Los eufemismos

30 Marzo 2000
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Los eufemismos.

En la época actual se emplean muchos eufemismos, es decir, palabras que han perdido su verdadero significado para asignarle otro, o, a menudo, el justo contrario. Ya nadie quiere llamar al pan, pan, y al vino, vino. Parece que nadie quiere emplear las palabras con su verdadero significado porque pueden parecer duras o porque pueden desenmascarar nuestra verdadera intención de que, en realidad, buscamos otras cosas menos “poéticas”, revistiéndolas de conceptos altos y bienintencionados. Por eso, prostituimos las palabras y pervertimos sus verdaderos significados. Parece que queremos escapar de una realidad atroz banalizando y rebautizando las circunstancias y las palabras, buscando así crear una realidad “virtual”, porque la propia realidad resulta demasiado dolorosa para expresarla. Parece que queremos engañar a los demás, pero lo que realmente pretendemos es engañarnos a nosotros mismos. Parece que queremos crear una realidad mejor y más moderna, cuando la realidad es tan vieja como el mundo y siempre ha sido, lamentablemente, así.

Cuando se habla de paz, en realidad ya no se habla de paz, se habla de imponer nuestras propias ideas a los demás. Por eso se le ponen calificativos. Una palabra como paz, con calificativo, ya no es paz, ya es otra cosa. Por ejemplo: Paz verdadera, paz popular, paz nacional. Paz indica que los que han tomado las armas y hacen la guerra, dejen las armas, ya sea por motu propio o quitándoselas violentamente. Esto es paz. Cuando se dice que hay que dialogar para conseguir la paz, ya tampoco se pretende la paz, porque el concepto es bien claro. Se pretende conseguir algo propio a efectos de dejar, como una dádiva, que los demás vivan. Pero la paz es el estado natural del hombre. El hombre nace en paz, no nace con una pistola en la mano. Alguien pone esa pistola en esa mano, y sobre todo, alguien crea esa necesidad en la mente del que pone la mano. Y gritamos paz.

Cuando se habla de guerra, en realidad ya no se habla de guerra, sino de agresión, de la guerra que queremos crear. Para que verdaderamente haya guerra, tienen que existir dos beligerantes. Dos partes que toman la determinación de usar las armas para defender cada uno su idea, o partes diferentes de una misma idea. Pero cuando en un conflicto hay un solo beligerante que toma las armas y se dedica a matar y a provocar a su supuesto contrario y, después de innumerables muertos y fechorías, pide diálogo para dejar de empuñar las armas, en realidad está pervirtiendo la palabra guerra e incluso la guerra. Lo está pervirtiendo todo. Y gritamos que cese la guerra.

Cuando se habla de libertad, en realidad lo que se pretende es justo lo contrario. Se pretende una nueva esclavitud para pertenecer a algún nuevo concepto, ya sea nación, país, religión o asociación. No se pretende libertad, sino dependencia de otra cosa, de otro concepto, ya que libertad es palabra sagrada y no puede haber libertad perteneciendo a algo, sino dejando de pertenecer a todo lo establecido. Pero la libertad provoca soledad, y nadie quiere estar solo en este mundo. Nadie quiere la libertad de ser él mismo, de ser auténtico, por eso se buscan eufemismos para acallar nuestro auténtico deseo de libertad. De ser personas únicas e irrepetibles, nos convertimos en personajes creados a imagen y semejanza de un estereotipo, de una forma de ser bien vista por la sociedad local. Y encima, contentos y alegres. Nos roban nuestro ser en aras de conseguir nuestra esclavitud a la masa, a la nación, a la patria, y encima besamos la mano de los esclavistas y les votamos en las elecciones. Y gritamos libertad.

Cuando se habla de independencia, en realidad lo que se pretende es una nueva dependencia. Dependencia siempre, porque independencia no quiero. Se pretende seguir siendo dependiente de ideas y conceptos, de pueblos y naciones, de países y estados. Se pretende no llegar nunca a ser nosotros mismos, sino lo que se espera de nosotros. Se pretende seguir alimentando nuestro pobre ego de que luchamos por algo que merece la pena, por ideas elevadas, por cambiar el mundo y la sociedad, cuando luchamos siempre por mantener a ese pobre ego lastimero, por mantenernos engañados a nosotros mismos de que mejoramos, de que evolucionamos, cuando estamos prisioneros precisamente de esos ideales falsos, que gente sin escrúpulos y engañada como nosotros, utilizan para justificarse a si mismos por el número de individuos a los que pueden engañar y mantener así su propio autoengaño. Y gritamos independencia.

En la actualidad, se habla mucho de clonación de la persona humana, pero esto no es un concepto nuevo. Desde los confines del tiempo siempre ha existido la clonación. Clonamos a nuestros hijos para que sean lo que queremos que sean. Clonamos a nuestros semejantes inculcándoles nuestras propias ideas, impidiendo que ellos desarrollen las suyas. Utilizamos la cultura y las tradiciones con la que nos ha tocado vivir, para transmitirlas e inculturizar a nuestros compatriotas, sustituyendo sus propios valores por los nuestros. Hacemos copias perfectas de lo que se pretende que sean nuestros semejantes de una forma tan vieja como el mundo. Los clonamos por dentro, impidiendo que sean ellos mismos y, ahora, también los queremos clonar por fuera, para que sean todos iguales físicamente, cuando sus almas murieron ya hace tiempo en aras de pertenecer a algo, en lugar de ser.

¡Grita libertad! ¡Grita independencia! Pero de todo y de todos.

Pero sobre todo, grita ¡Quiero ser persona!

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