Lectura de Hoy 27-11-00

tejano

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5 Octubre 1999
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Lectura del libro del Apocalipsis 14, 1-3. 4b-5
Yo, Juan, vi al Cordero que estaba de pie sobre el monte Sión, acompañado de ciento cuarenta y cuatro mil
elegidos, que tenían escrito en la frente el nombre del Cordero y de su Padre.
Oí entonces una voz que venía del cielo, semejante al estrépito de un torrente y al ruido de un fuerte
trueno, y esa voz era como un concierto de arpas: los elegidos cantaban un canto nuevo delante del trono
de Dios, y delante de los cuatro Seres Vivientes y de los Ancianos. Y nadie podía aprender este himno, sino
los ciento cuarenta y cuatro mil que habían sido rescatados de la tierra.
Ellos siguen al Cordero donde quiera que vaya. Han sido los primeros hombres rescatados para Dios y para
el Cordero. En su boca nunca hubo mentira y son inmaculados.
Palabra de Dios.

SALMO Sal 23, 1-2. 3-4b. 5-6 (R.: cf. 6)

R. Así son los que buscan tu rostro, Señor.
Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella,
el mundo y todos sus habitantes,
porque él la fundó sobre los mares,
él la afirmó sobre las corrientes del océano. R.
¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor
y permanecer en su recinto sagrado?
El que tiene las manos limpias y puro el corazón;
el que no rinde culto a los ídolos. R.
El recibirá la bendición del Señor,
la recompensa de Dios, su salvador.
Así son los que buscan al Señor,
los que buscan tu rostro, Dios de Jacob. R.

X Lectura del santo Evangelio según san Lucas 21, 1-4


Levantado los ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo. Vio también a
una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas monedas de cobre, y dijo: «Les aseguro que
esta pobre viuda ha dado más que nadie. Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les
sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir.»
Palabra del Señor.


Reflexión

En el arca del tesoro del templo había trece alcancías, una de las cuales estaba destinada a las donaciones
voluntarias.
El evangelio nos muestra que los ricos daban mucho y lo hacían notar. Se sentían complacidos y buscaban
ser vistos.
En cambio llegó una viuda y colocó dos pequeñas monedas. Y Jesús hace les dice a sus discípulos que la
escasa ofrenda de la viuda, superó a las ofrendas de los ricos.

El Señor les muestra que los ricos daban de su abundancia, en cambio la mujer daba lo que necesitaba para
vivir, por eso ante Dios, su entrega fue mayor y más auténtica.
Y Jesús, valora la intención, no la cantidad. Lo que Dios mide es la intensidad del amor con que le
ofrecemos nuestra ofrenda, y no la magnitud de la ofrenda.

Por eso el elogio que Jesús hoy hace de la ofrenda de la viuda, debe servirnos a nosotros para ver cómo es
nuestra disposición de ofrenda a Dios.

Dios valora nuestra disposición de corazón cuando le ofrecemos algo, por eso, cuando damos nuestra
ofrenda, no importa objetivamente la cantidad, que a los ojos de los demás puede ser mucho o
insignificante sino nuestra disposición al ofrecerla.

La limosna no consiste en dar un poco de lo mucho que se tiene, sino en hacer lo que hizo aquella viuda,
que dió todo lo que tenía. Esta mujer nos enseña que podemos conmover el corazón de Dios, al entregarle
todo aquello que tenemos a nuestro alcance, que será siempre muy poco frente a los dones que recibimos
de nuestro Padre Dios

La ofrenda la hacemos a Dios, y él ve detrás de la acción, nuestro corazón, generoso o mezquino en la
entrega.

Hoy también hay muchas personas humildes como la viuda, que rebuscan en sus bolsillos una moneda para
ofrecerla en la colecta en la misa. El Señor, resalta la ofrenda de la viuda, y nos muestra que por más
dificultades que tengamos, por muy pobres que seamos siempre tenemos algo que ofrecer a Dios, y que si
ofrecemos a Dios todo, confiando en su providencia divina, el Señor lo ve. El Señor nunca está distraído, ve
sobre todo la disposición de nuestro corazón en el ofrecimiento que le hacemos, y el Señor nos se deja
ganar en generosidad.

El Evangelio de hoy nos invita en primer lugar a ser generosos, a vivir desprendidos de las cosas
materiales, que no son más que un medio, pero nunca un bien absoluto. Y esta parábola nos invita también a
valorar las cosas pequeñas pero ofrecidas con amor.
Nada de lo que nosotros ofrezcamos a Dios es digno de él, sin embargo, cuando el ofrecimiento está hecho
con el corazón, Dios lo valora.
Así como los judíos daban de su dinero para el templo, nosotros los católicos, tenemos la obligación de
contribuir al sostenimiento de nuestra Iglesia, pero Dios quiere que nuestra disposición de ayuda sea
generosa y que no busquemos llamar la atención y merecer las alabanzas de los hombres. Hoy vamos a
pedirle a nuestra Madre, María, que sepamos ser generosos. Todo lo que somos y todo lo que tenemos
viene de Dios, y son sólo medios que Dios puso en nuestras manos y espera de nosotros que sepamos
compartirlo.
Jesús de María,
Cordero Santo,
pues miro vuestra sangre,
mirad mi llanto.

¿Cómo estáis de esta suerte,
decid, Cordero casto,
pues, naciendo tan limpio,
de sangre estáis manchado?
La piel divina os quitan
las sacrílegas manos,
no digo de los hombres,
pues fueron mis pecados.

Bien sé, Pastor divino,
que estáis subido en lo alto,
para llamar con silbos
tan perdido ganado.
Ya os oigo, Pastor mío,
ya voy a vuestro pasto,
pues como vos os dais
ningún pastor se ha dado.

¡Ay de los que se visten
de sedas y brocados,
estando vos desnudo,
sólo de sangre armado!
¡Ay de aquellos que manchan
con violencia sus manos,
los que llenan su boca
con injurias y agravios!

Nadie tendrá disculpa
diciendo que cerrado
halló jamás el cielo,
si el cielo va buscando.
Pues vos, con tantas puertas
en pies, mano y costado,
estáis de puro abierto
casi descuartizado.

¡Ay si los clavos vuestros
llegaran a mí tanto
que clavaran al vuestro
mi corazón ingrato!
¡Ay si vuestra corona,
al menos por un rato,
pasara a mi cabeza
y os diera algún descanso!
Himno de la Liturgia de las Horas