Hace unos días, tuve la gran suerte de acompañar a un buen amigo mío a la celebración, del Sacramento de la primera comunión de su nieto. La ceremonia resulto brillante y hermosa, tanto por el Celebrante que la presidía como por el recogimiento y devoción de los niños que vivían el acto.
Tengo que confesar que la emoción me embargó durante toda la misa especialmente en el momento en el que los niños fueron recibiendo el Cuerpo de Jesús. De igual manera resultó muy bella la homilía que nos regaló el celebrante.
Tener presente, comenzó diciendoles, que Jesús a través de su vida pública, quería y deseaba verse rodeados de niños, porque ellos son el misterio de una vida que empieza llena de esperanza. Les recordó el pasaje de Evangelio de Lucas, cuando algunos presentaban a sus niños para que Jesús les tocara, impidiéndoselo sus discípulos, a lo que Jesús enojado les dijo “Dejar que los niños se acerquen a mí. No se lo impidáis, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Y Jesús los abrazaba y los bendecía.
Y recuerdo, la espontánea pregunta llena de inocencia de uno de los niños: Padre, ¿?que es el cielo? El cielo le contestó, es todo aquello que uno no puede alcanzar con la mano, sino con el corazón. Es, esa manzana que prende de un árbol y que deseas coger, pero debido a su altura, no puedes lograrlo sin ayuda de alguien. Y el cielo es, el amor y el respeto que debemos a nuestros padres y familiares, a nuestros profesores, a nuestros amigos, en definitiva, a toda persona con la que nos crucemos en nuestra vida. Todo esto en la tierra, es para nosotros el cielo, ese lugar que existe más arriba de las estrellas.
Concluida la ceremonia eclesiástica y sin apenas darme cuenta, los recuerdos regresaron a mi mente y me transportaron en el vehículo de la nostalgia, hasta aquel florido y soleado día del mes de Mayo de 1.949, en el que yo recibía ese mismo Sacramento.
Aquellos tiempos eran distintos a los de ahora. Tiempos difíciles y economías familiares que no dejaban lugar para gastos “especiales”, como muy bien podría ser la celebración de la primera comunión de un hijo.
Los recordatorios que con tal motivo se entregaban, eran tan sencillos como los trajes que vestíamos. Trajes que muchas veces, eran heredados de cualquier familiar, amigo o vecino. La modesta invitación que la familia ofrecía por el acontecimiento, solía hacerse en los propios domicilios a donde acudían familiares y amigos muy especiales.
Sin embargo, dentro de la sencillez, el ambiente se impregnaba de una radiante felicidad y tanto los niños, como los que les acompañaban, disfrutaban de una paz y una alegría que había deparado, la venida del Niño Jesús al inocente y puro corazón del niño.
No sé, pero tengo la impresión de que para aquellos niños el día de su primera comunión, era un día muy especial y enormemente deseado, pues iban a recibir en su corazón por vez primera, al Niño Jesús. Y esto, sencillamente, era suficiente para que la alegría invadiera sus pequeños cuerpecitos.
Ahora y por supuesto, no dudando de su magnífica preparación por catequistas y sacerdotes, los niños andan revolucionados, probándose vestidos adquiridos en estupendos comercios. Sometiéndose a duras sesiones fotográficas, para realzar sus recordatorios y esperando impacientes, el día señalado, para después de la celebración eucarística, acudir a un buen restaurante, compartir con sus invitados un reconfortante ágape, y una vez finalizado, recoger infinidad de estupendos regalos.
No obstante, lo que no me cabe la menor duda, es que tanto los niños de entonces como los de ahora, habrán pedido al Niño Jesús que llevan dentro con la seguridad de que serán escuchados, que sus mayores, sean más tolerantes, pacificadores y dialogantes. Y que sobre todo, se preocupen de dejarles un mundo mejor, en el que todos estemos unidos y viviendo en paz, cediendo de sus derechos en beneficio de todos.
De cualquier forma, todos estos recuerdos han venido así, al asistir a la primera comunión del nieto de mi amigo, reconociendo que esto corresponde a un tiempo pasado, un tiempo que yo casi siempre quiero recordar, no sé si porque fue mejor o peor, pero sobre todo porque existió formando parte de mi vida.
En todo caso, estoy convencido de que los tiempos han cambiado, seguramente para bien, pero ve y adivina.
Tengo que confesar que la emoción me embargó durante toda la misa especialmente en el momento en el que los niños fueron recibiendo el Cuerpo de Jesús. De igual manera resultó muy bella la homilía que nos regaló el celebrante.
Tener presente, comenzó diciendoles, que Jesús a través de su vida pública, quería y deseaba verse rodeados de niños, porque ellos son el misterio de una vida que empieza llena de esperanza. Les recordó el pasaje de Evangelio de Lucas, cuando algunos presentaban a sus niños para que Jesús les tocara, impidiéndoselo sus discípulos, a lo que Jesús enojado les dijo “Dejar que los niños se acerquen a mí. No se lo impidáis, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Y Jesús los abrazaba y los bendecía.
Y recuerdo, la espontánea pregunta llena de inocencia de uno de los niños: Padre, ¿?que es el cielo? El cielo le contestó, es todo aquello que uno no puede alcanzar con la mano, sino con el corazón. Es, esa manzana que prende de un árbol y que deseas coger, pero debido a su altura, no puedes lograrlo sin ayuda de alguien. Y el cielo es, el amor y el respeto que debemos a nuestros padres y familiares, a nuestros profesores, a nuestros amigos, en definitiva, a toda persona con la que nos crucemos en nuestra vida. Todo esto en la tierra, es para nosotros el cielo, ese lugar que existe más arriba de las estrellas.
Concluida la ceremonia eclesiástica y sin apenas darme cuenta, los recuerdos regresaron a mi mente y me transportaron en el vehículo de la nostalgia, hasta aquel florido y soleado día del mes de Mayo de 1.949, en el que yo recibía ese mismo Sacramento.
Aquellos tiempos eran distintos a los de ahora. Tiempos difíciles y economías familiares que no dejaban lugar para gastos “especiales”, como muy bien podría ser la celebración de la primera comunión de un hijo.
Los recordatorios que con tal motivo se entregaban, eran tan sencillos como los trajes que vestíamos. Trajes que muchas veces, eran heredados de cualquier familiar, amigo o vecino. La modesta invitación que la familia ofrecía por el acontecimiento, solía hacerse en los propios domicilios a donde acudían familiares y amigos muy especiales.
Sin embargo, dentro de la sencillez, el ambiente se impregnaba de una radiante felicidad y tanto los niños, como los que les acompañaban, disfrutaban de una paz y una alegría que había deparado, la venida del Niño Jesús al inocente y puro corazón del niño.
No sé, pero tengo la impresión de que para aquellos niños el día de su primera comunión, era un día muy especial y enormemente deseado, pues iban a recibir en su corazón por vez primera, al Niño Jesús. Y esto, sencillamente, era suficiente para que la alegría invadiera sus pequeños cuerpecitos.
Ahora y por supuesto, no dudando de su magnífica preparación por catequistas y sacerdotes, los niños andan revolucionados, probándose vestidos adquiridos en estupendos comercios. Sometiéndose a duras sesiones fotográficas, para realzar sus recordatorios y esperando impacientes, el día señalado, para después de la celebración eucarística, acudir a un buen restaurante, compartir con sus invitados un reconfortante ágape, y una vez finalizado, recoger infinidad de estupendos regalos.
No obstante, lo que no me cabe la menor duda, es que tanto los niños de entonces como los de ahora, habrán pedido al Niño Jesús que llevan dentro con la seguridad de que serán escuchados, que sus mayores, sean más tolerantes, pacificadores y dialogantes. Y que sobre todo, se preocupen de dejarles un mundo mejor, en el que todos estemos unidos y viviendo en paz, cediendo de sus derechos en beneficio de todos.
De cualquier forma, todos estos recuerdos han venido así, al asistir a la primera comunión del nieto de mi amigo, reconociendo que esto corresponde a un tiempo pasado, un tiempo que yo casi siempre quiero recordar, no sé si porque fue mejor o peor, pero sobre todo porque existió formando parte de mi vida.
En todo caso, estoy convencido de que los tiempos han cambiado, seguramente para bien, pero ve y adivina.