NO ME QUIERAS TANTO

11 Diciembre 2007
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“No me quieras tanto, ni sufras por mi, no vale la pena que por mi mala uva te pongas así”.

Este es el comienzo de una famosa copla y eso es lo que tendría que decirle a algunos amigos que están, desde siempre, empeñados en que yo sea bueno y “me salve”. Es decir, que me gane para la gloria la vida eterna.
Tendría que decírselo a todos esos amigos que no me dejan en paz cuando vienen a visitarme aunque yo no los haya invitado. Tendría que decírles a todos los que aparentemente me quieren, que no lo hagan tanto que no exageren que me dejen en mi paz, que no quieran tanto el bien eterno para mí, cuando con cualquier otra conversación me hace sentirme mejor.

De este modo me hablaba uno de mis mejores amigos (famoso escritor español), un dia cualquiera, que le visitaba en su casa donde se encuentra postrado desde hace varios años a consecuencia de una enfermedad irreversible.
La realidad es que el tema de las raices de mi amigo lo llevan hacia aquella casona rural, en el recuerdo de ese niño enfermo que llevan los padres al médico del pueblo mayor o se desplazan a otra mayor capital para encontrar una mejor vida en una existencia físicamente menos dolorosa en su osamenta.
Me recordaba mi amigo que no le habían dejado nunca en paz cuando era muchaho y empezaba a sufrir sus primeros males graves. Le visitaban chicos de la parroquia y le llevaban libros piadosos y escapularios bendecidos por el sacerdote, diciéndole que en la Adoración Nocturna habían pedido a Dios por él, sobre todo para que se salvara. Y si rezaba un Padrenuestro con ellos se iban tan felices, comentándole que fuese bueno porque Dios le quería.

Al marcharse las visitas, pensaba si sería verdad eso que dicen “el que bien te quiere te hará sufrir”. O por aquello de “Bienaventurados los que sufren porque ellos verán a Dios”.
Lo cierto es que ese hombre, que ya ha acumulado años y lleva encima de si muchos dolores y muchas derrotas, a veces dentro de su dolor se sienta bien, casi feliz, aunque en su interior se siga preguntando que habrá hecho para sentirse así desde que era un chiquillo cuando ya empezó a tomar medicinas que solo le servían como remedios pasajeros o remedios físicos que muy pronto se quedaban en nada.

Con frecuencia cuando se veía mejor, se encomendaba a ese mundo de esencias que está más allá de lo que nosotros podemos tocar con las manos y con los pies, ofreciéndole a Dios sus dolores, sus derrotas y su sufrimiento y pidiéndole por la felicidad de los suyos.

Sin embargo en muchas ocasiones cuando se encontra bien sin saber exactamente el porque, recuerda a sus padres que tanto sufrieron por su enfermedad y a Jesús de Nazaret al que tanto amó y se siente féliz y en paz como si ya acariciara un descanso dulce y reparador.

Por eso dice, mi amigo, que a veces perder es ganar. Que nada queda en la tierra si lo recoges, lo acaricias, lo mimas y lo ofreces a Dios, aunque todo eso sea un dolor constante y una derrota que no se acaba.


En cualquier caso, confiesa que es muy difícil ser humano y vivir derramando amor y comprensión, como vivió Jesús el Marginado, cuando uno no puede apartar ese dolor viejo, ese dolor en las articulaciones de tantos años que le dejaron inválido.

No recuerda si todo fue sucediendo poco a poco o bruscamente. Lo cierto es que se le han reducido los espacios, que cada día sus movimientos además de torpes, son más cortos con lo que su vida se ha ido quedando pequeña, como arrugada con lo cual se va recluyendo en si mismo buscando recuerdos que le hagan vivir casi de la nada y llenar el hueco de la soledad en sus trabajos literarios como un posible camino de luz y de salvación.

Y la verdad es que ante estas manifestaciones de mi amigo, deseas escribir algo de lo cercano y de lo que nos rodea sin caer en la retórica, de todo aquello que nos origina a nosotros la dicha o el dolor, el disfrute o la pena, el gozo o la tristeza de nuestra particular forma de ver las cosas.

Es claro que existe el sufrimiento de un hombre. Un hombre que ha intentado aprovechar lo positivo de ese calvario poniéndole alas de fantasía para que llegue hasta las cercanias de Dios. Y por otra parte con cierta ironía “desprecie” a los que tratan de encontrar valores divinos, haciéndoles saber que a veces parece ser que ese
Dios que todo lo sabe y todo lo puede y quizás abrumado por tantas peticiones se olvida de algunos seres que siguen en la tierra –por lo menos algunos- con las mismas angustias, los mismos dolores y tan fastidiados como siempre.

Ante estas reflexiones de mi amigo, he de confesar que me quedo sin poder ofrecerle respuesta alguna, cuando con su sinceridad te pregunta, si solo ganarán el cielo lo que rezan o también lo podrán alcanzar los que tanto han sufrido en este mundo.
Él pìensa que quizás haya cielos diferentes como aquí hay mundos distintos. Los místicos decían aquello de “muero porque no muero” deseando encontrarse con un Dios, un Jesús que se les hacía palpable y físico como a Santa Teresa y a San Juan de la Cruz.
Para mí el cielo está aquí en este mundo. En esta vida terrena, para unos formidable y hermosa y para otros tan triste y tan dolorosa que les obliga asumir sus propias calamidades.

Resulta difícil para un hombre que lleva gran parte de su vida sumido en la enfermedad, decirle que el dolor es camino de resurrección porque desde que murió Jesús todo dolor sirve para algo y qué en sus manos ningún dolor se pierde.
Hacerle entender que con todo lo que le aflige la vida es hermosa, pero no fácil. Es alegre y apasionante pero no acaramelada y que de este modo debe aceptar el dolor sin dejar de mirar hacia la luz, en lugar de seguir viendo su enfermedad como un mostruo al que no puede vencer y que le derrumba en una amargura constante.

Ojalá Dios le ayudara a tranquilizar su conciencia con un relajamiento interior para llegar a la conclusión esperanzada de que si ha llegado ese problema a su vida, ha de tratar de llevarlo con la mayor vitalidad posible entregándose a los deseos de Dios y a la fuerza de su amor.

Sin embargo estoy convencido que todo esto tendré que explicárselo despacio… muy despacio.
 
Re: NO ME QUIERAS TANTO

“No me quieras tanto, ni sufras por mi, no vale la pena que por mi mala uva te pongas así”.

Este es el comienzo de una famosa copla y eso es lo que tendría que decirle a algunos amigos que están, desde siempre, empeñados en que yo sea bueno y “me salve”. Es decir, que me gane para la gloria la vida eterna.
Tendría que decírselo a todos esos amigos que no me dejan en paz cuando vienen a visitarme aunque yo no los haya invitado. Tendría que decírles a todos los que aparentemente me quieren, que no lo hagan tanto que no exageren que me dejen en mi paz, que no quieran tanto el bien eterno para mí, cuando con cualquier otra conversación me hace sentirme mejor.

De este modo me hablaba uno de mis mejores amigos (famoso escritor español), un dia cualquiera, que le visitaba en su casa donde se encuentra postrado desde hace varios años a consecuencia de una enfermedad irreversible.
La realidad es que el tema de las raices de mi amigo lo llevan hacia aquella casona rural, en el recuerdo de ese niño enfermo que llevan los padres al médico del pueblo mayor o se desplazan a otra mayor capital para encontrar una mejor vida en una existencia físicamente menos dolorosa en su osamenta.
Me recordaba mi amigo que no le habían dejado nunca en paz cuando era muchaho y empezaba a sufrir sus primeros males graves. Le visitaban chicos de la parroquia y le llevaban libros piadosos y escapularios bendecidos por el sacerdote, diciéndole que en la Adoración Nocturna habían pedido a Dios por él, sobre todo para que se salvara. Y si rezaba un Padrenuestro con ellos se iban tan felices, comentándole que fuese bueno porque Dios le quería.

Al marcharse las visitas, pensaba si sería verdad eso que dicen “el que bien te quiere te hará sufrir”. O por aquello de “Bienaventurados los que sufren porque ellos verán a Dios”.
Lo cierto es que ese hombre, que ya ha acumulado años y lleva encima de si muchos dolores y muchas derrotas, a veces dentro de su dolor se sienta bien, casi feliz, aunque en su interior se siga preguntando que habrá hecho para sentirse así desde que era un chiquillo cuando ya empezó a tomar medicinas que solo le servían como remedios pasajeros o remedios físicos que muy pronto se quedaban en nada.

Con frecuencia cuando se veía mejor, se encomendaba a ese mundo de esencias que está más allá de lo que nosotros podemos tocar con las manos y con los pies, ofreciéndole a Dios sus dolores, sus derrotas y su sufrimiento y pidiéndole por la felicidad de los suyos.

Sin embargo en muchas ocasiones cuando se encontra bien sin saber exactamente el porque, recuerda a sus padres que tanto sufrieron por su enfermedad y a Jesús de Nazaret al que tanto amó y se siente féliz y en paz como si ya acariciara un descanso dulce y reparador.

Por eso dice, mi amigo, que a veces perder es ganar. Que nada queda en la tierra si lo recoges, lo acaricias, lo mimas y lo ofreces a Dios, aunque todo eso sea un dolor constante y una derrota que no se acaba.


En cualquier caso, confiesa que es muy difícil ser humano y vivir derramando amor y comprensión, como vivió Jesús el Marginado, cuando uno no puede apartar ese dolor viejo, ese dolor en las articulaciones de tantos años que le dejaron inválido.

No recuerda si todo fue sucediendo poco a poco o bruscamente. Lo cierto es que se le han reducido los espacios, que cada día sus movimientos además de torpes, son más cortos con lo que su vida se ha ido quedando pequeña, como arrugada con lo cual se va recluyendo en si mismo buscando recuerdos que le hagan vivir casi de la nada y llenar el hueco de la soledad en sus trabajos literarios como un posible camino de luz y de salvación.

Y la verdad es que ante estas manifestaciones de mi amigo, deseas escribir algo de lo cercano y de lo que nos rodea sin caer en la retórica, de todo aquello que nos origina a nosotros la dicha o el dolor, el disfrute o la pena, el gozo o la tristeza de nuestra particular forma de ver las cosas.

Es claro que existe el sufrimiento de un hombre. Un hombre que ha intentado aprovechar lo positivo de ese calvario poniéndole alas de fantasía para que llegue hasta las cercanias de Dios. Y por otra parte con cierta ironía “desprecie” a los que tratan de encontrar valores divinos, haciéndoles saber que a veces parece ser que ese
Dios que todo lo sabe y todo lo puede y quizás abrumado por tantas peticiones se olvida de algunos seres que siguen en la tierra –por lo menos algunos- con las mismas angustias, los mismos dolores y tan fastidiados como siempre.

Ante estas reflexiones de mi amigo, he de confesar que me quedo sin poder ofrecerle respuesta alguna, cuando con su sinceridad te pregunta, si solo ganarán el cielo lo que rezan o también lo podrán alcanzar los que tanto han sufrido en este mundo.
Él pìensa que quizás haya cielos diferentes como aquí hay mundos distintos. Los místicos decían aquello de “muero porque no muero” deseando encontrarse con un Dios, un Jesús que se les hacía palpable y físico como a Santa Teresa y a San Juan de la Cruz.
Para mí el cielo está aquí en este mundo. En esta vida terrena, para unos formidable y hermosa y para otros tan triste y tan dolorosa que les obliga asumir sus propias calamidades.

Resulta difícil para un hombre que lleva gran parte de su vida sumido en la enfermedad, decirle que el dolor es camino de resurrección porque desde que murió Jesús todo dolor sirve para algo y qué en sus manos ningún dolor se pierde.
Hacerle entender que con todo lo que le aflige la vida es hermosa, pero no fácil. Es alegre y apasionante pero no acaramelada y que de este modo debe aceptar el dolor sin dejar de mirar hacia la luz, en lugar de seguir viendo su enfermedad como un mostruo al que no puede vencer y que le derrumba en una amargura constante.

Ojalá Dios le ayudara a tranquilizar su conciencia con un relajamiento interior para llegar a la conclusión esperanzada de que si ha llegado ese problema a su vida, ha de tratar de llevarlo con la mayor vitalidad posible entregándose a los deseos de Dios y a la fuerza de su amor.

Sin embargo estoy convencido que todo esto tendré que explicárselo despacio… muy despacio.


Hermano Manchego, mientras uno lee tu conmovedor escrito, van surgiendo interrogantes acerca del “por que” del sufrimiento, el “por que” de la existencia, ...

Tu amigo despierta admiración, con una enfermedad crónica desde la infancia que poco a poco ha mermado su calidad de vida, él ha sabido sobreponerse y ha brillado con su talento de escritor. Su alma es SANA, además de elevada y luminosa. Que actualmente, por lo que percibo, se ha acentuado o se sientan en mayor medida las limitantes físicas de su enfermedad y por tanto sienta amargura, es completamente comprensible y DIOS que es Amor lo entiende perfectamente. El camino es el que tú señalas, hacerle ver – y estoy de acuerdo contigo, no es nada fácil- a la luz de la cruz cobra sentido y significado el dolor, en Jesús el dolor es preludio de salvación, y ante él, la vía es abandonarse a Dios.

Ante una situación dolorosa la persona tiene bloqueos emocionales que no son capaces de superar solo, sino que se requiere el don de otro que con sus palabras sabias y su conocimiento le ayudará a crecer, y tener serenidad, porque se puede ser feliz aún con una enfermedad, cuando se es consciente de saberse amado por Dios, a pesar de todo.

Que tus palabras de luz iluminadora y orientadora lleguen a él.


Ante tu oración: "Ojalá Dios le ayudara a tranquilizar su conciencia con un relajamiento interior para llegar a la conclusión esperanzada de que si ha llegado ese problema a su vida, ha de tratar de llevarlo con la mayor vitalidad posible entregándose a los deseos de Dios y a la fuerza de su amor"

Respondo: ¡Amén!

Un abrazo y Dios le siga añadiendo sabiduría a tu vida.