LOS TRIUNFOS DE LA OBRA DE CRISTO

2 Junio 1999
19.987
13
65
LOS TRIUNFOS DE LA OBRA DE CRISTO


EXPIACIÓN: Acto por el que se quita el pecado o la contaminación mediante un sacrificio o pago establecido por Dios. En la RV, la palabra aparece casi doscientas veces. En setenta casos es traducción del verbo hebreo "kipper", que indica expiación propiamente dicha. En casi todas las demás ocasiones se refiere a sacrificios expiatorios. En el Nuevo Testamento o bien significa sacrificio expiatorio (Heb 10.6, 8; en griego, peri hamartia), o es la traducción del verbo hilaskomai (Heb 2.17; PROPICIACIÓN). La etimología de kipper es incierta. Algunos sugieren la palabra aramea que equivale a «borrar», pero es más probable que venga de una raíz que significa «cubrir». El concepto básico parece ser el de eliminar el obstáculo que impide la bendición de Dios. (Nuevo diccionario de la Biblia Caribe. NDBC)

Por lo cual (Jesús)debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. (Hebreos 2:17)

Básicamente la expiación se hace por el pecado que contamina tanto al hombre como a las cosas, y del cual la impureza ceremonial es solo una ilustración.
El medio de expiación variaba. Podía muy bien ser una ofrenda en efectivo (Nm 31.50) o incienso, como cuando Aarón expió la murmuración del pueblo (Nm 16.47). Pero principalmente la expiación se hacía mediante la muerte de una víctima, y por la sangre como símbolo de su vida derramada (Lv 17.11). A veces el culpable mismo debía morir (Nm 35.33), pero en la mayoría de los casos se ofrecía un animal como sustituto.
La expiación presenta el pecado como algo que contamina al hombre y que interrumpe su relación con Dios. Indica que es Dios mismo el que brinda el medio para restablecer la relación rota por el pecado ya que el hombre no puede hacerlo. Demuestra la justicia de Dios, porque Él demanda un castigo por el pecado. También su amor, porque Él provee un sustituto para el pecador. Por último, demuestra los beneficios para aquel que acepta la provisión expiatoria de Dios. Hay limpieza de la contaminación, perdón de la culpa y liberación del castigo merecido.
Las ofrendas expiatorias del Antiguo Testamento no podían en sí quitar el pecado (Heb 10.4), sino que prefiguraban a Jesucristo, el sacrificio perfecto provisto por Dios mismo (Jn 1.29). Por su muerte expiatoria (asham, Is 53.10), Él quitó los pecados del mundo y ofreció la base para el perdón y la justificación del pecador. (NDBC)
 
PROPICIACIÓN Satisfacción de la Justicia de Dios mediante un sacrificio. Dios es santo y su reacción vindicadora (Sal 7.11; ® Ira de Dios) solo se aplaca al quitar el pecado que la causó.
En el Nuevo Testamento, la muerte expiatoria de Cristo es la promesa por excelencia (Ro 3.25). Hizo posible que Dios fuera propicio hacia los creyentes y el mundo entero (1 Jn 2.2; cf. Heb 8.12). La promesa destaca la gravedad del pecado, lo grande de la obra redentora de Cristo y la invitación al pecador de apropiarse esa obra perfecta (® Expiación).

PROPICIATORIO (En hebreo, caporet) término con el que se designa la plancha de oro que sostenía los querubines sobre el arca del pacto (Éx 25.17–22). Los dos querubines, que también eran de oro, estaban frente a frente en los extremos del propiciatorio, lo cubrían con sus alas y formaban con él una sola pieza. Encima del propiciatorio y entre los querubines, Jehová hablaba con Moisés comunicándole sus órdenes (Éx 25.22; Nm 7.89; cf. Lv 16.2 «en la nube sobre el propiciatorio»).
El ritual del gran ® Día de Expiación prescribía que Aarón pusiera perfume sobre el fuego delante de Jehová; la nube del perfume cubriría el propiciatorio que estaba sobre el testimonio. Esto evitaba que Aarón muriera y probaba la presencia de Dios sobre el propiciatorio. Luego Aarón debía tomar sangre del becerro y rociar siete veces el propiciatorio, para purificar el santuario de las impurezas de Israel (Lv 16.14).
El propiciatorio era prototipo de Cristo. Por eso Pablo declara enfáticamente que Dios ha puesto a Cristo como ® Propiciación por medio de la fe en su sangre (Ro 3.25).
Nelson, Wilton M., Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia, (Nashville, TN: Editorial Caribe) 2000, c1998.

Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. 2Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo. (1 Juan 2:1-2)


a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre(Romanos 3:25)


En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. (1 Juan 4:10)
 
JUSTIFICACIÓN Acto soberano de Dios por el que, por pura gracia y a base de su pacto, declara aceptos ante Él a quienes creen en su Hijo (Ro 4.2–5).

En El Antiguo Testamento
La palabra hebreo tsadag (aparte de algunas pocas veces en que significa «ser ® JUSTO» [Gn 38.26; Job 4.17, etc.]) significa comúnmente «declarar (o pronunciar) justo». A veces el contexto es jurídico o forense (hallar inocente, declarar justo), y a veces es personal (declararle a uno aprobado y aceptado ante el soberano). Normalmente se refiere al veredicto del ® Juez, quien decide pleitos (Dt 25.1; 2 S 15.4), defiende al pobre (Sal 82.3; pero cf. Lv 19.15), vindica al inocente y condena al culpable (1 R 8.32; Pr 17.15).
Por lo general, la expresión «declarar justo» se usa en voz pasiva: en el sentido más profundo y teológico; el hombre es justificado por Dios (cf. Is 45.25; 53.11). El Antiguo Testamento desaprueba la soberbia de los que pretenden «justificarse» a sí mismos (Job 9.20; 32.2; cf. Is 43.9, 26). Dios, el juez justo por excelencia, «no justificará al impío» (Éx 23.7) ni «de ningún modo absolverá al culpable» (Éx 34.7; cf. Nm 14.18s; Dt 25.1). «El que justifica al impío [pero cf. Ro 4.5] y el que condena al justo, ambos son igualmente abominación» (Pr 17.15). Medido con la norma de la perfecta justicia de Dios, según el Antiguo Testamento, nadie es justo (Sal 143.2; Is 57.12; 64.6).
Sin embargo, en el Antiguo Testamento la ® Justicia de Dios es un concepto característicamente salvífico. Los mismos pasajes, que afirman la inviolable justicia de Dios, proclaman también muchas veces su ® Misericordia perdonadora (Éx 34.6–9; Nm 14.18s; Dt 7.9; 32.35s). En algunos pasajes, el ® Perdón divino se describe en términos que anticipan el concepto novotestamentario de la justificación. Abraham creyó la promesa de gracia divina, y Dios se lo contó por justicia (Gn 15.6; cf. Dt 24.13). Ante la frecuente pregunta: «¿qué necesita un hombre para ser aceptado ante Dios?» (por ejemplo, Ez 18.5–9), el autor bíblico responde en efecto: la fe. Siglos después, Pablo vería en Gn 15.6 un testimonio de la justificación por la fe, como también en Gn 12.1ss (Gl 3.8, 16) y Gn 17.5–10 (Ro 4.9–18; Gl 3.16), y aun interpretaría la circuncisión como «sello de la justicia de la fe que (Abraham) tuvo estando aún incircunciso» (Ro 4.11).
También algunos salmos anticipan el concepto novotestamentario de la justificación. Según Sal 32.1s, perdonar equivale a no imputar el pecado (cf. Is 50.8; Ro 8.33s), en Sal 130.3s, y 7s se reconoce que nadie puede «mantenerse» como justo ante Dios, pero a la vez afirma su «abundante redención» y «perdón de todos los pecados» (cf. Sal 24.5; 51.1–6).
En los libros proféticos la doctrina de la justificación se desarrolla aun más; sobre todo en Is 40–66. El ® Siervo sufriente, como abogado defensor (cf. Is 50.8; Ro 8.33s), «por su conocimiento justificará a muchos, y llevará las iniquidades de ellos» (53.11). La justificación de Israel vendría de Dios (Is 45.21–25; 54.17; cf. 1.18), quien los vestirá de justicia (Is 61.10). Según Jeremías, Jerusalén volvería a ser morada de justicia (Jer 31.23) y se llamará «Jehová, justicia nuestra» (Jer 23.6; 33.16). Se anuncia al Mesías como «el Justo», y a los suyos como «los justos» con la justicia escatológica del reino venidero (Odas de Salomón 25.10; 2 Esdras 8.36).
Según Hab 2.4, «el justo, por su fidelidad vivirá» (BJ). Y el contexto parece señalar que el justo Judá escapará al fin de la muerte, mientras los caldeos perecerán (Hab 1.5–17). La LXX, cuya versión cita el Nuevo Testamento, lo modifica: «Mas mi justo-por-fe vivirá», con lo cual recalca la fe del justo. Más tarde Pablo aplica el texto, entendido a la luz de la LXX y de Qumrán, a la fe personal en Cristo (Ro 1.17; Gl 3.11), mientras Heb 10.38 lo aplica a la paciencia de los santos en medio de la tribulación.

En Los Evangelios Y Hechos
El verbo «justificar» (dikaioŒo) aparece en varios contextos:
1.Los judíos «justificaban a Dios» cuando Juan los bautizaba (Lc 7.29). Con el mismo sentido de «vindicación», se dice que «la sabiduría es justificada por todos sus hijos» (Mt 11.19; Lc 7.35).
2.Los hombres pretenden autojustificarse por sus méritos propios, pero apelan a pretextos evasivos (Lc 10.29) o a la hipocresía (Lc 16.15).
3.En el juicio final, los hombres serán justificados o condenados por sus palabras (Mt 12.37). Este sentido jurídico-escatológico del término es el antecedente del pensamiento paulino (aunque Pablo hace hincapié en que este juicio y esta justificación se realizan ahora mismo, y por fe, Ro 3.21–26). Aunque los Evangelios no usan el sustantivo ® «Justicia» en el sentido paulino forense de la justificación, sí ven «la justicia» como un don de Dios (Mt 5.6, 10) y la refieren a la vida del Reino de Dios, traído por Jesús (Mt 6.33).
Además, en dos pasajes Lucas emplea el verbo «justificar» en el sentido paulino. El publicano penitente, en contraste con el fariseo que confiaba en su propia justicia, «descendió a su casa justificado» (Lc 18.14). Este mismo sentido aparece en Hch 13.38s en un sermón de Pablo; el perdón de pecados mediante Jesús significa que «en Él es justificado aquel que cree».

En Pablo
El concepto de la justificación se elabora y profundiza, especialmente en Romanos y Gálatas, y llega a ser el meollo de la soteriología paulina. La justicia de Dios es «de la fe» (Ro 4.11, 13; cf. Gl 2.16; 3.8), «la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo» (Ro 3.22; Flp 3.9). Pablo contrasta constantemente esta justificación evangélica con «la justicia por las obras de la ley» (Ro 9.31s; cf. 10.5) y con «mi propia justicia» (Ro 10.3; Flp 3.9).
El principio de la justicia legal es «haced esto, y viviréis» (Ro 10.5; Gl 3.10–12); el principio de la justificación evangélica es «creed, confesad, y seréis salvos» (Ro 10.9s; Gl 3.6–9).
En su misión a los gentiles y su polémica contra el legalismo judaizante, Pablo proclama que el creyente recibe la justificación de Dios gratuitamente y ahora, puesto que es impartida por Dios en Cristo y recibida por la ® Fe (Ro 5.1, 17). Según Ro 3.21–31, no depende de las buenas ® Obras, ni de nuestra obediencia a la ® Ley (en particular, a la demanda de la ® Circuncisión); depende más bien de la ® Gracia divina para evitar toda jactancia humana. Lejos de fluir de algún merecimiento humano (Ro 4.4s; Flp 3.9), la salvación es de pura gracia, y no puede derivarse de una mezcla de gracia y obras (Ro 3.28; 11.6; Gl 2.14–21; 5.4; ® Concilio de Jerusalén).
Pablo expresa esta verdad quizás en los términos más drásticos en Ro 4.2–7: «al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, la fe le es contada por justicia». En un nivel literal, esta atrevida expresión contradice textualmente las muchas expresiones veterotestamentarias de que Dios no justificará nunca al impío (Éx 23.7; Dt 25.1; Is 5.23). Pero en un nivel mucho más profundo esto corresponde rotundamente a la realidad veterotestamentaria (Dt 7.7s; 9.6; 26.5; Jos 24.2; cf. Gn 18.23). Aunque la expresión también chocara con la piedad judía del tiempo de Pablo, sigue con toda fidelidad el ejemplo y el espíritu de Jesús, quien vino a llamar a pecadores, comía con publicanos, los declaraba justificados y «murió por los impíos» (Ro 5.6; cf. 1.18).
La frase, quizás con cierta paradoja intencionalmente chocante, subraya el carácter netamente gratuito de la justificación y también su carácter vicario; al impío le es atribuida la «justicia ajena» de Cristo (2 Co 5.21). Sin embargo, la justificación no consiste en que Dios haga piadosos a los impíos y luego los acepte («justificación analítica»), sino en que declara «aceptos» ante Él a los impíos e injustos, por la justicia imputada e impartida de Cristo, y así comienza a transformar toda la vida. La justificación nunca debe confundirse con la ® Santificación ni divorciarse de ella.

La Fe Y La Imputación
Si la gracia de Dios es la fuente de la justificación, la fe es el medio que Dios usa para impartirla (Ro 4.16 BJ; Ef 2.8–10), en radical antítesis con las obras de la Ley o los méritos de la justicia propia. En el evangelio, potencia de Dios para todo aquel que cree, «la justicia de Dios se revela por fe y para fe» (Ro 1.17). Esta fe se describe como creer en Jesucristo (Ro 3.22, 26) y confesarlo como Señor (Ro 10.9s); es «someterse a la justicia de Dios» (Ro 10.3). Esta clase de fe viva actúa por el ® Amor (Gl 5.6; 1 Ts 1.3) y, como la de Abraham, fructifica en «la obediencia a la fe» (Ro 1.5; cf. 6.17). La fe une al creyente con Cristo (Ef 3.17) mediante el Espíritu Santo (Gl 3.1–5) y le conduce a una nueva esfera (Ro 5.21).
Para Pablo, Abraham es el prototipo incontrovertible de la justificación por la fe (Ro 4.3–11, 22s; Gl 3.6), pero su fe no tiene el carácter de una obra meritoria en sí misma, como creían muchos rabinos. Contra la interpretación judaica de Gn 15.6 como «imputación por deuda» (Ro 4.4, donde esta expresión refleja tal interpretación, en el sentido helenístico de inscribir en el cielo los logros y virtudes de Abraham) Pablo insiste en el sentido original del texto como una imputación por gracia.
Por medio de diversos verbos, Pablo muestra una elaborada teología de la imputación. Aunque «donde no hay ley, no se inculpa (cf. Flp 18) de pecado» (Ro 5.13; cf. 4.15); sin embargo, la muerte reinó desde ® Adán hasta Moisés (Ro 5.14) porque «por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres» (Ro 5.18) y «por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores» (Ro 5.19s). Por tanto Cristo, nuestro representante, ha asumido la maldición del pecado por nosotros (2 Co 5.21; Gl 3.13); es decir, Dios identificó jurídicamente a Jesús con el pecado. Dicho con otras palabras, «Dios estaba en Cristo, reconciliando consigo al mundo, no imputándoles (cf. Hch 7.60; Ro 3.25) a los hombres de sus pecados» (2 Co 5.19). Cristo «nos es hecho ... justificación» (1 Co 1.30), «para que fuésemos hechos justicia de Dios en Él» (2 Co 5.21). Así que a nosotros también «la fe nos es contada por justicia» (Ro 4.24s), y recibimos «la justicia que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe» (Flp 3.9).
Cabe aclarar en cuanto a la «imputación» que esta no es una simple transacción extrínseca, y que precisamente ese concepto de «contabilidad celestial» es el que Pablo rechaza en Ro 4.3–5. Quizás por eso Pablo no dice que la idéntica justicia de Cristo se pone a nuestra cuenta, sino más bien que Dios nos imparte «la justicia que es por la fe de Cristo», cuando el contraste lógico a «mi propia justicia» hubiera sido «la justicia de Cristo». Identificados vitalmente con Cristo, nos sujetamos a la justicia de Dios, de modo que «Cristo nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención» (1 Co 1.30; cf. 6.11).

El Sacrificio de Jesús
Todo pensamiento de Pablo gira en torno a «Jesucristo, y a este crucificado» (1 Co 2.2), y esta perspectiva transforma también su visión de la justificación. La obra vicaria de Jesús es la base indispensable de la salvación, pues estamos «justificados en su sangre» (Ro 3.24ss; 5.9). Como Segundo Adán, Él ha realizado el acto de obediencia (Ro 5.19) y justicia (Ro 5.18) que constituye nuestra justificación. Hecho maldición por nosotros en la cruz, nos ha justificado y en esa forma la bendición abrahámica de Gn 12.3 se ha cumplido y extendido a los gentiles (Gl 3.14).
El lenguaje acerca de la cruz en Ro 3.24ss es sacrificial y tiene por antecedente la liturgia del ® Día de la Expiación según Lv 16, con su triple confesión de pecado (cf. Ro 3.23) y el derramamiento de sangre sobre el propiciatorio. Este era a la vez lugar de expiación y de revelación de Dios (Éx 25.22). De igual manera, ahora la persona de Cristo en su muerte es el lugar donde el juicio de Dios se ejecuta expiatoriamente y donde a la vez se manifiesta la justicia de Dios. La tensión mencionada en Ro 3.26 entre la justicia de Dios y la justificación del pecador, reconciliadas ambas en el sacrificio de Cristo, se describe en dos fases histórico-salvíficas: (1) Dios «pasó por alto en su paciencia los pecados pasados» en la época del Antiguo Testamento, pero solo con miras a (2) «manifestar en este tiempo su justicia», ahora, en el tiempo de cumplimiento.
Pablo recalca también la relación entre la ® Resurrección de Cristo y nuestra justificación. La resurrección señala contundentemente la eficacia redentora del sacrificio de Cristo aceptado y sellado por el Padre, y confirma también su triunfo cabal sobre el poder del ® Pecado (1 Co 15.17). «¿Quién nos puede acusar?», pregunta Pablo (Ro 8.33s), puesto que Dios es nuestro abogado defensor (cf. Is 50.8) y, puesto que el único juez es el mismo que habiendo muerto por nosotros, resucitó triunfante e intercede por nosotros a la diestra del Padre (cf. Ro 6.4ss) en la semejanza de su resurrección, de modo que la justicia de la Ley se cumple ahora en nosotros los que andamos conforme al Espíritu del que levantó a Cristo de los muertos (Ro 8.1–11).

Fe Y Justificación En Santiago
La Epístola de ® Santiago llama a una vida de «fe en acción» «sin acepción de personas» (2.1) y fructífera en amor (2.8) y obras (2.14–26). Desde esta perspectiva, el autor discute la justificación y la fe en términos que a primera vista parecen incompatibles con todo lo que para Pablo era el evangelio. En cuanto a provecho o utilidad, Santiago cuestiona el que la fe pueda salvar (2.14). Concluye que la fe sin obras es muerta (2.17, 26) y estéril (2.20); la fe coactúa en las obras que de ella nacen, y llega a su plenitud en ellas (2.22). Santiago aun afirma tres veces que el hombre es justificado por las obras y no solo por la fe (2.21, 24, 25). Apoya su conclusión en tres argumentos:
1. Un argumento práctico basado en la futilidad de una caridad puramente verbal, sin expresión tangible (2.14–17).
2. Un argumento teológico que insinúa lo demoníaco de una abstracta ortodoxia monoteísta, aunque sea adherencia teórico-verbal al credo más indispensable, el shemaŒ (2.18s; ® Judaísmo).
3. Un argumento histórico, basado en Abraham y Rahab (2.20–26).
Es evidente que Santiago vive una situación distinta a la de Pablo y que ataca a un error diferente. Santiago no conoce la antítesis paulina de gracia y ley, fe y obras, sino se enfrenta a una religiosidad teórica, e insiste en la unidad integral de fe y acción (1.18, 22). Curiosamente, apoya su conclusión respecto a Abraham en el mismo texto que cita Pablo (Gn 15.6), pero lo transfiere de su contexto original del nacimiento de Isaac al momento posterior cuando la fe de Abraham «se perfeccionó» con el sacrificio del hijo prometido (Gn 22). Pablo, en cambio, coloca la justificación de Abraham por fe en su contexto original, en donde se acentúa precisamente la importancia y la pasividad de Abraham (Ro 4.16–22), e insiste en que la promesa vino mucho antes del nacimiento y la circuncisión de Isaac (Ro 4.9–12). Además, aunque ambos autores citan Gn 15.6, Santiago no parece descubrir en esas palabras ningún concepto de imputación vicaria por representación. En general, Santiago no elabora una soteriología de la justificación en este pasaje, sino más bien una ética de la fe puesta en acción. Sin embargo, todo su pensamiento, igual que el de Pablo, está totalmente ajeno al consejo de mérito y «justicia propia» del legalismo judío.
Algunos han pretendido ver en Santiago una polémica contra Pablo, o contra un «paulinismo distorsionado», pero otros, creyendo que Santiago se escribió antes de Gálatas y Romanos, han sospechado que en algunos pasajes de estas otras dos epístolas Pablo corrige tácitamente a Santiago. Es más probable que los dos autores hayan escrito de manera independiente bajo circunstancias muy diversas, contra el antecedente común del judaísmo.
Con toda su diversidad de énfasis, Santiago y Pablo convergen en lo esencial como dos testigos de un mismo mensaje. Gran parte de la discrepancia es más bien semántica. Pablo también nos insta a ser hacedores y no solo oidores de la Ley (Ro 2.13), señala que hemos sido llamados a buenas obras (Ef 2.10, y otras quince veces), y entiende «la fe que obra por el amor» (Gl 5.6) como muestra de obediencia al evangelio (Ro 1.5). De ninguna manera sirve la gracia como licencia al pecado (Ro 6.1, 12, 15–22). Tito 1.6 y 3.7–9, en el mismo espíritu de Stg 2.18s, rechazan la profesión vacía, sin los hechos correspondientes, como abominación. Así pues, la fe por la que según Pablo el hombre es justificado, es también la fe que se realiza en acción, según Stg 2.22. Y las obras que rechaza Pablo por insuficientes son «las obras de la ley», mientras que las obras, que Santiago afirma son indispensables para que el hombre pueda ser justificado, son de hecho «las obras de fe», en las que también insiste Pablo.

Bibliografía:
P. Van Inschoot, Teología del Antiguo Testamento, Fax, Madrid, 1969, pp. 108–117, 701–709, 722–733. G. Von Rad, Teología del Antiguo Testamento I, Sígueme, Salamanca, 1972, pp. 453–489. Fries (ed.), Conceptos fundamentales de la teología II, Cristiandad, Madrid, 66, pp. 463–475. DTB, col. 557–566. M. Meinertz, Teología del Nuevo Testamento, Fax, Madrid, 1966, pp. 262ss, 393–411. J.M. Bover, Teología de San Pablo, B.A.C., Madrid, 1961, pp. 74–133, 642–758. J. Jeremías, El mensaje central del Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca, 1966, pp. 61–82.

Nelson, Wilton M., Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia, (Nashville, TN: Editorial Caribe) 2000, c1998.

39y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él (Cristo) es justificado todo aquel que cree. (Hechos 11:39)

9Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. (Romanos 5:9)
 
REDENTOR, REDENCIÓN Los israelitas llamaban «redención» al acto de vengar la sangre de un pariente; al que lo hacía llamaban «redentor» (Nm 35.12, 19, 21, 27; Dt 19.6, 12, 13). Pagar para que dejaran en libertad a uno que estaba vendido era también redimir o rescatar (Lv 25.48). Redentor era asimismo el que compraba las tierras de un pariente difunto, para que no se perdieran (Rt 4.1–7). Entre los israelitas se podía redimir la vida de una persona o de un animal, como en el caso de los primogénitos (que a Dios había que entregar). Para ello era necesario pagar un precio, el cual se debía entregar al sacerdote (Éx 13.13, 15; Lv 27.27; Nm 18.15, 16).
En su obra a favor de los hombres, Dios es redentor por excelencia. La liberación de los israelitas de la esclavitud en Egipto es un acto de redención (Éx 6.6) de parte de Jehová Dios. La idea principal en la redención es soltar o liberar. El ® Pecado mantiene al hombre en servidumbre y, por tanto, la salvación incluye el librarlo de esa esclavitud. En Cristo Jesús, Dios pagó el precio completo de la redención del género humano (Col 1.13). Redención es liberación del poder de las tinieblas, a fin de vivir bajo la soberanía o el reino del amor de Dios. En el Antiguo Testamento, la esperanza de Job está puesta en Dios su redentor (Sal 19.25). Asimismo, David considera a Dios su redentor (Sal 19.14), y el profeta Isaías destaca este concepto; trece veces aparece el término en ese libro profético (por ejemplo, 41.14; 43.14; 44.6).
En el Nuevo Testamento la doctrina de la redención es cardinal. Todos las personas están esclavizadas por el pecado, y son «hijos de ira» (Ef 2.1–3; 2 Ti 2.26); necesitan, por tanto, ser redimidos. Entre los del pueblo de Dios eran muchos los que esperaban la redención divina. Ana, la viuda profetisa, confió y declaró que el niño Jesús, a quien logró conocer en el templo, era quien satisfaría esa esperanza (Lc 2.36–38).
Jesucristo realiza esta redención (Ro 3.24; Gl 3.13) por medio de su ® Sangre vertida en la cruz (Ef 1.7; Col 1.14). El mismo habló de «dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20.28//); y Pablo dice que Cristo «se dio a sí mismo en rescate por todos» (1 Ti 2.6) para una redención que es eterna (Heb 9.12). Él, pues, tomó nuestro lugar, y recibió el castigo que nosotros merecíamos por nuestros pecados. Por tanto, un efecto justo y lógico de esta obra redentora en nosotros debe ser glorificar a Dios mediante una vida pura y fructífera, tanto en lo material como en lo espiritual. La redención abarca al hombre como un todo y como tal lo transforma (1 Co 6.20). La redención culminará gloriosamente en la ® Resurrección (Hch 26.18; Ro 8.15–23; 1 Co 15.55–57).

Nelson, Wilton M., Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia, (Nashville, TN: Editorial Caribe) 2000, c1998.

7en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados (Efesios 1:7)

y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre,(Cristo) entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. (Heb 1:12)
 
RECONCILIACIÓN Restablecimiento de la amistad del hombre con Dios, pues entre ambos reinaba la enemistad; y, más que el establecimiento de buenas relaciones en general, es la eliminación de un profundo desacuerdo. El hombre por su pecado se encontraba alejado de Dios; pero en la persona de su Hijo, Dios mismo ofreció el camino hacia la reconciliación.
Según la enseñanza paulina, la reconciliación es una muestra del amor de Dios y un estado presente (Ro 5.10); se recibe a través del Señor Jesucristo (v. 11). La exclusión temporal de los judíos del plan de Dios provocó la reconciliación del mundo gentil (Ro 11.15; 2 Co 5.18); Dios, estando en Cristo, reconcilió al mundo consigo mismo (v. 19). La acción espontánea de Dios anula la enemistad que mantiene al hombre separado de su Creador, y la creación de una naturaleza redimida dentro del hombre capacita a este para llevar una vida de comunión y amor con Dios (Ro 5.11).
Pablo resume el plan redentor de Dios en «la palabra de la reconciliación» (2 Co 5.19), la cual ha sido encomendada a los cristianos para su proclamación a todas las personas.
«Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados».

Nelson, Wilton M., Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia, (Nashville, TN: Editorial Caribe) 2000, c1998.

Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; 19que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (2 Cor 5:18-19)


Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. 11Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación. (Romanos 5:10-11)
 
SANTIFICAR Término que traduce en nuestras Biblias el hebreo qadash y el griego hagiazo. El significado se vincula a las dos ideas dominantes del concepto de lo santo: lo que es apartado, separado o consagrado a Dios y la transformación ética y religiosa que corresponde a quienes entran en esa relación con Él.
Dios es santo en majestad, trascendencia, misterio, separado del hombre y del pecado. Santificar a Dios es reconocerlo en su ® Santidad (Is 8.13; 29.23). Se le santifica reconociendo y usando adecuadamente las cosas que Él ha señalado (por ejemplo, día de reposo, Gn 2.3; altar, Éx 29.37; tabernáculo, Éx 29.44; etc.), y honrando las personas o pueblo que Él ha elegido (por ejemplo, ® Pueblo, Éx 19.14; ® Sacerdotes, Éx 28.41). A menudo la idea dominante es de limpieza o ® Purificación ritual. Pero santificar a Dios requiere una actitud interior y una conducta que corresponde a la santidad de Dios (Is 1.4, 11; 8.13). Dios santifica su propio nombre al cumplir ante los pueblos su propósito (Ez 36.23; Is 29.23).
En el Nuevo Testamento hallamos un uso doble y complementario del concepto de santificar y santificación. La idea de consagrar enteramente a Dios sigue empleándose (Mt 23.17, 19). Pero el sumo sacrificio es Jesucristo (Jn 17.19) que se santifica a sí mismo y a los suyos (Heb 13.2; Jn 17.17). En Hebreo leemos que Jesucristo a su vez santifica a los suyos, separándolos y adquiriéndolos para Dios por su muerte y capacitándolos para un culto nuevo y espiritual por medio de Él y para una nueva vida de santidad (Heb 2.17; 9.13ss; 13.12–16). La ® Santificación es a la vez algo que Jesucristo adquirió para siempre para el creyente y un llamado a la santidad (Heb 10.10, 14; 12.14).
El mismo carácter doble advertimos en los escritos de Pablo. Jesucristo ha santificado a los creyentes por su obra y son por lo tanto santos (1 Co 1.2; 1 P 1.2; 1 Co 7.14). Por otra parte, la voluntad de Dios es nuestra santificación (1 Ts 4.3), es decir, que seamos conformados a la imagen de Cristo (2 Co 3.17, 18). Esto demanda un esfuerzo del creyente (2 Co 7.1; Heb 12.13; 1 Jn 3.3) en una lucha permanente (Ro 7; Gl 5.16–26); pero debe ser reconocida como obra de Dios (1 Ts 5.23, 24), quien la perfeccionará.

Nelson, Wilton M., Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia, (Nashville, TN: Editorial Caribe) 2000, c1998.


En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. (Heb 10:10)

Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta. (Hebreos 12:13-12)
 
¡Cuán grandes son tus obras, oh Jehová!
Muy profundos son tus pensamientos.
(Salmo 92:5)


<IMG SRC="radiante.gif" border="0"> <IMG SRC="radiante.gif" border="0">
<IMG SRC="radiante.gif" border="0"> <IMG SRC="corazon.gif" border="0"> <IMG SRC="radiante.gif" border="0">
<IMG SRC="radiante.gif" border="0"> <IMG SRC="radiante.gif" border="0">
 
Cristo Jesús... se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre. Filipenses 2:5-9

JESUS HOMBRE Y DIOS


Aquel que es el Pan de vida comenzó su servicio en la tierra teniendo hambre.

Aquel que es el Agua de vida acabó la suya exclamando: "Tengo sed".

El Hijo del Hombre sintió hambre, pero, como Dios, alimentó a multitudes.

Sufrió el cansancio y nos ofrece el descanso del alma.

Padeció la angustia, y nos socorre dándonos paz en nuestras tribulaciones.

Se le acusó de tener demonio, y él echaba fuera a los demonios.

Lloró, y enjuga nuestras lágrimas.

Fue vendido por treinta piezas de plata, y rescata al mundo.

Él es el Principe de la vida, y fue necesario que atravesara la muerte.

Fue perfectamente obediente a Dios, y aho­ra es el Señor a quien se le debe una universal obediencia.

A Él, el Hombre humilde y despreciado, Dios le dio toda autoridad en los cielos y en la tierra.

Si, a aquel que fue clavado en una cruz como un malhechor, Dios le hizo esta invitación: "Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies" (Hebreos 1:13).


Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)