MI REFLEXION ANTE EL EVANGELIO DECIMOSEXTO

11 Diciembre 2007
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En medio del verano, Jesús nos propone descanso e intimidad con El para fortalecer la misión. Hay un “darse” en la misión cotidiana, pero hay también un indispensable “sustraerse” para que la misión sea emanación del espíritu del pastor.
Los doce apóstoles regresaban de su misión para reunirse con Jesús, pues al parecer su actividad había tenido éxito. Son muchos los que ahora acuden hacia ellos. Por eso merecen un descanso y Jesús se lo concede complacidos: “venid vosotros a un lugar tranquilo a descansar un poco” (Mc. 6,31.
El reposo de sus apóstoles, más que ambientado en un lugar tranquilo en un escenario geográfico concreto, se sitúa junto a una persona. Juan a Jesús donde recuperan sus fuerzas y se reaniman, gozando de su intimidad.
Sin embargo el intento de estar a solas con Jesús fracasa. “Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma” (Mc. 6, 34)
El encuentro con el Señor, es un medio privilegiado de comunión. El pastor incapaz de pararse, peligra de reducir e incluso de bloquear el camino a seguir. El retiro, el silencio con el Señor, se convierte en “espacio” donde se acoge la palabra y se madura para poder ofrecerla a los demás.
Los discípulos vuelven cansados, dispersos… “eran tantos los que iban o venían, que no encontraban tiempo ni para comer”.
Yo entiendo que las actividades múltiples, carentes de profundidad en el propio ser, son un riesgo para los que siguen a Jesús. Es importante que no me pierda corriendo en las actividades y busque el equilibrio de una interioridad serena que se proyecta en acciones concretas fruto de la contemplación de la fe.

Ante este evangelio, una vez más, reflexionaré detenidamente contestando a esas preguntas que mi interior dirija a mi conciencia:

La oración que siento y realizo, ¿la armonizo con mi acción hacia los demás?
¿La acción apostólica que realizo repercute en mi relación con el Señor?
¿Cómo vivo hoy el drama de los demás, la búsqueda de los demás? ¿Me provoca lástima, compasión, deseos de entregarme…?

Al final junto al poeta, tendré que exclamar… “Cuanto tengo que hacer y que poco hago”.