Lectura de Hoy 16/11/00

tejano

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5 Octubre 1999
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Lectura de la carta del apóstol san Pablo a Filemón 7-20

Por mi parte, yo he experimentado una gran alegría y me he sentido reconfortado por tu amor, viendo como tú, querido hermano, aliviabas las necesidades de los santos.
Por eso, aunque tengo absoluta libertad en Cristo para ordenarte lo que debes hacer, prefiero suplicarte en nombre del amor.
Yo, Pablo, ya anciano y ahora prisionero a causa de Cristo Jesús, te suplico en favor de mi hijo Onésimo, al que engendré en la prisión. Antes, él no te prestó ninguna utilidad, pero ahora te será muy útil, como lo es para mí. Te lo envío como si fuera yo mismo. Con gusto lo hubiera retenido a mi lado, para que me sirviera en tu nombre mientras estoy prisionero a causa del Evangelio. Pero no he querido realizar nada sin tu consentimiento, para que el beneficio que me haces no sea forzado, sino voluntario.
Tal vez, él se apartó de ti por un instante, a fin de que lo recuperes para siempre, no ya como un esclavo, sino como algo mucho mejor, como un hermano querido. Si es tan querido para mí, cuánto más lo será para ti, que estás unido a él por lazos humanos y en el Señor. Por eso, si me consideras un amigo, recíbelo como a mí mismo. Y si él te ha hecho algún daño o te debe algo, anótalo a mi cuenta. Lo pagaré yo, Pablo, que firmo esta carta de mi puño y letra.
No quiero recordarte que tú también eres mi deudor, y la deuda eres tú mismo.
Sí, hermano, préstame ese servicio por amor al Señor y tranquiliza mi corazón en Cristo.

Palabra de Dios.


SALMO Sal 145, 7. 8-9a. 9b y 8d y 10 (R.: 5a)

R. Feliz el que se apoya en el Dios de Jacob.

El Señor hace justicia a los oprimidos
y da pan a los hambrientos.
El Señor libera a los cautivos. R.

El Señor abre los ojos de los ciegos
y endereza a los que están encorvados.
El Señor ama a los justos
y protege a los extranjeros. R.

Sustenta al huérfano y a la viuda
y entorpece el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
reina tu Dios, Sión,
a lo largo de las generaciones. R.


X Lectura del santo Evangelio según san Lucas 17, 20-25

Los fariseos le preguntaron cuándo llegará el Reino de Dios. El les respondió: «El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: "Está aquí" o "Está allí." Porque el Reino de Dios está entre ustedes.»
Jesús dijo después a sus discípulos: «Vendrá el tiempo en que ustedes desearán ver uno solo de los días del Hijo del hombre y no lo verán. Les dirán: "Está aquí" o "Está allí", pero no corran a buscarlo. Como el relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre cuando llegue su Día.
Pero antes tendrá que sufrir mucho y será rechazado por esta generación.»

Palabra del Señor.





Reflexión

El Reino de Dios. La palabra mágica, que tenía concentrada toda la espera febril de Israel: Un día, Dios tomaría el poder y salvaría a su pueblo de todos sus opresores ...

Era la espera de “días mejores”, la espera de la “gran noche”, el deseo de “una sociedad nueva”, el sueño de una humanidad feliz.

No eran solo los fariseos los que deseaban ese Día. También los apóstoles, en el momento en que Jesús iba a dejarles se acercaron a preguntarle ¿Es ahora cuando vas a restaurar el Reino de Israel?

Todos,... esperaban el Reino.

¿Nosotros también?

¿No deberíamos también nosotros, como la gente de la época de Jesús, estar ansiosos por darle a este mundo nuestro,... tan alejado de Dios,... el Reino de Dios?

Y el Señor les contestó, que el Reino de Dios viene sin dejarse sentir.

Y esa respuesta los decepcionó.

Tal vez a nosotros nos esté pasando hoy lo mismo.

Sería más fácil si ese Reino que el Señor prometió, viniese en forma espectacular. Pero Dios no lo ha querido así. Dios quiso reinar de una manera discreta, modesta, “sin dejarse sentir”

Y nos enseña a nosotros, que para promover el Reino de Dios, no necesitamos hacer grandes cosas. El reino de Dios lo vamos gestando en las pequeñas cosas, en esas cosas sin apariencia.

El Reino de Dios no está solamente entre nosotros, sino está fundamentalmente en nosotros, es decir, dentro nuestro.

Muchas veces quedamos encandilados por las cosas exteriores, por el mundo de la apariencia. Nos seducen el movimiento, las luces, la agitación, los espectáculos, las diversiones. Nos atrae lo que se mira, lo que se oye y lo que se siente. Todo lo de afuera.

Y a pesar de eso, de ese vivir extrovertidamente, ese llenarse de todo lo de afuera, de vivir de todo lo ajeno,... a pesar de eso,... o a lo mejor debería decirse, precisamente por eso, no estamos satisfechos de nosotros mismos, y con frecuencia vivimos soledad y sentimos como un vacío.

El interior de cada hombre es su verdadera casa, lo que propiamente le pertenece. El reducto al que solamente él entra con derecho propio; los demás y lo demás, entran en ese interior, pero lo hacen usurpando un derecho,... violentando una propiedad.

No debemos olvidarnos. El Reino de Dios está dentro de nosotros. No debe ser buscado afuera ni lejos. Somos nosotros quienes debemos instalar el Reino de Dios en el mundo, pero para eso lo debemos instaurar previamente en nuestros corazones, en nuestras obras y en nuestras vidas.

El Reino de Dios se instaurará en nosotros si nos dejamos amar por Cristo, si permanecemos siempre unidos a Él, si vivimos de las riquezas que el Espíritu Santo va constantemente regalándonos.

El que busque siempre y en cada circunstancia seguir a Jesús, ese tendrá el Reino de Dios.

Para los judíos del tiempo de Jesús, el Reino de Dios constituía el centro de sus esperanzas. Con él se iniciaría la época mesiánica. Para nosotros, los cristianos de hoy, el Reino de Dios está dentro de nosotros, en medio de nosotros y somos nosotros los que debemos consolidarlo, viviendo la fe y la esperanza.

Y somos nosotros los que debemos propagarlo en los ambientes en los que nos toque movernos y actuar, llenándolos del Evangelio, preparándolos para que puedan recibir el Reino de Dios.

Siempre tendremos la tentación de ir a buscar los signos de Dios en otra parte, sin embargo es en nuestra vida cotidiana donde se encuentra a Dios. Vamos a pedirle hoy a María, que nos ayude a abrir nuestro corazón al Señor, para que habite en nosotros, para que venga a nosotros el Reino de Dios

Jesucristo, Palabra del Padre,
luz eterna de todo creyente:
ven, Señor, porque ya se hace tarde,
ven y escucha la súplica ardiente.

Cuando el mundo dormía en tinieblas,
en tu amor, tú quisiste ayudarlo
y trajiste, viniendo a la tierra,
esa vida que puede salvarlo.

Ya madura la historia en promesas,
sólo anhela tu pronto regreso;
si el silencio madura la espera,
el amor no soporta el silencio.

Con María, la Iglesia te aguarda
con anhelos de esposa y de madre
y reúne a sus hijos, los fieles,
para juntos poder esperarte.

Cuando vengas, Señor, en tu gloria,
que podamos salir a tu encuentro
y a tu lado vivamos por siempre,
dando gracias al Padre en el reino. Amén
Himno de la Liturgia de las Horas