mi testimonio

GERMAN PICADO

Recién registrado
18 Julio 2025
2
0
Joshua nació, pero no lloró.

No se movía. No reaccionaba.

Los doctores hacían su parte, pero el silencio en aquella sala pesaba como plomo.

Yo no podía hacer nada, solo mirar, solo esperar.

Entonces, hice lo único que sabía hacer en lo profundo de mi alma: me postré ante Dios.

Y en ese piso frío del hospital, hablé con Él.

Señor, no te voy a reclamar nada. No te voy a reprochar, porque ya me has mostrado tu fidelidad en la tormenta. Me has rescatado cuando no tenía nada. Si hoy decides que mi hijo se quede conmigo de esta forma, te seguiré amando.

No lloré con rabia. Solo me rendí en paz. Pasaron tres días. Tres días de incertidumbre, de oraciones calladas, de suspiros al cielo. Y entonces subí a ver a mi hijo. Lo encontré ahí, conectado con algunas mangueras, en la incubadora, tan pequeño, tan frágil.

Me acerqué y puse mi mano cerca de la suya.

Y de repente, mi hijo Joshua me agarró el dedo. Con esa fuerza suave de los milagros.

Como si me dijera:

“Estoy bien, papá. Estoy aquí.”

Desde ese día, cree un código con mi hijo.

No necesita explicaciones, no necesito razones.

Mis palabras con lágrimas en los ojos fueron: “Papá ama a Joshua.” Mi hijo sabe que es verdad. Pero aún más Dios sabe que le amo, que agradezco sus detalles, su lealtad, su amor, desde entonces, con Dios tengo otro código, una sola palabra: AMO. Es mi forma sencilla o humilde de decirle lo que siento, lo que Él ha hecho, y lo que nunca dejaré de reconocer: Su amor nunca ha sido migaja. Ha sido un banquete, sagrado.