdas, el comedor, una sala recreativa y un patio.
Mi grata sorpresa al llegar a este lugar fué la bonita decoración con motivos navideños que habían realizado los mismos internos, así como nacimientos y arbolitos totalmente artesanales.
En el ambiente se percibía junto a la alegría de las fiestas que se avecinaban, la tristeza por encontrarse lejos de sus familias y no poder celebrarla con ellos.
Participamos en la misa de Navidad en la tarde del dia 24 presidida por el capellán de la institución. Fue una celebración festiva y emotiva a la que asistieron además de algunas religiosas que ejercen su labor en la prisión, voluntarias de pastoral penitencial, funcionarios del centro y un gran número de internos. La celebración eclesiástica a la que acudieron católicos, evangélicos y ortodoxos fue seguida con un gran respeto y recogimiento.
Al finalizar el acto religioso, se sirvió una cena especial a la que no faltaron algunos dulces para compensar, si esto fuera posible, la amargura de estas personas que por diversos motivos están lejos de los suyos.
Mi experiencia, tengo que confesar, fue además de gratificante muy enriquecedora. Instantes después de la cena tuvimos oportunidad de charlar y compartir, aunque brevemente, algunas palabras con aquellas personas en cuyos ojos brillaba una luz profunda que todavía recuerdo en mi mente como expresión de sinceridad y de reparación de un daño que han podido producir a la sociedad en unos momentos de debilidad que solo Dios conoce.
No olvidaré aquella pregunta de alguien que despidiéndome con un abrazo me comentaba si habría un cielo para ellos y como se ganaba ese cielo que a veces lo veía tan distantes y otros tan cercano. Le angustiaba pensar si solo lo ganaban las gentes que rezaban o todas aquellas que como él habían pasado gran parte de su vida sufriendo.
No obstante para él que penaba durante bastantes años y que aceptaba la justicia de Dios, el cielo estaba aquí en el mundo de la libertad. En la vida terrena para muchos tan formidable y tan hermosa con sus claros rios y sus bellos jardines y sobre todo en la compañía de una familia que por circunstancias la veía como algo lejano.
He de confesar que no pude decir nada ante el sufrimiento de quien se sinceraba conmigo entendiendo que a veces dentro de la forma de vivir doliente que sufre la humanidad, las respuestas que a veces damos son casi siempre teóricas con la única intención de tranquilizar nuestra conciencia.
Lo cierto es que sin saber por que y sin pronunciar palabra alguna, los dos abrazándonos nos pusimos a llorar.