MI REFLEXION ANTE EL EVANGELIO TRIGESIMO DOMINGO

11 Diciembre 2007
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TIEMPO ORDINARIO


En este evangelio me doy perfecta cuenta de que con mis propias fuerzas es imposible responder a la llamada de Dios. El ciego Bartimeo me ofrece la necesidad de “ver” a Jesús para poder seguirle y dar testimonio de Él además de reconocer la necesidad de abrirme a Dios para que realice en mí la transformación que me pide Jesús.
Tengo que ponerme en el lugar de Bartimeo, para descubrir que mi situación se parece mucho a la suya: estoy ciego, soy incapaz de “ver” lo que Jesús me pide y al borde del camino incapaz de seguirle. Bartimeo sabía que solo Jesús podía cambiar su situación y yo apartando las dificultades para seguirle por el camino de la entrega, tengo que intentar reavivar mi fe y acercarme a Jesús con las mismas palabras del ciego: “Maestro, haz que recobre la vista”.
El grita cada vez más fuerte con una súplica en los labios y cuando le dicen que Jesús le llama, deja todo lo que tiene representado en su manto de mendigo y se acerca a Él. Jesús al acercarse le hace la misma pregunta que había hecho a los Zebedeos: ¿Qué quieres que haya por ti? Sin embargo la respuesta del mendigo es diferente: no pide un puesto de honor en el reinado de Jesús, sino recobrar la vista. Entonces Jesús conociendo su fe, le concede lo que pide. Y Bartimeo hace lo que Jesús le ha mandado.
He de aprender la lección; antes Bartimeo era un mendigo ciego, que está fuera del camino por el que pasa Jesús, pero tiene vivos deseos de conocerle. Después recobra su vista y sigue a Jesús por el camino. Por ese camino que a veces no soy capaz de verlo claro y que me resulta tan difícil de seguir, quedándome inmóvil al borde de él, sin pararme a pensar de que la verdadera ceguera consiste en no conocer a Jesús.
Ante todo esto, tengo que preguntarme si seré capaz de tirar todo “mi haber” como el ciego: si seré capaz de dar un salto en la obscuridad para despojándome de todo dar un salto a la fe, sin seguridades, sin redes, sin protecciones y pedirle luz para seguirle por el camino.
Y después he de reflexionar para entender si Jesús se ha detenido junto a mí y me llama. Si vivo esa relación como algo luminoso y clarificador para mi existencia. Si me siento salvado con su sola presencia. Si lo concretaré en acciones precisas.