Para mí, existen varias posturas ante el dolor que sufre la humanidad. La primera es de rebeldía y angustia que me lleva a una situación nerviosa, que es la más común, por el desconcierto que significa aceptar las desgracias ajenas.
La segunda, el derrumbamiento que me proporciona una gran amargura, contemplando cualquier accidente geográfico al cual no se puede vencer, que se presenta con ese poder destructor que arrasa todo por donde pasa desde lo más importante, vidas humanas, hasta los enseres que servían de cobijo a las personas.
Y la tercera, la que sostienen algunas personas cristianas, que posiblemente sean más positivas ante el dolor e intentan no derrumbarse ni resignarse, sino que se entregan a los deseos de Dios y a la fuerza de su Amor.
Todo esto es totalmente cierto, pero he de confesar que ante un hecho como el que esta sufriendo el país antillano con ese virus de cólera que amenaza a su población aún sin recuperarese del terremoto que sufrieron hace diez meses donde sucumbieron cientos de miles de personas atrapadas entre los escombros de los edificios la mayoría de ellos sepultadas en vida, además de miles de víctimas mortales y otras angustiadas por haber perdido todo aquello que poseían y ahora caminan hacia un mundo desconocido, sinceramente no logro entenderlo.
Y es por ello, por lo que de nuevo siento un dolor profundo en mi corazón, por todas esas víctimas que ya han superado el millar y por las más de 18.000 personas que se en encuentran hospitalizadas aquejadas de esa terrible epidemia de cólera que amenaza aniquilar a la población civil.
Unas gentes sencillas con sueños sencillos, apenas sin ambiciones que angustiadas suplican incansables “por favor agua” a los escasos visitantes que recorren el entramado de callejuelas que termina en un rio en el que basura y cerdos muertos campan a sus anchas.
Unas gentes que vivían lejos, muy lejos de las comodides de las que disfrutamos en otros paises y que ahora inician un viaje cargando sobre sus espaldas el peso de la tristeza y de la desesperación.
Uno, ante una tragedia como ésta y sin posibilidades materiales ni humanas posibles para ayudar a todos esos damnificados, solo se le ocurre, CONVOCAR A TODA LA COMUNIDAD CRISTIANA MUNDIAL, para enviar un mensaje urgente al Dios Misericordioso y Omniponte suplicándole su Divina Bendición para todos ellos y rogando acoja en su Reino a las víctimas por toda la Eternidad.
Así las cosas, por lo pronto solo me queda tras iniciar este mensaje, rezar una oración por sus almas limpias, puras y sinceras y elevar la vista al cielo gritando con esperanza que el Dios resucitado les fortaleza su fe y que a los fallecidos les acoga en su Reino.
La segunda, el derrumbamiento que me proporciona una gran amargura, contemplando cualquier accidente geográfico al cual no se puede vencer, que se presenta con ese poder destructor que arrasa todo por donde pasa desde lo más importante, vidas humanas, hasta los enseres que servían de cobijo a las personas.
Y la tercera, la que sostienen algunas personas cristianas, que posiblemente sean más positivas ante el dolor e intentan no derrumbarse ni resignarse, sino que se entregan a los deseos de Dios y a la fuerza de su Amor.
Todo esto es totalmente cierto, pero he de confesar que ante un hecho como el que esta sufriendo el país antillano con ese virus de cólera que amenaza a su población aún sin recuperarese del terremoto que sufrieron hace diez meses donde sucumbieron cientos de miles de personas atrapadas entre los escombros de los edificios la mayoría de ellos sepultadas en vida, además de miles de víctimas mortales y otras angustiadas por haber perdido todo aquello que poseían y ahora caminan hacia un mundo desconocido, sinceramente no logro entenderlo.
Y es por ello, por lo que de nuevo siento un dolor profundo en mi corazón, por todas esas víctimas que ya han superado el millar y por las más de 18.000 personas que se en encuentran hospitalizadas aquejadas de esa terrible epidemia de cólera que amenaza aniquilar a la población civil.
Unas gentes sencillas con sueños sencillos, apenas sin ambiciones que angustiadas suplican incansables “por favor agua” a los escasos visitantes que recorren el entramado de callejuelas que termina en un rio en el que basura y cerdos muertos campan a sus anchas.
Unas gentes que vivían lejos, muy lejos de las comodides de las que disfrutamos en otros paises y que ahora inician un viaje cargando sobre sus espaldas el peso de la tristeza y de la desesperación.
Uno, ante una tragedia como ésta y sin posibilidades materiales ni humanas posibles para ayudar a todos esos damnificados, solo se le ocurre, CONVOCAR A TODA LA COMUNIDAD CRISTIANA MUNDIAL, para enviar un mensaje urgente al Dios Misericordioso y Omniponte suplicándole su Divina Bendición para todos ellos y rogando acoja en su Reino a las víctimas por toda la Eternidad.
Así las cosas, por lo pronto solo me queda tras iniciar este mensaje, rezar una oración por sus almas limpias, puras y sinceras y elevar la vista al cielo gritando con esperanza que el Dios resucitado les fortaleza su fe y que a los fallecidos les acoga en su Reino.