MI RFEFLEXION ANTE EL EVANGELIO VIGESIMO SEGUNDO

11 Diciembre 2007
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TIEMPO ORDINARIO


En este evangelio, Jesús afronta el tema de las tradiciones humana en Israel. Insiste en la interioridad del corazón puro que ha de iluminar los actos humanos.
Al parecer, según la Biblia, en la religión judía un punto muy importante era guardarse puro, pues no podía participar en el culto sin estar en situación de pureza. Esta palabra “pureza” no tenía el sentido que le damos ahora. Puro o impuro no significaba que uno había cometido o no ciertos pecados, sino que no se había contaminado con cosas prohibidas por la ley.
De este modo, la carne de cerdo y de conejo era considerada impura y no se debía comer. Las mujeres que tenían sus reglas o que padecían hemorragias, eran impuras por cierto número de días y nadie debía ni siquiera tocarlas. Un leproso era impuro hasta que sanara. Si alguien se manchaba con un aceite que estuviese impuro por haberle caído un bicho muerto, aunque no fuera por culpa suya, debía purificarse, habitualmente con agua, a veces pagando sacrificios.
Todos estos ritos o costumbres religiosas servían para proteger la fe de los judíos, que con ello intentaban no ofender a Dios.
Jesús echó abajo todas estas leyes, estableciendo el principio decisivo de la auténtica moralidad, de una moralidad anclada no en una piedad meramente externa y ritualista, sino en el corazón y en la decisión consciente del hombre.
Por todo ello, Jesús pone de manifiesto la hipocresía de su observancia legalista, diciéndoles que nada es impuro de lo que Dios ha creado y es por eso que Dios no se ofende por que hayamos tocado algún enfermo o alguna cosa manchada con sangre, ni le molesta que coman esto o aquello. El pecado es siempre algo que ha salido del corazón y no algo que hicimos sin intención de ofender.
Ante todo esto de nuevo, puedo afirmar que Dios es “cercano” cuando su palabra anima mis acciones y me empuja a encontrar cada día y en cada instante a mi prójimo. Cuando su palabra es creída y crece en mi corazón al escucharla simplemente en mi interior y cuando dándole culto la cumplo exteriormente.
Así las cosas está claro que Dios no se contenta con mi fachada o exterioridad. El quiere hacer el diagnóstico de mi corazón humano. Llevar su mirada a lo que está escondido dentro de mí. Si hay ruptura entre el “dentro” y el “fuera” para saber si estoy en la hipocresía o en la legalidad, aunque esa legalidad sea piadosa, sagrada o edificante.
Si he de ser sincero, tengo que confesarme conmigo mismo y preguntarme:

¿Cómo tengo establecida en mi existencia la interioridad con la conducta exterior?
¿El encuentro con Dios y con los hermanos es armónico?
¿Existen rupturas entre la fe interna y el compromiso externo?

Que la frase de Jesús “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí; el culto que me dan está vacío, porque la doctrina qué enseñan son preceptos humanos”, sea la expresión de lo que creo en el espacio secreto de mi corazó