Mensaje de tres Angeles
La Biblia es sumamente clara al advertir que este mundo no pasará sin una gran confrontación (Apoc 13:14-18; 14:9-11). La gloria de Dios llenará la tierra de tal forma que todos puedan verla, pero sin que la mayoría se convierta al Señor (Apoc 18:1-5). Por esa razón, los hombres y todas sus obras serán destruidos (Apoc 21:1; 2 Ped 3:7,10-13). Pero, ¿cómo podría saber la última generación que, a diferencia de las anteriores, no se equivocaría al anunciar la época del fin?
De muchas maneras. Una de ellas tiene que ver con la especificación cronológica admirable que Dios dejó consignada en las profecías de Daniel y Apocalipsis. Otras con la universalidad de los poderes que se verían involucrados en la crisis final, y la extensión planetaria del mensaje que se daría. Un cuadro tal comenzó a gestarse a fines del S. XVIII y comienzos del S. XIX, no antes.
En armonía con otras profecías del fin, el mensaje de los tres ángeles de Apoc 14 también nos ubica en un contexto universal y final. El carácter cronológico y universal de su contenido enmarca la época de la Segunda Venida de Cristo. Son los últimos mensajes que Dios da para que la tierra entera sepa que ha llegado la hora en que Dios ha decidido dar el golpe final al reino del mal. Aquellos que los proclaman están representados por esos tres ángeles que revelan la naturaleza divina y celestial del mensaje.
El primer mensaje angélico (Apoc 14:6-7)
Antes que nada, debemos reconocer que este primer mensaje angélico no debía darse en la época de los apóstoles, porque para cuando Juan escribió el Apocalipsis, todos los demás apóstoles habían muerto. El Apocalipsis mismo, como último libro de la Biblia, tardó unos cuatro siglos hasta ser reconocido universalmente por la Iglesia Cristiana como formando parte de los escritos de los Apóstoles. Por otro lado, nadie se hizo eco directo de estos tres mensajes angélicos, en los términos establecidos por el Apocalipsis, hasta el S. XIX. Su contenido se proyecta en forma definida hacia el fin del mundo.
“Otro ángel” (Apoc 14:6)
Llama la atención el hecho de que Juan se refiera al primer mensaje angélico de Apoc 14 como “otro ángel” y no como primer ángel. Se sabe que se trata del primero de los tres ángeles que proclaman los últimos mensajes que deben ser dados al mundo, porque los dos siguientes son mencionados como “segundo” y “tercer” ángeles (Apoc 14:8,9). Pero, ¿por qué habría de mencionarlo como “otro ángel” y no como “primero”? Sin duda para conectarlo con el mensaje del ángel que había visto antes en la descripción de su libro.
a) El ángel anterior que Juan había visto en visión era el que tocaba la séptima trompeta (Apoc 11:15). Las trompetas son juicios o castigos de Dios que caen sobre el mundo (Apoc 8-9). La séptima corresponde al juicio final (Apoc 11:15-19). Durante esa última trompeta, el Padre y el Hijo asumen “el reino del mundo” (v. 15-17), y se enfrentan con las naciones que se rebelan contra él. Es “el tiempo de juzgar a los muertos, de dar la recompensa” a los fieles, y de “destruir a los que destruyen la tierra” (v. 18). Todo esto se da en el contexto de una puerta que se abre en el templo celestial y que comunica al lugar santísimo, el lugar del trono de Dios y de su juicio (Eze 43:7).
b) Una conexión cronológica se ve patente, además, en el mensaje de estos dos ángeles. “Ha llegado tu ira”, dice la séptima trompeta, es decir, “el tiempo de juzgar” (Apoc 11:18). “Ha llegado la hora de su juicio” (Apoc 14:7), repite el “otro ángel”, el primero de los tres últimos.[1][1] Los ancianos de la corte celestial se postran y adoran a Dios porque asume su reino sobre este mundo (Apoc 11:16). Asímismo el mensaje del primer ángel reclama la adoración del Creador a todos los habitantes del mundo, porque “ha llegado la hora del juicio” (Apoc 14:7). En otras palabras, el mensaje de esos dos ángeles—el de la séptima trompeta y el del “otro” que es el primero de Apoc 14—son complementarios y corresponden al tiempo del fin.
c) Los tres mensajes angélicos, por otro lado, forman un todo compacto y, por consiguiente, todos ellos están relacionados con el mensaje de juicio del ángel anterior. El tercer ángel advierte a todo el que adora al anticristo (representado por una criatura terrenal impostora), que va a sufrir las plagas finales donde se consuma “la ira de Dios” (Apoc 14:9-11; 15:1; 16). Es el día de “tu ira”, dice el ángel de la séptima trompeta (Apoc 11:18). La caída de Babilonia del segundo mensaje angélico (Apoc 14:8), está también ligada a la destrucción de los reinos de este mundo para cuando el Señor y su Cristo, o “ungido” rey, asumen durante la séptima trompeta “el reino del mundo” (Apoc 11:17-18). En esa época se abre el lugar santísimo del templo y se ve el arca del pacto que contiene los diez mandamientos (cf. Deut 10:1-5). Los que obedecen al mensaje de los tres ángeles “guardan los mandamientos de Dios”, en armonía con esa visión celestial (Apoc 14:12).
El juicio se lleva a cabo en el templo celestial
La séptima trompeta enmarca la visión del juicio final en el templo celestial, para hacer ver que ese juicio se da en el cielo. “Fue abierto el templo de Dios que está en el cielo, y quedó a la vista el Arca de su Pacto en su templo” (Apoc 11:19). Que esta visión tiene que ver con el juicio final se constata no sólo por darse en el marco de la última trompeta, sino también por lo que ocurre cuando termina el juicio. Caen sobre la tierra “relámpagos, voces y truenos, y un terremoto y una fuerte granizada” (ibid). Esto está directamente relacionado con el castigo final que culmina con la séptima plaga y la caída de “las ciudades de las naciones”, así como con el castigo de Babilonia (léase Apoc 16:17-21).
El juicio se da, además, en el contexto de la puerta que se abre en el templo celestial al lugar santísimo, como en el día final del año ritual hebreo (Heb 9:6-7), con una sentencia favorable para los que eran aprobados en el juicio (Lev 16:30), y otra sentencia condenatoria para los que perdían el derecho de pertenecer al pueblo del Señor (Lev 23:27-32). Así también vemos en el Apocalipsis que se declara inmundos a los que no lavaron sus ropas en la sangre del Cordero, y se les niega la facultad de entrar en la ciudad del gran Rey, la Nueva Jerusalén (Apoc 21:8,27). Los únicos admitidos como ciudadanos del reino eterno son aquellos en quienes la corte no halló mancha alguna (Apoc 14:5; cf. Lev 16:30), porque sus pecados fueron borrados por la sangre del Hijo de Dios (Apoc 7:14-15). Sus pecados fueron borrados por la corte celestial en virtud de los méritos del Cordero, y sus nombres permanecen en el libro de la vida (Apoc 3:5; 21:27).
Notemos que Juan ve la sexta trompeta ligada todavía a la obra intercesora del altar del incienso en el lugar santo del templo celestial (Apoc 9:13). Gracias a esa obra “continua” de intercesión celestial, los juicios de las seis primeras trompetas que caen sobre Babilonia (símbolo de Roma), se dan con misericordia, no todavía en una dimensión total y universal. Jesús continúa “siempre vivo para interceder” por “los que se acercan a él”, como los antiguos sacerdotes lo hacían en el templo terrenal (Heb 7:25). Eso mitiga “la ira” de Dios.
En la séptima trompeta, sin embargo, se abre la puerta del lugar santísimo del templo celestial (Apoc 11:19). Es en esa época que la “ira” de Dios (Apoc 11:18), “el gran día” de su ira (Apoc 6:18), debe manifestarse sin misericordia para con un mundo rebelde (Apoc 16). No obstante, esa ira no se revela en su plenitud hasta que el juicio que juzga a los muertos y a los vivos da su veredicto de vida eterna para los que invocaron el nombre del Señor, y castigo eterno a los que no respetaron la creación divina (Apoc 11:18).
En síntesis, podemos decir que en la predicación final del mensaje, nuestro pueblo, gracias a las profecías bíblicas fechadas (Dan 8:14), podría decir como Jesús y los apóstoles en referencia a la obra inicial del evangelio, “El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca. ¡Arrepentíos, y creed al evangelio!” (Mar 1:14-15). “Pero cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo” (Gál 4:4).
“Temed a Dios y dadle gloria” (Apoc 14:7)
Ligado con el anuncio del juicio, el mensaje del primer ángel exhorta a temer a Dios y darle gloria. Ningún mensaje podía ser más necesario para una época como la nuestra, tan indulgente, licenciosa y permisiva como la que precedió a la destrucción del mundo por el diluvio (Mat 24:37-39). ¿Qué significa, en esencia, temer a Dios y darle gloria? Guardar los mandamientos. El sabio Salomón terminó su discurso usando un lenguaje casi idéntico al del primer mensaje angélico: “Teme a Dios y guarda sus mandamientos..., porque Dios traerá toda obra a juicio, incluyendo toda cosa oculta, buena o mala” (Ecl 12:13-14). Por eso Juan concluye el mensaje de los tres ángeles declarando: “Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apoc 14:12).
Este mensaje es la esencia del Apocalipsis, y de toda la Biblia. Desde que Lucifer se rebeló en el cielo y logró que muchos ángeles lo siguieran, inclusive la mayoría en este mundo después de nuestros primeros padres en el Edén, el problema humano sigue siendo el mismo. De allí que el evangelio del juicio y del fin es “eterno”. Consiste en una decisión que cada ser humano debe tomar en la tierra, de glorificar a Dios y a su Hijo, u honrar al diablo y a su hijo, el anticristo (Apoc 13:4). Sobre este mensaje se da la confrontación final del mundo, con detalles adicionales en el tercer mensaje angélico (Apoc 14:9-11).
Esta es la razón también por la que la corte celestial comienza el juicio honrando y glorificando al Padre y al Hijo (Apoc 4 y 5). Jesús lo había anticipado ante el Sanedrín terrenal cuando quisieron cuestionar su autoridad divina, haciéndoles ver que el propósito de la convocación del tribunal celestial iba a ser la vindicación del nombre de Dios. Literalmente, dijo Jesús que “el Padre... confió todo el juicio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre” (Juan 5:22-23). Es tan importante este mensaje final del primer ángel, que todos los que lo rechacen deberán sufrir las plagas finales y su consiguiente pérdida de vida eterna (Apoc 16:9).
“Adorad al que hizo el cielo y la tierra...”
Íntimamente relacionado con el temor de Dios y su glorificación está la orden de adorar al Creador. La tendencia egoísta de toda criatura viviente que se aparta de Dios, es la gratificación y glorificación propias. Olvidan que para que el hombre pueda ser realmente feliz, debe cumplir el propósito que Dios tuvo al crear seres vivientes. Dios nos creó para su gloria (Isa 43:7), y nada que deje de glorificar a Dios podrá perdurar para siempre. En el juicio, este punto medirá el acceso al reino eterno o su denegación.
El diablo quiso para sí esa gloria que todas las criaturas del universo deben dar a Dios (Isa 14:12-14). Por eso intenta eliminar de la tierra a todo aquel que guarde los mandamientos de Dios y reconozca, de esa manera, a Dios como Creador y digno de recibir la gloria (Apoc 12:17). En su lugar, quiere lograr en este mundo lo que no pudo lograr en el cielo, razón por la cual fue expulsado con los ángeles que pudo engañar (Apoc 12:3-4). Es el ser adorado. Su último desesperado y furioso esfuerzo es el de obtener el reconocimiento de todos los habitantes de este mundo, para que todos lo adoren a él a través de una criatura terrenal que hace exactamente como él y recibe, por consiguiente, también la primacía y el homenaje del mundo (Apoc 13:3-4,14-15).
¿Qué hicieron los hombres, revelando un espíritu semejante al del príncipe usurpador de este mundo? “Habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias; antes se ofuscaron en varios razonamientos, y su necio corazón se entenebreció. Jactándose de ser sabios, se volvieron necios, y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes de hombre mortal, y hasta de aves, cuadrúpedos y reptiles. Por eso, Dios los entregó a la inmundicia, debido a la concupiscencia de sus corazones, de modo que deshonraron sus propios cuerpos entre sí mismos. Cambiaron la verdad de Dios en mentira, y adoraron y sirvieron a las criaturas antes que al Creador” (1 Cor 11:21-25).
Apenas comenzaba Carlos Darwin, el fundador de la teoría de la evolución, a negar la historia de la Creación divina y anteponer la convicción de que la naturaleza posee una fuerza inherente que la hace desarrollarse sin necesidad de intervención divina, surgía nuestra Iglesia con un mensaje radicalmente opuesto. En lugar de proclamar la supervivencia del más apto, nuestra Iglesia comenzó a exaltar la cruz del Calvario como emblema máximo de abnegacion y amor. En lugar de honrar al hombre con todos los derechos que Dios le dio, fueron por toda la tierra exaltando a Dios y abogando por los requerimientos divinos, porque acababa de comenzar en los cielos el juicio final.
¿Quién triunfará en esta confrontación de testimonios? En una época en donde ya la mayoría de los que se dicen cristianos ha terminado aceptando esa versión torcida, egoísta y desagradecida de los orígenes, ¿quién va a honrar al Creador y preocuparse por el juicio? Si mis antepasados fueron el mono y otras formas inferiores de vida, como cree ahora también el mismísimo papa de Roma, y no Dios como dice la Biblia (Luc 3:38), ¿ante quién voy a comparecer? ¿Tendré que dar cuenta por lo que hice a mi padre gorila?
¡No, a mi Padre Dios! “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, que tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio [nada menos que por la sangre preciosa del Hijo de Dios]. Por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo”, huyendo aún de la fornicación (1 Cor 6:15-20).
¿Logrará el diablo desalojar totalmente a Dios de esta creación? Tampoco. En el fin del mundo habrá un pueblo que guarde los mandamientos de Dios y tenga la fe de Jesús (Apoc 12:17; 14:12). Ya está proclamando por toda la tierra el mensaje final del primer ángel. El Señor vendrá por todos los que se unan con ellos en la glorificación del Creador y también del Redentor, quien hizo posible que otra vez pudiésemos reconocerlo como tal. ¿Cuándo? “En aquel día, cuando Cristo venga”. ¿Para qué? “Para ser glorificado en sus santos y ser admirado por todos los que creyeron” (2 Tes 1:10).
La Biblia es sumamente clara al advertir que este mundo no pasará sin una gran confrontación (Apoc 13:14-18; 14:9-11). La gloria de Dios llenará la tierra de tal forma que todos puedan verla, pero sin que la mayoría se convierta al Señor (Apoc 18:1-5). Por esa razón, los hombres y todas sus obras serán destruidos (Apoc 21:1; 2 Ped 3:7,10-13). Pero, ¿cómo podría saber la última generación que, a diferencia de las anteriores, no se equivocaría al anunciar la época del fin?
De muchas maneras. Una de ellas tiene que ver con la especificación cronológica admirable que Dios dejó consignada en las profecías de Daniel y Apocalipsis. Otras con la universalidad de los poderes que se verían involucrados en la crisis final, y la extensión planetaria del mensaje que se daría. Un cuadro tal comenzó a gestarse a fines del S. XVIII y comienzos del S. XIX, no antes.
En armonía con otras profecías del fin, el mensaje de los tres ángeles de Apoc 14 también nos ubica en un contexto universal y final. El carácter cronológico y universal de su contenido enmarca la época de la Segunda Venida de Cristo. Son los últimos mensajes que Dios da para que la tierra entera sepa que ha llegado la hora en que Dios ha decidido dar el golpe final al reino del mal. Aquellos que los proclaman están representados por esos tres ángeles que revelan la naturaleza divina y celestial del mensaje.
El primer mensaje angélico (Apoc 14:6-7)
Antes que nada, debemos reconocer que este primer mensaje angélico no debía darse en la época de los apóstoles, porque para cuando Juan escribió el Apocalipsis, todos los demás apóstoles habían muerto. El Apocalipsis mismo, como último libro de la Biblia, tardó unos cuatro siglos hasta ser reconocido universalmente por la Iglesia Cristiana como formando parte de los escritos de los Apóstoles. Por otro lado, nadie se hizo eco directo de estos tres mensajes angélicos, en los términos establecidos por el Apocalipsis, hasta el S. XIX. Su contenido se proyecta en forma definida hacia el fin del mundo.
“Otro ángel” (Apoc 14:6)
Llama la atención el hecho de que Juan se refiera al primer mensaje angélico de Apoc 14 como “otro ángel” y no como primer ángel. Se sabe que se trata del primero de los tres ángeles que proclaman los últimos mensajes que deben ser dados al mundo, porque los dos siguientes son mencionados como “segundo” y “tercer” ángeles (Apoc 14:8,9). Pero, ¿por qué habría de mencionarlo como “otro ángel” y no como “primero”? Sin duda para conectarlo con el mensaje del ángel que había visto antes en la descripción de su libro.
a) El ángel anterior que Juan había visto en visión era el que tocaba la séptima trompeta (Apoc 11:15). Las trompetas son juicios o castigos de Dios que caen sobre el mundo (Apoc 8-9). La séptima corresponde al juicio final (Apoc 11:15-19). Durante esa última trompeta, el Padre y el Hijo asumen “el reino del mundo” (v. 15-17), y se enfrentan con las naciones que se rebelan contra él. Es “el tiempo de juzgar a los muertos, de dar la recompensa” a los fieles, y de “destruir a los que destruyen la tierra” (v. 18). Todo esto se da en el contexto de una puerta que se abre en el templo celestial y que comunica al lugar santísimo, el lugar del trono de Dios y de su juicio (Eze 43:7).
b) Una conexión cronológica se ve patente, además, en el mensaje de estos dos ángeles. “Ha llegado tu ira”, dice la séptima trompeta, es decir, “el tiempo de juzgar” (Apoc 11:18). “Ha llegado la hora de su juicio” (Apoc 14:7), repite el “otro ángel”, el primero de los tres últimos.[1][1] Los ancianos de la corte celestial se postran y adoran a Dios porque asume su reino sobre este mundo (Apoc 11:16). Asímismo el mensaje del primer ángel reclama la adoración del Creador a todos los habitantes del mundo, porque “ha llegado la hora del juicio” (Apoc 14:7). En otras palabras, el mensaje de esos dos ángeles—el de la séptima trompeta y el del “otro” que es el primero de Apoc 14—son complementarios y corresponden al tiempo del fin.
c) Los tres mensajes angélicos, por otro lado, forman un todo compacto y, por consiguiente, todos ellos están relacionados con el mensaje de juicio del ángel anterior. El tercer ángel advierte a todo el que adora al anticristo (representado por una criatura terrenal impostora), que va a sufrir las plagas finales donde se consuma “la ira de Dios” (Apoc 14:9-11; 15:1; 16). Es el día de “tu ira”, dice el ángel de la séptima trompeta (Apoc 11:18). La caída de Babilonia del segundo mensaje angélico (Apoc 14:8), está también ligada a la destrucción de los reinos de este mundo para cuando el Señor y su Cristo, o “ungido” rey, asumen durante la séptima trompeta “el reino del mundo” (Apoc 11:17-18). En esa época se abre el lugar santísimo del templo y se ve el arca del pacto que contiene los diez mandamientos (cf. Deut 10:1-5). Los que obedecen al mensaje de los tres ángeles “guardan los mandamientos de Dios”, en armonía con esa visión celestial (Apoc 14:12).
El juicio se lleva a cabo en el templo celestial
La séptima trompeta enmarca la visión del juicio final en el templo celestial, para hacer ver que ese juicio se da en el cielo. “Fue abierto el templo de Dios que está en el cielo, y quedó a la vista el Arca de su Pacto en su templo” (Apoc 11:19). Que esta visión tiene que ver con el juicio final se constata no sólo por darse en el marco de la última trompeta, sino también por lo que ocurre cuando termina el juicio. Caen sobre la tierra “relámpagos, voces y truenos, y un terremoto y una fuerte granizada” (ibid). Esto está directamente relacionado con el castigo final que culmina con la séptima plaga y la caída de “las ciudades de las naciones”, así como con el castigo de Babilonia (léase Apoc 16:17-21).
El juicio se da, además, en el contexto de la puerta que se abre en el templo celestial al lugar santísimo, como en el día final del año ritual hebreo (Heb 9:6-7), con una sentencia favorable para los que eran aprobados en el juicio (Lev 16:30), y otra sentencia condenatoria para los que perdían el derecho de pertenecer al pueblo del Señor (Lev 23:27-32). Así también vemos en el Apocalipsis que se declara inmundos a los que no lavaron sus ropas en la sangre del Cordero, y se les niega la facultad de entrar en la ciudad del gran Rey, la Nueva Jerusalén (Apoc 21:8,27). Los únicos admitidos como ciudadanos del reino eterno son aquellos en quienes la corte no halló mancha alguna (Apoc 14:5; cf. Lev 16:30), porque sus pecados fueron borrados por la sangre del Hijo de Dios (Apoc 7:14-15). Sus pecados fueron borrados por la corte celestial en virtud de los méritos del Cordero, y sus nombres permanecen en el libro de la vida (Apoc 3:5; 21:27).
Notemos que Juan ve la sexta trompeta ligada todavía a la obra intercesora del altar del incienso en el lugar santo del templo celestial (Apoc 9:13). Gracias a esa obra “continua” de intercesión celestial, los juicios de las seis primeras trompetas que caen sobre Babilonia (símbolo de Roma), se dan con misericordia, no todavía en una dimensión total y universal. Jesús continúa “siempre vivo para interceder” por “los que se acercan a él”, como los antiguos sacerdotes lo hacían en el templo terrenal (Heb 7:25). Eso mitiga “la ira” de Dios.
En la séptima trompeta, sin embargo, se abre la puerta del lugar santísimo del templo celestial (Apoc 11:19). Es en esa época que la “ira” de Dios (Apoc 11:18), “el gran día” de su ira (Apoc 6:18), debe manifestarse sin misericordia para con un mundo rebelde (Apoc 16). No obstante, esa ira no se revela en su plenitud hasta que el juicio que juzga a los muertos y a los vivos da su veredicto de vida eterna para los que invocaron el nombre del Señor, y castigo eterno a los que no respetaron la creación divina (Apoc 11:18).
En síntesis, podemos decir que en la predicación final del mensaje, nuestro pueblo, gracias a las profecías bíblicas fechadas (Dan 8:14), podría decir como Jesús y los apóstoles en referencia a la obra inicial del evangelio, “El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca. ¡Arrepentíos, y creed al evangelio!” (Mar 1:14-15). “Pero cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo” (Gál 4:4).
“Temed a Dios y dadle gloria” (Apoc 14:7)
Ligado con el anuncio del juicio, el mensaje del primer ángel exhorta a temer a Dios y darle gloria. Ningún mensaje podía ser más necesario para una época como la nuestra, tan indulgente, licenciosa y permisiva como la que precedió a la destrucción del mundo por el diluvio (Mat 24:37-39). ¿Qué significa, en esencia, temer a Dios y darle gloria? Guardar los mandamientos. El sabio Salomón terminó su discurso usando un lenguaje casi idéntico al del primer mensaje angélico: “Teme a Dios y guarda sus mandamientos..., porque Dios traerá toda obra a juicio, incluyendo toda cosa oculta, buena o mala” (Ecl 12:13-14). Por eso Juan concluye el mensaje de los tres ángeles declarando: “Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apoc 14:12).
Este mensaje es la esencia del Apocalipsis, y de toda la Biblia. Desde que Lucifer se rebeló en el cielo y logró que muchos ángeles lo siguieran, inclusive la mayoría en este mundo después de nuestros primeros padres en el Edén, el problema humano sigue siendo el mismo. De allí que el evangelio del juicio y del fin es “eterno”. Consiste en una decisión que cada ser humano debe tomar en la tierra, de glorificar a Dios y a su Hijo, u honrar al diablo y a su hijo, el anticristo (Apoc 13:4). Sobre este mensaje se da la confrontación final del mundo, con detalles adicionales en el tercer mensaje angélico (Apoc 14:9-11).
Esta es la razón también por la que la corte celestial comienza el juicio honrando y glorificando al Padre y al Hijo (Apoc 4 y 5). Jesús lo había anticipado ante el Sanedrín terrenal cuando quisieron cuestionar su autoridad divina, haciéndoles ver que el propósito de la convocación del tribunal celestial iba a ser la vindicación del nombre de Dios. Literalmente, dijo Jesús que “el Padre... confió todo el juicio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre” (Juan 5:22-23). Es tan importante este mensaje final del primer ángel, que todos los que lo rechacen deberán sufrir las plagas finales y su consiguiente pérdida de vida eterna (Apoc 16:9).
“Adorad al que hizo el cielo y la tierra...”
Íntimamente relacionado con el temor de Dios y su glorificación está la orden de adorar al Creador. La tendencia egoísta de toda criatura viviente que se aparta de Dios, es la gratificación y glorificación propias. Olvidan que para que el hombre pueda ser realmente feliz, debe cumplir el propósito que Dios tuvo al crear seres vivientes. Dios nos creó para su gloria (Isa 43:7), y nada que deje de glorificar a Dios podrá perdurar para siempre. En el juicio, este punto medirá el acceso al reino eterno o su denegación.
El diablo quiso para sí esa gloria que todas las criaturas del universo deben dar a Dios (Isa 14:12-14). Por eso intenta eliminar de la tierra a todo aquel que guarde los mandamientos de Dios y reconozca, de esa manera, a Dios como Creador y digno de recibir la gloria (Apoc 12:17). En su lugar, quiere lograr en este mundo lo que no pudo lograr en el cielo, razón por la cual fue expulsado con los ángeles que pudo engañar (Apoc 12:3-4). Es el ser adorado. Su último desesperado y furioso esfuerzo es el de obtener el reconocimiento de todos los habitantes de este mundo, para que todos lo adoren a él a través de una criatura terrenal que hace exactamente como él y recibe, por consiguiente, también la primacía y el homenaje del mundo (Apoc 13:3-4,14-15).
¿Qué hicieron los hombres, revelando un espíritu semejante al del príncipe usurpador de este mundo? “Habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias; antes se ofuscaron en varios razonamientos, y su necio corazón se entenebreció. Jactándose de ser sabios, se volvieron necios, y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes de hombre mortal, y hasta de aves, cuadrúpedos y reptiles. Por eso, Dios los entregó a la inmundicia, debido a la concupiscencia de sus corazones, de modo que deshonraron sus propios cuerpos entre sí mismos. Cambiaron la verdad de Dios en mentira, y adoraron y sirvieron a las criaturas antes que al Creador” (1 Cor 11:21-25).
Apenas comenzaba Carlos Darwin, el fundador de la teoría de la evolución, a negar la historia de la Creación divina y anteponer la convicción de que la naturaleza posee una fuerza inherente que la hace desarrollarse sin necesidad de intervención divina, surgía nuestra Iglesia con un mensaje radicalmente opuesto. En lugar de proclamar la supervivencia del más apto, nuestra Iglesia comenzó a exaltar la cruz del Calvario como emblema máximo de abnegacion y amor. En lugar de honrar al hombre con todos los derechos que Dios le dio, fueron por toda la tierra exaltando a Dios y abogando por los requerimientos divinos, porque acababa de comenzar en los cielos el juicio final.
¿Quién triunfará en esta confrontación de testimonios? En una época en donde ya la mayoría de los que se dicen cristianos ha terminado aceptando esa versión torcida, egoísta y desagradecida de los orígenes, ¿quién va a honrar al Creador y preocuparse por el juicio? Si mis antepasados fueron el mono y otras formas inferiores de vida, como cree ahora también el mismísimo papa de Roma, y no Dios como dice la Biblia (Luc 3:38), ¿ante quién voy a comparecer? ¿Tendré que dar cuenta por lo que hice a mi padre gorila?
¡No, a mi Padre Dios! “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, que tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio [nada menos que por la sangre preciosa del Hijo de Dios]. Por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo”, huyendo aún de la fornicación (1 Cor 6:15-20).
¿Logrará el diablo desalojar totalmente a Dios de esta creación? Tampoco. En el fin del mundo habrá un pueblo que guarde los mandamientos de Dios y tenga la fe de Jesús (Apoc 12:17; 14:12). Ya está proclamando por toda la tierra el mensaje final del primer ángel. El Señor vendrá por todos los que se unan con ellos en la glorificación del Creador y también del Redentor, quien hizo posible que otra vez pudiésemos reconocerlo como tal. ¿Cuándo? “En aquel día, cuando Cristo venga”. ¿Para qué? “Para ser glorificado en sus santos y ser admirado por todos los que creyeron” (2 Tes 1:10).