La verdadera ley de Dios
Ojo por ojo y diente por diente, ¿verdadera ley de Dios? Muchas persones de la antigüedad, y aún de tiempos más modernos, consideran que la antigua ley de Talión que Dios impuso a su pueblo, los israelitas, ojo por ojo, diente por diente y vida por vida, era una ley dura y cruel, dada por un Dios implacable y vengativo; dicho de otro modo, que cada persona pecadora tenia que recibir un castigo igual o equivalente al mal cometido. Otras personas piensan que esta ley es justa y aplicable a todos los tiempos, el que comete un mal debe pagarlo sin remisión. ¿Es realmente así? el juzgar las cosas y los hechos de las personas sin conocer las circunstancias y las motivaciones que han. influido en ellas puede conducir a emitir juicios completamente erróneos.
Ante todo hay que considerar la causa que lleva a la persona a pecar o cometer algún delito, el motivo, generalmente puede ser por necesidad o por satisfacer un deseo egoísta, hacer mal a otros por venganza o para apropiarse de de lo que no le pertenece, pero también por ignorancia. Por lo general es el egoísmo humano lo que impulsa a las personas a cometer toda clase de delitos y maldades, el querer conseguir grandes beneficios y poder sobre los demás con el mínimo esfuerzo impulsa a muchos a cometer toda clase de delitos sin importarles los daños que reciben otras personas, y que también puede alcanzarles a ellos mismos. Para evitar tales desmanes se han establecido leyes que protegen los derechos de cada uno y castigan a quienes las infringen, y si todos cumpliéramos estas leyes, dejarían de existir todos o la mayoría de estos problemas, pero desgraciadamente son muchos los que no las cumplen, las pasan por alto, o cometen sus actos delictivos ocultamente, con lo cual siguen produciéndose y acrecentándose tales problemas.
Las leyes siempre son justas y necesarias, pues impiden muchas injusticias sociales, pero si no se cumplen no sirven de nadan, o sirven muy poco. Las leyes de Dios siempre son justas y beneficiosas, pues su objetivo es el de impedir que las personas, cegadas por su egoísmo, se perjudiquen unas a otras; pero si dejan de cumplirlas los problemas nunca se acabarán para mal de todos. Ahora bien, lo que puede motivar a los humanos a obedecer las leyes establecidas puede ser el temor a un castigo o el amor a los demás; el temor obra de inmediato si el castigo se aplica rápidamente, pero el amor requiere más tiempo y reflexión, hay que conocer a las personas y sentir aprecio por ellas, por eso cuesta más llegar a sentirlo y actuar en consecuencia. Por ello, Dios tuvo que establecer leyes duras que inspiraran temor, pues las personas de aquel tiempo no estaban preparadas o capacitadas para actuar motivadas por el amor.
La ley mosaica demostró ser una protección y un beneficio para el pueblo de Dios de aquella época, pues cuando la cumplían. aunque fuera por temor a ser castigados, el pueblo prosperaba y podían disfrutar de un periodo de paz, hasta que dejaban de cumplirla, entonces volvían los problemas, las desavenencias y luchas entre ellos mismos, y caían bajo la dominación de sus enemigos que los trataban como esclavos. Y ahora, lo mismo que entonces, cuando se obedecen las leyes establecidas, la sociedad funciona mejor, hay más prosperidad y se vive con más estabilidad. Dependiendo de la proporción en que se cumplan estas leyes así será mayor o menor el estado de progreso y bienestar de la sociedad.
Las leyes siempre son justas y necesarias, y para quienes aprenden a valorarlas y apreciarlas no les resulta pesadas el cumplirlas, pues llegan a entender los beneficios que se obtienen de su observancia a corto y largo plazo. Son los individuos rebeldes y codiciosos los que las encuentran injustas e insoportables, porque prefieren conseguir lo que desean por medios ilícitos o delictivos, engaños, sobornos o por la violencia, sin querer pensar que de este modo lo más probable es que les resulte mucho más difícil e inseguro el conseguirlo, y a largo plazo resulta ruinoso para todos.
Sin embargo, la ley mosaica, o de Talión, no es la verdadera y perfecta ley de Dios, aunque fue justa, porque no podía hacer felices a todas las personas, puesto que si no la cumplían surgían los problemas, luchas y persecuciones, y si la cumplían por temor al castigo tenían que renunciar a satisfacer sus deseos egoístas, y eso tampoco agradaba a nadie. La auténtica y perpetua ley divina es la ley del amor, que consiste en vivir y actuar con el único deseo de hacer el bien a los demás y compartir con ellos todo lo bueno que uno tiene y puede crear o producir. Jehová es el Dios del amor, él es la esencia del amor, y todo cuanto crea lo hace con el propósito de compartirlo con otros seres, particularmente seres inteligentes que puedan apreciar sus creaciones y disfrutar de ellas perpetuamente.
La ley mosaica fue un método educativo temporal para enseñar a los humanos el valor de la justicia, y los perjuicios que se originan al no cumplirla, o actuar en conformidad con ella. En aquellos tiempos las personas no estaban capacitadas todavía para regirse por la ley del amor, necesitaban que se les instruyera primero en el conocimiento de la justicia, que la gente por sus tendencias egoístas les cuesta tanto entender, y por eso, Dios estableció castigos tan rigurosos para que por temor a ellos se sintieran impulsados a obedecer estas leyes hasta que llegara el tiempo de que pudieran entender el valor de la ley del amor que Cristo vino a enseñarnos. Por eso en las Escrituras se dice que Cristo era el final de la ley mosaicas, porque con él, mediante sus enseñanzas, comenzó a regir la ley del amor para aquellos que la aceptaron y aplicaron.
La ley del amor no perjudica ni resulta pesada para nadie, pues quien ama sí desea compartir todo lo bueno que tiene con las personas a quienes ama, disfruta haciéndolo, incluso si tiene que sacrificarse y sufrir por los demás lo hace con gusto y no se cansa de hacerlo. Dios envió a su Hijo a la tierra, cuando consideró que ya había personas en disposición de escucharlo y comprenderlo, para que les enseñara la ley del amor y que dejaran de seguir perjudicándose unos a otros, y Cristo se ofreció voluntariamente a cumplir el deseo de su Padre, a pesar de que sabía que tenía que sufrir y pagar con su vida aquel intento de enseñarles, porque lo amaba y también amaba a los humanos. Esto es el verdadero amor, estar dispuestos a sufrir, y hasta morir, por otros con tal de proporcionarles algún bien, y no hay mayor bien que el que aprendamos a amarnos unos a otros y dejar de causarnos daño definitivamente.
Jesús vino a la tierra para enseñarnos, no solamente de palabras sino también con el ejemplo, cómo debemos comportarnos unos con otros, con amor y abnegación, y nos dejo el mejor modele a seguir al sacrificar su vida humana para que pudiéramos tener salvación y vida eterna. El no vino a abolir la ley mosaica, sino a cumplirla a cabalidad, porque la ley mosaica se dio para evitar precisamente que los humanos se perjudicaran entre sí. y los que la cumplieron, aunque fueran pocos, ellos se beneficiaron aprendiendo el valor de la justicia, puesto que esta ley era justa, y estos fueron quienes estuvieron capacitados para aceptar las enseñanzas de Cristo y a convertirse en sus discípulos, que también se comprometieron a extender sus enseñanzas por todas partes en el primer siglo, exponiéndose por ello a ser perseguidos y maltratados como su Maestro, con tal de enseñar a otros la verdadera ley de Dios. La ley del amor no anula a la antigua ley mosaica, sino que la hace innecesaria, pues quienes la aprecian y cumplen dejan de hacerse mal alguno quedando cumplida también aquella, pero sin necesidad de castigo, puesto que lo hacen por amor, y esto lo hacen con gozo, no con temor ni de mala gana.
La mayoría de las personas siguen aferradas a sus deseos egoístas y se creen por eso liberadas de tabúes y obligaciones que no desean cumplir, pero no quieren darse cuenta que continúan más que nunca esclavizadas al mayor tirano que puede existir, su propio egoísmo, que les impide conocer y alcanzar la mayor libertad real que puede existir en este mundo, la libertad de amar sin límites y compartir todo lo bueno que el ser humano es capaz de crear y producir. Esta libertad solo nos le puede proporcionar Dios con sus enseñanzas, leyes y principios, si nosotros lo aceptamos y nos dejamos guiar por ellos. Los que no quieren aceptar estos principios, por muy libres que ellos se consideren para hacer lo que desean, no podrán evitar tener que afrontar las dificultades y peligros que este modo de proceder egoísta engendra en la sociedad actual, lo cual produce muchas más limitaciones que el sujetarse voluntariamente a las norman divinas .
Por lo tanto, la verdadera ley de Dios, la ley del amor, es también la ley de la verdadera libertad, la que nos proporciona la mayor libertad que podemos desear, pues todo el que se somete a las normas de Dios lo hace por su propia voluntad, porque quiere hacerlo, ya que ha llegado a entender que el actuar en consonancia con la voluntad divina estará protegido de todos los males habidos y por haber, pues nadie querrá volver a cometer mal alguno contra sus semejantes, a quienes ama, y el cumplir estas leyes representa para todos una fuente de gozo inagotable. Sí, las leyes de Dios, tanto la antigua y provisional ley mosaica, enseñada por Moisés, como la moderna y permanente ley del amor, enseñada por Cristo, son leyes justas y necesarias, restablecidas por un Dios justo y amoroso. La primera llegó a ser ley de muerte, pues al no estar preparados todavía para entenderla y amarla la mayoría no se sentirían motivados para obedecerla, por ello continuarían obrando mal y morirían como consecuencia de sus pecados y errores. La segunda sería ley de vida, ya que el entenderla y cumplirla voluntariamente los capacitaría para poder alcanzar la vida eterna en perfección y felicidad completa.
Por todo esto, tenemos que entender que si queremos ser verdaderamente libres para poder hacer nuestra propia voluntad solo existe un procedimiento aceptable, fácil y seguro, poner nuestra voluntad en armonía con la de Dios, aceptando y cumpliendo todas sus leyes e instrucciones, no considerándolas como una imposición obligatoria y pesada, sino como realmente lo son, como unas dádivas amorosas y protectoras de Dios que nos hacen sabios y poderosos, pues nos enseñan a hacer todas las cosas que tengamos y queramos hacer con sabiduría y bondad, pues solo nos proporcionarán beneficios y gozos. En cambio, el dejarnos conducir por el ciego egoísmo puede acarrearnos toda clase de sinsabores, rivalidades, enfrentamientos, luchas encarnizadas con nuestros semejantes, creándonos enemigos y opositores que sembrarán nuestro camino de obstáculos difíciles o imposibles de superar, que son las que verdaderamente nos oprimen y nos privan engañosamente de disfrutar de las cosas buenas y el afecto de los demás con esa imaginaria libertad que pretendemos poseer por medios egoístas. El ampararnos bajo la ley del amor nos concede total libertad, pues aprendemos a amarnos unos a otros y solo desearemos hacernos todo el bien posible, nadie nos pondrá obstáculos ni límites de ninguna clase, y no desearemos hacer ninguna otra cosa, ¿no es eso libertad total?
Ojo por ojo y diente por diente, ¿verdadera ley de Dios? Muchas persones de la antigüedad, y aún de tiempos más modernos, consideran que la antigua ley de Talión que Dios impuso a su pueblo, los israelitas, ojo por ojo, diente por diente y vida por vida, era una ley dura y cruel, dada por un Dios implacable y vengativo; dicho de otro modo, que cada persona pecadora tenia que recibir un castigo igual o equivalente al mal cometido. Otras personas piensan que esta ley es justa y aplicable a todos los tiempos, el que comete un mal debe pagarlo sin remisión. ¿Es realmente así? el juzgar las cosas y los hechos de las personas sin conocer las circunstancias y las motivaciones que han. influido en ellas puede conducir a emitir juicios completamente erróneos.
Ante todo hay que considerar la causa que lleva a la persona a pecar o cometer algún delito, el motivo, generalmente puede ser por necesidad o por satisfacer un deseo egoísta, hacer mal a otros por venganza o para apropiarse de de lo que no le pertenece, pero también por ignorancia. Por lo general es el egoísmo humano lo que impulsa a las personas a cometer toda clase de delitos y maldades, el querer conseguir grandes beneficios y poder sobre los demás con el mínimo esfuerzo impulsa a muchos a cometer toda clase de delitos sin importarles los daños que reciben otras personas, y que también puede alcanzarles a ellos mismos. Para evitar tales desmanes se han establecido leyes que protegen los derechos de cada uno y castigan a quienes las infringen, y si todos cumpliéramos estas leyes, dejarían de existir todos o la mayoría de estos problemas, pero desgraciadamente son muchos los que no las cumplen, las pasan por alto, o cometen sus actos delictivos ocultamente, con lo cual siguen produciéndose y acrecentándose tales problemas.
Las leyes siempre son justas y necesarias, pues impiden muchas injusticias sociales, pero si no se cumplen no sirven de nadan, o sirven muy poco. Las leyes de Dios siempre son justas y beneficiosas, pues su objetivo es el de impedir que las personas, cegadas por su egoísmo, se perjudiquen unas a otras; pero si dejan de cumplirlas los problemas nunca se acabarán para mal de todos. Ahora bien, lo que puede motivar a los humanos a obedecer las leyes establecidas puede ser el temor a un castigo o el amor a los demás; el temor obra de inmediato si el castigo se aplica rápidamente, pero el amor requiere más tiempo y reflexión, hay que conocer a las personas y sentir aprecio por ellas, por eso cuesta más llegar a sentirlo y actuar en consecuencia. Por ello, Dios tuvo que establecer leyes duras que inspiraran temor, pues las personas de aquel tiempo no estaban preparadas o capacitadas para actuar motivadas por el amor.
La ley mosaica demostró ser una protección y un beneficio para el pueblo de Dios de aquella época, pues cuando la cumplían. aunque fuera por temor a ser castigados, el pueblo prosperaba y podían disfrutar de un periodo de paz, hasta que dejaban de cumplirla, entonces volvían los problemas, las desavenencias y luchas entre ellos mismos, y caían bajo la dominación de sus enemigos que los trataban como esclavos. Y ahora, lo mismo que entonces, cuando se obedecen las leyes establecidas, la sociedad funciona mejor, hay más prosperidad y se vive con más estabilidad. Dependiendo de la proporción en que se cumplan estas leyes así será mayor o menor el estado de progreso y bienestar de la sociedad.
Las leyes siempre son justas y necesarias, y para quienes aprenden a valorarlas y apreciarlas no les resulta pesadas el cumplirlas, pues llegan a entender los beneficios que se obtienen de su observancia a corto y largo plazo. Son los individuos rebeldes y codiciosos los que las encuentran injustas e insoportables, porque prefieren conseguir lo que desean por medios ilícitos o delictivos, engaños, sobornos o por la violencia, sin querer pensar que de este modo lo más probable es que les resulte mucho más difícil e inseguro el conseguirlo, y a largo plazo resulta ruinoso para todos.
Sin embargo, la ley mosaica, o de Talión, no es la verdadera y perfecta ley de Dios, aunque fue justa, porque no podía hacer felices a todas las personas, puesto que si no la cumplían surgían los problemas, luchas y persecuciones, y si la cumplían por temor al castigo tenían que renunciar a satisfacer sus deseos egoístas, y eso tampoco agradaba a nadie. La auténtica y perpetua ley divina es la ley del amor, que consiste en vivir y actuar con el único deseo de hacer el bien a los demás y compartir con ellos todo lo bueno que uno tiene y puede crear o producir. Jehová es el Dios del amor, él es la esencia del amor, y todo cuanto crea lo hace con el propósito de compartirlo con otros seres, particularmente seres inteligentes que puedan apreciar sus creaciones y disfrutar de ellas perpetuamente.
La ley mosaica fue un método educativo temporal para enseñar a los humanos el valor de la justicia, y los perjuicios que se originan al no cumplirla, o actuar en conformidad con ella. En aquellos tiempos las personas no estaban capacitadas todavía para regirse por la ley del amor, necesitaban que se les instruyera primero en el conocimiento de la justicia, que la gente por sus tendencias egoístas les cuesta tanto entender, y por eso, Dios estableció castigos tan rigurosos para que por temor a ellos se sintieran impulsados a obedecer estas leyes hasta que llegara el tiempo de que pudieran entender el valor de la ley del amor que Cristo vino a enseñarnos. Por eso en las Escrituras se dice que Cristo era el final de la ley mosaicas, porque con él, mediante sus enseñanzas, comenzó a regir la ley del amor para aquellos que la aceptaron y aplicaron.
La ley del amor no perjudica ni resulta pesada para nadie, pues quien ama sí desea compartir todo lo bueno que tiene con las personas a quienes ama, disfruta haciéndolo, incluso si tiene que sacrificarse y sufrir por los demás lo hace con gusto y no se cansa de hacerlo. Dios envió a su Hijo a la tierra, cuando consideró que ya había personas en disposición de escucharlo y comprenderlo, para que les enseñara la ley del amor y que dejaran de seguir perjudicándose unos a otros, y Cristo se ofreció voluntariamente a cumplir el deseo de su Padre, a pesar de que sabía que tenía que sufrir y pagar con su vida aquel intento de enseñarles, porque lo amaba y también amaba a los humanos. Esto es el verdadero amor, estar dispuestos a sufrir, y hasta morir, por otros con tal de proporcionarles algún bien, y no hay mayor bien que el que aprendamos a amarnos unos a otros y dejar de causarnos daño definitivamente.
Jesús vino a la tierra para enseñarnos, no solamente de palabras sino también con el ejemplo, cómo debemos comportarnos unos con otros, con amor y abnegación, y nos dejo el mejor modele a seguir al sacrificar su vida humana para que pudiéramos tener salvación y vida eterna. El no vino a abolir la ley mosaica, sino a cumplirla a cabalidad, porque la ley mosaica se dio para evitar precisamente que los humanos se perjudicaran entre sí. y los que la cumplieron, aunque fueran pocos, ellos se beneficiaron aprendiendo el valor de la justicia, puesto que esta ley era justa, y estos fueron quienes estuvieron capacitados para aceptar las enseñanzas de Cristo y a convertirse en sus discípulos, que también se comprometieron a extender sus enseñanzas por todas partes en el primer siglo, exponiéndose por ello a ser perseguidos y maltratados como su Maestro, con tal de enseñar a otros la verdadera ley de Dios. La ley del amor no anula a la antigua ley mosaica, sino que la hace innecesaria, pues quienes la aprecian y cumplen dejan de hacerse mal alguno quedando cumplida también aquella, pero sin necesidad de castigo, puesto que lo hacen por amor, y esto lo hacen con gozo, no con temor ni de mala gana.
La mayoría de las personas siguen aferradas a sus deseos egoístas y se creen por eso liberadas de tabúes y obligaciones que no desean cumplir, pero no quieren darse cuenta que continúan más que nunca esclavizadas al mayor tirano que puede existir, su propio egoísmo, que les impide conocer y alcanzar la mayor libertad real que puede existir en este mundo, la libertad de amar sin límites y compartir todo lo bueno que el ser humano es capaz de crear y producir. Esta libertad solo nos le puede proporcionar Dios con sus enseñanzas, leyes y principios, si nosotros lo aceptamos y nos dejamos guiar por ellos. Los que no quieren aceptar estos principios, por muy libres que ellos se consideren para hacer lo que desean, no podrán evitar tener que afrontar las dificultades y peligros que este modo de proceder egoísta engendra en la sociedad actual, lo cual produce muchas más limitaciones que el sujetarse voluntariamente a las norman divinas .
Por lo tanto, la verdadera ley de Dios, la ley del amor, es también la ley de la verdadera libertad, la que nos proporciona la mayor libertad que podemos desear, pues todo el que se somete a las normas de Dios lo hace por su propia voluntad, porque quiere hacerlo, ya que ha llegado a entender que el actuar en consonancia con la voluntad divina estará protegido de todos los males habidos y por haber, pues nadie querrá volver a cometer mal alguno contra sus semejantes, a quienes ama, y el cumplir estas leyes representa para todos una fuente de gozo inagotable. Sí, las leyes de Dios, tanto la antigua y provisional ley mosaica, enseñada por Moisés, como la moderna y permanente ley del amor, enseñada por Cristo, son leyes justas y necesarias, restablecidas por un Dios justo y amoroso. La primera llegó a ser ley de muerte, pues al no estar preparados todavía para entenderla y amarla la mayoría no se sentirían motivados para obedecerla, por ello continuarían obrando mal y morirían como consecuencia de sus pecados y errores. La segunda sería ley de vida, ya que el entenderla y cumplirla voluntariamente los capacitaría para poder alcanzar la vida eterna en perfección y felicidad completa.
Por todo esto, tenemos que entender que si queremos ser verdaderamente libres para poder hacer nuestra propia voluntad solo existe un procedimiento aceptable, fácil y seguro, poner nuestra voluntad en armonía con la de Dios, aceptando y cumpliendo todas sus leyes e instrucciones, no considerándolas como una imposición obligatoria y pesada, sino como realmente lo son, como unas dádivas amorosas y protectoras de Dios que nos hacen sabios y poderosos, pues nos enseñan a hacer todas las cosas que tengamos y queramos hacer con sabiduría y bondad, pues solo nos proporcionarán beneficios y gozos. En cambio, el dejarnos conducir por el ciego egoísmo puede acarrearnos toda clase de sinsabores, rivalidades, enfrentamientos, luchas encarnizadas con nuestros semejantes, creándonos enemigos y opositores que sembrarán nuestro camino de obstáculos difíciles o imposibles de superar, que son las que verdaderamente nos oprimen y nos privan engañosamente de disfrutar de las cosas buenas y el afecto de los demás con esa imaginaria libertad que pretendemos poseer por medios egoístas. El ampararnos bajo la ley del amor nos concede total libertad, pues aprendemos a amarnos unos a otros y solo desearemos hacernos todo el bien posible, nadie nos pondrá obstáculos ni límites de ninguna clase, y no desearemos hacer ninguna otra cosa, ¿no es eso libertad total?