Considero que poner la otra mejilla al enemigo significa que en vez de enfrascarnos en combatir a la otra persona, debemos de continuar haciendo la obra de Dios, aunque esto implique que recibamos otra bofetada.
Es como decirle al enemigo: "Si porque intento vivir una vida honesta y pura me abofeteas, yo seguiré buscando ser honesto y puro. Tu bofetada no me hizo odiarte: simplemente me concentro en lo importante, que es la vida en Dios. No me gustaría que me abofetees, pero si por vivir de esta manera quieres abofetearme de nuevo, es tu problema, no el mío."
Buscar deliberadamente ser abofeteado sería un absurdo, porque entonces estaríamos poniendo al enemigo (y no a Dios) en el centro de nuestra atención. No vivimos para ser martirizados, sino para servir a Dios.