La salvación

6 Diciembre 2006
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El misterio es ante todo realidad vital –verdad y vida_ que supera todo intento conceptual: el misterio constituye nuestro ambiente existencial en toda su integridad. Lo que pensamos, lo que sentimos, lo que vivimos está impregnado de misterio es incomprensible, inefable, e innegable. Negar el misterio o prescindir de él es pecar contra la razón debilitándola y aún reformándola. Realmente, sin el misterio, nuestra existencia queda desenraizada de la verdadera y vital realidad y convertida en ideología idolátrica. Percibimos el misterio cuando somos sorprendidos por él, cuando experimentamos que él es el aire que nos anima y la luz que nos ilumina. ¿Se puede vivir auténticamente la vida sin vivenciar su relación radical con el misterio?
El misterio es fundamental es Dios y su plena revelación en Cristo. Dios se hace hombre para comunicarnos su vida diaria. La revelación es convivencia y comunión con Dios con los hombres participando en Cristo de nuestra condición humana.
El misterio de la encarnación no es una conceptualización ideológica, es la vida de Jesús de Nazaret, Dios realmente encarnado que vive entre los hombres como uno de tantos, y comunica su vida divina encarnada a los que le aceptan y le siguen en unión de fe en Él. La definición del hombre se realiza en la cristificación. Cristo es el misterio de Dios. La vida del misterio es la mística cristificadora. La mística auténtica es vida de fe, esperanza y caridad, no de emociones devotas.
San Juan de la Cruz lo dice con rotunda sencillez de su sabiduría espiritual: “humilde es el que se esconde en su propia nada y sabe dejar a Dios”. Inclinado a lo espectacular e impresionante, echamos de menos que el Evangelio no nos hable más. De está actitud nacieron los evangelios apócrifos, tanto menos evangélicos cuanto más cosas dicen y más ostentosamente lo describen.
Buscar en el Evangelio erudición informativa, por muy piadosa que sea, es obturarse el oído para escuchar el mensaje vivo de la fe que él nos transmite con la sencilla y sobria radicalidad de la fe verdadera.
Los fanáticos y las sectas de carácter apocalíptico deberían reflexionar sobre el hecho de que no fueron los Apocalipsis (también muy difundidos en las primeras comunidades), sino los evangelios los que se constituyeron en la forma literaria característica de la joven iglesia. Junto al gran Apocalipsis de Juan, en el Nuevo Testamento también se encuentran, como es sabido, algunos Apocalipsis menores, que fueron integrados en el corpus total neotestamentario y – por así decir- domesticados Mc 13; Lc 21 Jn 5,25-29. Esto, desde el punto de vista teológico, trajo consigo un cambio de acento de no poca importancia: ¡La apocalíptica se entendió desde el evangelio, y no al revés! En aquella situación concreta y determinada constituyó un marco que debe distinguirse claramente del contenido implícito del mensaje como tal.
Y en todo ello es de suma importancia el hecho de que los Apocalipsis en los evangelios están enteramente orientados a la presentación de Jesús, que de una manera ostensible se identifica ya con el apocalíptico Hijo del hombre. Incluso las visiones terroríficas de Mateo, deben entenderse así: El juez universal no es otro que Jesús, y esto es precisamente el gran signo de esperanza para todos los que se han entregado a él. He aquí, pues, el mensaje: ¡El, que en el sermón del monte proclamó los nuevos criterios y valores, es el mismo que nos pedirá cuentas al final según esos mismos criterios!
La monumental pintura de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, sin duda, ha plasmado de manera indeleble la escena del “juicio final” de la humanidad entera (piénsese en miles y miles de millones de hombres) es y será siempre una imagen! Lo que con está imagen se quiere decir es que todos los hombres se congregarán ante Dios, creador, juez y consumador de toda la humanidad. El mismo encuentro con Dios en la muerte tiene un carácter expurgador, acrisolador, sancionador y –sólo en ese sentido- consumador.
¿Cómo terminará todo esto?
El desenlace de todo es y será siempre impenetrable. No sólo porque en lo tocante a la creación y la nueva creación todas las instituciones y representaciones tienen que fallar, sino porque resulta imposible responder preguntas últimas como, por ejemplo si todos los hombres –incluidos los grandes criminales de la historia hasta Hitler y Stalin- habrán de salvarse.
Las máximas figuras de la teología, desde Origenes y Agustín pasando por Tomas, Lutero y Calvino hasta Barth, se han ocupado del oscuro problema del último destino, de la elección, de la predestinación del hombre, y de la humanidad: ¡sin poder levantar el velo del misterio! Lo único claro es que los problemas del principio y el fin de los caminos de Dios no se resuelven con soluciones simplistas, ni desde el Nuevo Testamento ni desde los cuestionamientos del presente:

Ni con la positiva predestinación de una parte de la humanidad a la condenación: la idea de una “predistinatio gemina”, de una “doble predestinación, de Calvino;

Ni con la positiva predestinación de todos los hombres a la bienaventuranza: la idea “apo- kastasis panton”, de una “restitución universal”o “reconciliación universal”, de Orígenes.
Las aporías parecen insuperables: Que Dios tenga que salvar a todos los hombres y reducir la “eternidad” de las penas del infierno contradice la soberana libertad de su justicia y misericordia. Pero también contradice que Dios no pueda salvar a todos los hombres ni acabar –por así decir- vaciando el infierno. ¡¿Qué decir pues?
En el Nuevo Testamento, los relatos del juicio anuncian una clara división de la humanidad. Pero otras afirmaciones, especialmente las paulinas, indican una misericordia universal. Estas afirmaciones y las del Nuevo Testamento no se encuentran conciliadas en ningún pasaje. ¡La cuestión, por tanto, como hoy indican muchos teólogos, no puede por menos quedar abierta! Y la lección de todo esto es que hay que tomar en serio conjuntamente la responsabilidad personal y la gracia de Dios.
Quien corre peligro de escamotear frívolamente la infinita seriedad de su responsabilidad personal queda advertido por la posibilidad de un doble desenlace: su salvación no está de antemano garantizada.
Quien, en cambio, corre el peligro de desesperar de la seriedad infinita de su responsabilidad personal, queda animado por la posible salvación de todo hombre: la gracia de Dios no tiene fronteras, ni aún en el infierno.
Tras la grandiosa imagen del juicio final – bien sea al termino de la vida de cada hombre o al término de la historia de la humanidad- se esconde un mensaje tan serio como consolador, que no tiene nada que ver con una “vana esperanza”. Sin embargo, como en una rsolución sobre “nuestra esperanza” se pregunta el sínodo católico alemán, ” ¡no hemos oscurecido nosotros mismos a menudo en la Iglesia este sentido liberador del mensaje del juicio final de Dios, anunciándoselo sonora e insistentemente a los pequeños e indefensos y, en cambio, demasiado suave a los poderosos de está tierra?” ¡Y de haber alguna palabra significativa de nuestra esperanza, digna de ser valientemente confesada sobre todo “ante gobernadores y reyes” Mt 10,18, es evidentemente está!
Aparte de que también es manifiesto su poder de consolación y estimulación: Habla, en efecto, de la potencia justiciera de Dios, de que nuestro anhelo de justicia no naufraga en la muerte, de que no solo el amor, sino también, la justicia es más fuerte que la muerte. Habla, en fin, de ese poder de ese poder justiciero de Dios que destrona la muerte como señor de nuestra conciencia y garantiza el que con la muerte no quedan sellados para siempre el señorío de los señores y la servidumbre de los siervos… y no quiero silenciar que el mensaje del juicio de Dios también habla del peligro de perdición eterna. Tal peligro no impide contar de antemano con una reconciliación y expiación para todos y para todo lo que hagamos o dejemos de hacer. Así es como este mensaje irrumpe una y otra vez en nuestra vida como elemento transformador e imprime seriedad y dramatismo a nuestra responsabilidad historica.
Para los cristianos, la esperanza de la transformación de la humanidad en el reino de Dios es un acontecimiento del tiempo final, cuyo futuro ya ha despuntado en el mensaje, la praxis y el destino de Jesús de Nazaret. DE modo que los cristianos están, y ahora, irrevocablemente insertos en el radio de acción, en el ámbito de soberanía del reino de Dios, que para ellos se identifica con el reino de Cristo. Estar inserto en el ámbito de soberanía del reino de Cristo significa saber cual es el “señor” que uno tiene y, a la vez, dar una negativa radical a todos los “señores y poderes” que pugnan por conseguir el dominio sobre el hombre. Estar en el ámbito de la soberanía de Cristo significa a si mismo procurar la “des-demonización” de los ídolos de este mundo con vistas a una sociedad más humana y cristiana.
Sacarnos del dominio de las tinieblas para trasladarnos al dominio de su Hijo querido, así es como el antiguo mensaje bautismal d Col 1,13 caracteriza la liberación de la posesión (diabólica), conectando de esta manera la disyuntiva de Dios o los ídolos, fe o superstición, vida cabe bajo la palabra o vida bajo la represión demoníaca de la verdad, autentica humanidad o inhumanidad.
En efecto: decidirse por qué “señor” se tiene, a que señor se pertenece es el reto decisivo que ha de aceptar el cristiano. De ahí que la fe en Dios, la fe en la resurrección de Jesús a la vida eterna, incluso a la impertinencia del cielo o de la tierra, tengan para el hombre un carácter desilusionante y, por lo mismo, liberador: “la justicia de Dios no sabe de misericordia barata”. Echa abajo lo que se cree ser algo, viene en ayuda de los pequeños, los explotados, los moribundos, como proclaman las bienaventuranzas, y saca a relucir el ateísmo hasta detrás de las caretas piadosas. Quien viene de una muerte en la picota y de un sepulcro abierto y está `practicando el seguimiento del Nazareno, ya no se acomoda a una sociedad en la que la consigna “éxito dinero” embriagan a los hombres. En los saciados y satisfechos consigo mismos se esfuma el sentido de las realidades… Cuando el cielo y la tierra confluyen y los piadosos no pueden por menos de respetar la promesa hecha a los paganos, ya no se separan las normas tradicionales ni los distintos frentes organizados de acuerdo con ellos terminan los tabúes terrenos y , en fin, se busca y encuentra acceso a todos los que ven amenazada y violentada la humanidad.
“Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastoreara. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará con la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No harán daño ni estrago por todo mi monte santo; porque está lleno el país de conocimiento del señor, como las aguas colman el mar Is 11,69
Tales son, pues, las imágenes del reino de Dios, de la consumación de la historia de la humanidad por obra del Dios fiel, del Dios creador, y recreador, imágenes que el Nuevo Testamento recoge y multiplica: la esposa y el banquete nupcial, el agua viva, el árbol de la vida, la nueva Jerusalén. Imágenes de comunidad, amor, claridad, plenitud, belleza y armonía.
La consumación de Dios está sobre toda experiencia, sobre toda representación y sobre todo pensamiento humano. “único que posee la inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien nadie ha visto ni puede ver” 1Tim6, 16. La gloria de la vida eterna es del todo nueva, insospechada e inaprensible, impensable e indecible “lo que ojo nunca vio, ni oreja oyó, ni hombre alguno ha imaginado: eso ha preparado Dios para los que le aman 1Cor 2,9.
El primitivo mensaje de la Pascua también habla de nuestra esperanza personal y de la promesa que se nos ha hecho para más allá del sepulcro. Pero lo hace en un segundo plano y a la sombra de lo que para él es sobremanera importante: “a este Jesús Dios lo ha constituido Señor y Cristo”, “más Cristo debe reinar”,, El ostentando los poderes”, “toda rodilla habrá de doblarse ante Él” No cabe cambiar este orden, sin que todo se estropee. Poner nuestros deseos y esperanzas tan en primer plano de la Pascua que Jesús quede reducido a garante de su cumplimiento, no es en absoluto cristiano. En sentido cristiano, nuestro futuro es una pequeña parte de su dominio, el cual alcanza mucho más allá. Pero dado que el dominio de Jesús es en cuanto crucificado, también nuestros propios deseos y anhelos se ven una y otra vez satisfechos en la Pascua. La voz resucitado jamás se ha escuchado de otra manera que llamándonos a ser sus discípulos y nos llama con las mismas palabras que el evangelio recoge del Jesús terreno: “quien no toma para sí su cruz y me sigue, no es digno de mí.
 
Re: La salvación

Amada hermana Marta Sanchez. Recibe mis saludos, mi amor y mis bendiciones.

Amada hermana, he leido con mucha atención este epígrafe y otros de tu autoría. Los encuentro muy buenos y me causa extrañeza que tengan tan poco interés.

No es mucho el tiempo que tengo ya que estoy fuera de mi ciudad y te escribo desde un ciber cafe. Me gustaría dialogar mas in extenzo contigo una vez que llegue a mi hogar...


El misterio es ante todo realidad vital –verdad y vida_ que supera todo intento conceptual: el misterio constituye nuestro ambiente existencial en toda su integridad. Lo que pensamos, lo que sentimos, lo que vivimos está impregnado de misterio es incomprensible, inefable, e innegable. Negar el misterio o prescindir de él es pecar contra la razón debilitándola y aún reformándola. Realmente, sin el misterio, nuestra existencia queda desenraizada de la verdadera y vital realidad y convertida en ideología idolátrica. Percibimos el misterio cuando somos sorprendidos por él, cuando experimentamos que él es el aire que nos anima y la luz que nos ilumina. ¿Se puede vivir auténticamente la vida sin vivenciar su relación radical con el misterio?
El misterio es fundamental es Dios y su plena revelación en Cristo. Dios se hace hombre para comunicarnos su vida diaria. La revelación es convivencia y comunión con Dios con los hombres participando en Cristo de nuestra condición humana.
El misterio de la encarnación no es una conceptualización ideológica, es la vida de Jesús de Nazaret, Dios realmente encarnado que vive entre los hombres como uno de tantos, y comunica su vida divina encarnada a los que le aceptan y le siguen en unión de fe en Él. La definición del hombre se realiza en la cristificación. Cristo es el misterio de Dios. La vida del misterio es la mística cristificadora. La mística auténtica es vida de fe, esperanza y caridad, no de emociones devotas.
San Juan de la Cruz lo dice con rotunda sencillez de su sabiduría espiritual: “humilde es el que se esconde en su propia nada y sabe dejar a Dios”. Inclinado a lo espectacular e impresionante, echamos de menos que el Evangelio no nos hable más. De está actitud nacieron los evangelios apócrifos, tanto menos evangélicos cuanto más cosas dicen y más ostentosamente lo describen.
Buscar en el Evangelio erudición informativa, por muy piadosa que sea, es obturarse el oído para escuchar el mensaje vivo de la fe que él nos transmite con la sencilla y sobria radicalidad de la fe verdadera.
Los fanáticos y las sectas de carácter apocalíptico deberían reflexionar sobre el hecho de que no fueron los Apocalipsis (también muy difundidos en las primeras comunidades), sino los evangelios los que se constituyeron en la forma literaria característica de la joven iglesia. Junto al gran Apocalipsis de Juan, en el Nuevo Testamento también se encuentran, como es sabido, algunos Apocalipsis menores, que fueron integrados en el corpus total neotestamentario y – por así decir- domesticados Mc 13; Lc 21 Jn 5,25-29. Esto, desde el punto de vista teológico, trajo consigo un cambio de acento de no poca importancia: ¡La apocalíptica se entendió desde el evangelio, y no al revés! En aquella situación concreta y determinada constituyó un marco que debe distinguirse claramente del contenido implícito del mensaje como tal.
Y en todo ello es de suma importancia el hecho de que los Apocalipsis en los evangelios están enteramente orientados a la presentación de Jesús, que de una manera ostensible se identifica ya con el apocalíptico Hijo del hombre. Incluso las visiones terroríficas de Mateo, deben entenderse así: El juez universal no es otro que Jesús, y esto es precisamente el gran signo de esperanza para todos los que se han entregado a él. He aquí, pues, el mensaje: ¡El, que en el sermón del monte proclamó los nuevos criterios y valores, es el mismo que nos pedirá cuentas al final según esos mismos criterios!
La monumental pintura de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, sin duda, ha plasmado de manera indeleble la escena del “juicio final” de la humanidad entera (piénsese en miles y miles de millones de hombres) es y será siempre una imagen! Lo que con está imagen se quiere decir es que todos los hombres se congregarán ante Dios, creador, juez y consumador de toda la humanidad. El mismo encuentro con Dios en la muerte tiene un carácter expurgador, acrisolador, sancionador y –sólo en ese sentido- consumador.
¿Cómo terminará todo esto?
El desenlace de todo es y será siempre impenetrable. No sólo porque en lo tocante a la creación y la nueva creación todas las instituciones y representaciones tienen que fallar, sino porque resulta imposible responder preguntas últimas como, por ejemplo si todos los hombres –incluidos los grandes criminales de la historia hasta Hitler y Stalin- habrán de salvarse.
Las máximas figuras de la teología, desde Origenes y Agustín pasando por Tomas, Lutero y Calvino hasta Barth, se han ocupado del oscuro problema del último destino, de la elección, de la predestinación del hombre, y de la humanidad: ¡sin poder levantar el velo del misterio! Lo único claro es que los problemas del principio y el fin de los caminos de Dios no se resuelven con soluciones simplistas, ni desde el Nuevo Testamento ni desde los cuestionamientos del presente:

Ni con la positiva predestinación de una parte de la humanidad a la condenación: la idea de una “predistinatio gemina”, de una “doble predestinación, de Calvino;

Ni con la positiva predestinación de todos los hombres a la bienaventuranza: la idea “apo- kastasis panton”, de una “restitución universal”o “reconciliación universal”, de Orígenes.
Las aporías parecen insuperables: Que Dios tenga que salvar a todos los hombres y reducir la “eternidad” de las penas del infierno contradice la soberana libertad de su justicia y misericordia. Pero también contradice que Dios no pueda salvar a todos los hombres ni acabar –por así decir- vaciando el infierno. ¡¿Qué decir pues?
En el Nuevo Testamento, los relatos del juicio anuncian una clara división de la humanidad. Pero otras afirmaciones, especialmente las paulinas, indican una misericordia universal. Estas afirmaciones y las del Nuevo Testamento no se encuentran conciliadas en ningún pasaje. ¡La cuestión, por tanto, como hoy indican muchos teólogos, no puede por menos quedar abierta! Y la lección de todo esto es que hay que tomar en serio conjuntamente la responsabilidad personal y la gracia de Dios.
Quien corre peligro de escamotear frívolamente la infinita seriedad de su responsabilidad personal queda advertido por la posibilidad de un doble desenlace: su salvación no está de antemano garantizada.
Quien, en cambio, corre el peligro de desesperar de la seriedad infinita de su responsabilidad personal, queda animado por la posible salvación de todo hombre: la gracia de Dios no tiene fronteras, ni aún en el infierno.
Tras la grandiosa imagen del juicio final – bien sea al termino de la vida de cada hombre o al término de la historia de la humanidad- se esconde un mensaje tan serio como consolador, que no tiene nada que ver con una “vana esperanza”. Sin embargo, como en una rsolución sobre “nuestra esperanza” se pregunta el sínodo católico alemán, ” ¡no hemos oscurecido nosotros mismos a menudo en la Iglesia este sentido liberador del mensaje del juicio final de Dios, anunciándoselo sonora e insistentemente a los pequeños e indefensos y, en cambio, demasiado suave a los poderosos de está tierra?” ¡Y de haber alguna palabra significativa de nuestra esperanza, digna de ser valientemente confesada sobre todo “ante gobernadores y reyes” Mt 10,18, es evidentemente está!
Aparte de que también es manifiesto su poder de consolación y estimulación: Habla, en efecto, de la potencia justiciera de Dios, de que nuestro anhelo de justicia no naufraga en la muerte, de que no solo el amor, sino también, la justicia es más fuerte que la muerte. Habla, en fin, de ese poder de ese poder justiciero de Dios que destrona la muerte como señor de nuestra conciencia y garantiza el que con la muerte no quedan sellados para siempre el señorío de los señores y la servidumbre de los siervos… y no quiero silenciar que el mensaje del juicio de Dios también habla del peligro de perdición eterna. Tal peligro no impide contar de antemano con una reconciliación y expiación para todos y para todo lo que hagamos o dejemos de hacer. Así es como este mensaje irrumpe una y otra vez en nuestra vida como elemento transformador e imprime seriedad y dramatismo a nuestra responsabilidad historica.
Para los cristianos, la esperanza de la transformación de la humanidad en el reino de Dios es un acontecimiento del tiempo final, cuyo futuro ya ha despuntado en el mensaje, la praxis y el destino de Jesús de Nazaret. DE modo que los cristianos están, y ahora, irrevocablemente insertos en el radio de acción, en el ámbito de soberanía del reino de Dios, que para ellos se identifica con el reino de Cristo. Estar inserto en el ámbito de soberanía del reino de Cristo significa saber cual es el “señor” que uno tiene y, a la vez, dar una negativa radical a todos los “señores y poderes” que pugnan por conseguir el dominio sobre el hombre. Estar en el ámbito de la soberanía de Cristo significa a si mismo procurar la “des-demonización” de los ídolos de este mundo con vistas a una sociedad más humana y cristiana.
Sacarnos del dominio de las tinieblas para trasladarnos al dominio de su Hijo querido, así es como el antiguo mensaje bautismal d Col 1,13 caracteriza la liberación de la posesión (diabólica), conectando de esta manera la disyuntiva de Dios o los ídolos, fe o superstición, vida cabe bajo la palabra o vida bajo la represión demoníaca de la verdad, autentica humanidad o inhumanidad.
En efecto: decidirse por qué “señor” se tiene, a que señor se pertenece es el reto decisivo que ha de aceptar el cristiano. De ahí que la fe en Dios, la fe en la resurrección de Jesús a la vida eterna, incluso a la impertinencia del cielo o de la tierra, tengan para el hombre un carácter desilusionante y, por lo mismo, liberador: “la justicia de Dios no sabe de misericordia barata”. Echa abajo lo que se cree ser algo, viene en ayuda de los pequeños, los explotados, los moribundos, como proclaman las bienaventuranzas, y saca a relucir el ateísmo hasta detrás de las caretas piadosas. Quien viene de una muerte en la picota y de un sepulcro abierto y está `practicando el seguimiento del Nazareno, ya no se acomoda a una sociedad en la que la consigna “éxito dinero” embriagan a los hombres. En los saciados y satisfechos consigo mismos se esfuma el sentido de las realidades… Cuando el cielo y la tierra confluyen y los piadosos no pueden por menos de respetar la promesa hecha a los paganos, ya no se separan las normas tradicionales ni los distintos frentes organizados de acuerdo con ellos terminan los tabúes terrenos y , en fin, se busca y encuentra acceso a todos los que ven amenazada y violentada la humanidad.
“Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastoreara. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará con la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No harán daño ni estrago por todo mi monte santo; porque está lleno el país de conocimiento del señor, como las aguas colman el mar Is 11,69
Tales son, pues, las imágenes del reino de Dios, de la consumación de la historia de la humanidad por obra del Dios fiel, del Dios creador, y recreador, imágenes que el Nuevo Testamento recoge y multiplica: la esposa y el banquete nupcial, el agua viva, el árbol de la vida, la nueva Jerusalén. Imágenes de comunidad, amor, claridad, plenitud, belleza y armonía.
La consumación de Dios está sobre toda experiencia, sobre toda representación y sobre todo pensamiento humano. “único que posee la inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien nadie ha visto ni puede ver” 1Tim6, 16. La gloria de la vida eterna es del todo nueva, insospechada e inaprensible, impensable e indecible “lo que ojo nunca vio, ni oreja oyó, ni hombre alguno ha imaginado: eso ha preparado Dios para los que le aman 1Cor 2,9.
El primitivo mensaje de la Pascua también habla de nuestra esperanza personal y de la promesa que se nos ha hecho para más allá del sepulcro. Pero lo hace en un segundo plano y a la sombra de lo que para él es sobremanera importante: “a este Jesús Dios lo ha constituido Señor y Cristo”, “más Cristo debe reinar”,, El ostentando los poderes”, “toda rodilla habrá de doblarse ante Él” No cabe cambiar este orden, sin que todo se estropee. Poner nuestros deseos y esperanzas tan en primer plano de la Pascua que Jesús quede reducido a garante de su cumplimiento, no es en absoluto cristiano. En sentido cristiano, nuestro futuro es una pequeña parte de su dominio, el cual alcanza mucho más allá. Pero dado que el dominio de Jesús es en cuanto crucificado, también nuestros propios deseos y anhelos se ven una y otra vez satisfechos en la Pascua. La voz resucitado jamás se ha escuchado de otra manera que llamándonos a ser sus discípulos y nos llama con las mismas palabras que el evangelio recoge del Jesús terreno: “quien no toma para sí su cruz y me sigue, no es digno de mí.

...Por ahora solo te digo lo siguiente: Eso de tanto misterio ¿no crees, amada hermana, que se debe más que nada a la ignorancia de las cosas de Dios?

Dios, no es un misterio, Dios, es Verdad, la Verdad. Su Hijo (Jesucristo) vino a este mundo a revelarnos la verdad de Dios, y una vez que volvió al Padre, nos entregó el Espíritu de la Verdad, no sin antes explicar que ese Espíritu, nos llevaría a toda verdad.
Juan 16:13 "Y cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; pues no hablará por sí solo, sino que hablará todo lo que oiga y os hará saber las cosas que han de venir."


Bien...si el Espíritu de la Verdad, nos llevaría a "toda verdad", significa que los "misterios" se TERMINARON, ¿no te parece, amada hermana? y que si sigue habiendo "misterios" solo se debe a que teniendo el Espíritu de la Verdad, no han pedido a dicho Espíritu, que les enseñe la verdad?

La salvación es para todos, no hay misterio en ello. Y si la salvación es para todos, Hitler y Stalin (te agrego a Pinochet), también fueron y son salvos.

Lo que no hay que confundir es que la salvación es una cosa ( te permite resucitar al tercer día) y el entrar al "Reino de los Cielos", es otra cosa.


Con amor:Junegofe.


YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA.