Estoy convencido que dentro de nosotros mismos siempre encontramos a lo largo de nuestra vida, el bien y el mal, la buena semilla y la cizaña, el corazón limpio y transparente y por contra el corazón manchado y con tinieblas. Y todo esto para nuestras conciencias es la explicación bíblica y cristiana del mal que a veces cargamos sobre el demonio cuando en realidad deberíamos apelar al misterio de nuestra libertad humana.
El profeta Jeremías nos ofrece hoy el ya clásico pensamiento de los dos caminos, el del mal y el del bien. El mal es la autosuficiencia humana, borrando a Dios de nuestra vida, y el bien confíando en Dios, metiéndolo en nuestra vida.
Por eso ahora Lucas trata el tema del bien y del mal a través de Jesús. Hay bendición y maldición, buenas noticias y malas. Las buenas son para los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que sufren, los que son perseguidos y marginados, aún cuando sedan felices porque Dios está de su parte, es su protector y defensor. Las malas para los ricos, los consumistas y los que sólo buscan la diversión y el aplauso.
La verdad es que para mí el creyente del no creyente pasa por la aceptación o rechazo de una “lista de dogmas” que me define lo que creo o lo que no creo siguiendo la realidad de mi propia vida.
Yo pienso que tanto el creyente como el ateo tienen fe: unos nos adherimos a Dios y ponemos en Él nuestras esperanzas y otro creen en si mismos, en el dinero o en su inteligencia. En definitiva las bienaventuranzas que nos plantea Lucas nos ponen en la pista de la verdadera felicidad: Dios es nuestra riqueza, con Él todo pasa a un segundo plano.
Por ello los “ayes” que se escuchan en el evangelio para mi modo de entender no son maldiciones, son “lamentos de compasión” por esa escala de valores falsa, por esas miopías, por haber caido prisionero de su propio egoísmo.
Así las cosas y como reflexión ante este evangelio lucano, tendré que preguntarme y contestarme con total sinceridad:
¿Por qué camino ando yo en mi vida espiritual?
¿Qué significado tienen para mí las personas?
¿Qué lugar ocupan en mi vida, los pobres, los sufridos, los menesterosos?
La busca de felicidad, está muy claro, se encuentra en el amor derramado a los pobres, a los menesterosos y en definitiva… a los que sufren.
El profeta Jeremías nos ofrece hoy el ya clásico pensamiento de los dos caminos, el del mal y el del bien. El mal es la autosuficiencia humana, borrando a Dios de nuestra vida, y el bien confíando en Dios, metiéndolo en nuestra vida.
Por eso ahora Lucas trata el tema del bien y del mal a través de Jesús. Hay bendición y maldición, buenas noticias y malas. Las buenas son para los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que sufren, los que son perseguidos y marginados, aún cuando sedan felices porque Dios está de su parte, es su protector y defensor. Las malas para los ricos, los consumistas y los que sólo buscan la diversión y el aplauso.
La verdad es que para mí el creyente del no creyente pasa por la aceptación o rechazo de una “lista de dogmas” que me define lo que creo o lo que no creo siguiendo la realidad de mi propia vida.
Yo pienso que tanto el creyente como el ateo tienen fe: unos nos adherimos a Dios y ponemos en Él nuestras esperanzas y otro creen en si mismos, en el dinero o en su inteligencia. En definitiva las bienaventuranzas que nos plantea Lucas nos ponen en la pista de la verdadera felicidad: Dios es nuestra riqueza, con Él todo pasa a un segundo plano.
Por ello los “ayes” que se escuchan en el evangelio para mi modo de entender no son maldiciones, son “lamentos de compasión” por esa escala de valores falsa, por esas miopías, por haber caido prisionero de su propio egoísmo.
Así las cosas y como reflexión ante este evangelio lucano, tendré que preguntarme y contestarme con total sinceridad:
¿Por qué camino ando yo en mi vida espiritual?
¿Qué significado tienen para mí las personas?
¿Qué lugar ocupan en mi vida, los pobres, los sufridos, los menesterosos?
La busca de felicidad, está muy claro, se encuentra en el amor derramado a los pobres, a los menesterosos y en definitiva… a los que sufren.