La justificación

19 Diciembre 2000
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¿Están ustedes de acuerdo con esta exposición de la doctrina de la justificación?:


......para entender recta y sinceramente la doctrina de la justificación es menester que cada uno reconozca y confiese que, habiendo perdido todos los hombres la inocencia en la prevaricación de Adán [Rom 5, 12; 1 Cor 15, 22], hechos inmundos [Is 64, 4] y (como dice el Apóstol) hijos de ira por naturaleza [Ef 2, 3], según expuso en el decreto sobre el pecado original, hasta tal punto eran esclavos del pecado [Rom 6, 20] y estaban bajo el poder del diablo y de la muerte, que no sólo las naciones por la fuerza de la naturaleza, mas ni siquiera los judíos por la letra misma de la Ley de Moisés podían librarse o levantarse de ella, aun cuando en ellos de ningún modo estuviera extinguido el libre albedrío, aunque sí atenuado en sus fuerzas e inclinado.

De ahí resultó que el Padre celestial, Padre de la misericordia y Dios de toda consolación [2 Cor. 1, 3], cuando llegó aquella bienaventurada plenitud de los tiempos [Ef. 1, 10; Gal. 4, 4] envió a los hombres a su Hijo Cristo Jesús, el que antes de la Ley y en el tiempo de la Ley fue declarado y prometido a muchos santos Padres [cf Gen 49, 10 y 18], tanto para redimir a los judíos que estaban bajo la Ley como para que las naciones que no seguían la justicia, aprehendieran la justicia [Rom 9, 30] y todos recibieran la adopción de hijos de Dios [Gal 4, 5]. A Éste propuso Dios como propiciador por la fe en su sangre por nuestros pecados [Rom 3, 25], y no sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo [1 Jn 2, 2].

Mas, aun cuando Él murió por todos [2 Cor 5, 15], no todos, sin embargo, reciben el beneficio de su muerte, sino sólo aquellos a quienes se comunica el mérito de su pasión. En efecto, al modo que realmente si los hombres no nacieran propagados de la semilla de Adán, no nacerían injustos, como quiera que por esa propagación por aquél contraen, al ser concebidos, su propia injusticia; así, si no renacieran en Cristo, nunca serían justificados, como quiera que, con ese renacer se les da, por el mérito de la pasión de Aquél, la gracia que los hace justos. Por este beneficio nos exhorta el Apóstol a que demos siempre gracias al Padre, que nos hizo dignos de participar de la suerte de los Santos en la luz [Col 1, 12], y nos sacó del poder de las tinieblas, y nos trasladó al reino del Hijo de su amor, en el que tenemos redención y remisión de los pecados [Col 1, 13 s].

Por las cuales palabras se insinúa la descripción de la justificación del impío, de suerte que sea el paso de aquel estado en que el hombre nace hijo del primer Adán, al estado de gracia y de adopción de hijos de Dios [Rom 8, 15] por el segundo Adán, Jesucristo Salvador nuestro; paso, ciertamente, que después de la promulgación del Evangelio, no puede darse sin el lavatorio de la regeneración o su deseo, conforme está escrito: Si uno no hubiere renacido del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios [Jn 3, 5].

Declara(mos) además que el principio de la justificación misma en los adultos ha de tomarse de la gracia de Dios preveniente por medio de Cristo Jesús, esto es, de la vocación, por la que son llamados sin que exista mérito alguno en ellos, para que quienes se apartaron de Dios por los pecados, por la gracia de Él que los excita y ayuda a convertirse, se dispongan a su propia justificación, asintiendo y cooperando libremente a la misma gracia, de suerte que, al tocar Dios el corazón del hombre por la iluminación del Espíritu Santo, ni puede decirse que el hombre mismo no hace nada en absoluto al recibir aquella inspiración, puesto que puede también rechazarla; ni tampoco, sin la gracia de Dios, puede moverse, por su libre voluntad, a ser justo delante de Él. De ahí que, cuando en las Sagradas Letras se dice: Convertíos a mí y yo me convertiré a vosotros [Zac 1, 3], somos advertidos de nuestra libertad; cuando respondemos: Conviértenos, Señor, a ti, y nos convertiremos [Lm 5, 21], confesamos que somos prevenidos de la gracia de Dios.

Ahora bien, se disponen para la justicia misma [Can 7 v 9] al tiempo que, excitados y ayudados de la divina gracia, concibiendo la fe por el oído [Rom 10, 17], se mueven libremente hacia Dios, creyendo que es verdad lo que ha sido divinamente revelado y prometido y, en primer lugar, que Dios, por medio de su gracia, justifica al impío, por medio de la redención, que está en Cristo Jesús [Rom 3, 24]; al tiempo que entendiendo que son pecadores, del temor de la divina justicia, del que son provechosamente sacudidos, pasan a la consideración de la divina misericordia, renacen a la esperanza, confiando que Dios ha de serles propicio por causa de Cristo, y empiezan a amarle como fuente de toda justicia y, por ende, se mueven contra los pecados por algún odio y detestación, esto es, por aquel arrepentimiento que es necesario tener antes del bautismo [Hch 2, 38]; al tiempo, en fin, que se proponen recibir el bautismo, empezar nueva vida y guardar los divinos mandamientos. De esta disposición está escrito: Al que se acerca a Dios, es menester que crea que existe y que es remunerador de los que le buscan [Hebr 11, 6], y: Confía, hijo, tus pecados te son perdonados [Mt 9 2; Mc 2, 5], y: El temor de Dios expele al pecado [Eccli 1, 21 KJV] y: Haced penitencia y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para la remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo [Hch 2, 88], y también: Id, pues, y enseñad a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado [Mt 28, 19], y en fin: Enderezad vuestros corazones al Señor [1 Rey 7, 8].

A esta disposición o preparación, síguese la justificación misma que no es sólo remisión de los pecados, sino también santificación y renovación del hombre interior, por la voluntaria recepción de la gracia y los dones, de donde el hombre se convierte de injusto en justo y de enemigo en amigo, para ser heredero según la esperanza de la vida eterna [Tit 3, 7]. Las causas de esta justificación son: la final, la gloria de Dios y de Cristo y la vida eterna; la eficiente, Dios misericordioso, que gratuitamente lava y santifica [1 Cor 6, 11], sellando y ungiendo con el Espíritu Santo de su promesa, que es prenda de nuestra herencia [Ef 1, 18 s]; la meritoria, su Unigénito muy amado, nuestro Señor Jesucristo, el cual, cuando éramos enemigos [cf Rom 6, 10], por la excesiva caridad con que nos amó [Ef 2, 4], nos mereció la justificación por su pasión santísima en el leño de la cruz y satisfizo por nosotros a Dios Padre; también la instrumental, el sacramento del bautismo, que es el "sacramento de la fe", sin la cual jamás a nadie se le concedió la justificación. Finalmente, la única causa formal es la justicia de Dios no aquella con que Él es justo, sino aquella con que nos hace a nosotros justos, es decir, aquella por la que, dotados por Él, somos renovados en el espíritu de nuestra mente y no sólo somos reputados, sino que verdaderamente nos llamamos y somos justos, al recibir en nosotros cada uno su propia justicia, según la medida en que el Espíritu Santo la reparte a cada uno como quiere [1 Cor 12, 11] y según la propia disposición y cooperación de cada uno.

Porque, si bien nadie puede ser justo sino aquel a quien se comunican los méritos de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo; esto, sin embargo, en esta justificación del impío, se hace al tiempo que, por el mérito de la misma santísima pasión, la caridad de Dios se derrama por medio del Espíritu Santo en los corazones [Rom 5, 5] de aquellos que son justificados y queda en ellos inherente. De ahí que, en la justificación misma, juntamente con la remisión de los pecados, recibe el hombre las siguientes cosas que a la vez se le infunden, por Jesucristo, en quien es injertado: la fe, la esperanza y la caridad. Porque la fe, si no se le añade la esperanza y la caridad, ni une perfectamente con Cristo, ni hace miembro vivo de su Cuerpo. Por cuya razón se dice con toda verdad que la fe sin las obras está muerta [Stg 2, 17 ss] y ociosa y que en Cristo Jesús, ni la circuncisión vale nada ni el prepucio, sino la fe que obra por la caridad [Gal 5, 6; 6, 15]. Esta fe, por tradición apostólica, la piden los catecúmenos a la Iglesia antes del bautismo al pedir la fe que da la vida eterna, la cual no puede dar la fe sin la esperanza y la caridad. De ahí que inmediatamente oyen la palabra de Cristo: Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos [Mt 19, 17]. Así, pues, al recibir la verdadera y cristiana justicia, se les manda, apenas renacidos, conservarla blanca y sin mancha, como aquella primera vestidura [Lc 15, 22], que les ha sido dada por Jesucristo, en lugar de la que, por su inobediencia, perdió Adán para sí y para nosotros, a fin de que la lleven hasta el tribunal de Nuestro Señor Jesucristo y tengan la vida eterna.

Mas cuando el Apóstol dice que el hombre se justifica por la fe y gratuitamente [Rom 3, 22-24 se dice que somos justificados por la fe, porque "la fe es el principio de la humana salvación", el fundamento y raíz de toda justificación; sin ella es imposible agradar a Dios [Hebr 11, 6] y llegar al consorcio de sus hijos; y se dice que somos justificados gratuitamente, porque nada de aquello que precede a la justificación, sea la fe, sean las obras, merece la gracia misma de la justificación; porque si es gracia, ya no es por las obras; de otro modo (como dice el mismo Apóstol) la gracia ya no es gracia [Rom 11, 16].


¿Tienen ustedes alguna objeción a lo expuesto hasta ahí?
 
Bendecido Marco Polo
Estare leyendo con calma su tema.

Pero Recuerde que: Justificacion es ser libre de la culpa y del castigo del pecado. Romanos 6: 7.

Justicia: Dar a cada cual lo que se merece.

Propiciacion: Apagar la ira con sacrificios.

Redencion: Comprar algo que se habia perdido- en el caso del creyente el precio fue la sangre de Cristo. ! P. 1: 18-19.

Reconciliacion: Cambio de posicion.

Gracia: Don inmerecido que no puedo alcanzar por mis propias capacidades.

Dios le guarde..y siga escudriñando en las escrituras.
 
Bendiciones Marcopolo

Mucha similitud hay con la dotrina de l ajustificación pro fe, sin embargo aun hay algunos asegunes, baste por hoy que me explicaras mas despacito esto que transcribes:

citas: Esta fe, por tradición apostólica, la piden los catecúmenos a la Iglesia antes del bautismo al pedir la fe que da la vida eterna, la cual no puede dar la fe sin la esperanza y la caridad.

Pregunto: Me puedes explicar como un catecúmeno pide esa fe y si la piede a nombre de quien y según lo que leo se la piden ¿a la iglesia? o a Jesús autor y consumador d ela fe, pues el texto dice mas bien lo primero que lo segundo.

2) de acuerdo a este sofisma, me quedaria con la siguiente impresión

A es antes que B (cierto)
pero sin antes existir c y d

En donde "A" = justificación , expresada en tu escrito como "vida eterna", me parece.
B= fe

c= esperanza
d= caridad

El resultado te sorprenderá pero de acuero alo que anotas, al lector nos significa:

La fe en necesaria par al avida eterna, pero la fe no es sino antes hay esperanza y caridad ¿es así?

Luego entonces antes que fe se requiere esperanza y caridad, si no e spor fe primero sino por esperanza y caridad ya no es la doctrina de la justificación por la gracia.

Nota: Estaré fuera dos dias por motivos de viaje, me gustaria mucho me aclararas al menos este renglón, hay otros pero no tengo por ahira tiempo, que me gustaria comentar.

Saludos
 
Oso, tal como lo veo, la explicación de ese pasaje es la siguiente:
La Iglesia, en cuanto que predica el evangelio es usada por Dios para transmitir esa fe que necesitan los catecúmenos. Y la Iglesia no puede dar la fe -o mejor dicho, Dios a través de su Iglesia- si no tiene ella misma esperanza y caridad. Y aunque también podría entenderse como que el catecúmeno necesita previamente la esperanza y la caridad, creo que el texto indica lo primero. Es clara la alusión a 1ª Cor 13,13
 
A MARCOPOLO:

Lo que ha transcrito es interesante,pero muy largo y tedioso. Hay quienes tienen el fatal don de complicar lo sencillo.

"He aquí solamente he hallado esto: que Dios hizo al hombre recto, mas ellos buscaron mucha cuentas" (Eclesistés 7:29). Esas "cuentas" son con el pecado. Por más que tratemos, nuestra naturaleza nos conduce al pecado, a la rebelión. ¿Qué hacer? ¿Cómo ser justos?

Aquí entra Jesús. Basta reconocer que somos pecadores y que nada podemos hacer por nsotros mismos. Cristo vivió una vida justa, sin pecar. "La paga del pecado es muerte" (Romanos 6:23). Pero como Cristo no pecó, no podía morir. Pero murió. Murió en mi lugar. Pagó por mis pecados. Soy limpio por su sangre.

Vea este texto: "Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida" (Romanos 5:10). "Por su vida": esa es a clave. La vida justa de Cristo, en virtud de su muerte vicaria, es acreditada a nosotros, a nuestra vida pecaminosa. Cristo toma mi vida rebelde y pecadora y me da a cambio su vida inmaculada. Ya Dios me ve como si nunca hubiera pecado.

Ya declarado Justo por los méritos de Cristo, necesito la gracia diaria para vivir en obediencia a la ley que me trajo cautivo a los pies de mi Redentor, pero que nada puede hacer por mí (Romanos 8:1-10).

En Cristo, soy una "nueva criatura" (2 Corintios 5:17). El Espíritu santo mora en mí (Juan 14:15-17). Este es el secreto de la victoria: Estar con Cristo, por Cristo y en Cristo hasta el fin.

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Luis G. Cajiga
 
Por lo que parece, nadie tiene grandes objeciones que hacer a la primera parte del texto
Esta es la continuación:

Pero, aun cuando sea necesario creer que los pecados no se remiten ni fueron jamás remitidos sino gratuitamente por la misericordia divina a causa de Cristo; no debe, sin embargo, decirse que se remiten o han sido remitidos los pecados a nadie que se jacte de la confianza y certeza de la remisión de sus pecados y que en ella sola descanse, como quiera que esa confianza vana y alejada de toda piedad, puede darse entre los herejes y cismáticos, es más, en nuestro tiempo se da y se predica con grande ahínco. Mas tampoco debe afirmarse aquello de que es necesario que quienes están verdaderamente justificados establezcan en si mismos sin duda alguna que están justificados, y que nadie es absuelto de sus pecados y justificado, sino el que cree con certeza que está absuelto y justificado, y que por esta sola fe se realiza la absolución y justificación, como si el que esto no cree dudara de las promesas de Dios y de la eficacia de la muerte y resurrección de Cristo. Pues, como ningún hombre piadoso puede dudar de la misericordia de Dios, del merecimiento de Cristo y de la virtud y eficacia de los sacramentos; así cualquiera, al mirarse a sí mismo y a su propia flaqueza e indisposición, puede temblar y temer por su gracia, como quiera que nadie puede saber con certeza de fe, en la que no puede caber error, que ha conseguido la gracia de Dios.

Justificados, pues, de esta manera y hechos amigos y domésticos de Dios [Jn 15, 15; Ef 2, 19], caminando de virtud en virtud [Sal 83, 8 Vulg], se renuevan (como dice el Apóstol) de día en día [2 Cor. 4, 16]; esto es, mortificando los miembros de su carne [Col. 3, 5] y presentándolos como armas de la justicia [Rom. 6, 13-19] para la santificación por medio de la observancia de los mandamientos de Dios y de la Iglesia: crecen en la misma justicia, recibida por la gracia de Cristo, cooperando la fe, con las buenas obras [Stg 2, 22], y se justifican más, conforme está escrito: El que es justo, justifíquese todavía [Apoc 22, 11], y otra vez: No te avergüences de justificarte hasta la muerte [Eccli 18, 22], y de nuevo: Veis que por las obras se justifica el hombre y no sólo por la fe [Stg 2, 24]. Y este acrecentamiento de la justicia pide la Santa Iglesia, cuando ora: Danos, Señor, aumento de fe, esperanza y caridad.

Nadie, empero, por más que esté justificado, debe considerarse libre de la observancia de los mandamientos; nadie debe usar de aquella voz temeraria y por los Padres prohibida bajo anatema, que los mandamientos de Dios son imposibles de guardar para el hombre justificado.

Porque Dios no manda cosas imposibles, sino que al mandar avisa que hagas lo que puedas y pidas lo que no puedas y ayuda para que puedas; sus mandamientos no son pesados [1 Jn 5, 3], su yugo es suave y su carga ligera [Mt 11, 30]. Porque los que son hijos de Dios aman a Cristo y los que le aman, como Él mismo atestigua, guardan sus palabras [Jn 14, 23]; cosa que, con el auxilio divino, pueden ciertamente hacer. Pues, por más que en esta vida mortal, aun los santos y justos, caigan alguna vez en pecados, por lo menos, leves y cotidianos, que se llaman también veniales, no por eso dejan de ser justos. Porque de justos es aquella voz humilde y verdadera: Perdónanos nuestras deudas [Mt. 6, 12]. Por lo que resulta que los justos mismos deben sentirse tanto más obligados a andar por el camino de la justicia, cuanto que, liberados ya del pecado y hechos siervos de Dios [Rom 6, 22], viviendo sobria, justa y piadosamente [Tit 2, 12], pueden adelantar por obra de Cristo Jesús, por el que tuvieron acceso a esta gracia [Rom 5, 2]. Porque Dios, a los que una vez justificó por su gracia no los abandona, si antes no es por ellos abandonado. Así, pues, nadie debe lisonjearse a sí mismo en la sola fe, pensando que por la sola fe ha sido constituído heredero y ha de conseguir la herencia, aun cuando no padezca juntamente con Cristo, para ser juntamente con El glorificado [Rom 8, 17]. Porque aun Cristo mismo, como dice el Apóstol, siendo hijo de Dios, aprendió, por las cosas que padeció, la obediencia y, consumado, fue hecho para todos los que le obedecen, causa de salvación eterna [Hebr 5, 8 s]. Por eso, el Apóstol mismo amonesta a los justificados diciendo: ¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos por cierto corren, pero sólo uno recibe el premio? Corred, pues, de modo que lo alcancéis. Yo, pues, así corro, no como a la ventura; así lucho. no como quien azota el aire; sino que castigo mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no sea que, después de haber predicado a otros, me haga yo mismo réprobo [1 Cor 9, 24 ss]. Igualmente el principe de los Apóstoles Pedro: Andad solícitos, para que por las buenas obras hagáis cierta vuestra vocación y elección; porque, haciendo esto, no pecaréis jamás [2 Pe 1, 10]. De donde consta que se oponen a la doctrina ortodoxa de la religión los que dicen que el justo peca por lo menos venialmente en toda obra buena o, lo que es más intolerable, que merece las penas eternas; y también aquellos que asientan que los justos pecan en todas sus obras, si para excitar su cobardía y exhortarse a correr en el estadio, miran en primer lugar a que sea Dios glorificado y miran también a la recompensa eterna, como quiera que está escrito: Incliné mi corazón a cumplir tus justificaciones por causa de la retribución [Ps 119, 111 s] y de Moisés dice el Apóstol que miraba a la remuneración [Hebr 11, 26].

Nadie, tampoco, mientras vive en esta mortalidad, debe hasta tal punto presumir del oculto misterio de la divina predestinación, que asiente como cierto hallarse indudablemente en el número de los predestinados, como si fuera verdad que el justificado o no puede pecar más, o, si pecare, debe prometerse arrepentimiento cierto. En efecto, a no ser por revelación especial, no puede saberse a quiénes haya Dios elegido para si.

Igualmente, acerca del don de la perseverancia, del que está escrito: El que perseverare hasta el fin, ése se salvará [Mt. 10, 22 - 24, 13] —lo que no de otro puede tenerse sino de Aquel que es poderoso para afianzar al que está firme [Rom 14, 4], a fin de que lo esté perseverantemente, y para restablecer al que cae— nadie se prometa nada cierto con absoluta certeza, aunque todos deben colocar y poner en el auxilio de Dios la más firme esperanza. Porque Dios, si ellos no faltan a su gracia, como empezó la obra buena, así la acabará, obrando el querer y el acabar [Fil 2, 18]. Sin embargo, los que creen que están firmes, cuiden de no caer [1 Cor 10, 12] y con temor y temblor obren su salvación [Fil 2, 12], en trabajos, en vigilias, en limosnas, en oraciones y oblaciones, en ayunos y castidad [2 Cor 6, 3 ss]. En efecto, sabiendo que han renacido a la esperanza [1 Pe 1, 3] de la gloria y no todavía a la gloria, deben temer por razón de la lucha que aún les aguarda con la carne, con el mundo, y con el diablo, de la que no pueden salir victoriosos, si no obedecen con la gracia de Dios, a las palabras del Apóstol: Somos deudores no de la carne, para vivir según la carne; porque si según la carne viviereis, moriréis; mas si por el espíritu mortificareis los hechos de la carne, viviréis [Rom 8, 12 s].

¿Alguna objeción de peso hasta aquí?
 
MARCOPOLO: Oso y Luis G.Cajiga de dan grandes objeciones, y tú solo te contestas y dices que nadie tiene grandes objeciones.
Yo también tengo una, no sé si la consideres pequeña: Mencionas varias veces la palabra pasión refiriéndote al Señor Jesús. Te transcribo dos de las acepciones que el Diccionario Pequeño Larousse dá de esta palabra: PASIÓN: "Emoción fuerte y continua que domina la razón y orienta toda la conducta". Y: "Afición exagerada".
Amigo marcopolo, Jesús es Dios. ¿Estás diciendo que Dios no tiene control de su razón y de sus sentimientos? ¿Que Dios se descontrola? ¿Que Jesús murió en nuestro lugar por afición? Amigo marcopolo, por favor... La palabra pasión es muy usada en el medio católico...
Hermano Luis G. Cajiga: Que fuerte lo que dices de que hay personas que tienen el don de complicar lo sencillo. Yo pondría la palabra don entre comillas en ese caso.
Espero no provocar a enojoa marcopolo, sino invitarlo a que medite un poco más lo que dice. Comienza bién su exposición, pero, en mi opinión, enseguida cual es la ruta por la que anda y por que quiere que andemos. Antorm
 
Antorm, tengo un diccionario en el que una de las acepciones de pasión es:
Acción de padecer

Por tanto, cuando el texto se refiere a la Pasión de Cristo está hablando de sus padecimientos y no de ninguna actitud desordenada del Señor.

¿Tiene usted alguna objeción al texto más consistente que "esa"?

Y, por favor, indíqueme donde está el profundo desacuerdo de Oso y Luis G. Cajiga. Yo sólo veo matices en sus palabras, no desacuerdos
 
marcopolo: ¿Puedo llamarte amigo?
Leí tu mensaje. No se qué diccionario hayas usado, ¿puedes decirme? El 'Pequeño Larousse' es conocido y reconocido mundialmene.
Entiendo el significado y la interpretación que das, pero eso es lo que yo dije, que es el significado que en el catolicismo se le da a la palabra pasión: La Pasión de Cristo.
Te trascribo a continuación la primera y por lo tanto la más importante inerpretación que en el Larousse se le dá a la palabra pasión: (las mayúsculas son mías) "Inclinación IMPETUOSA de la persona hacia lo que desea". Si algo tuvo el Señor Jesús fue seenidad y paciencia, no impetuosidad: "Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿porqué me golpeas? (Juan 18:23)
En cuanto a las objeciones de Oso y de Luis G. Cajiga, si a ti te parecen solo matices, bueno... pero, ¿porqué no le quitas lo de "profundos" desacuerdos? Yo dije grandes objeciones, no desacuerdos.
En Sidney Australia dicen: "No woorries". No enojo marcopolo, solo aclaraciones. ¿O.K.?
Antorm
 
Totalmente de acuerdo... muy bien expuesto... agradesco.


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CRISTO VIENE
Emiliano J. Horcada