LAS TENTACIONES DE JESUS

11 Diciembre 2007
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A nivel humano, no resulta fácil entender las tentaciones con las que Jesús se enfrentó en el desierto, cuando el hombre denomina tentaciones, al sentir el acto de presión de sus malos instintos, cuando se ve arrastrado por los engaños del mal y aquel que en lugar de buscar la salvación eterna, solicita milagros a un Dios hecho a su medida. Pero esto, en ningún caso se dió en las tentaciones de Jesús. .
Nos dice la Biblia, que Jesús que nunca había estado solo desde su nacimiento, tras ser bautizado por Juan en el río Jordán (Lc.3, 21) y lleno del Espíritu Santo, sintió el deseo de aislarse para orar, meditar y adquirir conciencia de su destino, una vez haber recibido del Padre su mensaje “Tú eres mi Hijo, el amado, Tú eres mi elegido”.
Lógicamente, esto significaba que debía asumir el papel divino dentro de un cuerpo humano y sintió el peso de la responsabilidad, por lo que abandonando todo y guiado por el Espíritu se refugió en el desierto. En este lugar donde el tiempo parecía haberse detenido, estuvo cuarenta días de soledad total, sometiéndose a una prueba durísima y donde fue tentado por el diablo (Lc. 4, 1).
En este retiro, Jesús experimentó su fragilidad como criatura y sus dudas antes de saltar a lo desconocido, pues dejaba la vida tranquila de Nazaret para entregarse a la voluntad del Padre en una misión que en poco tiempo le llevaría a la muerte.
Escaseaba el agua y el alimento, pero entendió que para realizar la labor encomendada por el Padre, debía dejar a los suyos para allí en soledad reflexionar para poder transmitir al Pueblo, la bondad, el amor y la seguridad de que a través de la gracia, no del temor ni del miedo, podrían ser convertidos.
Día a día, fue adquiriendo la idea de que debido a su condición de hombre, necesitaba ser ejemplo para los seres humanos, por lo que su cabeza se llenó de imágenes, hechos y necesidades que nunca había tenido y sintió miedo.
De pronto, una voz procedente de algún lugar cercano, le hizo ver, que debido al poder que como Dios tenía, le resultaría muy sencillo, convertir las piedras que le rodeaban, en pan con el que saciar el hambre que le llega del estómago. Su boca, se llenó de saliva y pensó: no solo de pan vive el hombre, pues le basta con la palabra de Dios.
En cualquier caso, no lograba saber de donde vendría esa voz. Tal vez del enemigo, que sin ser una persona física, estaba representando el pecado y la maldad y estaba dispuesto a tentarle.
Más tarde, subió a la cima del Templo de Jerusalén, lugar desde donde se divisaban los tejados de la Ciudad, que se habían convertidos en oro. Desde aquella altitud, quizás por motivo de vértigo, volvió a sentir la oculta voz, que le invitaba a dejarse caer sin riesgo de matarse, toda vez que los ángeles estarían prestos para evitar golpearse en su caída. De nuevo decidió desafiar esa voz.
Después de esta segunda tentación, Jesús entendió que su debilidad después de cuarenta días de ayuno, estaba librando un combate entre el bien y el mal y en este sentido volvió a recibir esos dardos verbales que le hacían dueño de todas las riquezas del mundo si cedía su Divinidad. Jesús no pudo entenderlo por que El que carecía de cualquier codicia humana.
Pero Jesús, rechazando las tentaciones, encuentra su plenitud. Su corazón limpio le da acceso a un mundo espiritual, que existe realmente como existen los seres y las cosas que nos rodean, pero que se escapa a la mirada del hombre.
No obstante, lo que importa a los que creemos en la Divinidad de Dios, es contemplar a un Jesús que no fue tentado en el desierto por un hipotético diablo, que al fin de cuentas no es una persona física, sino la representación del pecado y de la maldad. Y nos congratulamos en este Jesús en constante lucha consigo mismo.
Por su alimentación (las piedras podrían convertirse en panes), por su seguridad física (los ángeles le recogerían si caía por el monte) y por un mundo que tiene que conquistar y dar Vida (no podía pactar con ese hipotético diablo, para aceptar, según él, la realidad de la negación de los hombres que no quieren convertirse).
Finalmente Jesús, a quien los poderes del mal no le habían podido seducir, quedó fijo mirando al gran desierto con su aspecto desolador y decidió abandonarlo. Sabía que tendría que pasar, siguiendo la voluntad del Padre, por una muerte que abriría la llave de la salvación en el destino de la humanidad, pero estaba convencido de poder afrontarlo.