Ha fallecido en Madrid mi gran amigo Luís Juan.
Nos conocimos hace muchos años cuando con su esposa y sus tres hijos instaló una industria de calzado muy cerca del domicilio que yo habitaba. Laboralmente triunfó. Su gran honradez y su dedicación a los productos que fabricaba pronto, muy pronto, llegaron a los mercados de casi toda España, aunque no exento de los altibajos propios de cualquier empresa.
Sin embargo para mí su mayor triunfo no se encontraba revelado en su faceta profesional. Luís Juan que era una persona con unas profundas convicciones cristianas dedicó gran parte de su vida al mundo de la teología evangélica.
Esta tarea no le resultó nada fácil en aquellos años en los que ferozmente los católicos discriminaban a los cristianos no católicos. Luís Juan intentó que fuera respetada la libertad de conciencia ante unos hermanos que en realidad proclamaba nuestros mismos evangelios.
Mi amigo luchó limpiamente sin ceder en su lealtad a Jesucristo, conociendo –como pocos- el mensaje del Evangelio que Él proclamó, ofreciendo la salvación a todos sus hijos sin discriminación y poniendo como única condición el amor único y verdadero entre todos los seres humanos.
Siempre demostró una excelente alma de pastor, de pastor de almas que jamás renegó de su identidad religiosa siendo por el contrario un ejemplo para aquella un tanto discriminada pero totalmente entregada congregación protestante a la que tanto amaba.
Lloró con los que lloraban y alentó a los deprimidos. Pasó por la vida sembrando ilusiones, suavizando asperezas y compartiendo alegrías y tristezas con todos los que se acercaban a él en espera de consuelo en un mundo egoísta y soberbio por no llamarlo cruel.
Fui invitado en diversas ocasiones para asistir a actos religiosos y ceremonias especiales en su centro de oración al que acudí con agrado junto a mi esposa.
En aquellos lejanos tiempos parecía algo extremadamente extraño que un católico practicante acudiera a cualquier acto religioso que se realizara en una iglesia evangélica. En cualquier caso yo entendía que la bondad Dios está en todo lugar siempre y cuando se respete el amor a los demás. Que Dios no es propiedad de católicos, de evangélicos o de cualquier otra religión porque su amor está abierto a todos y su bondad universal es claramente evidente.
Hoy siento en mi corazón la muerte de mi amigo que hace unos días nos dijo “hasta pronto” aunque estoy convencido que nos espera en ese lugar del cielo que Dios nos tiene prometido a los que en la tierra intentamos seguir el camino marcado por su Hijo.
Como decía aquel viejo teólogo “una persona muere cuando se le deja de recordar”.
Yo… siempre lo recordaré.
Nos conocimos hace muchos años cuando con su esposa y sus tres hijos instaló una industria de calzado muy cerca del domicilio que yo habitaba. Laboralmente triunfó. Su gran honradez y su dedicación a los productos que fabricaba pronto, muy pronto, llegaron a los mercados de casi toda España, aunque no exento de los altibajos propios de cualquier empresa.
Sin embargo para mí su mayor triunfo no se encontraba revelado en su faceta profesional. Luís Juan que era una persona con unas profundas convicciones cristianas dedicó gran parte de su vida al mundo de la teología evangélica.
Esta tarea no le resultó nada fácil en aquellos años en los que ferozmente los católicos discriminaban a los cristianos no católicos. Luís Juan intentó que fuera respetada la libertad de conciencia ante unos hermanos que en realidad proclamaba nuestros mismos evangelios.
Mi amigo luchó limpiamente sin ceder en su lealtad a Jesucristo, conociendo –como pocos- el mensaje del Evangelio que Él proclamó, ofreciendo la salvación a todos sus hijos sin discriminación y poniendo como única condición el amor único y verdadero entre todos los seres humanos.
Siempre demostró una excelente alma de pastor, de pastor de almas que jamás renegó de su identidad religiosa siendo por el contrario un ejemplo para aquella un tanto discriminada pero totalmente entregada congregación protestante a la que tanto amaba.
Lloró con los que lloraban y alentó a los deprimidos. Pasó por la vida sembrando ilusiones, suavizando asperezas y compartiendo alegrías y tristezas con todos los que se acercaban a él en espera de consuelo en un mundo egoísta y soberbio por no llamarlo cruel.
Fui invitado en diversas ocasiones para asistir a actos religiosos y ceremonias especiales en su centro de oración al que acudí con agrado junto a mi esposa.
En aquellos lejanos tiempos parecía algo extremadamente extraño que un católico practicante acudiera a cualquier acto religioso que se realizara en una iglesia evangélica. En cualquier caso yo entendía que la bondad Dios está en todo lugar siempre y cuando se respete el amor a los demás. Que Dios no es propiedad de católicos, de evangélicos o de cualquier otra religión porque su amor está abierto a todos y su bondad universal es claramente evidente.
Hoy siento en mi corazón la muerte de mi amigo que hace unos días nos dijo “hasta pronto” aunque estoy convencido que nos espera en ese lugar del cielo que Dios nos tiene prometido a los que en la tierra intentamos seguir el camino marcado por su Hijo.
Como decía aquel viejo teólogo “una persona muere cuando se le deja de recordar”.
Yo… siempre lo recordaré.