"Entonces Jesús les dijo:
Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche; porque escrito está:
Heriré al pastor, y las ovejas del rebaño serán dispersadas.
Pero después que haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea."
Mateo 26:31-32.
LA GRACIA DE CRISTO
Jesús acababa de comer la pascua con sus discípulos y se dirigía con ellos hacia el monte de los Olivos.
Conocía todo lo que le esperaba en las próximas horas;
sabía que sus discípulos lo iban a abandonar y que Pedro lo negaría tresveces.
En su amor por ellos, les advirtió lo que iba a ocurrir: él mismo, su
pastor, sería herido, y ellos, las ovejas,
serían dispersados después de no haber sido solidarios con él.
¿Los reprendería y los trataría como indignos de su amor?
Eso por cierto haríamos nosotros en circunstancias análogas, pero ésta no fue la reacción del Señor.
Él pensó en la desazón que les causaría el hecho de que él, su Maestro, a quien conocieron como el Hijo de Dios,
fuese crucificado como un malhechor. ¡Qué profunda decepción para ellos!
Por eso, lleno de gracia y de compasión, Jesús dio a entender a sus discípulos
que su muerte no significaba un fracaso definitivo.
En cambio, los citó para la siguiente semana, cuando hubiese resucitado.
Durante esa cita en Galilea les confió la misión de hacer "discípulos a todas las naciones".
¿Los dejaría solos para cumplir esa misión tan vasta y peligrosa?
¡No! Al contrario, les aseguró: "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo." (Mateo 28:20).
© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)