MI REFLEXION ANTE EL EVANGELIO DEL SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

11 Diciembre 2007
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Cristo murió para quitar el pecado del mundo, ya resucitado, deja a los suyos el poder de perdonar. De esta manera se realiza la esperanza de todos los hombres, porque con su resurrección ha llegado un mundo nuevo.
Pero para mí no es suficiente que “mi hermano mayor”, me haya redimido del pecado, porque yo sigo sufriendo una tristeza profunda por no quedar liberado de él a pesar del poder de la Iglesia de perdonármelo.
He de convencerme que Cristo resucitó y se mostró a sus discípulos, de la misma forma que lo puedo ver en la calle, en el trabajo, en el cansancio del final de una jornada, en la normalidad de la vida doméstica, en el aguante de la enfermedad, en el desconcierto de las malas noticias, en la decepción del paro injusto, en la estrechez o abundancia económica… en todo momento.
Y así ocurre, que aún cuando tenga presente la frase de Jesús: “felices los que perdonan”, no haya comprendido que la felicidad llega perdonando como Él nos perdona y entendiendo que si no sé perdonar, tampoco sabré amar.
Que tengo que cultivar el diálogo, la comprensión y la misericordia para que prevalezca el perdón sobre la venganza, la paz sobre la guerra, el olvido sobre el rencor, la reconciliación sobre la división y la acogida sobre el rechazo, para que de esta forma viva en profundidad la vida de Cristo.
Abandonar la negrura de mis dudas e interrogantes al querer comprobar físicamente las llagas de Jesús como el apóstol Tomas, representante de los que no quieren creer sin ver, para venciendo mi falta de fe cristiana y en un arranque emocionado y sincero confesar: “Señor mío y Dios mío”.
Comprender que el Cristo resucitado es una nueva forma de vida. No es la vuelta de un cadáver, es la vida que surge de un encuentro, con el jardinero, con el caminante, con Tomás y con todos los creyentes reunidos, saliendo a nuestro encuentro y resucitando el vínculo de nuestra esperanza, nuestra seguridad y nuestra fe en quien nos sostiene, indicándome que las relaciones humanas no las tengo que establecer marcadas, por la rivalidad, el resentimiento o la venganza en esta nueva vida alumbrada que nace del amor.
Así las cosas, entendiendo que Cristo me espera en los caminos de la vida, a través de la misericordia, el perdón y la paz, tendré que preguntarme:

¿Qué significado tiene para mí, perdonar y creer en Cristo que es vida que brota de los hermanos?
¿Qué aptitudes, motivos o palabras mantengo para alumbrar la vida nueva?
¿Con qué signos expreso alegría y esperanza en la Resurrección de Jesús?

Tendré de nuevo que reflexionar sobre la frase de Jesús “Serán felices aquellos que perdonen”.