La grandeza de la Casa

Bart

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24 Enero 2001
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La iglesia es mucho más de lo que estamos acostumbrados a entender por iglesia. La iglesia es el templo de Dios –que contiene la gloria de Dios– en la medida que ella es la expresión de Jesucristo.

<CENTER>La grandeza de la Casa
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Rodrigo Abarca

“Esto te escribo, aunque tengo la esperanza de ir pronto a verte, para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (1 Tim. 3:14-15).

Esta carta del apóstol Pablo a Timoteo pertenece al grupo de epístolas que escribió al final de sus días, poco antes de su muerte. Así que en ellas encontramos la carga final del corazón de Pablo antes de partir, aquello que él procuró dejar escrito especialmente a Timoteo y a sus colaboradores en la obra del Señor, y que eran las verdades y principios fundamentales que habían gobernado toda su vida y ministerio.

En estas cartas ya no tenemos las grandes revelaciones que Pablo escribió en Efesios, en Colosenses o en Filipenses. Lo que tenemos aquí son las palabras finales del apóstol, en las que él procura dejar establecido aquello que va a marcar un rumbo para la iglesia en los tiempos por venir.
Él sabe, como muchas veces lo ha anunciado antes, que todo un sistema de cosas, de costumbres y de formas va a ser introducido en la iglesia a partir de ese momento, y también sabe que la casa de Dios va a perder su forma, va a perder su contenido, va a ser cambiada en los siglos por venir, hasta el punto de convertirse en algo totalmente diferente de lo que está en el corazón de Dios.

Y por eso escribe a Timoteo acerca de la necesidad de que la casa de Dios sea guardada en su gloria, en su santidad, y en su dignidad. Y nos dice que la casa de Dios es la iglesia del Dios viviente. Por supuesto, la casa no es el lugar donde los hermanos se reúnen. La casa de Dios es la iglesia, y la iglesia son los hijos de Dios.

Pero aquí el apóstol Pablo no va a explicarnos qué es la casa de Dios. Simplemente hace una afirmación muy amplia, con un sentido muy general, porque él ya lo ha explicado antes. Este asunto –la casa de Dios– ha sido la carga particular de su ministerio. Durante los últimos 22 años de su vida, Pablo ha estado dedicado a comunicar a los santos la gloria y la grandeza de la casa de Dios; aquello que él denominó particularmente el misterio de Dios y de Cristo.

Cristo es el tabernáculo de Dios

Para decirlo de una manera muy simple, ¿qué es la casa de Dios? El apóstol Pablo en Colosenses dice que el misterio de Dios es “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. Así que la casa de Dios es Cristo en nosotros. ¿Cómo es esto?

En el Antiguo Testamento, Dios, en una figura, mandó edificar una casa física donde él podía encontrarse con el hombre. Así que la casa de Dios es, fundamentalmente, un lugar de encuentro entre el hombre y Dios. Y, cuando el hombre se encuentra con Dios, se encuentra con el propósito de Dios, la voluntad de Dios, la autoridad de Dios, y con todo lo que Dios tiene para el hombre.

Si en el Antiguo Pacto los hombres querían encontrar a Dios, tenían que ir a su casa, que primero estuvo en el tabernáculo del desierto, y luego en el templo de Salomón y los templos posteriores, hasta los días del Señor Jesucristo. En esa casa, el hombre podía encontrarse con Dios, con todas sus limitaciones, porque era un asunto de símbolos y figuras, una sombra de la realidad. Eso dicho de una manera muy simple en relación con la casa de Dios.

Ahora, en Juan 1:1 encontramos que el Verbo es la esencia misma de Dios. “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. El texto original dice que el Verbo estaba con Dios, vuelto cara a cara con Dios. Estaba en una relación de intimidad con Dios, de profunda comunión y compenetración con Dios, en una unidad perfecta, conociendo a Dios y siendo la perfecta imagen de Dios.

Ese era el Verbo en la eternidad, antes de que el mundo fuese creado. Siempre estuvo con el Padre, siempre conoció al Padre. Pero el Verbo que era Dios, dice Juan, se hizo carne. ¿Puedes ver la importancia de la afirmación de Juan? ¡Ese Verbo se hizo carne! Aquel que estuvo con Dios desde la eternidad, que compartió con Dios la gloria desde la eternidad, que ha conocido íntima y perfectamente a Dios desde la eternidad, y que es la sustancia y la esencia misma de Dios, se hizo carne.

Y cuando dice la Escritura que él se hizo carne, dice: “Y habitó entre nosotros”. Pero el texto griego dice más. Literalmente: el Verbo “puso su tabernáculo entre nosotros”. Esto nos lleva inmediatamente al Antiguo Testamento y al tabernáculo, el lugar donde Dios se encontraba con el hombre.

Pero ahora el tabernáculo no era una tienda, y tampoco un edificio; ahora el templo era la carne de Cristo, el Verbo encarnado. Ese es el verdadero tabernáculo de Dios. El verdadero templo de Dios es el cuerpo de Jesucristo, es la carne de Jesucristo. Dios hizo su morada en ese cuerpo. La plenitud de Dios descendió para habitar en ese cuerpo.

Cuando los hombres venían a Cristo, encontraban a Dios, encontraban la voluntad de Dios y el propósito de Dios. Encontrarse con Cristo era encontrarse cara a cara con Dios. Ya no más la sombra del Antiguo Pacto al acercarse a Dios. Ahora Cristo es el tabernáculo de Dios, habitando con los hombres y expresando a Dios mismo.

Quien tocaba a Cristo, tocaba a Dios; quien hablaba con Cristo, hablaba con Dios. ¡Qué cosa tan extraordinaria: el Dios del cielo, en la carne del Hijo de Dios!

Queridos hermanos, eso con respecto a Cristo. Cristo es el templo, es el tabernáculo de Dios. En él habita corporalmente toda la plenitud de la deidad; él es la perfecta expresión de Dios hecho carne.
Uno no puede separar a Dios de Cristo, no puede encontrar a Dios si no es en Cristo, no puede hallar nada de Dios si no es en Cristo. No podemos ir al Padre si no es en Cristo y a través de Cristo. No podemos encontrar el propósito de Dios, la mente de Dios, los pensamientos de Dios si no es en Jesucristo. Aparte de Cristo, no sabemos nada de Dios y no tenemos nada que ver con Dios. Todo está en Cristo; él es el verdadero templo de Dios.

La revelación de Pablo

Pero hay algo más acerca del templo de Dios, y ese algo más es lo que Dios reveló especialmente al apóstol Pablo. Había en el corazón de Dios algo que aún necesitaba ser revelado.

Al comienzo, Pablo perseguía a la iglesia de Dios y la asolaba. Vean ustedes qué interesante es lo que él dice al final de Gálatas 1:13: “Porque ya habéis oído acerca de mi conducta en otro tiempo...”. Y recuerden lo que le dice a Timoteo: “Para que si tardo sepas cómo debes conducirte”. Y ahora dice: “Ustedes saben cuál era mi conducta en otro tiempo en el judaísmo, que perseguía sobremanera a la iglesia de Dios”.

Pablo perseguía a la iglesia; esa era su manera de conducirse frente a ella. La misma iglesia que luego va a llegar a ser la vocación de su vida era primero aquello que él perseguía. Y la perseguía sobremanera; estaba empecinado en destruirla. Arrastraba a los santos y los echaba en la cárcel. ¿Y por qué hacía eso? Porque no conocía a Jesucristo, y para él la iglesia era simplemente una secta, o un movimiento que habían distorsionado la fe judía en la cual él creía.

Todo eso afectaba profundamente el corazón de Pablo, y él consideraba que era su deber perseguir a la iglesia, para borrar el nombre de Jesús de la faz de la tierra; porque Pablo no sabía quién era Jesús.
Él nos dice que en el judaísmo aventajaba a muchos de sus contemporáneos, “siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres”. ¡Qué cosa tremenda, hermanos, son las tradiciones! Aquí no se refiere a sus padres naturales, sino a sus padres religiosos, a los grandes hombres del judaísmo, como Gamaliel y otros, de los cuales él recibió toda esa tradición.

El versículo 15 dice: “Pero...”. ¡Qué bueno que hay un “pero” aquí! Porque este es un “pero” que viene de Dios. “Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí”. Esta es una afirmación extraña. No dice: “Revelarme a su Hijo a mí”, sino: “Revelar a su Hijo en mí”. Revelar a su Hijo dentro de mí. En lo profundo de mi ser, en mi hombre interior, en mi espíritu, y luego, a través de mi.

¿Qué ocurrió el día en que Dios se interpuso en la carrera de este hombre y reveló a su Hijo en él? Hermanos amados, cuando Dios revela a su Hijo en nosotros, todas las cosas cambian. Todo lo que hemos construido se derriba, todo lo que nos proponíamos en nuestro corazón se viene abajo. La revelación de Jesucristo mata lo del hombre natural, mata lo que viene del hombre según la carne, y da vida a lo que viene de Dios según el Espíritu.

Hechos 9 nos muestra que Pablo iba camino a Damasco persiguiendo a los discípulos; pero mientras iba con sus propios planes, con toda la carga del judaísmo sobre sus hombros, de repente, le rodeó un resplandor de luz del cielo, “...Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón”.

Fíjense ustedes que Pablo estaba persiguiendo a la iglesia. Como él lo entendía, no estaba persiguiendo directamente a Jesús. En realidad, para Pablo, Jesús estaba muerto. Él perseguía a los discípulos de Jesús, a su iglesia. Pero de pronto, camino a Damasco, Jesús mismo, el Señor mismo, vivo y resucitado de los muertos, se le aparece en toda su gloria y le dice: “Saulo, ¿por qué me persigues?”.

Aquí hay algo extraordinario, porque este es el punto de partida de la carrera de Pablo como apóstol, y de la carga especial que él recibió del Señor. Lo que tuvo Pablo fue una visión celestial, que desde ese día en adelante dominó el curso entero de su vida. Esta visión atrapó a Pablo y lo impulsó hacia delante, hasta el último día de su vida, hasta rendir su vida por amor a Jesucristo.

Pero hay algo más. Él no entendió inmediatamente el significado completo de la visión. Le llevó muchos años de su vida comprender la visión que había recibido. Fíjense ustedes lo que vio el apóstol Pablo. Él vio a Jesucristo. Pero también algo más: aquello que el Señor le dijo y que el Señor le reveló ese día. Él le dijo: “Saulo, ¿por qué me persigues?”.

Pablo debe haber quedado perplejo. Él no estaba persiguiendo al Señor. ¿Cómo podía él perseguir al Señor, si estaba muerto? Y si estaba vivo en el cielo, ¿cómo podría él perseguir a alguien que está en los cielos? Imposible. Pero él le dice: “¿Por qué me persigues?”. Entonces, aquí comienza la revelación de Cristo en Pablo. Y, ¿cuál es esa revelación? Esa revelación es la iglesia, la casa de Dios.

Pablo vio ese día no sólo a Jesucristo; ese día también vio lo que es realmente la iglesia de Jesucristo. Vio ese día que la iglesia no es una organización humana, no es una agrupación o asociación con fines religiosos, no es un grupo de personas siguiendo a un hombre; no es nada que pueda ser igualado a algo de este mundo. Él vio ese día que la iglesia es Jesucristo; porque cuando él tocaba a la iglesia, tocaba a Cristo, y cuando él tocaba a los miembros del cuerpo de Cristo, él tocaba a Cristo. Entonces comprendió que la iglesia es una sola cosa con Cristo, y que Cristo vive y está en la iglesia. ¡Bendito sea el nombre del Señor!

Yo sé, hermanos, que estoy repitiendo cosas que ustedes saben, no estoy diciendo algo nuevo. Pero lo importante, no es saber las cosas, sino lo que hacemos con las cosas que sabemos. ¿Somos consecuentes con lo que sabemos? ¿De qué sirve saber lo que es la iglesia, si no andamos como es digno de ese conocimiento? Pablo le dice a Timoteo: “Para que sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios”.

Por supuesto que Timoteo sabía qué es la casa de Dios; pero no se trataba simplemente de saberlo. Porque podemos estar llenos de un conocimiento teórico de las cosas celestiales, y no vivir la realidad de lo que son. El apóstol Pablo vio a la iglesia en Cristo, y desde ese día él vivió para esa visión.

Ah, esto es algo muy difícil, porque es una revelación. Los hombres tienden siempre a hacer de la iglesia algo más pequeño de lo que ella es. Pablo se enfrentó con ese problema. Él era un judío. Los judíos tenían una esperanza acerca del Mesías, tenían toda una serie de ideas acerca de lo que el Mesías debía ser cuando viniera. Pero cuando finalmente llegó, no encajaba en sus cánones y sus moldes. Toda su tradición se hizo añicos frente a Jesucristo; todo lo que ellos pensaban resultó falso cuando vino Jesucristo. Estaban llenos de ideas, pero ninguna de esas ideas correspondía a la realidad.

He aquí nuestro problema, y por eso Pablo le escribe a Timoteo, porque al igual que los judíos con sus tradiciones, sus conceptos e ideas, nosotros también estamos en peligro de volver a la iglesia en algo más pequeño de lo que ella es; convertirla en algo meramente humano. Siempre estamos en peligro de reducir la iglesia. Esa es nuestra tendencia natural. Me explico: Los judíos tenían un ritual, una sinagoga, una serie de formas y de maneras establecidas, y creían que estas eran la esencia de todo. Pero Cristo no encajaba en aquello que tenían.

Ahora, cuando Pablo vio la iglesia, él la vio como la expresión de Jesucristo. Esa fue su visión de la iglesia. Él no llegó a la iglesia como llegamos algunos, en una reunión de hermanos que están cantando y alabando al Señor. Entonces tú dices: “Ah, esto es la iglesia: La forma en que se reúnen, cantan y adoran”. Pero eso no es la iglesia. A lo sumo, puede ser una expresión de la iglesia.

Pero, esencialmente, ¿qué es la iglesia? La iglesia es la expresión de Jesucristo; la iglesia es el cuerpo de Cristo. Y esto, ¿qué quiere decir? Que si Cristo es el templo de Dios; y, luego, si Cristo está en nosotros, entonces la iglesia también es el templo de Dios. Pero no lo es sino por cuanto Jesucristo mora en la iglesia. Dicho en otras palabras, la iglesia es el templo de Dios en la medida que ella es la expresión de Jesucristo.

Nosotros podemos llamar iglesia a muchas cosas, pero lo único que puede ser llamado iglesia desde el punto de vista de Dios es lo que procede de Cristo. Y cuando Pablo vio la iglesia, la vio como el cuerpo de Cristo. No sólo vio a Cristo, sino que vio el edificio que se levanta sobre Cristo, piedra sobre piedra, hasta una altura, una dimensión y en una expresión inconmensurables.

Hermanos amados, ¿cuál es el tamaño de Cristo? ¿Cuánto abarca Cristo? ¿Hasta dónde llega Jesucristo? ¿Dónde comienza y dónde termina? ¿No lo sabes? Entonces, tampoco puedes decir dónde comienza y termina la iglesia, porque la iglesia es Jesucristo; es tan grande como Jesucristo. Ella llega hasta donde llega Jesucristo. Ese es el misterio de Dios: que él no sólo tiene a Cristo como su templo, sino que también Cristo tiene a la iglesia como su cuerpo y como su templo. Y que Dios no sólo está morando en Cristo, sino también en la iglesia, por medio de Jesucristo. Eso, hermanos, nos habla de la grandeza de la iglesia como cuerpo de Cristo.

El tamaño de la ciudad

El apóstol Juan describe la nueva Jerusalén, que es la expresión final de la iglesia. Con independencia de las interpretaciones literales de este pasaje, quisiera que consideremos una interpretación espiritual. Hay una cosa muy interesante en el capítulo 21 de Apocalipsis, cuando el apóstol ve a la iglesia como a la nueva Jerusalén que desciende del cielo de Dios, con la gloria de Dios, como una piedra preciosísima.

Los versículos 15 y 16 nos dicen que el ángel que le mostraba la nueva Jerusalén le dio una caña de medir para que midiera la ciudad: “La ciudad se hallaba establecida en cuadro, y su longitud es igual a su anchura, y él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios”. Un estadio son 180 metros. Doce mil estadios son 2.160 kilómetros, más o menos, la distancia entre Santiago y Arica.

Imaginen una ciudad que comienza en Santiago, sigue hasta Arica, da una vuelta en cuadro hasta la costa de Brasil, desciende hasta la altura de Santiago y cierra el cuadro. ¿Qué ciudad puede tener ese tamaño? Nosotros vivimos en una era en la que podemos remontarnos a las alturas en un avión, y mirar la tierra desde allí. Luego, podríamos observar una ciudad de ese tamaño. Pero en el tiempo del apóstol Juan, eso era imposible. Nadie hubiera podido concebir una ciudad de ese tamaño. Israel mismo, no medía ni la quinta parte del largo de esta ciudad.

Entonces, ¿qué quiere decir la palabra del Señor con tales medidas y proporciones? Porque, luego se nos dice que el muro tiene el mismo alto, es decir, que también tiene 2.160 kilómetros de altura. El monte Everest, el más alto de la tierra, tiene 8 kilómetros de altura. Pero, piense ¡2.160 kilómetros de altura! Vale decir, usted podría levantar la vista y no divisar jamás el término de los muros de la ciudad. ¿Por qué dice esto la Escritura? Porque nos está mostrando que la iglesia, tal como Dios la concibió, es más grande de todo lo que nosotros podamos imaginar o pensar, pues ella es la expresión plena de Cristo.

¡Qué grande es nuestro Señor Jesucristo, y qué grande es la ciudad que lo expresa, porque ella es la perfecta expresión de su gloria, de su persona, de su naturaleza y de su carácter! La ciudad completa está hecha de Cristo. Cada piedra ha sido tallada en la cantera de Cristo, y cada detalle de la ciudad ha surgido de él por obra del Espíritu Santo. Ella es la perfecta expresión de Cristo, y por eso tiene una dimensión inconcebible para nosotros.

El apóstol Juan escribió con la intención de mostrarnos esto, lo mismo que Pablo cuando dijo: “Indiscutiblemente grande es el misterio de la piedad”. El misterio de la piedad consiste en que Dios se hizo carne, y eso nos conduce a la iglesia. Pero, ¿por qué el apóstol Juan nos dice esto mismo? Por la misma razón que lleva a Pablo a advertir a Timoteo, pues nuestro mayor peligro es reducir la iglesia a algo más pequeño de lo que en verdad es.

Hermanos amados, cuánto peligro tenemos de “localizar” a la iglesia, y creer que la iglesia se reduce, para fines prácticos, sólo a la localidad. No, hermanos, es al revés: la localidad tiene que expresar lo que la iglesia es en Cristo, pero la iglesia no puede ser reducida a la localidad. No podemos pensar que la iglesia es tan pequeña como el grupo que conformamos, porque eso es reducir a Cristo.

Necesidad de ensanchar la visión

¿Cuántos están dispuestos a permitir que el Señor ensanche su visión? ¿Cuántos quieren obedecer a la Palabra y no saberla simplemente? No sirve de nada saber sin obedecer. Es necesario obedecerla. Como dice Pablo: “Yo no fui rebelde a la visión celestial”. ¿Podemos obedecer?

Que el Señor ensanche nuestra visión, que agrande la medida de nuestro entendimiento, que ensanche nuestro corazón, nuestro espíritu, para entender. Como dice en Isaías: “Ensancha el sitio de tu tienda, las cortinas de tus habitaciones; no seas escasa, porque te extenderás a la mano derecha y a la mano izquierda”.

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AGUAS VIVAS
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Re: La grandeza de la Casa

Bart dijo:
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El tamaño de la ciudad

El apóstol Juan describe la nueva Jerusalén, que es la expresión final de la iglesia. Con independencia de las interpretaciones literales de este pasaje, quisiera que consideremos una interpretación espiritual. Hay una cosa muy interesante en el capítulo 21 de Apocalipsis, cuando el apóstol ve a la iglesia como a la nueva Jerusalén que desciende del cielo de Dios, con la gloria de Dios, como una piedra preciosísima.

Los versículos 15 y 16 nos dicen que el ángel que le mostraba la nueva Jerusalén le dio una caña de medir para que midiera la ciudad: “La ciudad se hallaba establecida en cuadro, y su longitud es igual a su anchura, y él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios”. Un estadio son 180 metros. Doce mil estadios son 2.160 kilómetros, más o menos, la distancia entre Santiago y Arica.

Imaginen una ciudad que comienza en Santiago, sigue hasta Arica, da una vuelta en cuadro hasta la costa de Brasil, desciende hasta la altura de Santiago y cierra el cuadro. ¿Qué ciudad puede tener ese tamaño? Nosotros vivimos en una era en la que podemos remontarnos a las alturas en un avión, y mirar la tierra desde allí. Luego, podríamos observar una ciudad de ese tamaño. Pero en el tiempo del apóstol Juan, eso era imposible. Nadie hubiera podido concebir una ciudad de ese tamaño. Israel mismo, no medía ni la quinta parte del largo de esta ciudad.

Entonces, ¿qué quiere decir la palabra del Señor con tales medidas y proporciones? Porque, luego se nos dice que el muro tiene el mismo alto, es decir, que también tiene 2.160 kilómetros de altura. El monte Everest, el más alto de la tierra, tiene 8 kilómetros de altura. Pero, piense ¡2.160 kilómetros de altura! Vale decir, usted podría levantar la vista y no divisar jamás el término de los muros de la ciudad. ¿Por qué dice esto la Escritura? Porque nos está mostrando que la iglesia, tal como Dios la concibió, es más grande de todo lo que nosotros podamos imaginar o pensar, pues ella es la expresión plena de Cristo.



DOS COSAS A CONSIDERAR :

1.- saber si la interpretacion literal es valida a no. Es decir hay o no una ciudad real que descendera del cielo.

2.- Esta linea de pensamiento termina haciendo igual la iglesia con Cristo. (Iglesia == Cristo) vea esto :


la iglesia, tal como Dios la concibió, es más grande de todo lo que nosotros podamos imaginar o pensar, pues ella es la expresión plena de Cristo.

Bueno.....No todo lo que brilla es ORO....... :kunosmoni


Saludos

Hcch.=
 
Re: La grandeza de la Casa


DOS COSAS A CONSIDERAR :

2.- Esta linea de pensamiento termina haciendo igual la iglesia con Cristo. (Iglesia == Cristo) vea esto :

la iglesia, tal como Dios la concibió, es más grande de todo lo que nosotros podamos imaginar o pensar, pues ella es la expresión plena de Cristo.

Empiezo por la 2:


3 Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. 4 Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino. (Jn. 14.)

22 Y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, 23 la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. (Ef. 1.)

27 Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular. (1 Co. 12.)

11 Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, 12 a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo. (Ef. 4.)

23 Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. (Ef. 5)


29 Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, 30 porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. (Ef. 5.)

18 Y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; 19 por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, 20 y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.
21 Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado 22 en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; 23 si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo; del cual yo Pablo fui hecho ministro.
24 Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia. (Col. 1.)


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1.- saber si la interpretacion literal es valida a no. Es decir hay o no una ciudad real que descendera del cielo.


Sigo con la 1:

1 Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. 2 Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; 3 pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos. 4 Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. 5Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu. (2 Cor. 5.)

14 Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir. (Heb. 13.)

20 Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; 21 el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas. (Fil. 3.)

24 Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres son los dos pactos; el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; éste es Agar. 25 Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud. 26 Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre. 27 Porque está escrito:
Regocíjate, oh estéril, tú que no das a luz;
Prorrumpe en júbilo y clama, tú que no tienes dolores de parto;
Porque más son los hijos de la desolada, que de la que tiene marido.
28Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa. 29 Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu, así también ahora. 30 Mas ¿qué dice la Escritura? Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre. 31 De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre. (Gá. 4.)

13 Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. 14 Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; 15 pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. 16 Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad. (Heb. 11.)

18 Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, 19 al sonido de la trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les hablase más, 20 porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si aun una bestia tocare el monte, será apedreada, o pasada con dardo; 21 y tan terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando; 22 sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, 23 a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, 24 a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel. (Heb. 12.)

10 Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas.
11 Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, 12 esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! 13 Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. (2 Pe. 3.)

11 He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona. 12 Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo. 13 El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. (Ap. 3)

1 Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. 2 Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. 3 Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. 4 Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.
5 Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. 6 Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. 7 El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. 8 Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.

<center>La nueva Jerusalén</center>

9 Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. 10 Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, 11 teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal. 12 Tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel; 13 al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas. 14 Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.
15 El que hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro. 16 La ciudad se halla establecida en cuadro, y su longitud es igual a su anchura; y él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios; la longitud, la altura y la anchura de ella son iguales. 17 Y midió su muro, ciento cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, la cual es de ángel. 18 El material de su muro era de jaspe; pero la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio; 19 y los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda piedra preciosa. El primer cimiento era jaspe; el segundo, zafiro; el tercero, ágata; el cuarto, esmeralda; 20 el quinto, ónice; el sexto, cornalina; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el noveno, topacio; el décimo, crisopraso; el undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista. 21 Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era una perla. Y la calle de la ciudad era de oro puro, transparente como vidrio.
22 Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. 23 La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. 24 Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. 25 Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche. 26 Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella. 27 No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero. (Ap. 21.)

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Bueno.....No todo lo que brilla es ORO.......


Saludos

Hcch.=

Como puede ver el escrito anterior a la Luz de la Palabra, no contiene herejías.

Bendiciones

Bart

43 Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga. (Mat. 13.) :radiante:
 
Re: La grandeza de la Casa

Saludos Bart,

Creo que aunque el aporte incial es bueno, no debemos confundir en la Palabra de Dios los contenidos simbolicos/alegoricos de aquellos que son literales.
Cuando decimos que la Iglesia es el cuerpo de Cristo, todos estamos de acuerdo con eso. El asunto es que esta idea es una figura del Lenguaje para ejemplificar la profunda relacion que hay entre Cristo y su Iglesia. Lo mismo ocurre cuando hablamos de La Iglesia como la Novia de Cristo.
Desde mi punto de vista NO PODEMOS IGUALAR LITERALMENTE A CRISTO CON SU IGLESIA. Sin duda existe una relacion profunda y espiritual, PERO NO SON LO MISMO.

Otra reflexion es que sin duda necesitamos rescatar el concepto de Iglesia como lo ve Cristo, pero me temo que a veces seguimos buenas ideas humanas y a maestros que no siendo herejes, tienen enseñanzas que necesitan flitros. (Watchman Nee, Gene Edwards, Frank Viola,etc).

En lo que respecta al autor del articulo el Hno Rodrigo Abarca (a quien conoci hace 20 años atras.... :Tasty: Soy Chileno al igual que el), me temo que solo esta diciendo lo mismo que los maestros que ya mencione, solo que con otras palabras. (De verdad, espero que los estudios de Sociologia de Rodrigo, no nublen su mente a la hora de escribir acerca de la naturaleza de la Iglesia).

Muchos años atras, siendo yo un joven ministro, recibi la visita de un Hermano, que hoy ejerce una gran influencia en lo que se publica y que trabaja muy cerca de Rodrigo Abarca y que NO SE ARRUGO PARA DECIRME QUE LA BIBLIA CONTIENE LA PALABRA DE DIOS, PERO QUE NO ES LA PALABRA EXCLUSIVA :asustado: . Es decir la idea de que necesitamos la revelacion a traves de los nuevos apostoles y profetas.

No necesitamos nuevas teologias, necesitamos nuevos hombres transformados por el poder de Dios que vivan las viejas verdades del evangelio, que sin duda son verdades eternas.

Finalmente espero que se entienda que mi animo no es confrontacional.Solo quiero poner el balance necesario.

Hcch.=