LA ORACION SANA LAS HERIDAS
Yo tengo la costumbre de tomar muy en serio el concepto de la amistad. Y es que para mí, como dice la Escritura, una amiga es coma un hermana. Por esta razón, cuando entrego mi amistad, lo hago con transparencia, sin tapujos, sin reparos, en fin, una entrega incondicional. Quizá por eso me duele tanto cuando descubro que mi concepto de amistad no fue recibida con la misma reciprocidad, sino que más bien ha sido traicionada.
A lo largo de mi vida he sufrido muchas desilusiones . Amigos en los cuales había depositado absoluta confianza y de la cual pensaba que estarían para mí «al pie del cañón» para apoyarme cuando más los necesitara. Sin embargo, al momento de llegar la hora de la verdad pesaron más sus propios intereses y bienestar que mi necesidad. ¡Cómo me dolió sentirme defraudada de esa manera! Mi reacción después del dolor y el enojo fue simplemente sacarlos de mi vida; como suelo decir: «sacármelos del sistema». Claro, “como cristiana no les guardo rencor, simplemente, para mí es como si no existieran”, pensaba; como si estuviera justificando de esa manera el que no les estuviera haciendo daño, y por lo tanto quedaba además “libre de todo pecado”. ¡Cuán equivocada estaba!
Cuando el profeta Samuel se desilusionó con su pueblo y los enfrentó con su pecado, ellos le pidieron que orara por ellos. La respuesta del profeta fue: «Lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros…» 1 Samuel 12.23. Este pasaje fue como haberme tirado un cubo de agua fría en la cara. Samuel, que debió haberse sentido tan desilusionado como yo, ¡su único temor era el que pudiera dejar de orar por ellos! ¿Cómo puedo entonces tomar yo la decisión de ignorar en mi agenda de oración a quienes me han lastimado?
Nuestro corazón debe ser recto ante Dios a fin de perdonar y orar por los que pecan contra nosotros, que nos fallan y nos decepcionan (Santiago 5.16). Por ende, no podemos orar sino somos capaces de perdonar. Con vergüenza debo reconocer mi pecado de no haber estado orando por estas personas. Y con paz en mi corazón puedo decir que ya he comenzado a hacerlo. Ahora me resulta fácil porque he llegado a entender que de no hacerlo estaría no solo haciéndome daño a mí misma, sino que estaría pecando contra Dios. Orar por ellos ha sido como un bálsamo para sanar las heridas que estaban echando raíces de amargura en mi corazón. Y esta experiencia sin duda me fortalecerá para las muchas desilusiones que sin duda recibiré en lo que me resta de vida.
Con amor a mis queridos hermanos.
Amada
Yo tengo la costumbre de tomar muy en serio el concepto de la amistad. Y es que para mí, como dice la Escritura, una amiga es coma un hermana. Por esta razón, cuando entrego mi amistad, lo hago con transparencia, sin tapujos, sin reparos, en fin, una entrega incondicional. Quizá por eso me duele tanto cuando descubro que mi concepto de amistad no fue recibida con la misma reciprocidad, sino que más bien ha sido traicionada.
A lo largo de mi vida he sufrido muchas desilusiones . Amigos en los cuales había depositado absoluta confianza y de la cual pensaba que estarían para mí «al pie del cañón» para apoyarme cuando más los necesitara. Sin embargo, al momento de llegar la hora de la verdad pesaron más sus propios intereses y bienestar que mi necesidad. ¡Cómo me dolió sentirme defraudada de esa manera! Mi reacción después del dolor y el enojo fue simplemente sacarlos de mi vida; como suelo decir: «sacármelos del sistema». Claro, “como cristiana no les guardo rencor, simplemente, para mí es como si no existieran”, pensaba; como si estuviera justificando de esa manera el que no les estuviera haciendo daño, y por lo tanto quedaba además “libre de todo pecado”. ¡Cuán equivocada estaba!
Cuando el profeta Samuel se desilusionó con su pueblo y los enfrentó con su pecado, ellos le pidieron que orara por ellos. La respuesta del profeta fue: «Lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros…» 1 Samuel 12.23. Este pasaje fue como haberme tirado un cubo de agua fría en la cara. Samuel, que debió haberse sentido tan desilusionado como yo, ¡su único temor era el que pudiera dejar de orar por ellos! ¿Cómo puedo entonces tomar yo la decisión de ignorar en mi agenda de oración a quienes me han lastimado?
Nuestro corazón debe ser recto ante Dios a fin de perdonar y orar por los que pecan contra nosotros, que nos fallan y nos decepcionan (Santiago 5.16). Por ende, no podemos orar sino somos capaces de perdonar. Con vergüenza debo reconocer mi pecado de no haber estado orando por estas personas. Y con paz en mi corazón puedo decir que ya he comenzado a hacerlo. Ahora me resulta fácil porque he llegado a entender que de no hacerlo estaría no solo haciéndome daño a mí misma, sino que estaría pecando contra Dios. Orar por ellos ha sido como un bálsamo para sanar las heridas que estaban echando raíces de amargura en mi corazón. Y esta experiencia sin duda me fortalecerá para las muchas desilusiones que sin duda recibiré en lo que me resta de vida.
Con amor a mis queridos hermanos.
Amada