Concluye en Cafarnaún, el discurso de Jesús sobre el “pan de vida” que suscita crisis entre sus seguidores. Es preciso optar por seguir o abandonarle.
Parece comprensible entender cómo los oyentes de Jesús podían creer que el “hijo de José” había venido de Dios. Ellos no podían comprender el misterio del Hijo de Dios que quiso humillarse y desprenderse de su gloria divina, llegando a ser hombre y muriendo como un esclavo.
Y de igual modo a mi, tristemente, a veces me cuesta creer en la obra divina que continúa en esta humanidad tan irresponsable a las que Dios tanto ama. Me cuesta creer en esta Iglesia con la que Dios realiza sus designios, porque en determinadas ocasiones no encuentro en ella la esperanza y el amor que mi alma necesita.
En definitiva, me perturba este mundo en el que vivo, donde el dinero, la violencia y el amor entremezclado con un sexo enviciado, solo me lleve a una muerte sin más.
Y aún así no llego a entender que todo aquello que pasó entonces siga ocurriendo hoy, y no tenga presente a Pedro y a su fidelidad: “Señor, ¿a quién vamos acudir?, mientras muchos seguidores de Jesús se alejan, posiblemente, llenos de todas esas dudas que a mí me asaltan, aún cuando las palabras de Cristo llenas de su espíritu, me abran a un mundo verdadero, cuyos ciudadanos son hijos del Dios que es Espíritu.
Es claro que las palabras de Jesús provocaran una “crisis” en su discipulado y que algunos le abandonaran, incluso los más cercanos racionalizaran el discurso.
No cabe duda de que entender, lo habían entendido, otra cosa es ponerlo en práctica, entrar en el lenguaje eucarístico, dejarse alcanzar por él, y dejar que la Palabra y el Alimento les hicieran ser servidores de los demás… es otro asunto.
Jesús lo había anunciado a todos sus seguidores: “el espíritu es el que da vida. Las palabras que os he comunicado son espíritu y vida y solo a través del Espíritu, la Palabra y el Alimento se convierten en vida, en fuerza transformadora y no en razonamiento consolidado de poder y de prestigio.
No obstante Jesús está dispuesto a quedarse solo antes que pactar, antes que rebajar, que poner condiciones… el compromiso no acepta condiciones.
Así las cosas tendré que preguntarme:
¿Qué entiendo por vida eterna. Se trata de una vida futura, son palabras para mi presente?
Para construir y sostener la fe que Dios me da ¿Qué invierto en mi mismo?
“¿A quién vamos a acudir?” Es cuestión de argumentos o ¿es el amor que me permite saber y entender?
Con toda humildad, estoy convencido que los razonamientos no son para la relación con Dios, sino que sirven para relacionarme con los demás.
Parece comprensible entender cómo los oyentes de Jesús podían creer que el “hijo de José” había venido de Dios. Ellos no podían comprender el misterio del Hijo de Dios que quiso humillarse y desprenderse de su gloria divina, llegando a ser hombre y muriendo como un esclavo.
Y de igual modo a mi, tristemente, a veces me cuesta creer en la obra divina que continúa en esta humanidad tan irresponsable a las que Dios tanto ama. Me cuesta creer en esta Iglesia con la que Dios realiza sus designios, porque en determinadas ocasiones no encuentro en ella la esperanza y el amor que mi alma necesita.
En definitiva, me perturba este mundo en el que vivo, donde el dinero, la violencia y el amor entremezclado con un sexo enviciado, solo me lleve a una muerte sin más.
Y aún así no llego a entender que todo aquello que pasó entonces siga ocurriendo hoy, y no tenga presente a Pedro y a su fidelidad: “Señor, ¿a quién vamos acudir?, mientras muchos seguidores de Jesús se alejan, posiblemente, llenos de todas esas dudas que a mí me asaltan, aún cuando las palabras de Cristo llenas de su espíritu, me abran a un mundo verdadero, cuyos ciudadanos son hijos del Dios que es Espíritu.
Es claro que las palabras de Jesús provocaran una “crisis” en su discipulado y que algunos le abandonaran, incluso los más cercanos racionalizaran el discurso.
No cabe duda de que entender, lo habían entendido, otra cosa es ponerlo en práctica, entrar en el lenguaje eucarístico, dejarse alcanzar por él, y dejar que la Palabra y el Alimento les hicieran ser servidores de los demás… es otro asunto.
Jesús lo había anunciado a todos sus seguidores: “el espíritu es el que da vida. Las palabras que os he comunicado son espíritu y vida y solo a través del Espíritu, la Palabra y el Alimento se convierten en vida, en fuerza transformadora y no en razonamiento consolidado de poder y de prestigio.
No obstante Jesús está dispuesto a quedarse solo antes que pactar, antes que rebajar, que poner condiciones… el compromiso no acepta condiciones.
Así las cosas tendré que preguntarme:
¿Qué entiendo por vida eterna. Se trata de una vida futura, son palabras para mi presente?
Para construir y sostener la fe que Dios me da ¿Qué invierto en mi mismo?
“¿A quién vamos a acudir?” Es cuestión de argumentos o ¿es el amor que me permite saber y entender?
Con toda humildad, estoy convencido que los razonamientos no son para la relación con Dios, sino que sirven para relacionarme con los demás.