Manual de vida

18 Noviembre 1998
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Por Ángel

Manual De Vida
Viernes, 23 de marzo de 2001

La luz no pregunta por qué es oscura la noche; simplemente la alumbra, y la vuelve día.

El agua no pregunta quién resecó el desierto; tan sólo lo empapa y lo consuela, y lo hace fecundo.

La palabra no discute ni se afana investigando quién desocupó el silencio; solamente se derrama y todo lo llena, y el silencio se vuelve palabra.

Así como la luz brillante ha de ser el amor; y como agua refrescante, el perdón; y como sonora y bella palabra, tu predicación.

No hagas preguntas a la nada, que nada sabe y nada tiene para responderte. Del mismo modo, no le pidas una razón última al mal: si la tuviera, no sería tan malo.

Es inútil discutir con las rocas, tanto como pelear por el pasado: así como tu enojo nada cambia en la piedra, nada se gana con negar o exagerar, ocultar o achicar el pasado.

El tiempo que tienes es toda tu posibilidad de ser —de esto ya hemos hablado—, y por eso es como una medida de tu finitud. El amor que quepa en tus días es el tamaño de tu eternidad. Estrecha y agobiante es la eternidad del infierno; amplia y acogedora la eternidad del Cielo. No existen más opciones.

Así te hablo, hermano mío, porque el amor me mueve y Dios me permite hablarte así. Quiero que seas sabio en administrar el tesoro de tus días, de tus sonrisas y de tus amores.

Mira, no te detengas por el mal; que el mal se detenga ante ti. No tengas temor del Diablo; que él te tema a ti. No huyas de la Muerte; que ella se vaya de donde tú llegues. No te pueda la tristeza; derrama en sus cuencas oscuras los diamantes del gozo de Cristo.

Administra bien tu tesoro; mira a qué apuntas y con qué fuerzas; habla poco y bien; ama mucho; perdona a todos; ora, aunque a nadie parezca importarle; bendice a tus enemigos; no te creas mejor, ni más fuerte o rápido que nadie; alégrate del bien ajeno; ten una lágrima para el que muere antes de tiempo; no desesperes de la conversión de nadie; quítate los pedazos que te sobran: sólo así se hace una hermosa estatua; no tengas miedo de pedir ni te demores en agradecer; sé compasivo con el que cayó vencido; habla más del futuro que del pasado; véngate de la envidia cubriendo de elogios a los ausentes; llora de alegría por lo menos una vez al mes; no te burles de los sueños de nadie; juzga con prudencia y no sentencies sin primero dejar abiertas y claras dos puertas: la que dice "puedo estar equivocado", y la que dice: "si obraste mal, hay perdón para ti"; corrige cada mañana ante Dios alguno de tus errores, agradece en cada hora a Dios alguno de sus dones; no te extrañes de nada, si no es de la infinita piedad del Señor; sé santo: sin ruido, sin drama, sin aplauso. Para ti será el Reino de los Cielos.