"LAS MENTIRAS DE LA SUCESIÓN APOSTÓLICA"

Daud

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14 Septiembre 2006
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La iglesia católico-romana sostiene que el apóstol Pedro fue el primer obispo de Roma y, por consiguiente, el primer papa. ¿Qué apoyo se encuentra para ello en la Escritura? Absolutamente ninguno. Roma no señala más que un solo versículo, pero su aplicación depende exclusivamente de la interpretación que Roma da a su significado. Se halla en I Ped. 5:13, que dice:

"La iglesia que está en Babilonia, juntamente elegida con vosotros, os saluda". La iglesia católica-romana dice que Babilonia representa la Roma pagana, y puesto que ella reclama para sí la infalibilidad en la interpretación de las Escrituras, tal afirmación tiene valor de prueba para ella, ya que Pedro envió saludos de la iglesia en Babilonia. Esta prueba bíblica podrá satisfacer
completamente a la jerarquía romana, pero no satisface a los que rechazan la infalibilidad de las enseñanzas de Roma. Y no deja de ser curioso que esta epístola de Pedro sea la única entre todas las epístolas del Nuevo Testamento en la que el lugar donde se dice que fue escrita sea diferente
del que en ella misma se declara llanamente.

Concediendo, aunque no sea más que por vía de argumento, que Pedro se hallaba de hecho en Roma cuando escribió esta epístola, en la Escritura no hay prueba alguna de que residiera allí como obispo o papa. En la primera parte del libro de los Hechos encontramos una relación detallada, aunque no completa, de los movimientos de Pedro, pero ya no se le vuelve a mencionar después del capítulo 15. Los últimos capítulos son, naturalmente, el relato del
progreso del evangelio entre los gentiles, y Pedro era el apóstol de los judíos, de modo que no nos debe causar sorpresa el que no se le mencione en esta historia. Pero si, como afirma Roma, él era entonces obispo y papa de Roma, no deja de ser extraño que su nombre no figure en el relato de Lucas, especialmente si se tiene en cuenta que este relato termina en la misma Roma.

Aquí Roma recurre a la tradición, aduciendo un número de referencias a su trabajo y martirio allí. Una de las tradiciones dice que Pedro fue a Roma el año 42 y que fue allí obispo por veinticinco años, lo cual es imposible si hemos de dar crédito a lo que dicen muchos historiadores, algunos de ellos católico-romanos. Según el Nuevo Testamento, Pedro estaba en la cárcel poco antes de la muerte de Herodes, cuya fecha se da comúnmente como el año 44 (Hechos 12:1-23). Nueve años más tarde se encontraba en el Concilio de Jerusalén (Hechos 15:7). No mucho tiempo después Pablo se opuso a él en Antioquia, porque rehusaba tener trato con los creyentes gentiles incircuncisos (Gál. 2:11-16). Es, además, muy improbable que Pablo hubiera escrito a la iglesia de Roma como lo hizo, si Pedro se hubiera encontrado allí (Rom. 1:5-6 y 1:13-15). Ni se hubiera sentido Pablo constreñido tan urgentemente a ir allí (Rom. 1:9-12), porque esto hubiera sido obrar contra la línea de acción y plan de trabajo que se había trazado, que era no edificar sobre ajeno fundamento (2 Cor. 10:16; Rom. 15:20).

Es evidente que Pedro no se hallaba en Roma cuando Pablo escribió su epístola a aquella iglesia en el año 58, pues no hace referencia alguna a él, aunque sí habla del deseo que tiene de ver a los creyentes para repartir con ellos algún don espiritual (Rom. 1:11). Pablo menciona además veintisiete discípulos creyentes en Roma por su propio nombre, ¿es concebible que no mencionara a Pedro, si se encontraba allí? Cuando Pablo llegó a Roma, algunos hermanos le salieron a recibir. Si Pedro se encontraba entre ellos ¿no hubiera mencionado el hecho Lucas? Si como Roma afirma, Pedro ya había estado allí dieciocho años, ¿no es de suponer que la comunidad judaica de Roma hubiera sabido más acerca del cristianismo de lo que en realidad sabía? (Hechos 28:17-22).

Aun más, mientras se hallaba Pablo en Roma escribió cartas a las iglesias de Filipos, Colosas y Efeso, y también a Filemón. En estas cartas menciona los nombres de muchos que se encontraban allí y que trabajaban con él en el evangelio, pero ni una palabra acerca de Pedro (Fil. 4:21-22, Col. 4:10-14, Filemón 23-24). Después de algunos años Pablo fue puesto en la cárcel de Roma por segunda vez, y al escribir a Timoteo durante esta su segunda prisión, dice: "Lucas solo está conmigo" (2 Tim. 4:11); y a continuación: "En mi primera defensa ninguno me ayudó, antes me desampararon todos" (2 Tim. 4:16). ¿Como es posible creer que Pedro hubiera abandonado a Pablo, si se encontraba allí? Es evidente, por consiguiente, que Pedro no estuvo en Roma en aquellos años, y ¿cómo pudo desempeñar el oficio de Obispo de Roma?

Espero sus aportes. :Duel:
 
Re: "LAS MENTIRAS DE LA SUCESIÓN APOSTÓLICA"

Bueno, aquí les dejo una opinión sobre la sucesión apostólica. Espero que la examinen:

Los fariseos se habían declarado a sí mismos hijos de Abrahán. Jesús les
dijo que solamente haciendo las obras de Abrahán podían justificar esta
pretensión. Los verdaderos hijos de Abrahán vivirían como él una vida de
obediencia a Dios. No procurarían matar a Aquel que hablaba la verdad
que le había sido dada por Dios. Al conspirar contra Cristo, los rabinos
no estaban haciendo las obras de Abrahán. La simple descendencia de
Abrahán no tenía ningún valor. Sin una relación espiritual con él, la
cual se hubiera manifestado poseyendo el mismo espíritu y haciendo las
mismas obras, ellos no eran sus hijos.

Este principio se aplica con igual propiedad a una cuestión que ha
agitado por mucho tiempo al mundo cristiano: la cuestión de la sucesión
apostólica
. La descendencia de Abrahán no se probaba por el nombre y el
linaje, sino por la semejanza del carácter. La sucesión apostólica
tampoco descansa en la transmisión de la autoridad eclesiástica, sino en
la relación espiritual. Una vida movida por el espíritu de los
apóstoles, el creer y enseñar las verdades que ellos enseñaron: ésta es
la verdadera evidencia de la sucesión apostólica. Es lo que constituye a
los hombres sucesores de los primeros maestros del Evangelio.
Jesús negó que los judíos fueran hijos de Abrahán. Dijo: "Vosotros
hacéis las obras de vuestro padre." En mofa respondieron: "Nosotros no
somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios." Estas
palabras, que aludían a las circunstancias del nacimiento de Cristo,
estaban destinadas a ser una estocada contra Cristo en presencia de los
que estaban comenzando a creer en él. Jesús no prestó oído a esta
ruin insinuación, sino que dijo: "Si vuestro padre fuera Dios,
ciertamente me amaríais: porque yo de Dios he salido, y he venido."

Sus obras testificaban del parentesco de ellos con el que era mentiroso
y asesino. "Vosotros de vuestro padre el diablo sois --dijo Jesús,-- y
los deseos de vuestro padre queréis cumplir. El, homicida ha sido desde
el principio, y no permaneció en la verdad, porque no hay verdad en
él.... Y porque yo digo verdad, no me creéis." Porque Jesús hablaba la
verdad y la decía con certidumbre, no fue recibido por los dirigentes
judíos. Era la verdad lo que ofendía a estos hombres que se creían
justos. La verdad exponía la falacia del error; condenaba sus enseñanzas
y prácticas, y fue mal acogida. Ellos preferían cerrar los ojos a la
verdad, antes que humillarse para confesar que habían estado en el
error. No amaban la verdad
 
Re: "LAS MENTIRAS DE LA SUCESIÓN APOSTÓLICA"

Al examinar en detalle las muchas prerrogativas que reclama para sí la iglesia católico-romana, se hace necesario considerar lo que esa iglesia reclama para el apóstol Pedro, pues es precisamente en esto en lo que se basan las exigencias de Roma a la supremacía.

Ningún verdadero cristiano, protestante o romanista, desearía quitar al apóstol la más mínima parte del honor que le corresponde como apóstol, y aun más como el líder natural entre sus hermanos. En los Evangelios, el libro de los Hechos y aun en sus dos cortas epístolas se nos presenta como una personalidad imponente. Es una figura altamente simpática, llena de interés
natural, porque con frecuencia encontramos en nosotros mismos el eco de sus características y aun en las personas que nos rodean. Es hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne.

Lo que está en tela de juicio no es lo que Pedro reclamó para sí mismo, pues él nos exhorta a la humildad, después de haber llegado a ser el más humilde de todos, bajo la disciplina de la mano de su Señor. Veámosle al principio de su discipulado a los pies de Jesús: "Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador" (Luc. 5:8). Veámosle también en la casa de Cornelio, levantándole a éste y diciéndole: "Levántate; yo mismo también soy hombre" (Hechos 10:26). Y oigámosle ya en su edad madura, casi al terminar su carrera, escribiendo a los creyentes judíos que estaban esparcidos en las iglesias del Asia Menor:

"Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de las aflicciones de Cristo" (sus pensamientos se vuelven al triste día en que negó tres veces a su Señor), "que soy también participante de la gloria que ha de ser revelada. Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, teniendo cuidado de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no
por ganancia deshonesta, sino de un ánimo pronto; y no como teniendo señorío sobre las heredades del Señor, sino siendo dechados de la grey. Y cuando apareciere el príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria. Igualmente, mancebos, sed sujetos a los ancianos; y todos sumisos unos a otras, revestíos de humildad; porque Dios resiste a los
soberbios, y da gracia a los humildes. Humillaos pues bajo la poderosa mano de Dios, para que él os ensalce cuando fuere tiempo" (I Pedro 5:1-6).

No, no tenemos que ocuparnos de lo que Pedro reclamó para sí, sino con las prerrogativas completamente falsas y exageradas que hombres posteriores a él le han atribuido, porque sin ellas no hubieran podido fundamentar el derecho a la supremacía e infalibilidad que ellos reclaman para sí mismos. El Señor reprendió a sus propios discípulos, cuando éstos estaban disputándose los mejores puestos en el Reino, diciendo:

"Sabéis que los príncipes de los Gentiles se enseñorean sobre ellos, y los que son grandes ejercen sobre ellos potestad. Mas entre vosotros no será así; sino el que quisiere entre vosotros hacerse grande, será vuestro servidor; y el que quisiere entre vosotros ser el primero, será vuestro siervo: Como el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir" (Mat. 20:2-28).

La iglesia romana llama a Pedro el“"príncipe de los apóstoles" y exalta a él y a sus sucesores a un trono que dice ser más alto que el de todos los príncipes seculares. ¿Puede haber cosa más ajena a la mente de Cristo o a la del mismo apóstol Pedro? Si él estuviera en la tierra sería el primero en rechazar tal honor.