La Gran Batalla

Bart

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24 Enero 2001
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<CENTER>La Gran Batalla</CENTER>

Y cuando vio el dragón que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón” (Apocalipsis 12:13)
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¿Qué pasará con la iglesia, las iglesias? No es todo de color de rosa. ¿Qué será de aquellos que desean servir y seguir a Cristo? Muchos seguidores de Cristo son perseguidos y oprimidos. La apostasía es grande ante Dios y Su Palabra, incluso en países de tradición bíblica. ¿Qué consecuencias tendrá esto para nosotros, para nuestros hijos y nietos? ¿Lo podemos tener difícil con eso, sí o no?

También Juan lo tuvo difícil. Fue apartado de su iglesia y desterrado a la isla solitaria de Patmos. Cuando vio lo que había ante sus ojos, se preguntó: ¿Quién es ahora el poderoso, satanás o el Señor Jesucristo? Parecía que era satanás. La iglesia de Cristo era oprimida y perseguida. Si se fiaba de los hechos, debía llegar a la conclusión, que la iglesia de Cristo había tenido su tiempo.

El sublime Salvador, Jesucristo, le animó con una magnífica visión. Ese estímulo no sólo es válido para Juan, sino para la iglesia combatiente de Cristo de todos los siglos, y también para Sus hijos combatientes de hoy.

Aquí en esta parte de Apocalipsis trata de una mujer, un niño y un dragón. La mujer en circunstancias muy difíciles trae un niño al mundo. Quién no recuerda aquí la buena nueva del nacimiento de Jesús: “Y dio a luz a su Hijo primogénito” (Lc. 2:7). Si leemos esto en el anuncio de la natividad del Señor, parece que todo esto transcurre tranquilamente.

Apocalipsis 12 nos hace ver lo contrario. La mujer aquí es la figura de la iglesia. La iglesia con mucho esfuerzo ha alumbrado a Cristo. Por eso aquí se le representa como a una mujer que está de parto.

Y ante esa mujer, que está a punto de dar a luz al Niño Jesús, se halla un monstruo espeluznante, un gran dragón escarlata con siete cabezas y diez cuernos, para devorar al Niño tan pronto como nazca.

Cuando Cristo nació de la virgen María, el diablo, el gran dragón escarlata, hizo todo lo posible para matar a Cristo. El rey Herodes, como instrumento de satanás, quiere quitar de en medio a Jesús. Eso fracasa y Jesús huye con José y María a Egipto. Pero allí no queda. Cristo a cada paso de nuevo es tentado, combatido y puesto en peligro por satanás. Esto continúa hasta la muerte de Cristo en la cruz.

Satanás parece haber obtenido la victoria, pero Cristo en la cruz dice: “Consumado es”. Y después de Su muerte y sepultura al tercer día resucitó de entre los muertos. Jesucristo se muestra Vencedor sobre satanás. Cuando eso se hace realidad, Dios, Su Padre, no sigue permitiendo que Él se exponga a los ataques de satanás. Cristo asciende al cielo y toma lugar a la diestra de Su Padre. Juan ve en esta visión que: “su Hijo fue arrebatado para Dios y para su trono”.

Sin embargo satanás no abandona. Está abatido, pero eso no lo reconoce sin más y acomete el cielo. El resultado es una gran batalla. Juan ve en esta visión: en el cielo luchan Miguel y sus ángeles contra el dragón y sus secuaces, y de nuevo el dragón lleva las de perder, y el dragón y sus ángeles fueron echados del cielo y con mano dura fue arrojado a la tierra. Ahora se juega el todo por el todo para perseguir a la mujer, que es la iglesia de Cristo tanto de israelitas como de gentiles. Juan oye en el cielo el cántico de la victoria de Cristo, pero en la tierra percibe la llamada de angustia de la iglesia de Cristo.

Satanás no ha podido alcanzar a Cristo en Su persona, pero ahora trata de alcanzar a Cristo en Su Iglesia.

Aquí se nos advierte de no dormirse en el tiempo entre la ascensión y la vuelta de Cristo. Satanás es el gran destructor. El dragón escarlata se juega el todo por el todo para destruir la creación de Dios, pero también quiere arruinar a la iglesia de Dios sobre la tierra, si eso fuese posible. A veces se presenta como un ángel de luz otras veces como un león rugiente. A veces presenta el pecado como algo que no tiene la mayor importancia. Otras veces nos presenta el pecado como algo para el que no hay perdón posible. Si intercedes por la gracia, entonces te susurra: “El Señor no te la quiere conceder, porque tu arrepentimiento no es lo suficientemente grande, o en ti sólo es un quehacer intelectual o cosas parecidas”. Y si te glorías en la gracia de Dios, entonces te susurra: ¿no es esto demasiado fácil?, e intenta sembrar la duda en nosotros.

A pesar de todo Cristo guarda a Su Iglesia. Él la protege y la cuida. Su iglesia en estos últimos tiempos antes de la venida de Cristo no sucumbirá ante todos los ataques de satanás.
Cuando Cristo mora en nuestros corazones, allí hay paz -sí eso es así- pero también lucha. Es inevitable mientras satanás esté sobre esta tierra. No temas la lucha, pero sepas también que: en esa lucha la iglesia combatiente de Dios no perecerá.

Leemos en el desarrollo de esta visión: “La serpiente arrojó de su boca, tras la mujer, agua como un río, para que fuese arrastrada por el río”.

Esa corriente de agua es el símbolo de todos las influencias diabólicas que actúan en este mundo. Yo pienso aquí en la corriente del espíritu satánico de estos tiempos, que quiere vaciar las iglesias. Y también en la corriente de la doctrina errónea, que engulle a sus miles. Y hay la corriente de la nueva moral, que nos quiere apartar de Dios y de Su Palabra. Así podíamos enumerar muchas más cosas. Satanás no quiere nada mejor que anegarnos y apartarnos de Dios hacia la perdición. Pero Dios es Dios. Él hacer realidad que la Iglesia de Dios permanezca para siempre. El Señor Mismo se ocupa de eso.

También leemos: “Y se le dieron a la mujer las dos alas de la gran águila, para que volase de delante de la serpiente al desierto, a su lugar”. Esas alas le fueron dadas, antes no las tenía, es un regalo.

Aquí sin duda debemos pensar en el don del Espíritu Santo que la iglesia recibió el día de Pentecostés. Juan ve que la mujer recibe dos alas. Aquí podemos considerar dos importantes dones del Espíritu Santo: la fe y la oración.

El Señor piensa en Su iglesia sobre la tierra en ese tiempo entre Su ascensión y Su regreso. En este tiempo el Señor concede fe y oración. Por eso se mantiene la relación entre la iglesia combatiente en la tierra y el Gran Vencedor, Jesucristo, en el cielo. Fe y oración son las armas para poder mantenerse firmes contra los ataques de satanás.

¿Vivimos nosotros en esa fe que se apoya sólo en la Palabra, o mejor dicho en el Dios de esa Palabra?

Esa fe es mejor que todas las especulaciones a cerca de la pronta venida de Cristo. Esa fe para todo se apoya en Cristo y su justicia, y nunca más puede faltar la obra mediadora de Cristo. La fe no es sin la oración. La fe sin la oración no puede vivir.

La Iglesia de Cristo está en esta tierra aún en el desierto. El desierto no es todavía la tierra prometida. Cuando Israel estuvo en el desierto, ya había sido liberado del país de esclavitud, pero aún no estaba en la tierra prometida. Así es también con la Iglesia de Jesucristo. Así acrisola y prueba el Señor a Su Iglesia para enseñarla a que en la fe y oración renuncie a sí misma y espere en el Señor ahora y siempre, y así desee Su gran venida.

E. M. Bakker

EN LA CALLE RECTA
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