Cuando dejamos atrás los rigores del largo y tórrido verano y nos viene la estación del otoño, recibimos el hermoso mes de Noviembre que nos regala un dorado y tibio sol y nos invita a recordar a nuestros difuntos
Por ello, cuando llega ese día que dedicamos a los que partieron hacia la Vida Eterna, acudo con mi fiel amigo Antonio a visitar el cementerio de mi lugar de nacimiento.
Juntos y siguiendo una tradición de hace más de cuarenta años, hacemos el recorrido andando que dista varios kilómetros desde el centro de la Ciudad, para llegar al sagrado recinto y rezar una oración ante los restos de familiares y amigos que allí descansan en paz hasta el final de los siglos.
Habitualmente salimos de casa muy temprano para disfrutar del magnífico y bello espectáculo que nos ofrece el sol al amanecer un nuevo día. Y de esta manera asistir a la celebración eucarística que se celebra en el cementerio en sufragio de las almas de todos los fieles.
En el camino de regreso, que también lo realizamos andando, sentimos la necesidad de comentar y sobre todo reflexionar sobre la homilía que nos había ofrecido el celebrante.
La muerte nos llegará a todos, nos comentaba, sin embargo para quienes vemos en Jesús, el camino la verdad y la vida (Jn.14, 1.6) entendemos que morir es empezar a vivir y que la tristeza de la muerte se convertirá en esperanza de estar junto a Él que nos dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que crea en mí no morirá para siempre”
No obstante, continuó el celebrante, la resurrección hemos de entenderla y aceptarla, no como la pérdida de vida física, sino como vida integrada en una transformación que nos permitirá disfrutar de la presencia del mismo Dios como miembro de una única familia.
Finalmente terminó haciéndonos entender que nuestra propia vida actual, también nos puede producir una resurrección naciendo de nuestras propias vivencias, teniendo en cuenta que el pecado es nuestra muerte y el arrepentimiento nuestra resurrección, que día a día se va construyendo por obra y gracia del Espíritu de Dios.
Cuando Antonio y yo llegamos a casa nos preguntábamos, como descubriríamos en cada momento de nuestra vida, lo que Dios esperaba de nosotros para poder resucitar con Él.
¿Sería, no elevándonos por encima de lo humano, sino buscando la felicidad de los que pasan por nuestro lado?... Muy posiblemente.
Por ello, cuando llega ese día que dedicamos a los que partieron hacia la Vida Eterna, acudo con mi fiel amigo Antonio a visitar el cementerio de mi lugar de nacimiento.
Juntos y siguiendo una tradición de hace más de cuarenta años, hacemos el recorrido andando que dista varios kilómetros desde el centro de la Ciudad, para llegar al sagrado recinto y rezar una oración ante los restos de familiares y amigos que allí descansan en paz hasta el final de los siglos.
Habitualmente salimos de casa muy temprano para disfrutar del magnífico y bello espectáculo que nos ofrece el sol al amanecer un nuevo día. Y de esta manera asistir a la celebración eucarística que se celebra en el cementerio en sufragio de las almas de todos los fieles.
En el camino de regreso, que también lo realizamos andando, sentimos la necesidad de comentar y sobre todo reflexionar sobre la homilía que nos había ofrecido el celebrante.
La muerte nos llegará a todos, nos comentaba, sin embargo para quienes vemos en Jesús, el camino la verdad y la vida (Jn.14, 1.6) entendemos que morir es empezar a vivir y que la tristeza de la muerte se convertirá en esperanza de estar junto a Él que nos dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que crea en mí no morirá para siempre”
No obstante, continuó el celebrante, la resurrección hemos de entenderla y aceptarla, no como la pérdida de vida física, sino como vida integrada en una transformación que nos permitirá disfrutar de la presencia del mismo Dios como miembro de una única familia.
Finalmente terminó haciéndonos entender que nuestra propia vida actual, también nos puede producir una resurrección naciendo de nuestras propias vivencias, teniendo en cuenta que el pecado es nuestra muerte y el arrepentimiento nuestra resurrección, que día a día se va construyendo por obra y gracia del Espíritu de Dios.
Cuando Antonio y yo llegamos a casa nos preguntábamos, como descubriríamos en cada momento de nuestra vida, lo que Dios esperaba de nosotros para poder resucitar con Él.
¿Sería, no elevándonos por encima de lo humano, sino buscando la felicidad de los que pasan por nuestro lado?... Muy posiblemente.