MI REFLEXION ANTE EL EVANGELIO DEL DUODECIMO DOMINGO

11 Diciembre 2007
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Parece sencillo entrar dentro de la situación del momento que nos describe el evangelista.
Jesús un tanto agotado después de una jornada de predicación, sube a la barca que le ofrecen sus discípulos y queda dormido. Al levantarse la tempestad, aquellos hombres creyentes que estaban llenos de admiración por Él, al verle dormido y ellos a merced de los vientos y las olas, tuvieron miedo al sentirse abandonados en el temporal y surge el reproche: ¿“Maestro no te importa que perezcamos?
Ante la narración de este Evangelio tan rico en detalles pintorescos e indicaciones precisas, para mí refleja una experiencia de angustia de muerte ante unas olas enfurecidas, y por otra parte una mezcla de respeto y de amor ante quien consigue calmar la tempestad con unas breves palabras, para que al que igual que los discípulos de Jesús, mis dudas me hagan exclamar “Quien es éste, que hasta el viento y el lago le obedecen “.
Yo siempre haciéndole preguntas a Jesús. Pidiéndole y exigiéndole intervenciones fáciles que resuelvan mis miedos, mis cobardías y mi falta de fe para que al final tenga que aceptar con toda humildad su pregunta: ¿Por qué eres tan cobarde? ¿Todavía no tienes fe?
Esta claro que Jesús no me ofrece una vida tranquila, sino que tarde o temprano deberé arriesgarme para emprender acciones nuevas y buenas. Y estoy convencido que entonces vendrá el temporal precisamente cuando Jesús esté dormido o sea cuando parezca que me deja solo.
Será entonces cuando aceptando mi crisis comprenda que es la condición necesaria para llegar a la otra orilla, es decir a una fe más firme y clara.
Por todo ello, sin pérdida de tiempo tendré que hacerme unas cuantas preguntas:

¿Estaré listo para ver a Dios entrar en mi vida diaria y descubrir su cercanía, en lugar de protestar y quejarme?
¿De que me sirve saber que Jesús es el Hijo de Dios, si en la travesía de mis tormentas y tempestades, no me he acostumbrado a confiar plenamente en Él?
¿Entenderé y me exigiré modificar el rumbo de mi fe, definiendo mi posición y mi actitud ante Dios?

Así las cosas, no podré olvidar aquel hombre de Dios que cuando le hablaba de mis problemas de fe me repetía incansablemente, que debía de confiar una y mil veces en el hombre de Nazaret y pedirle que nunca dejara de ser aquel hombre en el que tanto confiábamos los seres humanos por ser nuestro salvador y nuestra esperanza.