No deja de ser curioso. Jesús el gran profeta esperado, llega a su pueblo y terminán rechazándolo con saña y con rabia, quizá precísamente por aquel refrán que decía “nadie es profeta en su tierra”. Este rechaco será el principio de una sorda oposición, que terminará, como tantas veces, con la muerte del profeta.
Sin embargo Él no se dio nunca a sí mismo el título de profeta, pero de una manera o de otra lo recoge como nos lo cuenta Lucas en el evangelio de hoy: “un gran profeta ha surgido entre nosotros”.
Jesús es profeta de la vida, del amor, de la verdad, de la paz y de la libertad. No obstante a lo largo de su vida pública sufrió la incomprensión, la duda, la oposición sorda, la calumnia, los desencantos, las infidelidades los insultos y blasfemias… Una de las cosas que más le dolió fue la falta de fe de sus paisanos y de su propia familia, que le tachaba de loco.
El problema de sus paisanos sería precísamente la excesiva cercania. Si durante treinta años había sido una persona normal, si conocían a sus padres y parientes, si sabían de dónde venía y en que trabajaba y su falta de estudios… entonces dirían “¿de donde le viene todo esta sabiduría que le permita enseñar en la sinagoga?”
Jesús asume su primer conflicto, en la continuidad con estos profetas carismáticos es una provocación y una ruptura con los profetas Elías, el orante, el buscador de Dios, el motivador de la fe en el pueblo y fuera del pueblo. Y por otra parte Eliseo, discípulo y seguidor de Elías, que es el hombre de los signos, el creyente que sabe que Dios es la salvación, la curación, la vida a través de las realidades cercanas.
Ante todo esto, para mí con Jesús de Nazaret se abre un profetismo saludable que me motiva a seguir buscando la vivencia de Dios más allá de la realidad. Búsqueda que debo aceptar y que no lo hicieron los paisanos de Jesús en la sinagoga.
Para ello tendré que actualizar en mi vida la búsqueda de Dios, examinando actitudes y accciones concretas y evangelizadoras incluso más allá de los católicos.
Sin embargo Él no se dio nunca a sí mismo el título de profeta, pero de una manera o de otra lo recoge como nos lo cuenta Lucas en el evangelio de hoy: “un gran profeta ha surgido entre nosotros”.
Jesús es profeta de la vida, del amor, de la verdad, de la paz y de la libertad. No obstante a lo largo de su vida pública sufrió la incomprensión, la duda, la oposición sorda, la calumnia, los desencantos, las infidelidades los insultos y blasfemias… Una de las cosas que más le dolió fue la falta de fe de sus paisanos y de su propia familia, que le tachaba de loco.
El problema de sus paisanos sería precísamente la excesiva cercania. Si durante treinta años había sido una persona normal, si conocían a sus padres y parientes, si sabían de dónde venía y en que trabajaba y su falta de estudios… entonces dirían “¿de donde le viene todo esta sabiduría que le permita enseñar en la sinagoga?”
Jesús asume su primer conflicto, en la continuidad con estos profetas carismáticos es una provocación y una ruptura con los profetas Elías, el orante, el buscador de Dios, el motivador de la fe en el pueblo y fuera del pueblo. Y por otra parte Eliseo, discípulo y seguidor de Elías, que es el hombre de los signos, el creyente que sabe que Dios es la salvación, la curación, la vida a través de las realidades cercanas.
Ante todo esto, para mí con Jesús de Nazaret se abre un profetismo saludable que me motiva a seguir buscando la vivencia de Dios más allá de la realidad. Búsqueda que debo aceptar y que no lo hicieron los paisanos de Jesús en la sinagoga.
Para ello tendré que actualizar en mi vida la búsqueda de Dios, examinando actitudes y accciones concretas y evangelizadoras incluso más allá de los católicos.