MI REFLEXION ANTE EL EVANGELIO
En general me muevo mucho, demasiado en la superficie. Me cuesta adentrarme en el misterio de las cosas o de las personas más cercanas a mí. Ya nos digamos en el misterio del espíritu de Dios.
Por ello, esta fiesta de la Santísima Trinidad me está invitando a contemplar esa firmeza sin fondo, inmensa e infinita que es Dios y que por ello es amor. Un amor, y estoy convencido de ello, que nos protege y nos hace hijos suyos, incluso dejando a su Hijo que se quede con nosotros hasta el fin del mundo con su presencia permanente: “… Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre) (Rom. 8, 14-17)
Es maravilloso el encargo que Jesús encomienda a sus discípulos sobre la misión de hacer discípulos de Jesús a todos los hombres y que están resumidas en dos fases que Mateo expone en su evangelio. La primera las enseñanzas recogidas y ordenadas de las palabras del Maestro, y la segunda el bautismo que sellaba la vinculación del discípulo con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Jesús les promete quedarse siempre con ellos. Esta afirmación aparece también en otros lugares del evangelio de Mateo expresando la convicción de que el resucitado sigue y seguirá siempre presente en medio de su iglesia: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Jn. 28,20) por el Espíritu que sopla “donde quiere; oyes su rumor, pero no sabes ni de donde viene ni a donde va…” (Jn. 3,8).
Que importante es para mí darme perfecta cuenta de que Dios es “Padre” que ama la vida. Un padre rebosante de ternura; padre-madre que sale a la puerta, otea el horizonte y abraza al descarriado… y también al corazón creyente “Hijo… todo lo mío es tuyo…”, “alegrémonos porque este hermano tuyo estaba perdido y lo hemos encontrado (Lc. 15, 31-32).
Sin embargo, necesito ejemplos y testimonios para superar ese misterio a veces inalcanzable de la Trinidad aunque tengo presente siempre las palabras de San Agustín cuando afirmaba que “entender la Trinidad es vivir la caridad”.
Necesito convencerme de que la Trinidad me exige, no solo vivir la comunión, sino sembrar la comunidad. Poner paz donde hay guerra, poner respeto donde hay marginación, poner justicia donde hay dolor, poner libertad donde hay opresión y tiranía.
Así las cosas, una vez más tendré que preguntarme:
Esperaré de nuevo a que Jesús me pregunte como a Felipe: “Llevo tanto tiempo con vosotros, y ¿aún no me conoces?
Si Dios en la Santísima Trinidad y en su infinita riqueza amorosa se me ha dado a conocerle, ¿Cuándo me daré cuenta de que por el amor tendré acceso seguro a Él.
¿Cómo tendré que relacionarme con Dios? ¿Qué puedo ofrecerle y con que actitudes y términos habré de situarme en relación con los demás prestándoles mi apoyo con mis manos y mi vida?
Intentaré resucitar cada día con Jesús para descubrir en cada momento de mi vida, que quiere de mí para poder satisfacerle.
En general me muevo mucho, demasiado en la superficie. Me cuesta adentrarme en el misterio de las cosas o de las personas más cercanas a mí. Ya nos digamos en el misterio del espíritu de Dios.
Por ello, esta fiesta de la Santísima Trinidad me está invitando a contemplar esa firmeza sin fondo, inmensa e infinita que es Dios y que por ello es amor. Un amor, y estoy convencido de ello, que nos protege y nos hace hijos suyos, incluso dejando a su Hijo que se quede con nosotros hasta el fin del mundo con su presencia permanente: “… Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre) (Rom. 8, 14-17)
Es maravilloso el encargo que Jesús encomienda a sus discípulos sobre la misión de hacer discípulos de Jesús a todos los hombres y que están resumidas en dos fases que Mateo expone en su evangelio. La primera las enseñanzas recogidas y ordenadas de las palabras del Maestro, y la segunda el bautismo que sellaba la vinculación del discípulo con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Jesús les promete quedarse siempre con ellos. Esta afirmación aparece también en otros lugares del evangelio de Mateo expresando la convicción de que el resucitado sigue y seguirá siempre presente en medio de su iglesia: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Jn. 28,20) por el Espíritu que sopla “donde quiere; oyes su rumor, pero no sabes ni de donde viene ni a donde va…” (Jn. 3,8).
Que importante es para mí darme perfecta cuenta de que Dios es “Padre” que ama la vida. Un padre rebosante de ternura; padre-madre que sale a la puerta, otea el horizonte y abraza al descarriado… y también al corazón creyente “Hijo… todo lo mío es tuyo…”, “alegrémonos porque este hermano tuyo estaba perdido y lo hemos encontrado (Lc. 15, 31-32).
Sin embargo, necesito ejemplos y testimonios para superar ese misterio a veces inalcanzable de la Trinidad aunque tengo presente siempre las palabras de San Agustín cuando afirmaba que “entender la Trinidad es vivir la caridad”.
Necesito convencerme de que la Trinidad me exige, no solo vivir la comunión, sino sembrar la comunidad. Poner paz donde hay guerra, poner respeto donde hay marginación, poner justicia donde hay dolor, poner libertad donde hay opresión y tiranía.
Así las cosas, una vez más tendré que preguntarme:
Esperaré de nuevo a que Jesús me pregunte como a Felipe: “Llevo tanto tiempo con vosotros, y ¿aún no me conoces?
Si Dios en la Santísima Trinidad y en su infinita riqueza amorosa se me ha dado a conocerle, ¿Cuándo me daré cuenta de que por el amor tendré acceso seguro a Él.
¿Cómo tendré que relacionarme con Dios? ¿Qué puedo ofrecerle y con que actitudes y términos habré de situarme en relación con los demás prestándoles mi apoyo con mis manos y mi vida?
Intentaré resucitar cada día con Jesús para descubrir en cada momento de mi vida, que quiere de mí para poder satisfacerle.