MI REFLEXION ANTE EL EVANGELIO DEL CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

11 Diciembre 2007
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No cabe duda de que esta es una de las parábolas más bellas y emotivas que se hayan narrado. Por una parte el amor y el perdón victoriosos del Padre sobre el hijo pródigo, que nos invita a comprender la lección magistral de que Dios con sus hijos no es justiciero y vengativo sino expresión viva de amor y de perdón.
Está claro que para mí, los personajes en esta parábola está representados por Dios, en la figura del padre bueno que perdona; una bondad que no es comprendida por el hijo mayor, retrato del fariseo escrupuloso y sin entrañas. Y queda el hijo menor, pero… ¿Cuál es el personaje que representa? ¿Al pecado o más bien al hombre?
Ese hombre que busca su libertad y comienza alejándose del padre para buscar una libertad que le conducirá a perder toda su dignidad convirtiéndose en un hijo insolente e incapaz que desperdicia la herencia de su padre para verse reducido a una suerte tan odiosa para un judío como la de tener que dar de comer a ese animal ímpuro para ellos, como era el cerdo.
Y el hombre que buscaba libertad toma conciencia de su mal proceder y vuelve al Padre aunque se sienta indigno de él para pedirle perdón. El padre aún cuando estaba lejos le ve llegar y profundamente conmovido se adelanta y sin saber nada del cambio de actitud de su hijo, lleno de emoción lo abraza y lo perdona recobrando su más profunda paternidad.
Por todo ello el padre piensa que es la única forma de curar las dolencias que trae el caminante decepcionado, vacío, alienado, irresponsable… No necesita discursos ni arengas, necesita ternura y comprensión.
Pero de todo esto, no lo entendió nada el hijo mayor. El, sirve con la esperanza de ser premiado o, por lo menos de ser reconocido superior a los demás. Por ello reniega de su hermano… “ese hijo tuyo”. Hubiera preferido que su hermano no volviera y desde luego exige otro recibimiento del hijo malo con penitencias ajustadas a sus pecados porque en realidad le falta algo muy importante, como es el amor.
Para mí Jesús en esta parábola me está invitando a comprender que Dios es Padre y que no me puso en la tierra para conseguir méritos ni premios, sino para descubrir que somos hijos suyos aunque nazcamos pecadores.
Ante todo esto tendré que reflexionar y contestarme algunas preguntas:

¿Con qué ojo miro a todos mis hermanos, tanto naturales como espirituales?
¿Cómo está mi corazón de hermano; abierto, enfadado, exigente, indiferente…?
¿Quién necesita hoy, en mi entorno, ser curado, besado, incorporado a mi vida?

Lo tendré que meditar, despacio… muy despacio.