Es triste pensar que de los males también se puede sacar algún bien. Sería mejor hacer siempre el bien, sin esperar a que un desastre nos haga pensar que nuestro pequeño mundo puede ser mucho mejor si todos ponemos en él un poco más de amor.
El 11 de septiembre, en palabras del Papa Juan Pablo II es "un día lleno de oscuridad en la historia de la humanidad". Cuando sobran las palabras para expresar el dolor y la tristeza, tenemos que acudir a la ayuda de Dios por medio de la fe.
Sobre las ruinas de las torres derribadas, sobre las cenizas de los que han muerto se tiene que levantar la firmeza de la fe y la esperanza, que se deja invadir por el amor, no por el odio.
Las fuerzas del mal parece que quieren dominarnos, pero ni el mal ni la muerte ni el terror tienen la última palabra. Estamos convencidos de que no es tiempo para hablar sino para orar y actuar. Así lo han demostrado miles de personas llenando los templos y organizando vigilias de oración.
Algunos pueden preguntarse: "¿Y dónde está Dios?". La respuesta es clara para todos, creyentes o no: Dios está donde se le deja entrar. Donde hay amor, allí está Dios. Y donde hay dolor, también allí está Dios, pues El es el eterno acompañante en medio de nuestras limitaciones y tragedias.
La vida es regalo de Dios y El nos manda y exige respetar y valorar toda vida. Cuando hay odio y se atenta contra la vida de uno o de mil, no se respeta la vida. Cuando se discrimina, se ignora, se desprecia, se oprime o se abusa de otro ser humano, no se respeta la vida. Cuando no hay justicia y abunda la pobreza y la miseria; cuando se atenta contra la libertad y la dignidad de otro ser humano, no se respeta la vida. Y cuando no se respeta la vida de uno solo, se está atacando y arriesgando el valor de la vida de todos los demás. Por eso sólo los fanáticos pueden aplaudir y colaborar con el terrorismo.
Si Dios es el autor de la vida, nadie puede atentar contra la libertad, la dignidad y la vida de nadie, y mucho menos en el nombre de Dios, llevado por un fanatismo religioso o patriótico.
Queremos que se desenmascaren todos los grupos terroristas, donde quiera que están. Mientras tanto, hagamos la guerra al terrorismo desde nuestro corazón, una guerra donde el vencedor sea el amor y no el odio.
Después del martes 11 de septiembre del 2001, muchas cosas han cambiado: hay más odio en unos y más amor en otros y hay tristeza, miedo y desánimo en casi todos. Sobre las ruinas de vidas y de edificios tenemos que levantar las nuevas torres del amor, la esperanza y la fe. Sólo así el mundo puede caminar
José Luis Hernando
El 11 de septiembre, en palabras del Papa Juan Pablo II es "un día lleno de oscuridad en la historia de la humanidad". Cuando sobran las palabras para expresar el dolor y la tristeza, tenemos que acudir a la ayuda de Dios por medio de la fe.
Sobre las ruinas de las torres derribadas, sobre las cenizas de los que han muerto se tiene que levantar la firmeza de la fe y la esperanza, que se deja invadir por el amor, no por el odio.
Las fuerzas del mal parece que quieren dominarnos, pero ni el mal ni la muerte ni el terror tienen la última palabra. Estamos convencidos de que no es tiempo para hablar sino para orar y actuar. Así lo han demostrado miles de personas llenando los templos y organizando vigilias de oración.
Algunos pueden preguntarse: "¿Y dónde está Dios?". La respuesta es clara para todos, creyentes o no: Dios está donde se le deja entrar. Donde hay amor, allí está Dios. Y donde hay dolor, también allí está Dios, pues El es el eterno acompañante en medio de nuestras limitaciones y tragedias.
La vida es regalo de Dios y El nos manda y exige respetar y valorar toda vida. Cuando hay odio y se atenta contra la vida de uno o de mil, no se respeta la vida. Cuando se discrimina, se ignora, se desprecia, se oprime o se abusa de otro ser humano, no se respeta la vida. Cuando no hay justicia y abunda la pobreza y la miseria; cuando se atenta contra la libertad y la dignidad de otro ser humano, no se respeta la vida. Y cuando no se respeta la vida de uno solo, se está atacando y arriesgando el valor de la vida de todos los demás. Por eso sólo los fanáticos pueden aplaudir y colaborar con el terrorismo.
Si Dios es el autor de la vida, nadie puede atentar contra la libertad, la dignidad y la vida de nadie, y mucho menos en el nombre de Dios, llevado por un fanatismo religioso o patriótico.
Queremos que se desenmascaren todos los grupos terroristas, donde quiera que están. Mientras tanto, hagamos la guerra al terrorismo desde nuestro corazón, una guerra donde el vencedor sea el amor y no el odio.
Después del martes 11 de septiembre del 2001, muchas cosas han cambiado: hay más odio en unos y más amor en otros y hay tristeza, miedo y desánimo en casi todos. Sobre las ruinas de vidas y de edificios tenemos que levantar las nuevas torres del amor, la esperanza y la fe. Sólo así el mundo puede caminar
José Luis Hernando