Un año más comienza la Semana Santa, el periodo más intenso y significativo de todo el año litúrgico, que comienza contemplando a Jesús, sentado sobre un pollino recibiendo aplausos entre el agitar de palmas y ramos de olivo y con una alegría que en pocos días se transformará en silencio, insultos y petición de muerte.
Hoy comienza de nuevo los días de la Pasión, con los mismos papeles y actores que en aquel año 33; con los mismos espectadores indiferentes que continuamos lavándonos las manos, y con los mismos cobardes que seguimos afirmando no conocer a Cristo.
Enfrente, la misma víctima dolorida, paciente y llena de amor, que nos dirige su mirada de interrogación, de ternura y de espera, con sus brazos abiertos entre el cielo y la tierra como un signo de salvación para todos.
Y yo me pregunto, ahora que de nuevo empieza el drama y se están distribuyendo los papeles, cuál me correspondería interpretar. ¿El de Simón de Cirene? ¿El de Judas? Tal vez el del pueblo que grita a Pilato…“crucifícale”. O el del centurión pagano, testigo imparcial, que al contemplar el modo en que muere Jesús dijo: “Realmente este hombre era Hijo de Dios”.
En un mundo rodeado de signos de muerte; violencia, guerras, odios, egoísmos, injusticias y hambre, como llegaría a entender ese guión conmemorativo de la Semana Santa; de ese misterio de muerte y resurrección para que me sensibilice, me hable en silencio y me haga vivir en mi interior una vida nueva llena de amor.
Al terminar la “función”, tendré que preguntarme:
¿Cuáles son mis signos, hechos y aptitudes con los que he de acercarme a los demás?
¿Cómo genero vida en los otros para que la Cruz que Jesús soportó esté presente en mi vida?
¿Dejaré que la vida me fecunde para así llevarla a los que esperan la resurrección?
Hoy comienza de nuevo los días de la Pasión, con los mismos papeles y actores que en aquel año 33; con los mismos espectadores indiferentes que continuamos lavándonos las manos, y con los mismos cobardes que seguimos afirmando no conocer a Cristo.
Enfrente, la misma víctima dolorida, paciente y llena de amor, que nos dirige su mirada de interrogación, de ternura y de espera, con sus brazos abiertos entre el cielo y la tierra como un signo de salvación para todos.
Y yo me pregunto, ahora que de nuevo empieza el drama y se están distribuyendo los papeles, cuál me correspondería interpretar. ¿El de Simón de Cirene? ¿El de Judas? Tal vez el del pueblo que grita a Pilato…“crucifícale”. O el del centurión pagano, testigo imparcial, que al contemplar el modo en que muere Jesús dijo: “Realmente este hombre era Hijo de Dios”.
En un mundo rodeado de signos de muerte; violencia, guerras, odios, egoísmos, injusticias y hambre, como llegaría a entender ese guión conmemorativo de la Semana Santa; de ese misterio de muerte y resurrección para que me sensibilice, me hable en silencio y me haga vivir en mi interior una vida nueva llena de amor.
Al terminar la “función”, tendré que preguntarme:
¿Cuáles son mis signos, hechos y aptitudes con los que he de acercarme a los demás?
¿Cómo genero vida en los otros para que la Cruz que Jesús soportó esté presente en mi vida?
¿Dejaré que la vida me fecunde para así llevarla a los que esperan la resurrección?