UNA MESA EN EL DESIERTO
Watchman Nee
Ni el ojo puede decir a la mano: no te necesito. 1 Corintios 12:21.
En nuestros primeros tiempos en Shanghai, confieso que estaba siempre tratando de forzar el clima de las reuniones, especialmente la de oración, para llegar a un nivel más alto. En consecuencia estaba muy insatisfecho por la forma en que algunos hermanos oraban. Me sentía muy molesto por ello, y lo dijé. ¡Qué mal procedí! Por un tiempo el Señor me disciplino, y estuve en verdadero sufrimiento físico. Oraba mucho, pero mis fervientes oraciones no me llevaban a nada. Finalmente parecía que el Señor me decía: “Tú crees que ciertos hermanos son muy débiles en la oración. Invítalos a que vengan a orar por tu necesidad”. Fue un desafío. Mandé a llamar a esos mismos hermanos y vinieron, se arrodillaron y oraron. Por primera vez en mi vida pude sentir aprecio por sus sencillas y directas peticiones. Lo que es más, el Señor los escuchó y me levantó.
Watchman Nee
Ni el ojo puede decir a la mano: no te necesito. 1 Corintios 12:21.
En nuestros primeros tiempos en Shanghai, confieso que estaba siempre tratando de forzar el clima de las reuniones, especialmente la de oración, para llegar a un nivel más alto. En consecuencia estaba muy insatisfecho por la forma en que algunos hermanos oraban. Me sentía muy molesto por ello, y lo dijé. ¡Qué mal procedí! Por un tiempo el Señor me disciplino, y estuve en verdadero sufrimiento físico. Oraba mucho, pero mis fervientes oraciones no me llevaban a nada. Finalmente parecía que el Señor me decía: “Tú crees que ciertos hermanos son muy débiles en la oración. Invítalos a que vengan a orar por tu necesidad”. Fue un desafío. Mandé a llamar a esos mismos hermanos y vinieron, se arrodillaron y oraron. Por primera vez en mi vida pude sentir aprecio por sus sencillas y directas peticiones. Lo que es más, el Señor los escuchó y me levantó.