JUSTIFICACIÓN Acto soberano de Dios por el que, por pura gracia y a base de su pacto, declara aceptos ante Él a quienes creen en su Hijo (Ro 4.2–5).
En El Antiguo Testamento
La palabra hebreo tsadag (aparte de algunas pocas veces en que significa «ser ® JUSTO» [Gn 38.26; Job 4.17, etc.]) significa comúnmente «declarar (o pronunciar) justo». A veces el contexto es jurídico o forense (hallar inocente, declarar justo), y a veces es personal (declararle a uno aprobado y aceptado ante el soberano). Normalmente se refiere al veredicto del ® Juez, quien decide pleitos (Dt 25.1; 2 S 15.4), defiende al pobre (Sal 82.3; pero cf. Lv 19.15), vindica al inocente y condena al culpable (1 R 8.32; Pr 17.15).
Por lo general, la expresión «declarar justo» se usa en voz pasiva: en el sentido más profundo y teológico; el hombre es justificado por Dios (cf. Is 45.25; 53.11). El Antiguo Testamento desaprueba la soberbia de los que pretenden «justificarse» a sí mismos (Job 9.20; 32.2; cf. Is 43.9, 26). Dios, el juez justo por excelencia, «no justificará al impío» (Éx 23.7) ni «de ningún modo absolverá al culpable» (Éx 34.7; cf. Nm 14.18s; Dt 25.1). «El que justifica al impío [pero cf. Ro 4.5] y el que condena al justo, ambos son igualmente abominación» (Pr 17.15). Medido con la norma de la perfecta justicia de Dios, según el Antiguo Testamento, nadie es justo (Sal 143.2; Is 57.12; 64.6).
Sin embargo, en el Antiguo Testamento la ® Justicia de Dios es un concepto característicamente salvífico. Los mismos pasajes, que afirman la inviolable justicia de Dios, proclaman también muchas veces su ® Misericordia perdonadora (Éx 34.6–9; Nm 14.18s; Dt 7.9; 32.35s). En algunos pasajes, el ® Perdón divino se describe en términos que anticipan el concepto novotestamentario de la justificación. Abraham creyó la promesa de gracia divina, y Dios se lo contó por justicia (Gn 15.6; cf. Dt 24.13). Ante la frecuente pregunta: «¿qué necesita un hombre para ser aceptado ante Dios?» (por ejemplo, Ez 18.5–9), el autor bíblico responde en efecto: la fe. Siglos después, Pablo vería en Gn 15.6 un testimonio de la justificación por la fe, como también en Gn 12.1ss (Gl 3.8, 16) y Gn 17.5–10 (Ro 4.9–18; Gl 3.16), y aun interpretaría la circuncisión como «sello de la justicia de la fe que (Abraham) tuvo estando aún incircunciso» (Ro 4.11).
También algunos salmos anticipan el concepto novotestamentario de la justificación. Según Sal 32.1s, perdonar equivale a no imputar el pecado (cf. Is 50.8; Ro 8.33s), en Sal 130.3s, y 7s se reconoce que nadie puede «mantenerse» como justo ante Dios, pero a la vez afirma su «abundante redención» y «perdón de todos los pecados» (cf. Sal 24.5; 51.1–6).
En los libros proféticos la doctrina de la justificación se desarrolla aun más; sobre todo en Is 40–66. El ® Siervo sufriente, como abogado defensor (cf. Is 50.8; Ro 8.33s), «por su conocimiento justificará a muchos, y llevará las iniquidades de ellos» (53.11). La justificación de Israel vendría de Dios (Is 45.21–25; 54.17; cf. 1.18), quien los vestirá de justicia (Is 61.10). Según Jeremías, Jerusalén volvería a ser morada de justicia (Jer 31.23) y se llamará «Jehová, justicia nuestra» (Jer 23.6; 33.16). Se anuncia al Mesías como «el Justo», y a los suyos como «los justos» con la justicia escatológica del reino venidero (Odas de Salomón 25.10; 2 Esdras 8.36).
Según Hab 2.4, «el justo, por su fidelidad vivirá» (BJ). Y el contexto parece señalar que el justo Judá escapará al fin de la muerte, mientras los caldeos perecerán (Hab 1.5–17). La LXX, cuya versión cita el Nuevo Testamento, lo modifica: «Mas mi justo-por-fe vivirá», con lo cual recalca la fe del justo. Más tarde Pablo aplica el texto, entendido a la luz de la LXX y de Qumrán, a la fe personal en Cristo (Ro 1.17; Gl 3.11), mientras Heb 10.38 lo aplica a la paciencia de los santos en medio de la tribulación.
En Los Evangelios Y Hechos
El verbo «justificar» (dikaioŒo) aparece en varios contextos:
1.Los judíos «justificaban a Dios» cuando Juan los bautizaba (Lc 7.29). Con el mismo sentido de «vindicación», se dice que «la sabiduría es justificada por todos sus hijos» (Mt 11.19; Lc 7.35).
2.Los hombres pretenden autojustificarse por sus méritos propios, pero apelan a pretextos evasivos (Lc 10.29) o a la hipocresía (Lc 16.15).
3.En el juicio final, los hombres serán justificados o condenados por sus palabras (Mt 12.37). Este sentido jurídico-escatológico del término es el antecedente del pensamiento paulino (aunque Pablo hace hincapié en que este juicio y esta justificación se realizan ahora mismo, y por fe, Ro 3.21–26). Aunque los Evangelios no usan el sustantivo ® «Justicia» en el sentido paulino forense de la justificación, sí ven «la justicia» como un don de Dios (Mt 5.6, 10) y la refieren a la vida del Reino de Dios, traído por Jesús (Mt 6.33).
Además, en dos pasajes Lucas emplea el verbo «justificar» en el sentido paulino. El publicano penitente, en contraste con el fariseo que confiaba en su propia justicia, «descendió a su casa justificado» (Lc 18.14). Este mismo sentido aparece en Hch 13.38s en un sermón de Pablo; el perdón de pecados mediante Jesús significa que «en Él es justificado aquel que cree».
En Pablo
El concepto de la justificación se elabora y profundiza, especialmente en Romanos y Gálatas, y llega a ser el meollo de la soteriología paulina. La justicia de Dios es «de la fe» (Ro 4.11, 13; cf. Gl 2.16; 3.8), «la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo» (Ro 3.22; Flp 3.9). Pablo contrasta constantemente esta justificación evangélica con «la justicia por las obras de la ley» (Ro 9.31s; cf. 10.5) y con «mi propia justicia» (Ro 10.3; Flp 3.9).
El principio de la justicia legal es «haced esto, y viviréis» (Ro 10.5; Gl 3.10–12); el principio de la justificación evangélica es «creed, confesad, y seréis salvos» (Ro 10.9s; Gl 3.6–9).
En su misión a los gentiles y su polémica contra el legalismo judaizante, Pablo proclama que el creyente recibe la justificación de Dios gratuitamente y ahora, puesto que es impartida por Dios en Cristo y recibida por la ® Fe (Ro 5.1, 17). Según Ro 3.21–31, no depende de las buenas ® Obras, ni de nuestra obediencia a la ® Ley (en particular, a la demanda de la ® Circuncisión); depende más bien de la ® Gracia divina para evitar toda jactancia humana. Lejos de fluir de algún merecimiento humano (Ro 4.4s; Flp 3.9), la salvación es de pura gracia, y no puede derivarse de una mezcla de gracia y obras (Ro 3.28; 11.6; Gl 2.14–21; 5.4; ® Concilio de Jerusalén).
Pablo expresa esta verdad quizás en los términos más drásticos en Ro 4.2–7: «al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, la fe le es contada por justicia». En un nivel literal, esta atrevida expresión contradice textualmente las muchas expresiones veterotestamentarias de que Dios no justificará nunca al impío (Éx 23.7; Dt 25.1; Is 5.23). Pero en un nivel mucho más profundo esto corresponde rotundamente a la realidad veterotestamentaria (Dt 7.7s; 9.6; 26.5; Jos 24.2; cf. Gn 18.23). Aunque la expresión también chocara con la piedad judía del tiempo de Pablo, sigue con toda fidelidad el ejemplo y el espíritu de Jesús, quien vino a llamar a pecadores, comía con publicanos, los declaraba justificados y «murió por los impíos» (Ro 5.6; cf. 1.18).
La frase, quizás con cierta paradoja intencionalmente chocante, subraya el carácter netamente gratuito de la justificación y también su carácter vicario; al impío le es atribuida la «justicia ajena» de Cristo (2 Co 5.21). Sin embargo, la justificación no consiste en que Dios haga piadosos a los impíos y luego los acepte («justificación analítica»), sino en que declara «aceptos» ante Él a los impíos e injustos, por la justicia imputada e impartida de Cristo, y así comienza a transformar toda la vida. La justificación nunca debe confundirse con la ® Santificación ni divorciarse de ella.
La Fe Y La Imputación
Si la gracia de Dios es la fuente de la justificación, la fe es el medio que Dios usa para impartirla (Ro 4.16 BJ; Ef 2.8–10), en radical antítesis con las obras de la Ley o los méritos de la justicia propia. En el evangelio, potencia de Dios para todo aquel que cree, «la justicia de Dios se revela por fe y para fe» (Ro 1.17). Esta fe se describe como creer en Jesucristo (Ro 3.22, 26) y confesarlo como Señor (Ro 10.9s); es «someterse a la justicia de Dios» (Ro 10.3). Esta clase de fe viva actúa por el ® Amor (Gl 5.6; 1 Ts 1.3) y, como la de Abraham, fructifica en «la obediencia a la fe» (Ro 1.5; cf. 6.17). La fe une al creyente con Cristo (Ef 3.17) mediante el Espíritu Santo (Gl 3.1–5) y le conduce a una nueva esfera (Ro 5.21).
Para Pablo, Abraham es el prototipo incontrovertible de la justificación por la fe (Ro 4.3–11, 22s; Gl 3.6), pero su fe no tiene el carácter de una obra meritoria en sí misma, como creían muchos rabinos. Contra la interpretación judaica de Gn 15.6 como «imputación por deuda» (Ro 4.4, donde esta expresión refleja tal interpretación, en el sentido helenístico de inscribir en el cielo los logros y virtudes de Abraham) Pablo insiste en el sentido original del texto como una imputación por gracia.
Por medio de diversos verbos, Pablo muestra una elaborada teología de la imputación. Aunque «donde no hay ley, no se inculpa (cf. Flp 18) de pecado» (Ro 5.13; cf. 4.15); sin embargo, la muerte reinó desde ® Adán hasta Moisés (Ro 5.14) porque «por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres» (Ro 5.18) y «por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores» (Ro 5.19s). Por tanto Cristo, nuestro representante, ha asumido la maldición del pecado por nosotros (2 Co 5.21; Gl 3.13); es decir, Dios identificó jurídicamente a Jesús con el pecado. Dicho con otras palabras, «Dios estaba en Cristo, reconciliando consigo al mundo, no imputándoles (cf. Hch 7.60; Ro 3.25) a los hombres de sus pecados» (2 Co 5.19). Cristo «nos es hecho ... justificación» (1 Co 1.30), «para que fuésemos hechos justicia de Dios en Él» (2 Co 5.21). Así que a nosotros también «la fe nos es contada por justicia» (Ro 4.24s), y recibimos «la justicia que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe» (Flp 3.9).
Cabe aclarar en cuanto a la «imputación» que esta no es una simple transacción extrínseca, y que precisamente ese concepto de «contabilidad celestial» es el que Pablo rechaza en Ro 4.3–5. Quizás por eso Pablo no dice que la idéntica justicia de Cristo se pone a nuestra cuenta, sino más bien que Dios nos imparte «la justicia que es por la fe de Cristo», cuando el contraste lógico a «mi propia justicia» hubiera sido «la justicia de Cristo». Identificados vitalmente con Cristo, nos sujetamos a la justicia de Dios, de modo que «Cristo nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención» (1 Co 1.30; cf. 6.11).
El Sacrificio de Jesús
Todo pensamiento de Pablo gira en torno a «Jesucristo, y a este crucificado» (1 Co 2.2), y esta perspectiva transforma también su visión de la justificación. La obra vicaria de Jesús es la base indispensable de la salvación, pues estamos «justificados en su sangre» (Ro 3.24ss; 5.9). Como Segundo Adán, Él ha realizado el acto de obediencia (Ro 5.19) y justicia (Ro 5.18) que constituye nuestra justificación. Hecho maldición por nosotros en la cruz, nos ha justificado y en esa forma la bendición abrahámica de Gn 12.3 se ha cumplido y extendido a los gentiles (Gl 3.14).
El lenguaje acerca de la cruz en Ro 3.24ss es sacrificial y tiene por antecedente la liturgia del ® Día de la Expiación según Lv 16, con su triple confesión de pecado (cf. Ro 3.23) y el derramamiento de sangre sobre el propiciatorio. Este era a la vez lugar de expiación y de revelación de Dios (Éx 25.22). De igual manera, ahora la persona de Cristo en su muerte es el lugar donde el juicio de Dios se ejecuta expiatoriamente y donde a la vez se manifiesta la justicia de Dios. La tensión mencionada en Ro 3.26 entre la justicia de Dios y la justificación del pecador, reconciliadas ambas en el sacrificio de Cristo, se describe en dos fases histórico-salvíficas: (1) Dios «pasó por alto en su paciencia los pecados pasados» en la época del Antiguo Testamento, pero solo con miras a (2) «manifestar en este tiempo su justicia», ahora, en el tiempo de cumplimiento.
Pablo recalca también la relación entre la ® Resurrección de Cristo y nuestra justificación. La resurrección señala contundentemente la eficacia redentora del sacrificio de Cristo aceptado y sellado por el Padre, y confirma también su triunfo cabal sobre el poder del ® Pecado (1 Co 15.17). «¿Quién nos puede acusar?», pregunta Pablo (Ro 8.33s), puesto que Dios es nuestro abogado defensor (cf. Is 50.8) y, puesto que el único juez es el mismo que habiendo muerto por nosotros, resucitó triunfante e intercede por nosotros a la diestra del Padre (cf. Ro 6.4ss) en la semejanza de su resurrección, de modo que la justicia de la Ley se cumple ahora en nosotros los que andamos conforme al Espíritu del que levantó a Cristo de los muertos (Ro 8.1–11).
Fe Y Justificación En Santiago
La Epístola de ® Santiago llama a una vida de «fe en acción» «sin acepción de personas» (2.1) y fructífera en amor (2.8) y obras (2.14–26). Desde esta perspectiva, el autor discute la justificación y la fe en términos que a primera vista parecen incompatibles con todo lo que para Pablo era el evangelio. En cuanto a provecho o utilidad, Santiago cuestiona el que la fe pueda salvar (2.14). Concluye que la fe sin obras es muerta (2.17, 26) y estéril (2.20); la fe coactúa en las obras que de ella nacen, y llega a su plenitud en ellas (2.22). Santiago aun afirma tres veces que el hombre es justificado por las obras y no solo por la fe (2.21, 24, 25). Apoya su conclusión en tres argumentos:
1. Un argumento práctico basado en la futilidad de una caridad puramente verbal, sin expresión tangible (2.14–17).
2. Un argumento teológico que insinúa lo demoníaco de una abstracta ortodoxia monoteísta, aunque sea adherencia teórico-verbal al credo más indispensable, el shemaŒ (2.18s; ® Judaísmo).
3. Un argumento histórico, basado en Abraham y Rahab (2.20–26).
Es evidente que Santiago vive una situación distinta a la de Pablo y que ataca a un error diferente. Santiago no conoce la antítesis paulina de gracia y ley, fe y obras, sino se enfrenta a una religiosidad teórica, e insiste en la unidad integral de fe y acción (1.18, 22). Curiosamente, apoya su conclusión respecto a Abraham en el mismo texto que cita Pablo (Gn 15.6), pero lo transfiere de su contexto original del nacimiento de Isaac al momento posterior cuando la fe de Abraham «se perfeccionó» con el sacrificio del hijo prometido (Gn 22). Pablo, en cambio, coloca la justificación de Abraham por fe en su contexto original, en donde se acentúa precisamente la importancia y la pasividad de Abraham (Ro 4.16–22), e insiste en que la promesa vino mucho antes del nacimiento y la circuncisión de Isaac (Ro 4.9–12). Además, aunque ambos autores citan Gn 15.6, Santiago no parece descubrir en esas palabras ningún concepto de imputación vicaria por representación. En general, Santiago no elabora una soteriología de la justificación en este pasaje, sino más bien una ética de la fe puesta en acción. Sin embargo, todo su pensamiento, igual que el de Pablo, está totalmente ajeno al consejo de mérito y «justicia propia» del legalismo judío.
Algunos han pretendido ver en Santiago una polémica contra Pablo, o contra un «paulinismo distorsionado», pero otros, creyendo que Santiago se escribió antes de Gálatas y Romanos, han sospechado que en algunos pasajes de estas otras dos epístolas Pablo corrige tácitamente a Santiago. Es más probable que los dos autores hayan escrito de manera independiente bajo circunstancias muy diversas, contra el antecedente común del judaísmo.
Con toda su diversidad de énfasis, Santiago y Pablo convergen en lo esencial como dos testigos de un mismo mensaje. Gran parte de la discrepancia es más bien semántica. Pablo también nos insta a ser hacedores y no solo oidores de la Ley (Ro 2.13), señala que hemos sido llamados a buenas obras (Ef 2.10, y otras quince veces), y entiende «la fe que obra por el amor» (Gl 5.6) como muestra de obediencia al evangelio (Ro 1.5). De ninguna manera sirve la gracia como licencia al pecado (Ro 6.1, 12, 15–22). Tito 1.6 y 3.7–9, en el mismo espíritu de Stg 2.18s, rechazan la profesión vacía, sin los hechos correspondientes, como abominación. Así pues, la fe por la que según Pablo el hombre es justificado, es también la fe que se realiza en acción, según Stg 2.22. Y las obras que rechaza Pablo por insuficientes son «las obras de la ley», mientras que las obras, que Santiago afirma son indispensables para que el hombre pueda ser justificado, son de hecho «las obras de fe», en las que también insiste Pablo.
Bibliografía:
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Nelson, Wilton M., Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia, (Nashville, TN: Editorial Caribe) 2000, c1998.
39y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él (Cristo) es justificado todo aquel que cree. (Hechos 11:39)
9Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. (Romanos 5:9)