No recuerdo quién me lo dijo; pudo ser mi hermano mayor; sí recuerdo que yo no tenía más de 6 años.
Me quedé intrigado cuando me dijeron que una de las manecillas de los relojes se movia sin notarse. Eso me fascinó. ¿Se mueve, sin moverse?, pensé a esa edad.
Me llamó mucho la atención. Más de lo normal- diria alguno. Por eso, cuando un día me senté a mirar detenidamente la manecilla que ¨no se movía¨, y noté un salto abrupto de la misma para marcar un nuevo minuto, casi grité: ¡La ví moverse!- pero no celebraron conmigo. Para mi era un evento de trascendencia. Habia visto moverse a la misteriosa y esquiva manecilla.
Ahora, ¿qué pretendo decir con este incidente real de mi niñez? Cerca del año 96, tuve la oportunidad de viajar al Perú. Fue un viaje mostrado por mi Señor, y fui de buen gusto. Varias personas me dieron ropa para regalar, en los lugares de necesidad. Una hermana en particular me dijo- Hermano, tome este pantaloncito de niño para el Perú. Era de mi hijo más pequeño. A algún niño le puede servir.- Lo tomé.
Casi una semana antes de mi salida, a la hermosa tierra peruana, miraba las vitrinas de tiendas en la ciudad donde vivo, y sentí el enorme impulso de comprar unos tirantes blancos.
Eran elegantes y finos. No los compraba para mi necesariamente. Sentía que debía llevarlos en mi viaje.
Una semana más tarde, estaba en Lima, Perú.
Dos incidentes señalaré de las experiencias que tuve en ese país.
Estando en una comunidad llamada Comas, llevando en mi brazo un bulto lleno de zapatos para niños y aquél pantaloncito, luego de subir por las cuestas de aquel lugar, me senté a descansar unos instantes. La hermana peruana que me servia de guia, hizo lo mismo. Un niño se acercó a nosotros. Tenia un pantalón largo, pero, lleno, y repito, lleno... de agujeros. Otro niño mayor que él, su hermano, se acercó también y le dijo esto: Sabes que a mamá no le gusta que jueges con tus pantalones de ir al colegio.
¿Esos son sus pantalones del colegio? Pregunté en voz alta, mirando a la hermana que me acompañaba.
Me acordé de aquel pantalón que me habían dado, y le dije al niño- Muchacho, toma. Esto es para ti.
Una gran sonrisa hizo gala en su rostro. Corrió a un ranchito frente a donde estábamos nosotros sentados, y en cuestión de minutos venia con el pantalón puesto. Le quedaba perfecto.
Duré en el Perú casi 20 días, y cuando ya empacaba para ser transportado por unos hermanos al aereopuerto, noté que todavia seguían en mi maleta los tirantes blancos. Dije- Señor, para alguien deben ser éstos que me moviste a comprar. No los empaqué; los puse en una bolsa aparte.
Me encontré en el hogar de uno de los hermanos que me transportaria. Varios hermanos estaban presentes. Mientras ellos oraban por mi regreso a los Estados Unidos, sentí aquel toque y tomando los tirantes dije- Carlos, estos tirantes son tuyos.- Inmediatamente este hermano comenzó a saltar y a decirle a otro hermano: Pepe, ¿recuerdas ayer? Testificó cómo el día anterior él había estado diciéndole a Pepe lo mucho que anhelaba algún día tener unos tirantes blancos.
Esto digo. Ver la mano de Dios abrir un mar en dos debe ser algo sumamente impresionante. Escuchar ángeles que bajo instrucciones de Dios elevan cantos de alabanzas sobre alguna ladera, asombroso y emocionante. Verlo sanar a un canceroso, a un ciego o a un cojo: conmovedor. Verlo salvar y transformar un alma... de impacto permanente.
Sin que lo anterior deje de impresionarme y de sacarme lágrimas, he visto su mano moviéndose en lo imperceptible. Él abrió mis ojos para comprender que no es la suerte, ni la tan mencionada casualidad... es su mano. La he visto moverse; en pantaloncitos, en tirantes, en monedas para el tren, en un pancito con semillas de anis...etc
Y pienso que el que a uno se le conceda ver los actos divinos que usualmente pasan sin notarse, es un gran privilegio, y un ingrediente activo para mantener en uno, pese al paso del tiempo, la mirada radiante de un niño que ve moverse lo que parece estar quieto.
Han pasado más de 30 años desde que ví aquella manecilla dar su salto. Si me preguntaras hoy, acerca de la mano de Dios y sus obras, aquellas, las casi imperceptibles a la ansiedad y duda humana, te daría esta respuesta, y espero, que con la misma algarabía que utilizé de niño...........¡La ví moverse!
En Cristo..........Erskine.
Copyright 2006 M.Erskine
Me quedé intrigado cuando me dijeron que una de las manecillas de los relojes se movia sin notarse. Eso me fascinó. ¿Se mueve, sin moverse?, pensé a esa edad.
Me llamó mucho la atención. Más de lo normal- diria alguno. Por eso, cuando un día me senté a mirar detenidamente la manecilla que ¨no se movía¨, y noté un salto abrupto de la misma para marcar un nuevo minuto, casi grité: ¡La ví moverse!- pero no celebraron conmigo. Para mi era un evento de trascendencia. Habia visto moverse a la misteriosa y esquiva manecilla.
Ahora, ¿qué pretendo decir con este incidente real de mi niñez? Cerca del año 96, tuve la oportunidad de viajar al Perú. Fue un viaje mostrado por mi Señor, y fui de buen gusto. Varias personas me dieron ropa para regalar, en los lugares de necesidad. Una hermana en particular me dijo- Hermano, tome este pantaloncito de niño para el Perú. Era de mi hijo más pequeño. A algún niño le puede servir.- Lo tomé.
Casi una semana antes de mi salida, a la hermosa tierra peruana, miraba las vitrinas de tiendas en la ciudad donde vivo, y sentí el enorme impulso de comprar unos tirantes blancos.
Eran elegantes y finos. No los compraba para mi necesariamente. Sentía que debía llevarlos en mi viaje.
Una semana más tarde, estaba en Lima, Perú.
Dos incidentes señalaré de las experiencias que tuve en ese país.
Estando en una comunidad llamada Comas, llevando en mi brazo un bulto lleno de zapatos para niños y aquél pantaloncito, luego de subir por las cuestas de aquel lugar, me senté a descansar unos instantes. La hermana peruana que me servia de guia, hizo lo mismo. Un niño se acercó a nosotros. Tenia un pantalón largo, pero, lleno, y repito, lleno... de agujeros. Otro niño mayor que él, su hermano, se acercó también y le dijo esto: Sabes que a mamá no le gusta que jueges con tus pantalones de ir al colegio.
¿Esos son sus pantalones del colegio? Pregunté en voz alta, mirando a la hermana que me acompañaba.
Me acordé de aquel pantalón que me habían dado, y le dije al niño- Muchacho, toma. Esto es para ti.
Una gran sonrisa hizo gala en su rostro. Corrió a un ranchito frente a donde estábamos nosotros sentados, y en cuestión de minutos venia con el pantalón puesto. Le quedaba perfecto.
Duré en el Perú casi 20 días, y cuando ya empacaba para ser transportado por unos hermanos al aereopuerto, noté que todavia seguían en mi maleta los tirantes blancos. Dije- Señor, para alguien deben ser éstos que me moviste a comprar. No los empaqué; los puse en una bolsa aparte.
Me encontré en el hogar de uno de los hermanos que me transportaria. Varios hermanos estaban presentes. Mientras ellos oraban por mi regreso a los Estados Unidos, sentí aquel toque y tomando los tirantes dije- Carlos, estos tirantes son tuyos.- Inmediatamente este hermano comenzó a saltar y a decirle a otro hermano: Pepe, ¿recuerdas ayer? Testificó cómo el día anterior él había estado diciéndole a Pepe lo mucho que anhelaba algún día tener unos tirantes blancos.
Esto digo. Ver la mano de Dios abrir un mar en dos debe ser algo sumamente impresionante. Escuchar ángeles que bajo instrucciones de Dios elevan cantos de alabanzas sobre alguna ladera, asombroso y emocionante. Verlo sanar a un canceroso, a un ciego o a un cojo: conmovedor. Verlo salvar y transformar un alma... de impacto permanente.
Sin que lo anterior deje de impresionarme y de sacarme lágrimas, he visto su mano moviéndose en lo imperceptible. Él abrió mis ojos para comprender que no es la suerte, ni la tan mencionada casualidad... es su mano. La he visto moverse; en pantaloncitos, en tirantes, en monedas para el tren, en un pancito con semillas de anis...etc
Y pienso que el que a uno se le conceda ver los actos divinos que usualmente pasan sin notarse, es un gran privilegio, y un ingrediente activo para mantener en uno, pese al paso del tiempo, la mirada radiante de un niño que ve moverse lo que parece estar quieto.
Han pasado más de 30 años desde que ví aquella manecilla dar su salto. Si me preguntaras hoy, acerca de la mano de Dios y sus obras, aquellas, las casi imperceptibles a la ansiedad y duda humana, te daría esta respuesta, y espero, que con la misma algarabía que utilizé de niño...........¡La ví moverse!
En Cristo..........Erskine.
Copyright 2006 M.Erskine