La verdadera doctrina de la expiación

JuandelaCruz

Miembro senior
2 Febrero 2024
259
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Como continuación de su mensaje sobre la falsa doctrina de la expiación, aquí Lucas explica en qué consiste la verdadera doctrina de la expiación tal y como la enseñó el Maestro.

Como ya os hemos dicho en otras ocasiones, en el principio Dios confirió a nuestros primeros progenitores no sólo el amor natural, sino la potencialidad de obtener –mediante la observancia de ciertas leyes y obediencia– el Amor Divino del Padre, el cual una vez obtenido haría al hombre parte de la divinidad misma; y si bien ello no le convertiría en un dios o en un igual al Padre, le infundiría una divinidad que le haría recibir más de la Sustancia del Gran Amor de Dios y ya no seguir siendo la mera imagen, con lo que, como consecuencia, el hombre se volvería inmortal.

Únicamente Dios es Inmortal, y cada parte de Él es Inmortal, y cuando los hombres obtengan en sus almas esa parte de Él que es su Mayor Atributo –Su Amor Divino– también se volverán Inmortales y en adelante no estarán sujetos a la muerte.

El amor natural, que fue implantado en las almas de toda la humanidad, no es parte del Amor Divino; no es este Amor ni siquiera en su ínfimo grado, sino que es una cualidad distinta y separada del amor, y todos los hombres la poseen; pero en muchas personas ha quedado contaminado por los pecados que surgen de la violación de las Leyes de Dios, de modo que la redención de la que he hablado es necesaria para el hombre, incluso como poseedor de únicamente este amor natural.

Pero el Amor Divino del Padre es un Amor que tiene en sí –y que está enteramente compuesto de– la Divinidad que el Padre posee, y ningún hombre puede llegar a ser parte de esa Divinidad hasta que posea este Gran Amor.

Sé que se dice que el hombre es Divino porque fue creado a imagen de Dios, pero nada que sea una mera imagen es parte de la Sustancia de la cual es imagen, y no le es posible tener las cualidades de esa Sustancia. Comúnmente hablando, la imagen puede tener la apariencia, y para los asuntos ordinarios de la vida mortal puede servir al propósito de lo real… hasta que surja algo que exija la producción de lo real, y entonces la imagen ya no servirá al propósito.

Ahora bien; en el caso de la creación del hombre, éste fue hecho a imagen de Dios sólo en un particular, que es la apariencia del alma. Su cuerpo, físico o espiritual, no era a imagen de Dios, porque Dios no tiene tales cuerpos, y sólo el alma del hombre es a imagen de Dios, la Gran Alma Suprema. Y mientras el hombre siga siendo una mera imagen del Padre nunca será más que el mero hombre que era en el momento de su creación, y la Sustancia del Padre nunca llegará a ser parte de él; y si bien la Sustancia sí que es Divina, la imagen nunca puede volverse Divina hasta que llegue a transformarse en la Sustancia.

Con la creación del hombre se estableció un plan mediante el cual esa imagen podría convertirse en una cosa de Sustancia, y se le dio al hombre –el poseedor de la imagen– la potencialidad de obtener la Sustancia; pero por su desobediencia o por no cumplir o seguir los requisitos del plan previsto, perdió esta potencialidad que le había sido conferida, y con ello la posibilidad de transformar la imagen en la Sustancia, la cual era absolutamente necesaria a fin de que él pudiera alguna vez llegar a ser el poseedor de cualquier parte o mínima porción de la Divinidad del Padre. Y cuando los hombres se llaman a sí mismos divinos... afirman algo que no es verdad, pero que, desde la venida de Jesús a la tierra, puede llegar a ser verdad.

No narraré cuál fue esta desobediencia de nuestros primeros progenitores o de qué forma perdieron la gran potencialidad de volverse Divinos, sino que sólo diré que cuando por su desobediencia perdieron esta potencialidad, Dios se la retiró, y Su decreto de que el día que cometieran el acto de desobediencia seguramente morirían se cumplió, y murieron; no murieron los cuerpos materiales, ni murieron sus cuerpos espirituales, ni tampoco sus almas, porque los hombres siguieron viviendo en sus cuerpos físicos durante muchos años tras el día de la desobediencia, y sus cuerpos espirituales y almas nunca murieron, pues aún hoy viven. Pero lo que murió, y a lo que afectó la sentencia dictada sobre ellos, fue a la potencialidad de recibir la Sustancia que les haría Divinos e Inmortales. Esta potencialidad les fue quitada, cual puerta que se sella, y no fue nunca restaurada durante los largos siglos desde el momento de su ‘muerte’ hasta la venida de Jesús.

Esa parte de la naturaleza divina, o por mejor decir, ese atributo divino que era objeto de esta potencialidad y que haría al hombre parte de la naturaleza divina e inmortal, era el Amor Divino del Padre, y no era ninguna otra cosa; y si nuestros primeros progenitores, por su obediencia, hubieran recibido este Amor Divino, nunca habría existido en la tierra la mortalidad en lo que respecta al alma, ni el pecado, ni una falta de aunamiento con el Padre. Pero vino la desobediencia, y sobrevino la muerte de la posibilidad de volverse inmortal, y el hombre quedó como mero hombre, sólo una imagen del Padre, y nada más.

En todas las largas edades que he mencionado ningún hombre tuvo jamás en su naturaleza algo más o más grande que el amor natural del que he hablado; e incluso en cuanto a éste, el hombre abusó y lo profanó a tal punto que en cierto momento llegó a ser un paria del Padre en cuanto a este amor. En otras palabras, el hombre lo enterró tan profundamente bajo sus actos de pecado y violación de las leyes de Dios que controlan este amor natural que parecía haber sido abandonado por el Padre incluso como simple ser humano.

En la historia del llamado «pueblo elegido de Dios», los judíos, parece que una y otra vez este pueblo se volvió tan extraño y ajeno a Dios en este amor natural que aquellos hombres que tenían este amor en un estado más puro que la gente común fueron utilizados por las fuerzas del mundo del espíritu para llamar a esas gentes a una toma de conciencia de sus obligaciones con Dios, las resultantes del don del amor natural. Pero ninguno de los profetas, ni Moisés, ni Elías, ni ninguno de los demás, poseía este Amor Divino, sino simplemente el amor natural en un estado más puro que el pueblo a quien entregaban sus mensajes.

No obstante, en el propio tiempo de Dios y con arreglo a Su Misericordia y Plan, Él volvió a otorgar al hombre esta gran potencialidad de la que hablo, de manera que los hombres tuvieran nuevamente el privilegio de llegar a aunarse con Él; y para declarar el nuevo otorgamiento de este Gran Obsequio fue enviado Jesús a la tierra en forma de hombre concebido y nacido como otros hombres, pero sin pecado.

Fue en tiempos de la venida de Jesús cuando el Gran Regalo fue re-otorgado tanto a los mortales como a los espíritus de los mortales que entonces vivían en el mundo de los espíritus, y todos ellos, espíritus y mortales, recibieron el privilegio de poder llegar a aunarse con el Padre a través del Plan de Salvación que Él había revelado a Jesús, el cual Jesús enseñó en su ministerio durante los cortos años de su vida terrena, y que sigue enseñando hoy día.

No hay ninguna otra manera en la que el hombre pueda llegar a aunarse con el Padre –ninguna otra vía por la que la imagen pueda transformarse en la Sustancia– salvo el Camino que Jesús enseñó, pero que parece no haber sido entendido por los hombres tras convertirse la iglesia en una institución del poder temporal, y después de que la Biblia o los escritos de los apóstoles fueran emasculados e interpolados en ella los pensamientos y deseos de los hombres, en lugar del evangelio de paz y salvación. Aun así, subsiste en el evangelio de Juan una declaración del verdadero Plan de Salvación, aunque poco comprendida y casi ignorada en las enseñanzas y observancias prácticas de las iglesias y sus miembros, y es: «Excepto que un hombre nazca de nuevo, no puede entrar en el Reino de Dios».

Estas palabras sobre el Nuevo Nacimiento son las únicas que declaran la verdadera doctrina del aunamiento. Ninguna muerte de Jesús en la cruz, ningún derramamiento de sangre o lavado de pecados con la sangre, ningún pago de ninguna deuda, ni ningún creer en el nombre del Señor, Jesús el Cristo, llevará a los hombres a la unificación con el Padre y a hacerles partícipes de su Naturaleza Divina o a cualificarles para que lleguen a ser habitantes de Su Reino. Sólo el Nuevo Nacimiento –y únicamente esto– es eficaz para este propósito, y Jesús nunca enseñó ningún otro plan, jamás, ni lo está enseñando ahora.

Entonces, ¿qué se entiende por Nuevo Nacimiento? Los hombres difieren en su comprensión e interpretación de él, y de nada servirá que enumere estas diferentes interpretaciones o lo que el Nuevo Nacimiento no es. Lo importante es lo que sí es.

Como he dicho, la potencialidad que se les confirió a nuestros primeros progenitores fue el privilegio de obtener la naturaleza divina y la inmortalidad del Padre merced a llegar a poseer Su Gran atributo de Divinidad: el Amor Divino. Y si nuestros primeros progenitores, mediante su obediencia, hubieran recibido los beneficios de este gran privilegio, ellos habrían nacido de nuevo, tal como ahora podéis nacer de nuevo vosotros y todos los demás mortales, así como los espíritus.

Entonces el Nuevo Nacimiento es simplemente el efecto de la afluencia de este Amor Divino del Padre al seno del alma de un hombre, y la consiguiente desaparición de todo lo que tiende al pecado y al error. Y es que a medida que el Amor Divino toma posesión del alma, el pecado y el error desaparecen; el alma se vuelve de una cualidad semejante a la Gran Alma del Padre, y por ser el Alma del Padre Divina e Inmortal en su Cualidad de Amor, así, cuando el alma del hombre llega a poseer esta Cualidad de Amor, ella se vuelve Divina también –y recordad que el alma es el hombre–, y entonces la imagen se convierte en la Sustancia, lo mortal en Inmortal, y el alma del hombre, en cuanto a amor y esperanza, se vuelve parte de la Divinidad del Padre.

Jesús vino a la tierra para declarar este Plan de Salvación y también el reotorgamiento del Gran Obsequio de esa potencialidad del alma. Esta era su misión, y ninguna otra. Como recordarán los lectores de la Biblia –y es una verdad– cuando Jesús fue bautizado y ungido, y también en el Monte de la Transfiguración, la voz de Dios, tal como está escrito, declaró que Jesús era Su bienamado hijo y demandó de las gentes: «¡Escuchadle!» No pidió creer que vino a morir en la cruz; no creer que su sangre produciría la expiación, no creer en ninguna expiación vicaria o que Dios, encolerizado, exigió un sacrificio, sino sólo «¡A él escuchad!» Y en todas sus enseñanzas Jesús jamás enseñó ninguna de esas cosas, sino únicamente el Nuevo Nacimiento como lo he explicado. Esa es la única cosa necesaria para el aunamiento, y él todavía la está enseñando.

También enseñó verdades morales que atañen a la conducta y la relación del hombre con el hombre y del hombre con Dios en su estado natural, pero ninguna de estas cosas o enseñanzas morales eran suficientes para lograr el Gran Aunamiento. No hay duda de que la observancia de muchas de estas enseñanzas de moralidad y de conducta del hombre hacia Dios tenderá a llevar a los hombres a buscar el Amor superior del Padre y ayudará a sus almas a alcanzar un estado que hará más fácil que este Gran Amor afluya dentro de ellos; pero estas enseñanzas morales o conducta prescrita no serán por sí solas suficientes para producir el Nuevo Nacimiento ni, por ende, el aunamiento.

Ahora bien; Jesús no sólo enseñó la necesidad del Nuevo Nacimiento, sino también la Vía, el Camino o Manera en que podría obtenerse, y esa Manera es tan simple y fácil de entender como el Nuevo Nacimiento mismo. Él enseñó –y actualmente está enseñando– que a través de la ferviente oración al Padre y de la fe, que hace de todas las aspiraciones y anhelos del alma cosas de existencia real, y mediante el Espíritu Santo, que es el mensajero del Amor del Padre –o el Espíritu capaz de transportar su Divino Amor–, este Amor fluirá al seno de las almas de los hombres en respuesta a tales oraciones; y mediante tal fe los hombres se darán cuenta de Su presencia, y de esta manera, y únicamente de esta manera, los hombres recibirán el Nuevo Nacimiento.

Este es un asunto totalmente individual, y sin la oración personal y ferviente del suplicante y la fe, que viene junto con el Amor, un hombre no puede recibir el Nuevo Nacimiento. Ninguna ceremonia de iglesia, ninguna imposición de manos o misas por las almas de los muertos serán eficaces para hacer del hombre o del espíritu una nueva criatura en Dios.

Lo que he registrado es el significado del aunamiento tal como lo enseñó el Maestro y tal y como lo entienden todos los redimidos del Padre que ahora viven en Sus Mundos Celestiales, y no existe ningún otro aunamiento posible.

Espero haberles dejado clara a todos los hombres la genuina explicación de lo que es la expiación. Nosotros, que somos habitantes de los Mundos Celestiales, conocemos la verdad de mi explicación, tanto por experiencia personal como por este otro hecho que ningún espíritu en todo el universo puede negar: Que únicamente aquellos que han recibido este Amor Divino del Padre en sus almas en suficiente abundancia pueden habitar o de hecho habitan los Mundos Celestiales. Todos los demás espíritus, sin importar cuáles sean sus diversas creencias, viven en las esferas espirituales inferiores, y no pueden entrar a los Mundos Celestiales a menos que persigan y obtengan el Nuevo Nacimiento que Jesús enseñó y sigue enseñando.

Así, sin escribir más, diré buenas noches.

Vuestro hermano en Cristo, Lucas.