7 de septiembre Una oración por sanidad interior
“…CONVIÉRTEME, Y SERÉ CONVERTIDO…” (Jeremías 31:18b)
“Señor, no me quiero seguir sintiendo así. Pensaba que si mi dolor tocara sus vidas, me sentiría mejor. Pero no fue así. Pensé que echándoselo en cara, me sentiría mejor. Pero no fue así. Pensaba que al decirle a todo el mundo lo que me habían hecho, me sentiría mejor. No fue así; sólo me costó amistades y mantuvo el dolor por más tiempo.
Pensé que si tan sólo reconocieran lo equivocados que estaban (y lo acertado que yo estaba), me sentiría mejor. No lo hicieron, así que me sentía peor. Pensé que si tan solamente comprendiera por qué elegí tales amistades, me sentiría mejor, así que leí libros y hablé con consejeros. Pero eso no funcionó, porque entonces descubrí otras cosas, las cuales no tenía energía emocional suficiente para tratar.
Pensé que el tiempo me haría sentir mejor. Fue de ayuda, pero no me sanó, porque quedaron aún muchas cosas que removían viejos recuerdos. Pensé que si me mudara a otro lugar, me encontraría mejor. No fue así, sólo cambié de dirección y no lo que estaba pasando en mi interior”.
Finalmente hice dos cosas que funcionaron, no de la noche a la mañana, pero progresivamente, con paciencia, con continuidad, a medida que las seguía haciendo, funcionaban.
En primer lugar, decidí perdonar -y continuar perdonando- hasta que el pasado perdiera su agarre.
En segundo lugar, clamé a Dios: “...conviérteme, y seré convertido…” (Jeremías 1:18b).
¡Él escuchó mi súplica! Mis percepciones comenzaron a aclararse y mis emociones a sanar. ¿Por qué? Porque, por fin, recuperarme significaba más... mucho más para mí... que permanecer enfermo.
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