Dos son las penas eternas del condenado en el infierno: la de daño y la de sentido. La pena de daño consiste en la privación eterna de la visión beatífica y de todos los bienes que de ella se siguen. Esto es, ni más ni
menos, lo que constituye la quintaesencia de la pena de daño. Jesucristo dirá (Mt. 25,41) "Apartaos de mí, malditos..." Se trata de la exclusión definitiva de la gloria.
La pena de daño constituye para el condenado la mayor y más terrible de sus penas. Para infligir al pecador el más terrible tormento,
Dios se retira completamente de él. Según expresión de San Agustín, se abre
en el alma del réprobo un abismo sin fondo de tinieblas; vida horrenda que
la atormenta mucho más que el hambre devoradora; vida angustiosa que
eternamente la mata sin hacerla morir; porque Dios ha hecho al alma tan
grande que para rellenar su capacidad infinita y para satisfacer su
ilimitado deseo de felicidad se requiere nada menos que a El mismo.
Y es inútil que los incrédulos se rían de esta verdad de fe. Ahí está la
palabra de Jesucristo contra la suya. La verdad de la Palabra de Dios no depende de la aceptación o no aceptación de los sabios de este mundo, ni depende de un referéndum popular. La palabra del Señor es verdadera en sí misma, independientemente de nuestra conveniencia o capricho.
Si deseas alguna aclaración o consulta sobre esta cuña puedes escribir a
[email protected] Gracias. No entro en debates. Sí, en diálogo.
menos, lo que constituye la quintaesencia de la pena de daño. Jesucristo dirá (Mt. 25,41) "Apartaos de mí, malditos..." Se trata de la exclusión definitiva de la gloria.
La pena de daño constituye para el condenado la mayor y más terrible de sus penas. Para infligir al pecador el más terrible tormento,
Dios se retira completamente de él. Según expresión de San Agustín, se abre
en el alma del réprobo un abismo sin fondo de tinieblas; vida horrenda que
la atormenta mucho más que el hambre devoradora; vida angustiosa que
eternamente la mata sin hacerla morir; porque Dios ha hecho al alma tan
grande que para rellenar su capacidad infinita y para satisfacer su
ilimitado deseo de felicidad se requiere nada menos que a El mismo.
Y es inútil que los incrédulos se rían de esta verdad de fe. Ahí está la
palabra de Jesucristo contra la suya. La verdad de la Palabra de Dios no depende de la aceptación o no aceptación de los sabios de este mundo, ni depende de un referéndum popular. La palabra del Señor es verdadera en sí misma, independientemente de nuestra conveniencia o capricho.
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