La resurrección que es común a todos, sean santos o pecadores

JuandelaCruz

Miembro senior
2 Febrero 2024
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En este mensaje de 1916 Pablo de Tarso distingue la Resurrección que el Maestro enseñó de la resurrección que todo espíritu ha experimentado y que todo mortal experimentará al dejar atrás su cuerpo físico.

Os he escrito antes acerca de mis supuestos escritos, tal y como están contenidos en la Biblia, y los cuales, como ya he dicho, conforme allí aparecen no fueron escritos por mí. Pero esta noche quiero escribir sobre el tema de la «resurrección» porque, según veo, la doctrina de la iglesia sobre la resurrección se basa más en lo que se me atribuye a mí que en los escritos de los Evangelios, aunque estos últimos también contienen una base para la doctrina.

Yo nunca dije que habría una resurrección del cuerpo físico ni del individuo revestido de ningún cuerpo de carne, sino que mis enseñanzas fueron que el hombre al morir resucitaría en un cuerpo espiritual, y que este no sería uno nuevo, hecho para la ocasión especial de su salida del cuerpo material, sino uno que había estado con él a lo largo de toda su vida, y que adquirió una forma individualizada cuando por primera vez se convirtió en un ser vivo. Este cuerpo espiritual es necesario para la existencia del hombre, es la parte de él que contiene sus sentidos, y es la sede de sus poderes de razonamiento.

Por descontado que los órganos del cuerpo físico son necesarios para la utilización de estos sentidos durante la vida en la tierra, y sin esos órganos no podría haber manifestaciones de los sentidos; pero éstos son inherentes al cuerpo espiritual, de modo que incluso si un hombre perdiera el funcionamiento perfecto de sus órganos físicos de la vista, el poder de ver aún existiría en él, aunque no fuera capaz de darse cuenta de ese hecho; y este mismo principio se aplica al oído y a los demás sentidos.

Así, cuando el hombre pierde los órganos físicos que le son necesarios para ver, está muerto en cuanto a la vista, exactamente tan muerto como lo estará en relación con todos los demás órganos de los sentidos cuando todo el cuerpo físico muera; y si fuera posible restaurar estos órganos físicos que son necesarios para permitirle ver u oír, podría ver y oír tal como podía antes de su pérdida. Pero no es la restauración de esos órganos la que le proporciona, por sí misma, el poder de ver y oír, sino que simplemente permite que las facultades de la vista y del oído utilicen nuevamente los órganos con el propósito de manifestar los poderes que están en y son parte del cuerpo espiritual.

Cuando el entero cuerpo físico muere, el cuerpo espiritual, en el mismo momento de la muerte, resucita1 con todas estas facultades de las que he hablado, y en lo sucesivo sigue viviendo libre y sin las trabas del cuerpo material, el cual, al ser destruidos sus órganos, ya no puede desempeñar las finalidades de su creación. Queda muerto, y en adelante nunca tiene resurrección alguna como tal cuerpo material, si bien sus elementos o partes no mueren, sino que bajo el funcionamiento de las leyes de Dios entran en otros y nuevos procesos, aunque nunca el de recomponer y volver a formar el cuerpo que ha fallecido.

De modo que la resurrección del cuerpo, tal como la enseñé, es la resurrección del cuerpo espiritual, y no de la muerte, porque nunca muere, sino su resurgir de su envolvimiento en la forma material que había sido visible como una cosa de vida aparente.

Existe una ley que controla la unión de los dos cuerpos y el funcionamiento de los poderes y facultades del cuerpo espiritual a través de los órganos del cuerpo físico, que limita el alcance de las operaciones de estas facultades a aquellas cosas que son totalmente materiales –o que tienen la apariencia de lo material– y cuando digo material me refiero a aquello que es más burdo o más compacto que el cuerpo espiritual. Así, estas facultades de visión del cuerpo espiritual pueden, a través de los órganos del cuerpo material, ver lo que llamáis fantasmas o apariciones, así como las cosas más materiales, pero nunca –no de esta manera– ver las cosas del puro espíritu. Y cuando se dice que algunas personas ven clarividentemente, lo cual hacen, no se quiere decir ni es un hecho que vean a través de los órganos de los ojos físicos; sino que –muy distinto– esta visión es puramente espiritual, y su funcionamiento es enteramente independiente de los órganos materiales.

Ahora bien; cuando este cuerpo material muere, el cuerpo espiritual resurge –o como quien dice, resucita– y queda libre de todas las limitaciones que le había impuesto su encarnación en la carne, puede entonces utilizar todas sus facultades sin las limitaciones ni la ayuda de los órganos físicos y, en lo que respecta a la vista, todo lo que hay en la naturaleza, tanto material como espiritual, se convierte en objeto de su visión. Entonces aquello que las limitaciones de los órganos materiales impedían su visión, y que para los hombres es irreal e inexistente, pasa a ser real y verdaderamente existente.

Esto es, en resumen, lo que quise decir con la ‘resurrección del cuerpo’; y a raíz de esto entenderéis que la resurrección no tendrá lugar en algún día desconocido en el futuro, sino en el mismo momento en que el cuerpo físico muera y, como dice la Biblia, en un abrir y cerrar de ojos. Este dicho de la Biblia, que se me atribuye, yo sí lo escribí y enseñé. Esta resurrección se aplica a toda la humanidad, porque todos los que alguna vez vivieron y murieron han resucitado, han resurgido en su cuerpo espiritual, y todos los que vivirán y morirán en el futuro resucitarán.

Pero esta resurrección no es la «Gran Resurrección» sobre la cual, en mis enseñanzas, declaré que se basaba la gran verdad del cristianismo. No es la resurrección de Jesús sobre la que declaré «sin la cual vana es nuestra fe como cristianos». Esta es la resurrección común, la aplicable a toda la humanidad de toda nación y raza, tengan o no conocimiento de Jesús. Y muchas veces se ha demostrado, en muchas naciones, antes de la venida de Jesús, que los hombres habían muerto y aparecieron nuevamente como espíritus vivientes en forma de ángeles y hombres, y fueron reconocidos por los hombres mortales como espíritus que tuvieron una existencia terrestre anterior.

Por eso digo que esta es la resurrección común a todos los hombres; y la venida, la muerte y la resurrección de Jesús no trajeron la Gran Resurrección al conocimiento o consuelo de los hombres, tal como enseñan las iglesias, ni tampoco proporcionaron el verdadero fundamento sobre el cual descansan la verdadera creencia y fe cristiana.

Muchos de los infieles, agnósticos y espiritualistas aseveran y afirman, y con verdad, que la antedicha resurrección de Jesús no fue algo nuevo ni demostró a la humanidad una vida futura de manera más convincente que lo que había sido probado antes de su tiempo por las experiencias y observaciones de hombres y seguidores de otras sectas y confesiones, así como de los que no tenían ninguna fe en absoluto.

La gran debilidad de la iglesia de hoy es que afirma y enseña, como fundamento de su fe y existencia, esa resurrección de Jesús tal como antes he expuesto; y el fruto es –como resulta clara y dolorosamente evidente incluso para las iglesias mismas– que dado que los hombres piensan por sí mismos, y lo están haciendo más que nunca en la historia del mundo, se niegan a creer en esa resurrección como algo que baste para demostrar la superioridad de la venida, la misión y las enseñanzas de Jesús sobre las de otros reformadores y maestros que le habían precedido en la historia mundial de las confesiones y religiones. Y como resultado adicional, las iglesias están perdiendo adeptos y creyentes. El cristianismo está menguando, y de manera rápida, y el agnosticismo está aumentando y manifestándose en formas de sociedades de libre pensamiento y secularismo, etc.

En consecuencia, veréis la necesidad de dar a conocer nuevamente a la humanidad la genuina piedra angular del verdadero cristianismo que el Maestro vino a enseñar y que enseñó, pero que se perdió cuando sus primeros seguidores desaparecieron del escenario de la acción y práctica terrenales y hombres de menor percepción espiritual y de mayores deseos materiales, con su ambición de poder y dominio, se convirtieron en gobernantes, guías e intérpretes de la iglesia.

Sin embargo, hay una Resurrección que el Maestro enseñó y que sus apóstoles enseñaron cuando la conocieron –y que yo, como humilde seguidor, enseñé–, la cual resulta vital para la salvación del hombre, y que es el auténtico fundamento del verdadero cristianismo; una Resurrección que ningún otro hombre, ángel o reformador enseñó jamás antes, ni ha enseñado desde entonces.

Pero este mensaje ya es bastante largo, así que de esta Resurrección hablaré en otra ocasión, y trataré de dejároslo claro a vosotros y al mundo. Que Dios os bendiga y os mantenga bajo Su cuidado.

Vuestro hermano en Cristo, Pablo.



1 (N.d.T.) Etimológicamente, «resucitar» proviene del latín resuscitare (suscitar o excitar de nuevo), formado con ‘re-’ (de nuevo) y ‘suscitare’ (levantar, hacer levantar o poner en movimiento), que a su vez viene del verbo citare, un frecuentativo de ciere (poner en movimiento, impulsar, excitar, producir). Pero es muy a tener en cuenta cuándo Pablo usa esta palabra con minúscula y cuándo la usa con mayúscula. En este caso «el cuerpo espiritual resucita» equivale a «se levanta», o «se pone en movimiento».