LA LUCHA DE PABLO POR CAUSA DEL PECADO

24 Octubre 1999
814
14
Son versículos de Romanos 7 pero comenzando con el vers. 8 al 14 extraídos de un comentario bíblico.

Rom.7:8-14.
8 Pecado.
Pablo personifica al pecado como el principio y poder antagónico a la ley de Dios (ver com. cap. 5: 12). El pecado es representado en el NT como un enemigo que siempre está procurando causar nuestra ruina, y que aprovecha cada ocasión para lograrlo. Se lo describe como rodeándonos y asediándonos (Heb. 12: 1), sometiéndonos a servidumbre (Rom. 6: 12), seduciéndonos, y así causando nuestra muerte (Sant. 1: 14-15). En otras palabras, se presenta al pecado como haciendo todo lo que Satanás -el máximo enemigo de la humanidad- está tratando de lograr al tentarnos a pecar. En cuanto a la forma en que Satanás usa la ley como una ocasión para tentar y atraer a la humanidad a la desobediencia, de modo que los seres humanos queden sometidos a la condenación y a la muerte, ver com. Rom. 7: 11.

Ocasión.
Gr. aform', "oportunidad", "ocasión". Sólo Pablo usa esta palabra en el NT (Rom. 7: 11; 2 Cor. 5: 12; 11: 12; Gál. 5: 13; 1 Tim. 5: 14).

El mandamiento
Produjo.
Gr. katergázomai, "llevar a cabo", "completar", "conseguir" (cf. Rom. 2: 9; 1 Cor 5: 3; 2 Cor. 7: 10). Se usa para referirse a lograr algo ya bueno o malo (Rom. 7: 15, 17-18, 20).
Codicia.
"Concupiscencias" (BJ), "deseos desordenados" (VM). Gr. epithumía (ver com. vers. 7). Pablo está diciendo que el mandamiento que ordena no codiciar hizo que codiciara más. El corazón no regenerado reacciona así ante la expresa voluntad de Dios. Algo que ha sido prohibido con frecuencia parece ser más deseable, y excita los malos deseos del corazón rebelde (cf. Prov. 9: 17).
Un pecador puede parecer como sosegado y tranquilo, en paz consigo mismo y con el mundo, pero cuando la ley de Dios llega hasta su conciencia no es raro que se irrite y se enoje. Desprecia la autoridad de la ley, y sin embargo su conciencia le dice que la ley tiene razón. Trata de ponerla a un lado, pero tiembla ante su poder. Y para mostrar su independencia y determinación de pecar, se sumerge en la iniquidad y se convierte en un pecador más impío y obstinado. Esta situación se convierte en lucha, y en el conflicto con Dios el pecador resuelve no dejarse vencer. Por eso es frecuente que un hombre sea más irreverente, blasfemo e impío cuando siente la convicción de su pecado, que en otras ocasiones. De modo que cuando una persona se torna especialmente violenta e insultante en su oposición a Dios, podría a veces ser una clara indicación de que está empeñada en esta lucha contra su conciencia.
Compárese esta conducta con el caso de Pablo que se oponía a la voluntad de Dios que le era revelada. Pablo se sentía disgustado después del martirio de Esteban porque tenía la íntima convicción de que el mártir estaba en lo correcto, y para aplacar esa creciente convicción se sumió con celo frenético en una campaña de persecución, terror y muerte (ver HAp 92-93). Procuraba "dar coces contra el aguijón" de la convicción y de una conciencia esclarecida (Hech. 26: 14). Su prejuicio y su ambición de popularidad hicieron que se rebelara contra Dios, hasta que se convirtió en un instrumento en las manos de Satanás (HAp 83-84). De ese modo la revelación de la voluntad de Dios excitó la naturaleza pecaminosa de Pablo hacia un pecado todavía mayor, hasta que al fin llegó a estar dispuesto a reconocer su pecaminosidad y su necesidad de un Salvador (Hech. 9: 6; ver HAp 97).
El caso de Pablo es una clara ilustración de que la ley no puede desarraigar la rebeldía y el pecado. Su efecto puede ser precisamente el contrario. Pablo halló libertad del poder del pecado y de la condenación únicamente cuando se encontró frente a frente con Cristo.

Sin la ley.
Literalmente "sin ley" (BJ, BC); o "aparte de ley" (ver com. cap. 2: 12).
El pecado está muerto.

Pablo ya ha presentado tácitamente la idea de que el pecado está "muerto" sin ley (cap. 4:15; 5:13). Es evidente que con "muerto" no quiere decir que no existe, sino que está inerte. Compárese con "la fe sin obras está muerta" (Sant. 2: 26). El pecado ha reinado siempre desde la transgresión de Adán (Rom. 5: 12, 21), pero su pleno poder y virulencia sólo se manifestaron cuando apareció la ley con sus restricciones y prohibiciones. Entonces el pecado se presenta como rebelión contra la voluntad de Dios, y la naturaleza humana no regenerada es instigada a la oposición y al pecado.
9. Yo. . . vivía.
Pablo se refiere a su vida pasada, pero con su experiencia simboliza a todos los que no están convertidos y dependen de su propia justicia.

Sin la ley. . . en un tiempo.
El período de su vida pasada al cual aquí se refiere Pablo, ha sido objeto de muchos debates; sin embargo, por el contexto parece evidente que está hablando del tiempo anterior al momento cuando comprendió la verdadera naturaleza, espiritualidad y alcances de la ley divina. Fue un período durante el cual creía que era justo y que, en lo que se refería a su conducta externa, parecía que estaba cumpliendo la ley. Pero era una justicia legalista, como aquella de la que se jactaba el joven rico cuando fue puesto frente a frente con los mandamientos: "Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta?" (Mat. 19: 20). Pablo también podía pretender que "en cuanto a la justicia que es en la ley" él era "irreprensible" (Fil. 3: 6; cf. Hech. 26: 5). Compárese con la jactancioso oración del fariseo, llena de justicia propia (Luc. 18: 11-12). 547 Pero cuando Pablo discernió el carácter espiritual de la ley, el pecado apareció en su verdadero carácter repulsivo. Se vio a sí mismo como transgresor, y su engreimiento se desvaneció (ver CC 27-28).
Venido el mandamiento.
Es decir, cuando Pablo comprendió en su mente y en su conciencia el significado espiritual del mandamiento "no codiciarás" (vers. 7), vio el espíritu de la ley en esta prohibición de todos los deseos pecaminosos, y cuando penetró en él como la palabra de Dios, viva y eficaz y más cortante que toda espada de dos filos (Heb. 4: 12), la complacencia en su justicia propia quedó súbitamente destruida.

El pecado revivió.
Es decir, "volvió a vivir". Pablo no quiere decir que antes de que viniera "el mandamiento", el pecado -aquí personificado como un ser aborrecible- había estado inactivo en su vida, sino que él no se había dado cuenta ni de su verdadera naturaleza ni de sus consecuencias fatales (vers. 13). En realidad, el pecado había actuado sin restricciones en su vida (vers. 5). Pero la venida del "mandamiento" desafió a la presencia del pecado y a su derecho de dominar la vida de Pablo. El pecado entonces se levantó para mantener su disputada autoridad. Apareció en toda su malignidad y fuerza, en su verdadero carácter: el de un engañador, un enemigo y un asesino.
Pablo no dice cuándo ni cómo comenzó a sentir por primera vez el poder condenatorio de la ley; sin embargo, sabemos lo suficiente en cuanto a sus años anteriores como para tener algún conocimiento de su experiencia con la ley antes de su conversión. Como fariseo bien versado, que vivía de acuerdo con la secta más estricta de su religión, con intensos, aunque inútiles esfuerzos, y mediante una observancia externa, había tratado de cumplir con las exigencias de una ley santa que escudriña el corazón. Pero la serenidad y el amor perdonador que manifestó Esteban durante su martirio conmovieron hasta lo profundo la mente de Pablo, e hicieron que su conciencia comprendiera que la obediencia a la ley era algo que iba más allá de la letra (ver com. vers. 8).

Morí.
Cuando Pablo llegó a comprender la naturaleza espiritual de la ley, el nuevo conocimiento sólo sirvió para acusarlo como transgresor y despertar en él toda clase de malos deseos (vers. 8). Pablo se convirtió entonces en un pecador plenamente consciente, y descubrió que no tenía esperanza de vida (cf. cap. 6: 21, 23).10.

Hallé.
Literalmente "fue hallado en mí o por mí", es decir, el mandamiento. Al fin Pablo supo que el mismo mandamiento de cuya observancia hacía depender su salvación, sólo podía condenarlo a muerte.
Este es un versículo clave en el razonamiento de Pablo de que los pecadores no deben depender de la ley para su salvación. Pablo ha explicado claramente, y ahora lo ilustra con su propio caso, que el depender de la ley mediante la justicia propia es una grave tergiversación de la ley, y que sólo puede conducir al sorprendente descubrimiento expresado en este versículo. La ley de Dios presenta una elevada norma espiritual que ningún mortal pecador puede alcanzar mediante sus propios esfuerzos, sin ayuda.
Delante de ella sólo aparece como culpable y condenado; pero bienaventurado aquel que al comprender su impotencia y necesidad acude al Salvador, el único en quien puede encontrar justificación y salvación (Gál. 3: 24). El gran error de muchos judíos consistía en su concepto falso de la función de la ley en un mundo pecaminoso. Orgullosos con su justicia propia, no estaban dispuestos a reconocer su culpabilidad ante la ley ni su incapacidad para vivir a la altura de sus preceptos; por lo tanto, no comprendían su necesidad de un Salvador. Se dedicaban a un diligente estudio de las Escrituras creyendo que en la ley encontrarían vida y no condenación. No querían ir a Cristo para que pudieran hallar justificación y vida (Juan 5: 39-40). Ver com. Eze. 16: 60.

El mismo mandamiento.
Este versículo dice literalmente: "El mandamiento, el para vida, éste fue hallado por mí para muerte". [/b]La expresión griega es enfática.
Que era para vida[/b].
La promesa de vida acompañó a la entrega de la ley de Dios a Israel en 18: 5; Deut. 5: 33; Eze. 18: 9, 21; 20: 11, 13, 21; cf. Mat. 19: 17). No hay ninguna arbitrariedad en esto. Todas las leyes de Dios para nuestro bien físico, mental y espiritual son dadas para nuestro máximo bien. La vida y la prosperidad, tanto en este mundo como en el venidero, están íntimamente asociadas a la perfecta obediencia a las leyes inmutables de Dios.

Para muerte.
Pablo conoció el pecado por medio de la ley (vers. 7-9; cf. cap. 3: 20), y 548 "la paga del pecado es muerte" (cap. 6: 23). 11.

Porque el pecado.
La conjunción causal "porque" da comienzo a una explicación del vers. 10. La primera parte del versículo es similar al vers. 8, pero una diferente sintaxis en griego destaca que no fue el mandamiento sino el pecado el que "engañó" y "mató". El pecado es personificado otra vez, y aparece ejerciendo el poder para tentar y destruir, lo que normalmente corresponde a Satanás.

[
Por el mandamiento.
Estas palabras pueden relacionarse con "tomando ocasión" o con "me engañó" (cf. com. vers. 8). La conclusión "y por él me mató" podría indicar que debe preferirse la segunda relación. El pasaje entonces diría: "Porque el pecado, tomando ocasión, me engañó por el mandamiento". La barrera que la ley erige contra el pecado se convierte en la ocasión para sugerir que se cometa el pecado.

Me engañó.
Gr. exapatáÇ, que básicamente significa "hacer que uno se extravíe". Pablo es el único que usa esta palabra en el NT (Rom. 16: 18; 1 Cor. 3: 18; 2 Cor. 11: 3; 2 Tes. 2: 3). En el huerto del Edén el pecado se aprovechó del mandamiento: "No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis" (Gén. 3: 3), con lo cual inspiró un mal deseo (ver com. "por la ley" y "codicia", vers. 5 y 8 respectivamente). Cuando Eva estuvo frente al árbol prohibido comenzó a dudar de la orden de Dios que le había prohibido que tocara ese fruto (ver PP 36-37). Esa fue la oportunidad de Satanás, el cual usó la prohibición divina para engañar a Eva y hacerla pecar. El engaño del pecado consiste en presentar como algo bueno el objeto del deseo pecaminoso, pero cuando dicho objeto se alcanza posteriormente resulta malo (Sant. 1: 14-15; cf. Heb. 3: 13, 17). Satanás incitó a Eva a que participara del fruto prohibido, para que así, llegara hasta un mundo de existencia más elevada y obtuviera un conocimiento más amplio (PP 36-37). Satanás usó el mandamiento en esta forma engañosa para incitar al pecado; y una vez que logró su mal propósito utilizó el mismo mandamiento como un medio de condenación. Satanás es, a no dudarlo, no sólo el tentador del hombre sino también su acusador (Apoc. 12: 10; cf. Job 1: 9-11; 2: 4-5). De esa manera Eva comprobó, para su gran dolor, que lo que una vez deseó como algo deleitoso sólo le produjo condenación y muerte.(LO MISMO PUEDE OCURRIR CON LOS QUE IDOLATRAN EL NOMBRE DE CRISTO)
Ningún ser del universo cae en peor engaño que el pecador que se complace en un deseo prohibido
(ver Prov. 7: 21-23).

Por él.
Es decir, por el mandamiento.

Me mató.
Compárese con "yo morí" (vers. 9). El mandamiento, aunque en sí mismo es santo y tiene el propósito de proporcionar vida, no sólo se convirtió en ocasión de pecado sino también, como su consecuencia, en ocasión de muerte. Y todo esto se produjo mediante el engaño. Lo deseado en realidad no era bueno, pero la concupiscencia y la codicia inspiradas por el tentador hicieron que pareciera que era así. Uno de los grandes propósitos de la gracia transformadora de Dios es eliminar ese engaño destructor y hacer que el hombre vuelva a ver las cosas en su verdadera realidad, y de ese modo regrese a la vida y a la paz con Dios.

12 De manera que.
Este es el comienzo de una conclusión basada en lo tratado en los vers. 7-11, y una respuesta a la pregunta del vers. 7: "¿la ley es pecado?"

La ley.
El artículo "la" se encuentra en el texto griego (ver com. cap. 2: 12). Pablo puede estar usando el término "la ley" como en el cap. 7: 9, para referirse a todo el código, y el término "el mandamiento" para referirse a un precepto específico de la ley.

Es santa.
La ley, lejos de ser pecado (vers. 7) es santa, justa y buena (vers. 12). La ley de Dios, como revelación del carácter de su Autor y expresión de su pensamiento y voluntad, sólo puede ser verdadera, justa y santa.

El mandamiento santo.
Pablo ya ha afirmado la santidad de toda la ley. Ahora destaca más específicamente la santidad, justicia y bondad del mandamiento: "No codiciarás". El énfasis quizá se base en que este mandamiento ha sido descrito particularmente en los vers. 7-11 como la ocasión especial para que aumente el conocimiento y la acción del pecado.
El décimo mandamiento es santo, pues es una expresión de la santa voluntad de Dios que prohibe todo deseo impuro y pecaminoso. Su santidad de ninguna manera es disminuida por el hecho de que revela el pecado (vers. 7), y de que ha sido usado por el pecado para incitar a los pecadores a una transgresión todavía mayor (vers. 8-9), atrayendo sobre ellos condenación y muerte. La falta no se halla en el mandamiento santo sino en los hombres impíos, que en su debilidad y pecaminosidad son incapaces de vivir de acuerdo 549 con la suprema norma de pureza y santidad que la ley exige con justicia.

Justo.
O "correcto". El mandamiento es justo y correcto en sus exigencias, pues destaca la norma de un carácter justo; y a pesar de las acusaciones de Satanás que afirman lo contrario, sólo pide la obediencia que está al alcance de los seres humanos (ver com. Mat. 5: 48; HAp 423; DTG 15, 275). La vida de Jesús plena de obediencia confirmó la justicia de las exigencias de la ley de Dios. Demostró que la ley podía ser obedecida, (CON EL PODER DE DIOS) y puso de manifiesto la excelencia de carácter que se adquiriría si fuera guardada. Todo el que obedece como Jesús, también declara que la ley es "santa, justa y buena". Pero todos los que violan los mandamientos de Dios están apoyando la acusación de Satanás de que la ley es injusta y no puede ser obedecida, (cuidado esto de la ley nos dice a nosotros y al universo de que lado estamos) (ver Com. Rom. 3: 26; DTG 21).

Bueno.
Gr. agathós, bueno en un sentido moral (cf com. vers. 16). El único propósito del mandamiento es que el hombre disfrute de vida y bendiciones tanto ahora como durante toda la eternidad (ver com. vers. 10). Si es obedecido, proporcionará justicia y felicidad por doquiera.

13. Vino a ser muerte.
En otras palabras, ¿la ley buena tiene la culpa de mi muerte? Pablo responde repitiendo que la falta no está en la ley sino en él mismo y en sus inclinaciones pecaminosas
.

En ninguna manera.
Ver com. cap. 3: 4. Así como la ley no causa la muerte tampoco ocasiona el pecado.
Sino que el pecado.
El texto de la BJ puede ayudar a comprender mejor este pasaje: "Sino que el pecado, para aparecer como tal, se sirvió de una cosa buena, para procurarme la muerte, a fin de que el pecado ejerciese todo su poder de pecado por medio del precepto".
Para mostrarse pecado.
O "para que fuese manifestado como pecado" (VM). Es decir, para que fuese visto en su verdadera naturaleza de pecado.

Produjo en mí la muerte.
O "produjo muerte para mí". La verdadera naturaleza del pecado se pone de manifiesto cuando éste emplea lo que es bueno para producir el mal y la muerte. Toma lo que es la revelación del carácter y de la voluntad de Dios -cuyo propósito es servir como norma de santidad- y lo usa para aumentar el pecado y la condenación de los hombres (vers. 8-11). El propósito de Dios al permitir que el pecado produzca muerte por medio de la ley, es que el pecado, al pervertir lo que es bueno, se descubra y manifieste en toda su pecaminosidad y engaño (ver PP 22-23).

Sobremanera pecaminoso.
O "excesivamente pecaminoso". La palabra griega que corresponde con "sobremanera" es huperbol', de la cual deriva "hipérbole". Compárese con el uso que hace Pablo de este vocablo en 1 Cor. 12: 31; 2 Cor. 1: 8; 4: 7, 17; 12: 7; Gál. 1: 13. El apóstol ya ha explicado cómo la ley ha servido para revelar la enormidad del pecado.
En Rom. 7: 7-13 la ley de Dios es claramente vindicada de cualquier acusación de que sea responsable por el pecado y la muerte que se han difundido en toda la humanidad (cf. cap. 5: 14, 17). La culpa corresponde con toda justicia al pecado. Y en la medida en que los hombres persisten en identificarse con el pecado, comparten en su culpabilidad y condenación.
Estos versículos también destacan la doctrina de Pablo de que la salvación no puede provenir de la ley. La función importante de la ley es la de desenmascarar el pecado y convencer al pecador de que sus caminos son errados, pero no puede desarraigar un espíritu rebelde ni perdonar una transgresión. "La ley revela al hombre sus pecados, pero no dispone ningún remedio" (CS 521).
Estos versículos también sirven para aclarar la relación entre la ley y el Evangelio. La función permanente de los mandamientos es revelar la norma de justicia, convencer de pecado y mostrar la necesidad de un Salvador. Si no hubiera ley para convencer de pecado, el Evangelio sería impotente, pues a menos que el pecador esté convencido de su pecado, no sentirá la necesidad de arrepentirse y de tener fe en Cristo. De modo que pretender que el Evangelio ha abolido la ley no sólo es tergiversar el lugar y la importancia de la ley, sino también socavar el propósito y la necesidad fundamentales del Evangelio y del plan de salvación
(ver com. cap. 3: 31).

Vers.14. Porque.
Pablo ahora confirma su vindicación de la ley y su exposición de la verdadera naturaleza del pecado, mediante un análisis profundo de la forma en que obra el pecado en la vida íntima del hombre. El significado de los vers. 14-25 ha sido uno de los problemas más debatidos de toda la epístola. Las preguntas básicas han girado en torno a dos aspectos: hasta qué punto la descripción de una lucha moral tan intensa puede ser autobiográfica, y si así fue, si dichos versículos se refieren a la vida de Pablo antes o después de su conversión. Que Pablo está hablando de su propia lucha personal con el pecado, resulta evidente por el significado obvio de sus palabras (cf. vers. 7-11; CC 15; 1JT 403). Pero también es igualmente cierto que está describiendo un conflicto que en forma más o menos pronunciada es experimentado por toda alma que se enfrenta a las demandas espirituales de la santa ley de Dios, y las reconoce.
Más importante es la pregunta en cuanto al período de vida que Pablo describe. Algunos comentadores sostienen que la descripción corresponde con la vida de Pablo después de que se convirtió al cristianismo. Destacan el uso de los verbos en tiempo presente y hacen notar las expresiones que revelan odio al pecado (vers. 15, 19) y el ferviente deseo de hacer el bien (vers. 15, 19, 21). Argumentan que una persona inconversa no hubiera podido decir: "Según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios" (vers. 22) y "yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios" (vers. 25). Otros comentadores creen que la lucha debe haber tenido lugar antes de su conversión, argumentando que expresiones como "yo soy carnal, vendido al pecado" (vers. 14), "el pecado que mora en mí" (vers. 17), "el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo" (vers. 18), "¡Miserable de mí! ¿quién me librará. . . ?" (vers. 24), no podrían referirse a la condición de Pablo después de que renació. Sin embargo, destacan que Pablo no está describiendo sus experiencias cuando "sin la ley vivía en un tiempo", sino cuando "venido el mandamiento, el pecado revivió y" él murió (ver com. vers. 9). Por lo tanto, la experiencia que se describe no sería la de un hombre que no ha sido regenerado en absoluto, sino la de un pecador movido por una profunda convicción, que sufre bajo su carga de culpa y se esfuerza fervientemente -pero luchando por sí mismo- para poner su vida de acuerdo con los requerimientos divinos. Sus mejores esfuerzos terminan en un triste fracaso hasta que encuentra a Cristo y experimenta el poder vivificador del Evangelio. Tal es también la experiencia del que se convirtió una vez, pero fracasa en no aprovechar las bendiciones del Evangelio y entonces lucha en busca de la pureza de su vida mediante su propia fuerza, o del cristiano nominal que nunca se ha entregado plenamente a Cristo.
El principal propósito de Pablo en este pasaje parece ser mostrar la relación que existe entre la ley, el Evangelio y la persona que, movida por su convicción, lucha afanosamente contra el pecado para prepararse para la salvación. El mensaje de Pablo es: aunque la ley puede servir para precipitar e intensificar la lucha, sólo el Evangelio de Jesucristo puede proporcionar la victoria y el alivio (vers. 25. cap. 8). La intensidad de la lucha y el momento de su comienzo varían en el caso de cada individuo que, mediante la ley, llega a conocer el pecado. Es evidente que cada cristiano puede reconocer por experiencia propia que prosigue una lucha intensa después de la conversión y de haber renacido. La vida del apóstol Pablo era "un constante conflicto consigo mismo. . . Su voluntad y sus deseos estaban en conflicto diario con su deber y con la voluntad de Dios" (MC 358). La realidad del conflicto de Pablo se revela con sus palabras: "Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado" (1 Cor. 9: 27). Para cada cristiano convertido, renacido y justificado, el proceso de la santificación implica, de la misma manera, duras y serias batallas con el yo (PVGM 266-267; HAp 447-448). Mientras más nos acerquemos a Cristo, más claramente discerniremos la extraordinaria pecaminosidad del pecado y más fervientemente confesaremos la pecaminosidad de nuestra propia naturaleza (ver com. Eze. 20: 43; 16: 62-63; PVGM 124-125).
Aunque con frecuencia es cierto que una intensa lucha moral continúa después de la conversión, a medida que el cristiano diariamente renueva su consagración (ver Luc. 9: 23-25; 2 Cor. 4: 16; 2JT 59; 3JT 93), no podemos estar seguros de que el apóstol se refiera aquí a una lucha semejante. (Algunos no queriendo luchar se entregan en un sueño traidor de pecado y de muerte.) El propósito de su tesis hasta este punto de la epístola ha sido mostrar la incapacidad del hombre para alcanzar la justificación cuando depende de su propia fuerza, por las obras de la ley. Ha demostrado que los que están bajo la ley están bajo el yugo del pecado (ver com. Rom. 6: 14); que a pesar de sus mejores esfuerzos no pueden cumplir con lo que exige la ley; que son desdichados y desvalidos hasta que hallan a Cristo. Entonces cesa la condenación (cap. 8: 1). Lo que antes no pudieron hacer, ahora lo alcanzan por medio del poder vivificador de Cristo (cap. 8: 3-4). Ya no se preocupan por las cosas de la carne (cap. 8: 5), sino que andan conforme al Espíritu (cap. 8: 1).

Sabemos.
Pablo da por sentado que la espiritualidad de la ley es reconocida por sus lectores (cf. cap. 2: 2; 3: 19). (Y los que andan en el espíritu no quebrantan la Ley porque esta es espiritual.)

La ley es espiritual.
Pablo está resumiendo y repitiendo lo que ya ha dicho en el vers. 12. Destaca de nuevo que la ley no es culpable de los pecados de los cuales él ha estado hablando. La ley es de origen espiritual pues fue dada personalmente por Dios, y "Dios es Espíritu" (Juan 4: 24). La ley es de naturaleza espiritual porque es "santa, justa y buena" y porque pide una obediencia que sólo está al alcance de los que son espirituales y tienen los frutos del Espíritu (Mat. 22: 37-39; Juan 15: 2; Rom. 13: 8, 10; Gál. 5: 22-23; Efe. 3: 9).

Yo soy.
El cambio del tiempo del verbo del pasado (vers. 7-11) al presente (vers. 14-28) ha sido considerado por algunos como una prueba de que Pablo se está refiriendo a lo que le sucedía entonces. Otros ven en esto sólo un presente histórico o presente dramático, para dar más énfasis, como ocurre en Mar. 14: 17; Luc. 8: 49. Ver arriba comentario de "porque".

Carnal
Es decir, hecho de carne y sangre, lo que denota la naturaleza humana con su debilidad inherente (cf. 2 Cor. 3: 3). Esta es la forma en que Pablo expresa "lo que es nacido de la carne, carne es" (Juan 3: 6). El equivalente que él da de "lo que es nacido del Espíritu, espíritu es" (Juan 3: 6) está en Rom. 8. En contraste con la espiritualidad y santidad de la ley divina, Pablo descubre en él un ser de carne, y por lo tanto proclive a toda la pecaminosidad y complacencia propia, a la cual se inclinaba su naturaleza corrupta. Por eso, en su deseo de obedecer la ley espiritual, se encuentra a sí mismo sumido en una lucha continua con sus tendencias al pecado heredadas y cultivadas (cap. 7: 23). Insta a los creyentes a que crucifiquen la carne, y declara que él mismo mantiene su cuerpo en servidumbre (1 Cor. 9: 27; Gál. 5: 24). También los insta a vivir en forma temperante (1 Cor. 10: 31) y a ofrecer sus cuerpos a Dios como un sacrificio santo y vivo (Rom. 12: 1). Describe el cuerpo como el templo del Espíritu Santo (1 Cor. 6: 19) y exhorta a los cristianos a que glorifiquen a Dios en el cuerpo (vers. 20). Expresa que tanto la carne como el espíritu necesitan limpieza (2 Cor. 7: 1) y anticipa la redención y glorificación del cuerpo (Rom. 8: 23; 1 Cor. 15: 51-53).

Vendido al pecado.
Es decir, vendido para estar bajo el poder del pecado. Compárese con "Acab, que se vendió para hacer lo malo" (1 Rey. 21: 25; cf. 1 Rey 21: 20; Isa. 50: 1). El dominio del pecado sobre la carne puede ser tan completo como el de un amo sobre un esclavo. En vista de las afirmaciones anteriores de Pablo de que el cristiano convertido está libre ahora de la servidumbre del pecado (Rom. 6: 18, 22), hay algunos que con sideran que esta expresión es una prueba de que el apóstol está hablando de los días anteriores a su conversión; es decir, del tiempo cuando estaba completamente convencido, pero aún no se había entregado plenamente a Cristo (ver com. cap. 7: 9). Otros sostienen que Pablo puede estar usando un lenguaje tan enfático para expresar la fuerza de esa depravación contra la cual estaba luchando después de su conversión, que está tratando de demostrar que al obedecer los impulsos de su naturaleza carnal estaba procediendo como quien era esclavo de otra voluntad. Posteriormente añade que el pecado todavía vivía en su carne (vers. 17-18) y que aunque había llegado a la condición de deleitarse en la ley de Dios, aún veía en sus miembros un poder maligno en acción que lo llevaba a permanecer cautivo del pecado (vers. 22-23).
Los hombres más santos son carnales en comparación con la espiritualidad de la ley. Su discernimiento del carácter santo de los mandamientos de Dios hacía que Pablo comprendiera más su propia imperfección. Y cuando él se describe como "vendido al pecado" indica cuán profunda era su convicción. Compárese con el caso de Job, quien aunque es presentado por el Señor como perfecto y recto (Job 1: 1; 2: 3), más tarde confesó "Yo soy vil", "me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza" (cap. 40: 4; 42: 6).

DIOS LOS BENDIGA A TODOS

ATT: Jack J. Maritato


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JACK777
 
De acuerdo Jack, pero Pablo por eso comprendío que la muerte de Cristo en la cruz era su propia muerte, con eso a un muerto ya el pecado no le hace nada.

Pues ya no vivo yo, mas Cristo vive en mi, y lo que ahora vivo en la carne lo vivo en la fe del Hijo de Dios.

¿Quien condenará a los escogidos de Dios?. Dios es el que justifica.

Te ama Dios en Cristo.

Anton.