TIEMPO ORDINARIO
En este evangelio me doy perfecta cuenta de que con mis propias fuerzas es imposible responder a la llamada de Dios. El ciego Bartimeo me ofrece la necesidad de “ver” a Jesús para poder seguirle y dar testimonio de Él además de reconocer la necesidad de abrirme a Dios para que realice en mí la transformación que me pide Jesús.
Tengo que ponerme en el lugar de Bartimeo, para descubrir que mi situación se parece mucho a la suya: estoy ciego, soy incapaz de “ver” lo que Jesús me pide y al borde del camino incapaz de seguirle. Bartimeo sabía que solo Jesús podía cambiar su situación y yo apartando las dificultades para seguirle por el camino de la entrega, tengo que intentar reavivar mi fe y acercarme a Jesús con las mismas palabras del ciego: “Maestro, haz que recobre la vista”.
El grita cada vez más fuerte con una súplica en los labios y cuando le dicen que Jesús le llama, deja todo lo que tiene representado en su manto de mendigo y se acerca a Él. Jesús al acercarse le hace la misma pregunta que había hecho a los Zebedeos: ¿Qué quieres que haya por ti? Sin embargo la respuesta del mendigo es diferente: no pide un puesto de honor en el reinado de Jesús, sino recobrar la vista. Entonces Jesús conociendo su fe, le concede lo que pide. Y Bartimeo hace lo que Jesús le ha mandado.
He de aprender la lección; antes Bartimeo era un mendigo ciego, que está fuera del camino por el que pasa Jesús, pero tiene vivos deseos de conocerle. Después recobra su vista y sigue a Jesús por el camino. Por ese camino que a veces no soy capaz de verlo claro y que me resulta tan difícil de seguir, quedándome inmóvil al borde de él, sin pararme a pensar de que la verdadera ceguera consiste en no conocer a Jesús.
Ante todo esto, tengo que preguntarme si seré capaz de tirar todo “mi haber” como el ciego: si seré capaz de dar un salto en la obscuridad para despojándome de todo dar un salto a la fe, sin seguridades, sin redes, sin protecciones y pedirle luz para seguirle por el camino.
Y después he de reflexionar para entender si Jesús se ha detenido junto a mí y me llama. Si vivo esa relación como algo luminoso y clarificador para mi existencia. Si me siento salvado con su sola presencia. Si lo concretaré en acciones precisas.
En este evangelio me doy perfecta cuenta de que con mis propias fuerzas es imposible responder a la llamada de Dios. El ciego Bartimeo me ofrece la necesidad de “ver” a Jesús para poder seguirle y dar testimonio de Él además de reconocer la necesidad de abrirme a Dios para que realice en mí la transformación que me pide Jesús.
Tengo que ponerme en el lugar de Bartimeo, para descubrir que mi situación se parece mucho a la suya: estoy ciego, soy incapaz de “ver” lo que Jesús me pide y al borde del camino incapaz de seguirle. Bartimeo sabía que solo Jesús podía cambiar su situación y yo apartando las dificultades para seguirle por el camino de la entrega, tengo que intentar reavivar mi fe y acercarme a Jesús con las mismas palabras del ciego: “Maestro, haz que recobre la vista”.
El grita cada vez más fuerte con una súplica en los labios y cuando le dicen que Jesús le llama, deja todo lo que tiene representado en su manto de mendigo y se acerca a Él. Jesús al acercarse le hace la misma pregunta que había hecho a los Zebedeos: ¿Qué quieres que haya por ti? Sin embargo la respuesta del mendigo es diferente: no pide un puesto de honor en el reinado de Jesús, sino recobrar la vista. Entonces Jesús conociendo su fe, le concede lo que pide. Y Bartimeo hace lo que Jesús le ha mandado.
He de aprender la lección; antes Bartimeo era un mendigo ciego, que está fuera del camino por el que pasa Jesús, pero tiene vivos deseos de conocerle. Después recobra su vista y sigue a Jesús por el camino. Por ese camino que a veces no soy capaz de verlo claro y que me resulta tan difícil de seguir, quedándome inmóvil al borde de él, sin pararme a pensar de que la verdadera ceguera consiste en no conocer a Jesús.
Ante todo esto, tengo que preguntarme si seré capaz de tirar todo “mi haber” como el ciego: si seré capaz de dar un salto en la obscuridad para despojándome de todo dar un salto a la fe, sin seguridades, sin redes, sin protecciones y pedirle luz para seguirle por el camino.
Y después he de reflexionar para entender si Jesús se ha detenido junto a mí y me llama. Si vivo esa relación como algo luminoso y clarificador para mi existencia. Si me siento salvado con su sola presencia. Si lo concretaré en acciones precisas.