"LOS DIEZ MANDAMIENTOS "

21 Marzo 2000
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"LOS DIEZ MANDAMIENTOS " (Exodo 20: 3 - 17)

¿Cuántos de ellos guardas?
"Cuando el Señor terminó de hablar con Moisés en el monte Sinaí, le dio dos tablas del Testimonio, tablas de piedra escritas con el dedo de Dios." (Exo. 31:18)
La ley no se proclamó en esa ocasión para beneficio exclusivo de los hebreos. Dios los honró haciéndolos guardianes y custodios de su ley; pero habían de tenerla como un santo legado para todo el mundo. Los preceptos del Decálogo se adaptan a toda la humanidad, y se dieron para la instrucción y el gobierno de todos. Son diez preceptos, breves, abarcantes, y autorizados, que incluyen los deberes del hombre hacia Dios y hacia sus semejantes; y todos se basan en el gran principio fundamental del amor. "Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de todas tus fuerzas, y de todo tu entendimiento; y a tu prójimo como a ti mismo." (Luc. 10: 27; véase también Deut. 6:4, 5; Lev. 19: 18.) En los diez mandamientos estos principios se expresan en detalle, y se presentan en forma aplicable a la condición y circunstancias del hombre.

PRIMERO: "No tendrás dioses ajenos delante de mí" (Exo. 20: 3)
Jehová, el eterno, el que posee existencia propia, el no creado, el que es la fuente de todo y el que lo sustenta todo, es el único que tiene derecho a la veneración y adoración supremas. Se prohibe al hombre dar a cualquier otro objeto el primer lugar en sus afectos o en su servicio. Cualquier cosa que nos atraiga y que tienda a disminuir nuestro amor a Dios o que impida que le rindamos el debido servicio es para nosotros un dios.

SEGUNDO "No harás para ti imagen de escultura, ni figura alguna de las cosas que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni de las que hay en las aguas debajo de la tierra. No las adorarás ni rendirás culto. Yo soy el Señor Dios tuyo, el fuerte, el celoso, que castigo la maldad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación, de aquellos, digo, que me aborrecen; y que uso de misericordia hasta millares de generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos". (Exodo 20: 4 - 6)
Este segundo mandamiento prohibe adorar al verdadero Dios mediante imágenes o figuras. Muchas naciones paganas aseveraban que sus imágenes no eran mas que figuras o símbolos mediante los cuales adoraban a la Deidad; pero Dios declaró que tal culto es un pecado. El tratar de representar al Eterno mediante objetos materiales degrada el concepto que el hombre tiene de Dios. La mente, apartada de la infinita perfección de Jehová, es atraída hacia la criatura más bien que hacia el Creador, y el hombre se degrada a sí mismo en la medida en que rebaja su concepto de Dios.
"Yo soy el Señor Dios tuyo, el fuerte, el celoso."
La relación estrecha y sagrada de Dios con su pueblo se representa mediante el símbolo del matrimonio. Puesto que la idolatría es adulterio
espiritual, el desagrado de Dios bien puede llamarse celos.
"Que castigo la maldad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación, de aquellos, digo, que me aborrecen."
Es inevitable que los hijos sufran las consecuencias de la maldad de sus padres, pero no son castigados por la culpa de sus padres, a no ser que participen de los pecados de éstos. Sin embargo, generalmente los hijos siguen los pasos de sus padres. Por la herencia y por el ejemplo, los hijos llegan a ser participantes de los pecados de sus progenitores. Las malas inclinaciones, el apetito pervertido, la moralidad depravada, además de las enfermedades y la degeneración física, se transmiten como un legado de padres a hijos, hasta la tercera y cuarta generación. Esta terrible verdad debiera tener un poder solemne para impedir que los hombres sigan una conducta pecaminosa.
"Y que uso de misericordia hasta millares de generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos."
El segundo mandamiento, al prohibir la adoración de falsos dioses, demanda que se adore al Dios verdadero. Y a los que son fieles en servir al Señor se les promete misericordia, no sólo hasta la tercera y cuarta generación, que es el tiempo que su ira amenaza a los que le odian, sino hasta la milésima generación.

TERCERO; "No tomarás en vano el nombre del Señor tu Dios:
porque no dejará el Señor sin castigo al que tomare en vano el nombre del Señor Dios suyo." (Exo. 20: 7)
Este mandamiento no sólo prohibe el jurar en falso y las blasfemias tan comunes, sino también el uso del nombre de Dios de una manera frívola o descuidada, sin considerar su tremendo significado. Deshonramos a Dios cuando mencionamos su nombre en la conver- sación ordinaria, cuando apelamos a él por asuntos triviales, cuando repetimos su nombre con frecuencia y sin reflexión. "Santo y terrible es su nombre." (Sal. 111: 9.) Todos debieran meditar en su majestad, su pureza, y su santidad, para que el corazón comprenda su exaltado carácter; y su santo nombre se pronuncie con respeto y solemnidad.

CUARTO: "Acuérdate de santificar el día de sábado. Los seis días trabajarás, y harás todas tus labores. Mas el día séptimo es sábado, o fiesta del Señor Dios tuyo. Ningún trabajo harás en él, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu criado, ni tu criada, ni tus bestias de carga, ni el extranjero que habita dentro de tus puertas o poblaciones. Por cuanto el Señor en seis días hizo el cielo y la tierra, y el mar, y todas las cosas que hay en ellos, y descansó en el día séptimo; por esto bendijo el Señor el día del sábado, y le santificó. (Exo.20: 8 - 11)
El cuarto mandamiento es, entre todos los diez, el único que contiene tanto el nombre como el título del Legislador. Es el único que establece por autoridad de quién se dio la ley. Así, contiene el sello de Dios, puesto en su ley como prueba de su autenticidad y de su vigencia.
Dios ha dado a los hombres seis días en que trabajar, y requiere que su trabajo sea hecho durante esos seis días laborables. En el sábado pueden hacerse las obras absolutamente necesarias y las de misericordia. A los enfermos y dolientes hay que cuidarlos todos los días, pero se ha de evitar rigurosamente toda labor innecesaria.
"Si retrajeras del sábado tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y al sábado llamares delicias, santo, glorioso de Jehová; y lo venerares, no haciendo tus caminos, ni buscando tu voluntad." (Isa. 58: 13.)
No acaba aquí la prohibición. "Ni hablando tus palabras," dice el profeta. Los que durante el sábado hablan de negocios o hacen proyectos, son considerados por Dios como si realmente realizaran transacciones comerciales. Para santificar el sábado, no debiéramos siquiera permitir que nuestros pensamientos se detengan en cosas de carácter mundanal. Y el mandamiento incluye a todos los que están dentro de nuestras puertas. Los habitantes de la casa deben dejar sus negocios terrenales durante las horas sagradas. Todos debieran estar unidos para honrar a Dios y servirle voluntariamente en su santo día.

QUINTO: Honra a tu padre y a tu madre, para que vivas largos años sobre la tierra que te ha de dar el Señor Dios tuyo. (Exo. 20: 12)
Se debe a los padres mayor grado de amor y respeto que a ninguna otra persona. Dios mismo, que les impuso la responsabilidad de guiar las almas puestas bajo su cuidado, ordenó que durante los primeros años de la vida, los padres estén en lugar de Dios respecto a sus hijos. El que desecha la legítima autoridad de sus padres, desecha la autoridad de Dios. El quinto mandamiento no sólo requiere que los hijos sean respetuosos, sumisos y obedientes a sus padres, sino que también los amen y sean tiernos con ellos, que alivien sus cuidados. Que escuden su reputación, y que les ayuden y consuelen en su vejez. También encarga que sean considerados con los ministros y gobernantes, y con todos aquellos en quienes Dios ha delegado autoridad. Este es, "el primer mandamiento con promesa" (Efes. 6: 2.) esto significaba la promesa de que los obedientes vivirían largos años en la tierra; pero tiene un significado más amplio, pues incluye la vida eterna sobre la tierra, cuando ésta sea librada de la maldición del pecado.

*(Muchos enseñan que no tenemos que guardar los díez mandamientos de Dios, porque estos fueron dados exclusivamente para los Judíos, y que Cristo los abolió en la cruz enseñando que somos salvos sólo por gracia. Pero cuando llegan al quinto mandamiento donde dice: Honra a tu padre y a tu madre, entonces este lo exsaltan diciendo a los hijos que deben honrar padre y madre. Que los hijos deben respetar los reglamentos establecidos por sus padres para educarlos por el buen camino. Esperando que sus hijos reflejen el carácter de sus padres en la obediencia de sus reglamentos.
No comprenden que como hijos de Dios que somos, Dios requiere que le honremos guardando sus mandamientos reflejando su carácter. Porque la Ley de Dios es el trasunto de su carácter. Dios es Juez, el vindicador de la justicia, lo que constituye el fundamento de su trono. Puesto que la ley divina es tan inmutable como el carácter de Dios. Es la norma que todos deben alcanzar si quieren entrar en el reino de Dios. Nadie tiene necesidad de andar en incertidumbre. Hagamos con Dios lo mismo que esperamos que hagan nuestros hijos con nosotros y así le damos un ejemplo a ellos.)

SEXTO: "No matarás." (Exo. 20: 13)
Todo acto de injusticia que contribuya a abreviar la vida, el espíritu de odio y de venganza, o el abrigar cualquier pasión que se traduzca en hechos perjudiciales para nuestros semejantes o que nos lleve siquiera a desearles mal, pues cualquiera que aborrece a su hermano, es homicida" (1 Juan 3: 15), todo descuido egoísta que nos haga olvidar a los menesterosos y dolientes, toda satisfacción del apetito, o privación innecesaria, o labor excesiva que tienda a perjudicar la salud; todas estas cosas son, en mayor o menor grado, violaciones del sexto mandamiento.
SÉPTIMO: "No cometerás adulterio" (Exo. 20: 14 V. Varela)
Este mandamiento no sólo prohibe las acciones impuras, sino también los pensamientos y los deseos sensuales, y toda práctica que tienda a excitarlos. Exige pureza no sólo de la vida exterior, sino también en las intenciones secretas y en las emociones del corazón. Cristo, al enseñar cuán abarcante es la obligación de guardar la ley de Dios, declaró que los malos pensamientos y las miradas concupiscentes son tan ciertamente pecados como el acto ilícito.

OCTAVO: "No hurtarás." (Exo. 20: 15)
Esta prohibición incluye tanto los pecados públicos como los privados. El octavo mandamiento condena el robo de hombres y el tráfico de esclavos, y prohibe las guerras de conquista. Condena el hurto y el robo. Exige estricta integridad en los más mínimos pormenores de los asuntos de la vida. Prohibe la excesiva ganancia en el comercio, y requiere el pago de las deudas y de salarios justos. Implica que toda tentativa de sacar provecho de la ignorancia, debilidad, o desgracia de los demás, se anota como un fraude en los registros del cielo.

NOVENO: "No levantarás falso testimonio contra tu prójimo." (Exo. 20: 16)
La mentira acerca de cualquier asunto, todo intento o propósito de engañar a nuestro prójimo, están incluidos en este mandamiento. La falsedad consiste en la intención de engañar. Mediante una mirada, un ademán, una expresión del semblante, se puede mentir tan eficazmente como si se usaran palabras. Toda exageración intencionada, toda insinuación o palabras indirectas dichas con el fin de producir un concepto erróneo o exagerado, hasta la exposición de los hechos de manera que den una idea equivocada, todo esto es mentir. Este precepto prohibe todo intento de dañar la reputación de nuestros semejantes por medio de tergiversaciones o suposiciones malintencionadas, mediante calumnias o chismes. Hasta la supresión intencional de la verdad, hecha con el fin de perjudicar a otros, es una violación del noveno mandamiento.

DÉCIMO: "No codiciarás la casa de tu prójimo: ni desearás su mujer, ni esclavo, ni esclava, ni buey, ni asno, ni cosa alguna de las que le pertenecen." (Exo. 20: 17)
El décimo mandamiento ataca la raíz misma de todos los pecados, al prohibir el deseo egoísta, del cual nace el acto pecaminoso. El que, obedeciendo a la ley de Dios, se abstiene de abrigar hasta el deseo pecaminoso de poseer lo que pertenece a otro, no será culpable de un mal acto contra sus semejantes.
Tales fueron los sagrados preceptos del Decálogo, pronunciados entre truenos y llamas, y en medio de un despliegue maravilloso del poder y de la majestad del gran Legislador. Dios acompañó la proclamación de su ley con manifestaciones de su poder y su gloria, para que su pueblo no olvidara nunca la escena, y para que abrigara profunda veneración hacia el Autor de la ley, Creador de los cielos y de la tierra. También quería revelar a todos los hombres la santidad, la importancia y la perpetuidad de su ley.

Patriarcas y profetas pág. 313 - 318 Por: José Morales PO. Box 1325 Moca, P.R. 00676
Citas de la Biblia Félix Torres Amat E-MAIL: [email protected]
 
Bermudez..

yo no puedo guardar completamente ninguno,y sobre todo tengo muchos problemas con dos.

El Señor de su Gracia los graba en mi corazon
(y mente).

Reciba un cordial y afectuoso saludo.
 
Manuel Bermudez...

y ya que la cosa va de preguntas..

cuantos de estos contiene usted?:

Bienaventurados los pobres de espiritu,porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Bienaventurados los que lloran porque ellos recibiran consolación.

Bienaventurados los mansos ,porque ellos recibirán la tierra por heredad.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,porque ellos serán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos,porque ellos alcanzaran misericordia.

Bienaventurados los de limpio corazón,porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los pacificadores,porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la Justicia,porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan,y digan toda clase de mal contra vosotros,mintiendo.

Gozaos y alegraos,porque vuestro galardón es grande en los cielos;porque asi persiguieron a los profetas,que fueron antes que vosotros.

(JESUCRISTO)

Reciba un cordial y afectuoso saludo.
 
Me alegro que reconoscan que no pueden guardar los mandamientos de Dios. Porque yo tampoco puedo guardarlos por mi mismo, y si lo lograra hacer de nada me baldria, el Señor me consideraria como un legalista.

"De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno." Rom. 7: 12.
Siendo que la ley es santa y justa como lo es Dios, solo por medio del espiritu santo podemos guardarla.
Dice el Señor en su palabra:
"Os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. "Pondré mi Espíritu dentro de vosotros, y haré que andéis en mis Mandamientos, que guardéis mis normas, y las cumpláis." (Ezequiel 36:26,27)

Como supremo Gobernante del universo, Dios ha establecido leyes para el gobierno no sólo de todos los seres vivientes, sino de todas las operaciones de la naturaleza. Todo, grande o chico, animado o inanimado, está sometido a leyes fijas que no pueden pasarse por alto. No hay excepciones a esta regla; porque nada que haya hecho la Mano divina ha sido olvidado por la Mente divina. Solamente al hombre, la obra culminante de su creación, le ha dado Dios conciencia para comprender los requerimientos sagrados de la ley divina, y un corazón capaz de amarla como santa, justa y buena; y del hombre se requiere pronta y perfecta obediencia.
Este prohibe toda opresión de parte de los padres y toda desobediencia de parte de los hijos. El Señor abunda en bondad, misericordia y verdad. Su ley es santa, justa y buena, y debe ser acatada por padres e hijos. Los preceptos que han de regir la vida de padres e hijos proceden de un corazón rebosante de amor, y la rica bendición de Dios descansará sobre los padres que apliquen su ley en sus hogares y sobre los hijos que la acaten. Se ha de sentir la influencia combinada de la misericordia y la justicia. "La misericordia y la verdad se encontraron: la justicia y la paz se besaron". Las familias así disciplinadas andarán en el camino del Señor, para obrar justicia y juicio.

La justicia de Cristo hace posible la obediencia. Era imposible que el pecador guardara la ley de Dios, que era santa, justa y buena; pero esta imposibilidad fue eliminada por la imputación de la justicia de Cristo al alma arrepentida y creyente. La vida y muerte de Cristo en beneficio del hombre pecador tuvieron el propósito de restaurarlo al favor de Dios, impartiéndole la justicia que satisfacía los requerimientos de la ley y hallaría aceptación ante el Padre.
Pero siempre es el propósito de Satanás invalidar la ley de Dios y tergiversar el verdadero significado del plan de salvación. En consecuencia, ha originado la falsedad de que el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario tenía el propósito de liberar a los hombres de la obligación de guardar los mandamientos de Dios. Ha introducido en el mundo el engaño de que Dios ha abolido su constitución, desechado su norma moral, y anulado su ley santa y perfecta. La muerte de Cristo iba a resolver para siempre el interrogante acerca de la validez de la ley de Jehová. Habiendo sufrido la completa penalidad por un mundo culpable, Jesús se constituyo en el Mediador entre Dios y el hombre, a fin de restaurar para el alma penitente el favor de Dios al proporcionarle la gracia de guardar la ley del Altísimo. Cristo no vino a abrogar la ley o los profetas, sino a cumplirlos hasta en la última letra. La expiación del Calvario vindicó la ley de Dios como santa, justa y verdadera.

Después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón... perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado. Jer. 31: 33-34.
La misma ley que fue grabada en tablas de piedra es escrita por el Espíritu Santo sobre las tablas del corazón. En vez de tratar de establecer nuestra propia justicia, aceptamos la justicia de Cristo. Su sangre expía nuestros pecados. Su obediencia es aceptada en nuestro favor. Entonces el corazón renovado por el Espíritu Santo producirá los frutos del Espíritu. Mediante la gracia de Cristo viviremos obedeciendo la ley de Dios escrita en nuestro corazón. Al poseer el Espíritu de Cristo, andaremos como él anduvo.

La doctrina de la santificación verdadera es bíblica. El apóstol Pablo, en su carta a la iglesia de Tesalónica, declara: "Esta es la voluntad de Dios, es a saber, vuestra santificación." Y ruega así: "El mismo Dios de paz os santifique del todo." (1 Tesalonicenses 4: 3; 5: 23, V.M.) La Biblia enseña claramente lo que es la santificación, y cómo se puede alcanzarla. El Salvador oró por sus discípulos: "Santifícalos con la verdad: tu Palabra es la verdad." (S. Juan 17: 17, 19, V.M.) Y San Pablo enseña que los creyentes deben ser santificados por el Espíritu Santo. (Romanos 15: 16.) Cuál es la obra del Espíritu Santo? Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando viniere aquél, el Espíritu de verdad, él os guiará al conocimiento de toda la verdad." (S. Juan 16: 13, V.M.) Y el salmista dice: "Tu 523 ley es la verdad." Por la Palabra y el Espíritu de Dios quedan de manifiesto ante los hombres los grandes principios de justicia encerrados en la ley divina. Y ya que la ley de Dios es santa, justa y buena, un trasunto de la perfección divina, resulta que el carácter formado por la obediencia a esa ley será santo. Cristo es ejemplo perfecto de semejante carácter. El dice: "He guardado los mandamientos de mi Padre." "Hago siempre las cosas que le agradan." (S. Juan 15: 10; 8: 29, V.M.) Los discípulos de Cristo han de volverse semejantes a él, es decir, adquirir por la gracia de Dios un carácter conforme a los principios de su santa ley. Esto es lo que la Biblia llama santificación.
Esta obra no se puede realizar sino por la fe en Cristo, por el poder del Espíritu de Dios que habite en el corazón. San Pablo amonesta a los creyentes: "Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena voluntad." (Filipenses 2: 12, 13.) El cristiano sentirá las tentaciones del pecado, pero luchará continuamente contra él. Aquí es donde se necesita la ayuda de Cristo. La debilidad humana se une con la fuerza divina, y la fe exclama: "A Dios gracias, que nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo." (1 Corintios 15: 57.)
Las Santas Escrituras enseñan claramente que la obra de santificación es progresiva. Cuando el pecador encuentra en la conversión la paz con Dios por la sangre expiatoria, la vida cristiana no ha hecho más que empezar. Ahora debe llegar "al estado de hombre perfecto;" crecer "a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo." El apóstol San Pablo dice: "Una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo al blanco, al premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús." (Filipenses 3: 13, 14.) Y San Pedro nos presenta los peldaños por los cuales se llega a la santificación de que habla la Biblia: "Poniendo de vuestra parte todo empeño, añadid a vuestra fe el poder; y al poder, la ciencia; y a la ciencia, la templanza; y a la templanza, la paciencia; y a la paciencia, la piedad; y a la piedad, fraternidad; y a la fraternidad, amor.... Porque si hacéis estas cosas, no tropezaréis nunca." (2 Pedro 1: 5-10, V.M.)

La ley de Dios es la gran norma de justicia. El apóstol declara que es santa, justa y buena. David dice: "La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma" (Sal. 19: 7). Cristo dice: "Si me amáis, guardad mis mandamientos". "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho". "El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él" (Juan 14: 15; 15: 7; 14: 21). Con toda seguridad este es el testimonio del Espíritu.
"Si guardarais mis mandamientos" -de todo corazón- "permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor" (Juan 15: 10). Los que son obedientes a la voluntad de Dios no pasarán durezas y dificultades en esta vida. Oye nuevamente las palabras de Cristo: "Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido" (Juan 15: 11). Este es el testimonio que todos tienen el privilegio de tener: el gozo de Cristo en el alma mediante el acto de apropiarse de la palabra de Dios. y llevar los requerimientos de Cristo a la vida práctica. Hay plena seguridad de esperanza al creer en cada palabra de Cristo, creer en él estando unidos con él por una fe viviente. Cuando ésta es su experiencia, el ser humano no está más bajo la ley porque la ley ya no condena su proceder.

Busquemo al Señor cada día para que obre en nosotros por medio de su Santo Espíritu la obediencia de su Santa ley.
Que el señor no guie. su hermano en Cristo.
 
Estimado hermano:

Muchas gracias por tan claro mensaje.

No hay ninguna duda que la ley de Dios es como un espejo donde uno se puede mirar y ver sus faltas, y cuando se ve mal entonces acude a Cristo quien esta presto, esperándolo para perdonar todo defecto y darle poder para vivir en la armonía de su ley.

Que Dios lo bendiga y lo guarde.
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Sal. 119:164 Siete veces al día te alabo, por tus justos juicios.
165 Mucha paz gozan los que aman tu Ley, y no hay para ellos tropiezo.


Si hubieras atendido a mis Mandamientos, entonces sería tu paz como un río, y tu justicia como las ondas del mar! Isa.48:18
Dios presenta dos clases ante el mundo. Dice para los impíos: "No hay paz" (Isa. 48: 22). Para los otros: "Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo" (Sal. 119: 165) ...