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Salud y bendición en la paz de Cristo.
En este tema voy a publicar el siguiente sermón por párrafos... para que no se haga muy largo de leer.
La Palabra, el Espíritu y la Sustancia
Publicado en el Golden Grain, volumen 26, n.º 3, junio de 1951
Un sermón del Dr. Charles S. Price
Publicado en el Golden Grain, volumen 26, n.º 3, junio de 1951
Un sermón del Dr. Charles S. Price
Me pregunto si tienes hambre. Me pregunto si te gustaría un poco de carne. Siento que estoy entrando en una de las experiencias espirituales más gloriosas y hermosas de toda mi vida cristiana. Tal vez hayas notado la tendencia en la redacción de mis sermones y en la palabra hablada desde detrás del púlpito sagrado. ¡He estado enfatizando el evangelio de la revelación progresiva! He estado enfatizando la gloriosa verdad de que ningún cristiano debe limitarse a una vida espiritual dentro de los límites de los muros de las creencias tradicionales y las teologías estandarizadas. Es una de las cosas más peligrosas que le pueden pasar a un hombre o una mujer que sigue a Jesús, porque, de ese modo, limitamos la operación del Espíritu.
Limitamos a Dios y su obrar en la vida humana a límites que nuestros propios pensamientos han erigido. No es que perdamos nuestra salvación al hacerlo, sino que perdemos la bendición, la vida y el poder que esa salvación debería traernos con cada hora que pasa y cada día que pasa. Si Dios exige de nosotros la perfección, es sólo la perfección de ese día. Y esa es una perfección relativa.
Un bebé es perfecto. No tiene cicatrices en las manos ni en los pies y en sus ojitos azules brilla el brillo de la salud. Vemos a ese bulto de humanidad rosada recién nacido y declaramos que es un niño perfecto. Pero su perfección es sólo relativa. No significa que no haya posibilidad de crecimiento ni en entendimiento ni en características físicas. Ese niño tiene que tomar alimento y crecer físicamente hasta convertirse en el hombre perfecto hasta llegar a la plenitud de la estatura de sus padres. Por eso se amonesta a los cristianos a crecer en gracia y en conocimiento. Deben participar del alimento de la Palabra. Se les instruye a asimilar y digerir las cosas que el Señor les imparte hasta que lleguen a la posición de personas que han alcanzado la madurez espiritual.
Cerca de nuestra casa hay un parque infantil. Más de una vez he parado mi coche para ver a los niños jugar. He visto la expresión exuberante de sus rostros y he oído los gritos de alegría que han salido de corazones y gargantas felices en el período de recreo. He contemplado esa efervescencia de la infancia con su manifestación de satisfacción completa y he dicho en mi corazón: "No tienen ninguna preocupación en el mundo; están perfectamente contentos y supremamente felices". Si tan sólo pudiera mirar hacia el corredor de los años, vería a ese pequeño niño pecoso, ya adulto, en un taller mecánico, enfrentado con las responsabilidades de la vida. Tal vez ese muchacho alto y delgado estaría sentado detrás del escritorio como ejecutivo. Tal vez ese otro jovencito sería el atareado propietario de una tienda; y aún otro predicaría la Palabra eterna desde detrás de algún escritorio sagrado. Lo que deseo señalar es lo siguiente: el hecho de que fueran sumamente felices no les impidió asumir las responsabilidades de la vida y crecer hasta la madurez de la masculinidad y la feminidad.
Lo mismo ocurre en nuestra vida cristiana. Nos sentimos tan felices y tan contentos con las condiciones en que nos encontramos que creemos haber llegado al final del camino de la gracia salvadora de Dios y nos acomodamos a una vida de feliz satisfacción dentro de los límites de las teologías prescritas y las tradiciones de la Iglesia.
Continuará...
Que Dios les bendiga a todosLimitamos a Dios y su obrar en la vida humana a límites que nuestros propios pensamientos han erigido. No es que perdamos nuestra salvación al hacerlo, sino que perdemos la bendición, la vida y el poder que esa salvación debería traernos con cada hora que pasa y cada día que pasa. Si Dios exige de nosotros la perfección, es sólo la perfección de ese día. Y esa es una perfección relativa.
Un bebé es perfecto. No tiene cicatrices en las manos ni en los pies y en sus ojitos azules brilla el brillo de la salud. Vemos a ese bulto de humanidad rosada recién nacido y declaramos que es un niño perfecto. Pero su perfección es sólo relativa. No significa que no haya posibilidad de crecimiento ni en entendimiento ni en características físicas. Ese niño tiene que tomar alimento y crecer físicamente hasta convertirse en el hombre perfecto hasta llegar a la plenitud de la estatura de sus padres. Por eso se amonesta a los cristianos a crecer en gracia y en conocimiento. Deben participar del alimento de la Palabra. Se les instruye a asimilar y digerir las cosas que el Señor les imparte hasta que lleguen a la posición de personas que han alcanzado la madurez espiritual.
Cerca de nuestra casa hay un parque infantil. Más de una vez he parado mi coche para ver a los niños jugar. He visto la expresión exuberante de sus rostros y he oído los gritos de alegría que han salido de corazones y gargantas felices en el período de recreo. He contemplado esa efervescencia de la infancia con su manifestación de satisfacción completa y he dicho en mi corazón: "No tienen ninguna preocupación en el mundo; están perfectamente contentos y supremamente felices". Si tan sólo pudiera mirar hacia el corredor de los años, vería a ese pequeño niño pecoso, ya adulto, en un taller mecánico, enfrentado con las responsabilidades de la vida. Tal vez ese muchacho alto y delgado estaría sentado detrás del escritorio como ejecutivo. Tal vez ese otro jovencito sería el atareado propietario de una tienda; y aún otro predicaría la Palabra eterna desde detrás de algún escritorio sagrado. Lo que deseo señalar es lo siguiente: el hecho de que fueran sumamente felices no les impidió asumir las responsabilidades de la vida y crecer hasta la madurez de la masculinidad y la feminidad.
Lo mismo ocurre en nuestra vida cristiana. Nos sentimos tan felices y tan contentos con las condiciones en que nos encontramos que creemos haber llegado al final del camino de la gracia salvadora de Dios y nos acomodamos a una vida de feliz satisfacción dentro de los límites de las teologías prescritas y las tradiciones de la Iglesia.
Continuará...
Paz a la gente de buena voluntad