MI REFLEXION SOBRE EL EVANGELIO DEL DOMINGO DECIMOTERCERO DEL TIEMPO ORDINARIO.
Que pruebas de fe me presenta el relato de este evangelio de Marcos. Por una parte, esa mujer que debido a su enfermedad, calificada como “impura” según los conceptos judíos y que contaminaba a cualquier persona que la tocara, se atreve a pasar en medio de las gentes para tocar, al menos, los flecos de la túnica de Jesús.
Posiblemente esta mujer no sabría exactamente quien era Jesús, aunque conocía sus milagros, y pensó que la sanaría. Y con esa fe quizás poco instruida pero esperanzadora se dirigió a Él; y se produjo el milagro.
Y yo me pregunto ¿A que se debe el milagro? ¿Lo produce la fe del que viene a pedir o bien será Cristo el que obra el milagro? Porque en este caso, si el milagro se debe solo a la fe de las personas, ¿dónde está la diferencia entre el que pide con fe a Dios y el que acude a cualquier médico o curandero?
La respuesta para mí es sencilla y clara, aunque a veces me fije más en el beneficio que recibo, cuando lo importante (como en el caso de esta mujer) es el gesto inesperado de Dios que se acerca a ella y le dice: “mujer tu fe te ha salvado, vete en paz y queda sana de tu enfermedad”.
Y por otra parte Marcos nos presenta otro milagro perfectamente ensamblado y con numerosos puntos en común que tienden hacia un mismo objetivo, la fe.
Jairo uno de los jefes de la sinagoga, o sea, responsable de la comunidad local de religión judía, postrándose a los pies de Jesús le rogaba diciendo: “Mi hija está agonizando; ven, pon tus manos sobre ella para que sane y viva”.
También pido yo a Dios la salud, pero no me atrevo a pedir que resucite a mis muertos, porque considero la muerte como la condición más fuerte e insuperable de la condición humana y por soy consciente de que para Dios lo más importante no es la muerte sino la Vida.
Por ello me reflexiono sobre las palabras de Jesús: “La niña no ha muerto, sino que duerme y le ordena que se levante”.
La niña duerme como yo “duermo”, en algún sentido, en espera de la resurrección para levantarme a una vida nueva gracias a la fe y al perdón de Dios.
No sé pero me parece a mí que me hallo ante dos buscadores que han elegido la vida. El hombre suplica: “ven para que ella viva” y la mujer se decía: “si logro tocar su vestido quedaré curada”. Hombre y mujer ante la vida y ante la fe que establece su vínculo con Dios.
Ante esto, tendré que hacerme en la intimidad de mi reflexión algunas preguntas:
¿Vinculo mi fe y mi vida en la mente y en el corazón?
¿Cómo promociono mi vida de fe?; ¿como la comunico en lo cotidiano y la hago vivir?
¿Quiénes de mi entorno tienen necesidad de vida para poder ayudarles?
Tendré que orar como lo hacía San Francisco: “Haz Señor de mi, un instrumento de tu Paz…
Que pruebas de fe me presenta el relato de este evangelio de Marcos. Por una parte, esa mujer que debido a su enfermedad, calificada como “impura” según los conceptos judíos y que contaminaba a cualquier persona que la tocara, se atreve a pasar en medio de las gentes para tocar, al menos, los flecos de la túnica de Jesús.
Posiblemente esta mujer no sabría exactamente quien era Jesús, aunque conocía sus milagros, y pensó que la sanaría. Y con esa fe quizás poco instruida pero esperanzadora se dirigió a Él; y se produjo el milagro.
Y yo me pregunto ¿A que se debe el milagro? ¿Lo produce la fe del que viene a pedir o bien será Cristo el que obra el milagro? Porque en este caso, si el milagro se debe solo a la fe de las personas, ¿dónde está la diferencia entre el que pide con fe a Dios y el que acude a cualquier médico o curandero?
La respuesta para mí es sencilla y clara, aunque a veces me fije más en el beneficio que recibo, cuando lo importante (como en el caso de esta mujer) es el gesto inesperado de Dios que se acerca a ella y le dice: “mujer tu fe te ha salvado, vete en paz y queda sana de tu enfermedad”.
Y por otra parte Marcos nos presenta otro milagro perfectamente ensamblado y con numerosos puntos en común que tienden hacia un mismo objetivo, la fe.
Jairo uno de los jefes de la sinagoga, o sea, responsable de la comunidad local de religión judía, postrándose a los pies de Jesús le rogaba diciendo: “Mi hija está agonizando; ven, pon tus manos sobre ella para que sane y viva”.
También pido yo a Dios la salud, pero no me atrevo a pedir que resucite a mis muertos, porque considero la muerte como la condición más fuerte e insuperable de la condición humana y por soy consciente de que para Dios lo más importante no es la muerte sino la Vida.
Por ello me reflexiono sobre las palabras de Jesús: “La niña no ha muerto, sino que duerme y le ordena que se levante”.
La niña duerme como yo “duermo”, en algún sentido, en espera de la resurrección para levantarme a una vida nueva gracias a la fe y al perdón de Dios.
No sé pero me parece a mí que me hallo ante dos buscadores que han elegido la vida. El hombre suplica: “ven para que ella viva” y la mujer se decía: “si logro tocar su vestido quedaré curada”. Hombre y mujer ante la vida y ante la fe que establece su vínculo con Dios.
Ante esto, tendré que hacerme en la intimidad de mi reflexión algunas preguntas:
¿Vinculo mi fe y mi vida en la mente y en el corazón?
¿Cómo promociono mi vida de fe?; ¿como la comunico en lo cotidiano y la hago vivir?
¿Quiénes de mi entorno tienen necesidad de vida para poder ayudarles?
Tendré que orar como lo hacía San Francisco: “Haz Señor de mi, un instrumento de tu Paz…