Crecí en una familia no creyente proveniente de un trasfondo católico rancio del pasado. Dios no existía porque no era lógico. Mi padre estaba ausente por el trabajo y conmigo no tuvo ninguna conexión porque al parecer yo no era un niño ideal, sino más bien introvertido, sensible y tímido. Había cierta competencia con mi hermana, un año mayor, que era simpática, atrevida y extrovertida, y yo me sentía desplazado y me aislaba porque casi nunca tenía razón en nada. Aunque en general no me puedo quejar de mi infancia, siempre me sentí algo triste. Empecé a “satisfacer los deseos de la carne” o a “autogratificarme” a temprana edad y con eso comencé a satisfacer mi vacío e impotencia ante mi entorno. También desde pequeño tuve alguna atracción física hacia hombres siempre más mayores. Ya en el instituto conocí a un chico y nos hicimos muy amigos; él me hacía sentir muy bien conmigo mismo, y de vez en cuando nos masturbamos juntos, hasta que hubo tocamientos. La amistad, más tarde se volvió adictiva y finalmente se rompió. Por esa época (17 años) descubrí lo que pasaba en ciertos sitios, como lavabos públicos y parques, y poco a poco empecé a sumergirme en esos mundos tétricos. Así estuve durante 18 años, buscando a veces, incontroladamente contactos con hombres sin ni siquiera hablar. Estudié y fui a la universidad, pero siempre tenía la tentación encima y caía y caía de nuevo. Casi siempre estaba deprimido, negativo y sin encontrar sentido a mi vida. Odiaba en general al mundo, a la sociedad y al sistema en el que estamos inmersos; yo no quería estar en este mundo. Buscaba también y devoraba todo tipo de libros ocultistas, de “nueva era” y religiones varias, intentando encontrar respuestas a la vida sin sentido; esa espiritualidad falsa me podía ayudar algún tiempo, pero siempre volvía a caer. Trabajé en diferentes cosas, pero nunca estaba bien, y cambiaba de trabajo. Todavía hoy no he encontrado el trabajo que me satisfaga. En fin, me había convertido en un ser totalmente egocéntrico, que creía tener razón en todo y casi completamente aislado. Me junté con una mujer, con la que convivo hace más de 10 años (Dios la bendiga y nos permita casarnos), y tenemos una preciosa niña de 4 años. Hace unos cuantos meses, descubrí el curso “puerta esperanza” al buscar por Internet una salida a esa adicción sexual, que a parte de buscar contactos físicos, también incluía ver pornografía en la red y “autogratificación”. Tengo que decir que también fumaba marihuana durante algunas temporadas, desde los 17-18 hasta que lo amputé radicalmente a los 35 años gracias al curso; la droga me hacía caer más en el pozo de la negatividad y la adicción. Ahora pienso cómo he podido estar tantos años en ese infierno, saliendo y entrando en un círculo vicioso que no podía romper. El curso me fue enseñando a conocer quien es el Señor, y a darme una paz y tranquilidad que no había conocido. Aunque no ha sido inmediato y todavía tengo luchas, amputé radicalmente las cosas que me hacían caer y el Señor me dio la gracia de disminuir en mí lo que me dominaba y que no podía evitar. Caí una vez durante el curso, y otra estuve a punto, pero el Señor me ayudó y me ayuda con las tentaciones. Pasé el proceso de confesarle a mi mujer, de asistir a una iglesia, de conocer un ministerio que trata el tema, de sacar a la luz el problema…, en fin, cosas a las que no estaba acostumbrado y que ni siquiera hubiese imaginado. Le he entregado mi vida y mi ser al Señor, y estoy en Sus manos porque sin Él no soy ni puedo ser nada. Le doy las gracias a Dios porque toda esta lucha por la que he pasado me ha permitido conocerle a Él (todo mal lo ha utilizado para bien), y me ha dado la esperanza de una vida mejor. Una vida nueva con Cristo, ¿qué más puedo pedir? El Señor me guía y yo le obedezco ciegamente, esa es mi meta. Gracias a mi mentor y a los creadores del curso. Que Dios nos bendiga a todos los que estamos aquí.