LA SOLIDARIDAD LLEGA CON LOS FRIOS?

11 Diciembre 2007
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Ahora que estamos metidos de lleno en el invierno y nos quejamos porque llegan las primeras heladas, me viene a la memoria aquellos días de mi pasada juventud, cuando nuestras tierras sufrían grandes temporales de lluvia, de hielos y de un cielo que amenazando nieve, dejaba caer los primeros copos sobre los tejados de las casas, en los patios y en las calles. Y por supuesto con temperaturas que marcaban bajo cero grados en los termómetros.
Aquellos, sí que eran inviernos crudos, difíciles de soportar. Recuerdo que en las casas con menos condiciones que las actuales para combatir el frío, las madres dedicaban todo su esfuerzo para que las bajas temperaturas no afectaran en exceso a la familia.
Y para ello, calentaban las frías sábanas de la cama, con un calentador, que era un recipiente de latón o de cobre con una tapa agujereada y un largo mando de madera, después de haber sido llenado de ascuas de la lumbre o con el brasero de la mesa camilla de la sala de estar, dejando la cama calentita para que sus hijos se metieran en ella y no tiritasen en las frías noches del invierno.
Pero había algo más, que yo recuerdo cuando era muchacho. Aquellos inviernos casi interminables, nos traían, además de mucho frío, la solidaridad y el amor hacía los demás, reflejados en auténticas campañas de recogidas de ropas, alimentos, mantas y de todo cuanto pudieran necesitar, los que carecían de lo más mínimo para vivir.
Y toda la Ciudad aportaba tanto lo que no necesitaba, como a veces lo que si, necesitaba. Toda la Ciudad se convertía en esa época del año, en un solo voluntario que recorría la Ciudad socorriendo a los más débiles, haciendo una gran piña, de hombres, mujeres, niños y adolescentes, parroquias e instituciones benéficas, que no regateaban esfuerzos, para ayudar a los que no habían tenido la misma suerte en la vida que nosotros. Y aquello resultaba tan hermoso y bello que ahora casi cincuenta años después, todavía queda en mi recuerdo y más cuando los meteorólogos nos anuncian que posiblemente estas fiestas navideñas, vengan cargadas de fríos.
Afortunadamente ahora los inviernos, debido al célebre cambio climático, no llegan con temperaturas extremadamente bajas, aunque bien es verdad que actualmente no quejamos por nada. Apenas llegan unos días de frío nos ponemos a decir que esto es imposible y que no hay quien lo aguante. Tal vez nos hayamos acostumbrado demasiado a la calefacción y al confort actual de nuestras casas.
Y lo peor del caso, es que cuando llegan los fríos y las nieves, solo nos preocupamos por los familiares que puedan estar de viaje o de nuestros hijos que andan ¡quien sabe por donde¡ por si llevan o no cadenas para el coche.
Por eso, siempre recordaré aquel viejo profesor de filosofía, cuando en una de sus hermosas lecciones sobre la convivencia humana, nos decía: “El amor se expresa en pequeños detalles del día a día. Y ayudar a los demás es posiblemente el mejor de ellos, aunque existan momentos en nuestra vida en los que creamos que prestar ayuda se encuentra en ese mundo lejano y complicado, al que nos cuesta sudores acercarnos”.
Y es por ello, que uno no llega a entender, cuando las autoridades de las grandes ciudades, pregonan a bombo y platillo que a partir de tal fecha y debido a las fuertes heladas que se prevén para este invierno, han decidido comenzar la campaña contra el frío, habilitando varias instalaciones para así evitar que los inhumanamente llamados “los sin techo”, dejen de dormir en la calle.

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LA SOLIDARIDAD LLEGA CON LOS FRIOS?

Y lo más triste, son las cifras que manejan los informes publicados que calculan que existen alrededor de seis mil personas “sin hogar”, de las cuales el 80% son hombres con una media de edad entre los 41 o 42 años, que son atendidos en esos centros de asistencia, donde se les proporciona comida y cama.
Y esto, sin contar con toda esa gente que duermen en las estaciones del Metro (que generosamente les ceden las autoridades en los crudos inviernos) o en pequeños refugios callejeros, cubiertos con cartones o plásticos y recogiendo para alimentarse, cualquier clase de desperdicios que encuentran en los contenedores de basuras.
Quizás por todo esto, los cristianos parece que hemos dejado nuestra solidaridad en manos de los gobernantes, para en cierto modo descargar nuestra conciencia y responsabilidad, sin darnos cuenta de que por no poder combatir los intensos fríos, algunos hermanos “sin hogar”, pueden morir y eso es terrible. La muerte siempre es terrible pero más cuando llega por falta de solidaridad de un mundo desarrollado, que vive feliz evitando mirar a ese otro mundo, que también existe, que esta ahí, cerca de nosotros, donde impera la miseria.
Y es que es tan difícil ser humano y vivir derramando amor y consuelo, como vivió Jesús, que a veces pensamos que imitamos a Cristo, aunque seamos más felices comprando en el Corte Inglés, que intentando socorrer a esas miles de personas, pobres, desvalidas e incluso enfermas. Personas sin hogar, algunas sin familia y los más, olvidados y empujados a la calle por miles de problemas, que deambulan por las ciudades sin rumbo fijo, en un caminar lento e inseguro hacia ninguna parte.
Mientras, nosotros en nuestros confortables hogares, a veces, se nos escapa un suspiro de piedad por esos pobrecitos que pasan frío, cuando nos dirigimos hacia la caldera para subir el termostato de la calefacción.
Sin embargo, ante este grave problema de solidaridad y amor al prójimo, uno piensa, como juzgará Dios a este mundo inquietante, inseguro y falto de auténtica fe, sabiendo que Jesús a través de su vida pública nos pone al descubierto, innumerables gestos humanos a realizar, para que los hombres contemplemos al Dios que amamos o despreciamos, en la persona de nuestro prójimo.
Jesús nos habla de atender a ese prójimo, sea de nuestra nación o no, amigo o enemigo, para no caer en la indiferencia de las desgracias de nuestros hermanos marginados y hambrientos, sin apoyarnos en los gobiernos de forma general.
Y es Mateo (25. 34,ss) en esa última parábola de su Evangelio, quien nos pone de manifiesto ese juicio final, en el cual el Dios de Jesús, nos mandará alejarnos de El, porque tuvo hambre y no le dimos de comer; porque tuvo sed y no le dimos de beber; era forastero y no le recibimos en nuestra casa. No tenía ropa y no le vestimos; estuvo enfermo y no fuimos a visitarle.
Y ante nuestra pregunta de cuando le vimos hambriento, sediento, desnudo o forastero, enfermo o encarcelado y no le ayudamos, El nos contestará, que siempre que no lo hicimos con uno de esos más pequeños que encontramos en los sectores de nuestra vida, en los ambientes más indiferentes y más incrédulos y que son mis hermanos, tampoco conmigo lo hicisteis, por que Yo me encontraba entre ellos.
Por todo ello, todas estas reflexiones una vez más me hacen llegar al triste convencimiento de que la falta de responsabilidad de muchos cristianos, es un simple problema de falta de fe y de amor sencillo pero sincero, hacía nuestro prójimo.
Por otra parte se ve que, cuando vivimos más cómodos, nos volvemos menos solidarios y más egoístas. Posiblemente sea porque los tiempos han cambiado. ¿Y los cristianos también?