La posibilidad del pecado no nació en la tierra, sino en el interior de criaturas verdaderamente libres que, aun bajo la mirada amorosa de Dios, eligieron girar la mirada hacia sí mismas.
Dios dotó tanto a ángeles como a seres humanos de inteligencia y voluntad libre, capaces de conocerse y decidirse, para que la comunión con Él fuera fruto de una alianza de amor, no el resultado frío de una programación mecánica.
El pecado, por tanto, no es un defecto en el diseño divino, sino el abuso de un don perfecto. La libertad no fracasó; fue traicionada. Lucifer fue el primero en intentar existir “como Dios”, buscando su propio fin al margen de Aquel de quien dependía incluso para existir. Isaías 14:12–15; Ezequiel 28:12–17.
Pecar es pretendiente organizar la propia vida ignorando la mirada de amor de Dios. Es vivir como si la criatura pudiera sostenerse sola.
Es convertir la autonomía en rebelión: la criatura forzando los límites de su ser y desafiando a la única fuente de vida.
En el corazón de la libertad habita una inclinación peligrosa: traicionar la verdad y el bien para refugiarse en el egoísmo y la soberbia autorreferencial. Cuando una criatura espiritual se pliega sobre sí misma, se deforma interiormente y rompe la comunión que la sostenía.
El resultado nunca es más libertad, sino una esclavitud más profunda. Romanos 1:21-25.
Dios quiso un amor auténtico, no una obediencia automática. Por eso dejó abierta la posibilidad real de decir “no”. Sin esa opción, no habría fe verdadera ni respuesta del corazón, solo una ruta impuesta, sin responsabilidad, sin gloria y sin amor.
La libertad se parece a las alas de un ave: son el instrumento para elevarse a las alturas, pero son las mismas alas las que, si se pliegan, permiten la caída. Sin la posibilidad de ambas direcciones, no hay verdadero vuelo; solo un movimiento obligado, sin dignidad moral.
Por eso la Escritura advierte:
“Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud” Gálatas 5:1.
“Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” Santiago 4:7.
Jesús fue aún más radical al definir la libertad:
“Si me amáis, guardad mis mandamientos” Juan 14:15.
Y el llamado sigue resonando desde la antigüedad:
“Escogeos hoy a quién sirváis… pero yo y mi casa serviremos a Jehová” Josué 24:15.
¿las estás usando para ascender hacia Él en obediencia, o para justificar una caída lenta, envuelta en el discurso atractivo de la “autonomía”?
Dios dotó tanto a ángeles como a seres humanos de inteligencia y voluntad libre, capaces de conocerse y decidirse, para que la comunión con Él fuera fruto de una alianza de amor, no el resultado frío de una programación mecánica.
El pecado, por tanto, no es un defecto en el diseño divino, sino el abuso de un don perfecto. La libertad no fracasó; fue traicionada. Lucifer fue el primero en intentar existir “como Dios”, buscando su propio fin al margen de Aquel de quien dependía incluso para existir. Isaías 14:12–15; Ezequiel 28:12–17.
Pecar es pretendiente organizar la propia vida ignorando la mirada de amor de Dios. Es vivir como si la criatura pudiera sostenerse sola.
Es convertir la autonomía en rebelión: la criatura forzando los límites de su ser y desafiando a la única fuente de vida.
En el corazón de la libertad habita una inclinación peligrosa: traicionar la verdad y el bien para refugiarse en el egoísmo y la soberbia autorreferencial. Cuando una criatura espiritual se pliega sobre sí misma, se deforma interiormente y rompe la comunión que la sostenía.
El resultado nunca es más libertad, sino una esclavitud más profunda. Romanos 1:21-25.
Dios quiso un amor auténtico, no una obediencia automática. Por eso dejó abierta la posibilidad real de decir “no”. Sin esa opción, no habría fe verdadera ni respuesta del corazón, solo una ruta impuesta, sin responsabilidad, sin gloria y sin amor.
La libertad se parece a las alas de un ave: son el instrumento para elevarse a las alturas, pero son las mismas alas las que, si se pliegan, permiten la caída. Sin la posibilidad de ambas direcciones, no hay verdadero vuelo; solo un movimiento obligado, sin dignidad moral.
Por eso la Escritura advierte:
“Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud” Gálatas 5:1.
“Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” Santiago 4:7.
Jesús fue aún más radical al definir la libertad:
“Si me amáis, guardad mis mandamientos” Juan 14:15.
Y el llamado sigue resonando desde la antigüedad:
“Escogeos hoy a quién sirváis… pero yo y mi casa serviremos a Jehová” Josué 24:15.
Pregunta:
Si la libertad que hoy ejerces es el par de alas que Dios te confió,¿las estás usando para ascender hacia Él en obediencia, o para justificar una caída lenta, envuelta en el discurso atractivo de la “autonomía”?