La voluntad de Dios
He aquí un aspecto de la vida cristiana en el que todos coincidimos y donde no hay contradictores. Si Dios es Dios, y por lo tanto Soberano absoluto, creemos que no tenemos mejor opción que descubrir esa voluntad y andar en ella. De hacerlo así, no solamente nos ahorraremos fracasos y disgustos, sino que nuestras propias conciencias nos darán testimonio de que no hicimos más que lo que debíamos hacer. Dios será glorificado, su pueblo bendecido y nosotros nos postraremos muy humillados en su presencia porque Él se haya dignado usar a estos siervos inútiles para alguna obra buena. Reconocer que no ya nosotros, sino la gracia de Dios que fue con nosotros es lo que ha permitido prestar un servicio eficaz en la obra suya, es lo máximo a lo que podemos aspirar ¡y eso ya es demasiado!
A ningún cristiano le gustará contravenir deliberadamente la voluntad de Dios, y en muy raros casos se permitirá cosa tan impropia para un hijo de Dios.
Lo que más frecuentemente se da, sin embargo, es tomar la propia voluntad como si fuese la voluntad de Dios.
En lo emotivo, es común que un capricho personal sea tomado como voluntad de Dios, si es suficientemente intenso y permanente en nuestro ánimo.
En lo mental, podemos acumular razones y argumentos que nos convencerán de que efectivamente tal cosa es la voluntad de Dios. Una fácil manera de darnos cuenta de cómo caemos en nuestra propia trampa, es por el fastidio que nos causa cuando otros nos dicen que tal cosa no puede ser la voluntad de Dios. Nuestra misma reacción es la mejor prueba de cuán equivocados estamos y qué difícil se nos hace convencer a los demás.
Desde que nuestros mayores comenzaron a discipularnos, nos instruyeron respecto a cómo conocer la voluntad de Dios. En forma oral y escrita, se nos dijo que había como tres faros que ayudaban a guiar nuestro rumbo para entrar en ese puerto de la voluntad divina que tanto deseábamos conocer y hacer:
1 – Las Sagradas Escrituras
2 - Las circunstancias
3 - Nuestro sentir o ejercicio de corazón.
-En cuanto a lo primero, una atenta consideración de la Palabra de Dios en oración y dependencia del Espíritu de Verdad, debería proveernos una base firme. Cualquier iniciativa que desentonase con los principios o el tenor de las Escrituras debería rechazarse.
-En cuanto a lo segundo, es importante advertir las puertas que Dios abre o cierra. Es cierto que en ocasiones Él nos prueba para ejercitar nuestra fe y paciencia, pero es lo normal que veamos su mano cuando nos capacita y usa en un ministerio eficaz. Para ello será necesario que no seamos los únicos que veamos esto, pues de ser así probablemente nos estaríamos engañando. Es necesario que la iglesia como cuerpo de Cristo y nuestros consiervos en el ministerio adviertan la dotación espiritual y la disposición de servicio con frutos que glorifiquen a Dios.
-Respecto a lo tercero, es de esperar que haya convicción y entusiasmo en lo que hacemos. Un trabajo hecho a disgusto, como por compromiso u obligación, no está dando la pauta de que se esté en la voluntad de Dios, pues ésta ha de ganar nuestro corazón.
Normalmente, cuando los tres lados del triángulo se cierran y el vértice superior apunta hacia arriba, tenemos una clara señal que nos desafía a correr hacia la meta.
También es normal que los demás hermanos y los siervos del Señor entre los que estamos trabajando acompañen, apoyen y alienten este sentir. Gayo es un buen ejemplo de ello, mientras que Diótrefes representa la oposición jerárquica e infundada (3Juan 5-10).
Así como los antiguos cuáqueros, muchos de nosotros también queremos ser “tembladores” a la palabra de Dios (Isaías 66:2,5) sin que nadie tiemble a la nuestra.
¡Dios nos libre de malograr su obra, dañar su iglesia y anular siervos suyos sólo por no complacernos!
Ricardo.
He aquí un aspecto de la vida cristiana en el que todos coincidimos y donde no hay contradictores. Si Dios es Dios, y por lo tanto Soberano absoluto, creemos que no tenemos mejor opción que descubrir esa voluntad y andar en ella. De hacerlo así, no solamente nos ahorraremos fracasos y disgustos, sino que nuestras propias conciencias nos darán testimonio de que no hicimos más que lo que debíamos hacer. Dios será glorificado, su pueblo bendecido y nosotros nos postraremos muy humillados en su presencia porque Él se haya dignado usar a estos siervos inútiles para alguna obra buena. Reconocer que no ya nosotros, sino la gracia de Dios que fue con nosotros es lo que ha permitido prestar un servicio eficaz en la obra suya, es lo máximo a lo que podemos aspirar ¡y eso ya es demasiado!
A ningún cristiano le gustará contravenir deliberadamente la voluntad de Dios, y en muy raros casos se permitirá cosa tan impropia para un hijo de Dios.
Lo que más frecuentemente se da, sin embargo, es tomar la propia voluntad como si fuese la voluntad de Dios.
En lo emotivo, es común que un capricho personal sea tomado como voluntad de Dios, si es suficientemente intenso y permanente en nuestro ánimo.
En lo mental, podemos acumular razones y argumentos que nos convencerán de que efectivamente tal cosa es la voluntad de Dios. Una fácil manera de darnos cuenta de cómo caemos en nuestra propia trampa, es por el fastidio que nos causa cuando otros nos dicen que tal cosa no puede ser la voluntad de Dios. Nuestra misma reacción es la mejor prueba de cuán equivocados estamos y qué difícil se nos hace convencer a los demás.
Desde que nuestros mayores comenzaron a discipularnos, nos instruyeron respecto a cómo conocer la voluntad de Dios. En forma oral y escrita, se nos dijo que había como tres faros que ayudaban a guiar nuestro rumbo para entrar en ese puerto de la voluntad divina que tanto deseábamos conocer y hacer:
1 – Las Sagradas Escrituras
2 - Las circunstancias
3 - Nuestro sentir o ejercicio de corazón.
-En cuanto a lo primero, una atenta consideración de la Palabra de Dios en oración y dependencia del Espíritu de Verdad, debería proveernos una base firme. Cualquier iniciativa que desentonase con los principios o el tenor de las Escrituras debería rechazarse.
-En cuanto a lo segundo, es importante advertir las puertas que Dios abre o cierra. Es cierto que en ocasiones Él nos prueba para ejercitar nuestra fe y paciencia, pero es lo normal que veamos su mano cuando nos capacita y usa en un ministerio eficaz. Para ello será necesario que no seamos los únicos que veamos esto, pues de ser así probablemente nos estaríamos engañando. Es necesario que la iglesia como cuerpo de Cristo y nuestros consiervos en el ministerio adviertan la dotación espiritual y la disposición de servicio con frutos que glorifiquen a Dios.
-Respecto a lo tercero, es de esperar que haya convicción y entusiasmo en lo que hacemos. Un trabajo hecho a disgusto, como por compromiso u obligación, no está dando la pauta de que se esté en la voluntad de Dios, pues ésta ha de ganar nuestro corazón.
Normalmente, cuando los tres lados del triángulo se cierran y el vértice superior apunta hacia arriba, tenemos una clara señal que nos desafía a correr hacia la meta.
También es normal que los demás hermanos y los siervos del Señor entre los que estamos trabajando acompañen, apoyen y alienten este sentir. Gayo es un buen ejemplo de ello, mientras que Diótrefes representa la oposición jerárquica e infundada (3Juan 5-10).
Así como los antiguos cuáqueros, muchos de nosotros también queremos ser “tembladores” a la palabra de Dios (Isaías 66:2,5) sin que nadie tiemble a la nuestra.
¡Dios nos libre de malograr su obra, dañar su iglesia y anular siervos suyos sólo por no complacernos!
Ricardo.